Cuentos completos (568 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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—Es cierto —dijo el jefe de policía—, pero llevará tiempo y hombres, que, en este momento, no puedo darme el lujo de desperdiciar. Si usted se limita a entrevistar a cada una de las mujeres, estoy seguro de que podrá identificar de inmediato a la culpable.

Siempre me satisface ayudar a la policía, de modo que acepté dedicar un día al misterio… tiempo que no solía conceder fácilmente porque en esos días estaba muy ocupado.

En cuanto a ustedes, puedo identificar muy bien a las cuatro mujeres por el color del pelo: una lo tenía negro, otra castaño, otra rojizo y otra rubio. Al parecer no eran las únicas mujeres en la vida del hombre, pero sí eran las que lo habían visitado en las primeras horas de la noche fatal. Todas habían sido rechazadas con mayor o menor firmeza, pues, Don Irresistible había encontrado una nueva amiga que, por el momento al menos, lo había puesto fuera de circulación. Como es natural, las cuatro se sentían profundamente agraviadas. Una de ellas se sintió tan afectada que ya avanzada la noche volvió para suplicarle que no la abandonara. Según parece, la negativa del hombre fue férrea, de modo que la mujer tomó un cuchillo de la cocina que estaba en algún lugar del departamento y se lo enterró con la mayor limpieza en el pecho. Y mantuvo la suficiente presencia de ánimo como para borrar las huellas del mango antes de retirarse. Tal es, por lo menos, la reconstrucción del crimen.

Las huellas digitales halladas en el resto del departamento no tenían mayor importancia: las cuatro mujeres lo habían visitado. Había testigos en cuanto al hecho de que una de ellas había vuelto, pero no fue posible identificarla a causa de la oscuridad reinante, aparte de que se la vio sólo fugazmente.

Ninguna de las cuatro contaba con una coartada satisfactoria para el período en cuestión. Todas estaban muy nerviosas, furiosas por haber sido rechazadas y cualquiera de ellas podría haber sido la que echara mano al cuchillo. La quinta mujer, la amiga nueva, se presentó inmediatamente. No tenía motivos para cometer el crimen y sí una coartada. Decididamente no estaba entre las sospechosas.

Entrevisté a las cuatro y comprobé el asombro de cada una de ellas al enterarse de la existencia de las otras. El asombro no podía ser fingido ante un investigador tan hábil como yo. No pude evitar sentir un profundo respeto por la habilidad de Don Irresistible para mantener en cada una el convencimiento de ser la única en la vida de ese hombre.

Pelo Negro afirmó que la víctima era irresistible.

—Había algo en él… —dijo.

—¿Exactamente, qué? —pregunté.

—No creo que pueda precisarlo.

—¿Sumamente apuesto? (Yo sabía que no lo era. Había visto su fotografía.)

—No. Solamente pasable.

—¿Hermosa voz?

—No especialmente hermosa.

—¿Educado? ¿Culto? ¿Ingenioso?

—¿A quién le importan esas cosas?

—¿Bueno en la cama?

—Bastante. Pero me sentí atraída por él antes de llegar a esa etapa.

—Pero usted no sabe con exactitud qué lo hacía tan atrayente.

—No sabría expresarlo.

Las cuatro mujeres se mostraron de acuerdo sobre ese punto. Nadie pudo especificar concretamente qué lo hacía irresistible, pero todas concordaron en que lo era.

Pregunté a Pelirroja si el hombre usaba alguna loción para afeitarse particularmente exquisita.

—No usaba ningún tipo de perfume —dijo—. Jabón sin perfume. Desodorante sin perfume. Es algo que me gustaba en él. No soporto los perfumes intensos ni en mí ni en los hombres.

Era algo que las cuatro mujeres tenían en común. Ninguna de ellas tendía a ahogarlo a uno en una pesada ola de sustancias químicas olorosas.

Pelo Castaño fue la única que mostró pesar. Todo el tiempo parecía sorberse las lágrimas y tenía los ojos enrojecidos. Afirmó que no creía que ninguna de ellas pudiese haberlo matado.

—¿No sintió despecho ante su cínica conducta? —le pregunté.

—Me daba rabia, pero sólo cuando estaba lejos de él. Fuera de su presencia sentía verdadera indignación. —Pelo Castaño se sonó la nariz—. En cambio cuando lo veía, desaparecía. Lo único que sabía era que quería estar junto a él. Simplemente, tenía algo. Estoy segura de que las otras sentían lo mismo que yo.

Simplemente, tenía algo. Era lo único que podía arrancarle a las cuatro. La Rubia daba la impresión de ser la menos inteligente, la más dispuesta a hablar.

—¿Cómo lo conoció? —le pregunté.

—Fue en una fiesta. Nadie nos presentó. Lo vi algo apartado en un rincón y no me llamó la atención. Tenia un aspecto bastante común y no atrajo demasiado mi mirada. Pero luego, al pasar a su lado, no pude dejar de advertir algo atrayente en él. Me detuve, y le dije: “¡Hola!” Él levantó la vista, me sonrió y me dijo: “¿Qué tal?” Y así fue como nos conocimos.

—¿Algo en la sonrisa? —sugerí—. ¿Cierta osadía?

—No diría eso… Era una sonrisa como todas. Hablamos un rato. No recuerdo de qué.

—¿Pero recuerda que fue una conversación fascinante? ¿Brillante, diría?

—No… No la recuerdo en lo más mínimo. Tiene que haber sido una conversación como cualquier otra. De todos modos, me llevó a su departamento y estar con él fue algo maravilloso.

—¿Habilidoso en la cama?

—No estaba mal, pero los he conocido mejores. Lo que sé es que fue maravilloso estar con él.

La Rubia estaba en total acuerdo con Pelo Castaño en cuanto a que en presencia de Don Irresistible jamás habría podido dañarlo, hiciera él lo que hiciera. Las cuatro mujeres estaban de total acuerdo.

Existía la posibilidad de que tuviesen razón. Quizá ninguna de ellas lo hubiera matado. Podría haber sido un ladrón de sexo masculino. Según cabe presumir, Don Irresistible no ejercía su fascinación con los hombres.

Un llamado telefónico al jefe de policía desvirtuó la posibilidad. No había señales de que la entrada hubiera sido forzada y no se habían llevado nada. Además, la persona que vieron entrar en el departamento esa noche tarde era una mujer. La opinión al respecto de dos testigos fue terminante.

¿Qué tipo de fascinación era la de Don Irresistible? De alguna manera estaba convencido de que si lograba descubrirlo, podría solucionar el misterio.

No voy a negar que jugué con la idea del hechizo.

¿Tenía Don Irresistible algún truco mágico que le daba esos resultados? ¿Ejercía algún tipo de sortilegio en sus víctimas, no en sentido figurado, sino literal?

Tenía mis dudas. Después de todo, una de sus víctimas se volvió contra él y lo mató. Si él recurría a algún tipo de truco mágico, por cierto debía ser suficientemente hábil para que no le fallase en momentos decisivos. No, su don tenía que ser natural y le falló en el momento crucial. ¿En qué había consistido su don y de qué manera le falló?

Me comuniqué una vez más por teléfono con cada una de las mujeres.

—¿Alguna vez se comunicó por teléfono con él?— les pregunté sucesivamente.

Todas habían hablado por teléfono con él.

—¿Le creaba la conversación una cálida atmósfera amorosa?

Cada una de las mujeres pensó un rato y por fin decidió que las conversaciones telefónicas no habían tenido particular importancia.

—¿Le gustaba que él la tuviese entre sus brazos?

—Hasta el éxtasis.

—¿Aún en la oscuridad?

Pelirroja dijo con vehemencia:

—En la oscuridad era mejor aún. Me podía concentrar más en él.

Las otras opinaron lo mismo.

Por fin, decidí que contaba con todos los elementos de juicio. Antes de medianoche hice llegar mi respuesta al jefe de policía. Me había llevado un día de trabajo encontrarla y desde luego acerté, porque…

Jennings era el más próximo a Griswold y logró pisarle un pie antes de que se volviera a dormir.

—No te duermas —le dijo—. ¿Cuál era el secreto de su fascinación?

—¡Ay! —se quejó Griswold y luego, soplando detrás de su bigote, nos miró indignado—. Es imposible que no lo sepan. Si descartan lo sobrenatural los sortilegios y las pociones, todo se reduce a los sentidos. Hay tres sentidos de larga distancia: la vista, el oído y el olfato. Resulta obvio que Don Irresistible era un hombre del montón y con una voz vulgar. Cualquiera de las mujeres podía mirarlo desde lejos o hablar por teléfono con él sin caer presa de su encanto. Para ser seducidas era necesario aproximarse y la proximidad involucra el sentido del olfato.

—Pero no usaba perfume —observé—. Tú mismo lo dijiste.

—Ni más ni menos. Pero existen olores naturales. El olor de la traspiración reciente puede ser afrodisíaco. Se han localizado compuestos en la traspiración limpia de los hombres que las mujeres hallan atrayentes. Tienen olor a sándalo, según creo. Sin duda, buena parte de la atracción entre los sexos es resultado de estos sutiles mensajes químicos pero, en nuestra sociedad, con su énfasis en los perfumes artificiales intensos de todo género, los olores naturales se diluyen. Don Irresistible no usaba esencias ni perfumes. Tenía un olor natural pronunciado, sospecho, y las mujeres que al igual que él tampoco usaban perfumes y cuyo sentido del olfato era por lo tanto más fino, lo hallaban atractivo. Y lo hallaban atractivo en esta época insensible a los aromas sutiles, sin saber siquiera por qué. Ahí tenía que estar la clave.

—Sí —dijo Baranov—. Pero, ¿quién lo mató, entonces?

—Es evidente. Yo les dije que Pelo Castaño era la única que parecía apesadumbrada. Tenía la nariz húmeda y los ojos enrojecidos. Puede haber sido el pesar, pero también los síntomas de un catarro nasal. En condiciones normales hubiera sido sin duda incapaz de hacerle daño a su amigo, como dijo. Pero a causa de su resfrío, había perdido transitoriamente el sentido del olfato. Transitoriamente era inmune a Don Irresistible. Transitoriamente nada le impedía acuchillarlo… y lo acuchilló.

No era él (1981)

“He Wasn't There”

La noche estaba muy avanzada y una pesada sensación de aislamiento se respiraba en nuestro club. Los cuatro amigos, refugiados en la biblioteca, disponíamos del recinto para nosotros solos.

Jennings debió percibir, seguramente, esa sensación de aislamiento del mundo, pues comentó con aire soñador:

—Me pregunto si alguien vendría a buscarnos si decidiéramos quedarnos aquí.

—Nuestras mujeres extrañarían quizás nuestra presencia al cabo de una semana o dos —dije irónico—. Y se iniciaría la redada.

—Mira —dijo Baranov—. No se puede contar con las redadas. En 1930, un juez llamado Crater salió a la calle en Nueva York y nadie volvió nunca a verlo. En cincuenta años… ni un indicio de su paradero.

—En nuestros días —dije—, con los números de previsión social, las tarjetas de crédito y las computadoras, no es tan fácil desaparecer.

—¿No? —preguntó Baranov—. ¿Y el caso de James Hoffa?

—Me refiero a desaparición voluntaria. A gente que siga viva.

Desde el fondo de su sillón Griswold se agitó y emitiendo gruñidos pareció resucitar.

—En cierto modo —dijo— diría que hoy es más fácil desaparecer. Con la sociedad cada vez más heterogénea, con individuos cada vez más egocéntricos, ¿a quién puede importarle que una persona más, una menos, se escurra sin ruido a través de los movimientos mecánicos de una mínima participación social? Yo conocí una vez a un hombre en el Departamento por cuya identificación se hubiera dado cualquier cosa pero no era él…

—¿Qué Departamento? —preguntó Jennings, pero Griswold nunca respondía preguntas como esa.

Me pregunto [dijo Griswold] si alguna vez han pensado ustedes en la prolija cadena de coincidencias que forman la red con la cual se aísla al agente extranjero y se neutraliza su acción. No es necesario arrestarlo y ejecutarlo al amanecer. Lo que necesitamos saber es, en cambio, quién es y dónde está. Una vez descubierto, el agente deja de ser un peligro. En realidad se convierte en una verdadera ayuda para nosotros, en particular si no sabe que lo han identificado. En ese caso podemos tratar de que obtenga información falsa. Se convierte así en nuestro canal en lugar de ser el canal del enemigo.

Pero no es fácil. Por lo menos, no siempre es fácil. Hubo un agente extranjero que siempre se las arreglaba para mantenerse justo en el límite de nuestro campo visual. Lo apodábamos “Fuera de Foco”.

Sin embargo, poco a poco, fue posible ir estrechando el círculo hasta que llegamos a la conclusión de que el centro de sus operaciones era un edificio determinado medio derruido. En otros términos, localizamos su oficina.

Con infinita cautela, tratamos de seguir sus pasos sin provocar su huida a una nueva base, lo cual nos hubiera obligado a repetir la fatigosa tarea de ubicarlo. Encontramos rastros de su existencia en los comercios de alimentos de las inmediaciones, por ejemplo, en los quioscos de venta de diarios y en la oficina de correos. Pero nunca conseguimos una descripción precisa de su aspecto físico ni pruebas concretas de que fuera el hombre que buscábamos.

Para nosotros siguió siendo el señor Fuera de Foco. Dimos con el nombre que usaba: William Smith y el nombre nos dio una idea para intentar tenderle una trampa. Supongamos que un abogado hubiese estado buscando a un tal William Smith por ser el beneficiario de un importante legado de dinero. En ese caso, los vecinos colaborarían encantados. Si alguien a quien conocemos tiene probabilidades de obtener una herencia inesperada, deseamos ayudarlo, aunque sólo sea porque hacerlo podría despertar su gratitud y darnos la posibilidad de pedirle un préstamo. Smith podría no reaccionar instintivamente por unos instantes si la posibilidad de obtener dinero apareciese inesperadamente delante de sus narices, como la zanahoria frente al asno, y aun cuando creyera que no era el beneficiario no cuestionaría la busca.

Después de aleccionar prolijamente a un abogado le indicamos que buscara la manera de dar con William Smith. No fue posible. Hacía días que nadie lo veía. Nadie tenía información alguna. El único que mostró curiosidad fue el encargado del edificio que teníamos ubicado. Era de suponer que la posibilidad o no de cobrar alquiler del mes siguiente sería una de sus preocupaciones inmediatas. El hecho de que hubiera desaparecido —aunque provocara nuestra frustración— nos dio por lo menos la oportunidad de iniciar una busca policial justificada. Nada dramático: simplemente se abrió el caso de un desaparecido. Un detective de la repartición pidió con aire aburrido ver el departamento. El encargado lo autorizó a entrar.

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