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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (282 page)

BOOK: Cuentos completos
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La mano de Porin se deslizó hacia el llamativo círculo amarillo que llevaba sobre su propia túnica, mudo testigo de sus tres visitas anteriores a la Tierra.

—Loara Filip Sanat —dijo lentamente Sanat, con los ojos brillantes—. Loara Filip Sanat. Suena bien, ¿verdad? Y ya está muy cerca.

—Veo que te sientes mejor. Pero ven, dentro de pocos momentos dejaremos el hiperespacio y veremos el Sol.

Mientras hablaba, la gruesa capa de hipermateria que se adhería con tanta fuerza a los costados del
Flaming Nova
ya experimentaba los curiosos cambios que marcaban el comienzo de la entrada en el espacio normal. La oscuridad se aclaró un poco y anillos concéntricos de diversas tonalidades de gris se persiguieron unos a otros con velocidad creciente. Era una fantástica y hermosa ilusión óptica que la ciencia no había podido explicar.

Porin apagó la luz de la habitación, y los dos permanecieron inmóviles en la oscuridad, contemplando la débil fosforescencia de las veloces ondas que desaparecían con gran rapidez. Después, con una precipitación terroríficamente silenciosa, toda la estructura de hipermateria pareció arder en un torbellino de brillantes colores. Y entonces todo volvió a ser paz. Las estrellas centelleaban mudamente contra el curvado telón de fondo del espacio normal.

Y sobre el extremo de la portilla refulgía el resplandor más brillante del cielo con una luminosa llama amarilla que iluminó los rostros de los dos hombre, transformándolos en pálidas máscaras de cera. ¡Era el Sol! La estrella de nacimiento del hombre estaba tan distante que no era más que un disco perceptible, aunque no se veía otro objeto tan brillante. Iluminados por su débil luz amarilla, los dos permanecieron en reflexión silenciosa, y Filip Sanat se calmó gradualmente.

Al cabo de dos días, el
Flaming Nova
aterrizaba en la Tierra.

Filip Sanat olvidó la deliciosa emoción que le había embargado en el momento que sus sandalias entraron por primera vez en contacto con la firme hierba de la Tierra al distinguir a un oficial lasiniano.

En realidad parecían humanos… o humanoides, por lo menos.

A primera vista, las predominantes características humanas borraban todo lo demás. El esquema del cuerpo no difería esencialmente del de los hombres. El cuerpo bípedo y de cuatro extremidades, los bien proporcionados brazos y piernas, el cuello bien definido, eran pruebas patentes.

Sólo al cabo de unos minutos los pequeños detalles que marcaban la diferencia entre las dos razas se hacían evidentes.

El principal era las escamas que les cubrían la cabeza y una gruesa línea en la espina dorsal, a medio camino de las caderas. La propia cara, con la nariz plana, ancha y ligeramente escamosa y los ojos sin párpados, era bastante repulsiva, pero de ningún modo bestial.

Porin observó la sorpresa de Sanat ante esta primera visión de los reptiles de Vega con grandes signos de satisfacción.

—Ves —comentó—, su aspecto no es monstruoso en absoluto. Entonces, ¿por qué debería existir el odio entre los humanos y los lasinianos?

Sanat no contestó. Naturalmente, su viejo amigo tenía razón. La palabra «lasiniano» había estado tanto tiempo asociada en su mente a las de «extranjero» y «monstruo» que, contra todo conocimiento y razón, en su subconsciente había esperado ver alguna fantástica forma de vida.

No obstante, aunque trató de sofocar el absurdo sentimiento que causaba esta suposición, siguió experimentando el mismo odio persistente, que llegó a furia cuando pasaron la inspección ante un altivo lasiniano que hablaba inglés.

A la mañana siguiente, los dos salieron hacia Nueva York, la ciudad más grande del planeta. La histórica visita a la increíblemente antigua metrópoli hizo olvidar a Sanat las dificultades de la galaxia, durante todo un día. Fue un gran momento para él cuando finalmente se encontró ante una altísima estructura y se dijo: «Esto es el Memorial».

El Memorial era el mayor monumento de la Tierra, dedicado al lugar de origen de la raza humana, y era el miércoles, el día de la semana que dos hombres «guardaban la Llama». Dos hombres, solos en el Memorial, vigilaban el vacilante fuego amarillo que simbolizaba el valor y la iniciativa humana… y Porin ya se las había arreglado para que aquel día la elección recayera sobre él y Sanat, en su calidad de loaristas recién llegados.

Así pues, a la débil luz del crepúsculo, los dos se encontraron solos en la espaciosa estancia de la llama del Memorial. En la sombría semioscuridad, iluminada tan sólo por el vacilante fulgor de una incierta llama amarilla, una gran calma descendió sobre ellos.

Había algo en la especial atmósfera del lugar que borraba toda alteración mental.

Las vacilantes sombras que se abrían paso a través de los pilares de la larga columnata que había en ambos lados, creaban una fascinación hipnótica.

Gradualmente, Filip Sanat sintió sueño, y con los ojos adormilados miró la llama intensamente, hasta que se convirtió en un ser viviente de luz que alzaba su mortecina y silenciosa figura junto a su débil resplandor Pero los sonidos más insignificantes son suficientes para interrumpir una ensoñación, en especial cuando se oyen después de un silencio profundo. Sanat se puso súbitamente rígido, y agarró el codo de Porin con fuerza.

—Escuche —murmuró con cautela.

Porin se despertó sobresaltado de un pacífico ensueño, contempló a su joven compañero con intranquila intensidad, y después, sin pronunciar una sola palabra, tendió el oído. El silencio era más profundo que nunca…, como una capa tangible.

Después, el ruido más débil posible de unas pisadas sobre mármol, a lo lejos. Un susurro, casi imposible de oír, y otra vez el silencio.

—¿Qué es? —preguntó sorprendido al ver a Sanat, que ya se había puesto en pie.

—¡Lasiniano! —exclamó Sanat, con el rostro convertido en una máscara de indignación llena de odio.

—¡Imposible! —Porin hizo un esfuerzo por mantener la voz serena, pero le tembló a pesar de él—. Sería un hecho inaudito. Lo que pasa es que estamos imaginándonos cosas. Nuestros nervios están excitados por este silencio, eso es todo. Quizá sea algún oficial del Memorial.

—¿Después de la puesta del sol, un miércoles? —dijo Sanat con voz estridente—. Sería tan ilegal como la entrada de esos lagartos lasinianos, y mucho más improbable. Como guardián de la Llama, tengo el deber de investigarlo.

Hizo ademán de dirigirse a la puerta en sombras, y Porin le agarró temerosamente por la muñeca.

—No lo hagas, Filip. Olvidémonos de eso hasta el amanecer. Nunca puede saberse lo que ocurrirá. ¿Qué puedes hacer tú, incluso suponiendo que los lasinianos hayan entrado en el Memorial? Si tú…

Pero Sanat había dejado de escucharle.

Rudamente, se desasió del desesperado apretón del otro.

—¡Quédese aquí! Alguien ha de vigilar la Llama. Volveré pronto.

Ya se encontraba a medio camino del espacioso vestíbulo de suelo de mármol. Se acercó con precaución a la puerta de cristal que daba a la oscura escalera de caracol que, medio en penumbras, conducía al desierto rincón de la torre.

Quitándose las sandalias, trepó por las escaleras, lanzando una última mirada hacia la blanda suavidad de la Llama, y hacia la nerviosa y asustada figura que permanecía junto a ella.

Los dos lasinianos estaban frente a la nacarada luz de la lámpara atómica.

—Vaya un lugar viejo y melancólico —dijo Threg Ban Sola. La cámara que llevaba en la muñeca chasqueó tres veces—. Baja algunos de esos libros que hay en las paredes. Servirán como prueba adicional.

—¿Crees que es prudente? —preguntó Cor Wen Hasta—. Esos monos humanos pueden echarlos de menos.

—¡Qué importa! —fue la helada respuesta—. ¿Qué pueden hacer ellos? —Lanzó una apresurada mirada a su cronómetro—. Ganaremos cincuenta créditos por cada minuto que permanezcamos aquí, así que también podernos hacer un buen montón para distraernos durante un rato.

—Pirat For está loco. ¿Por qué pensó que no aceptaríamos la apuesta?

—Creo —dijo Ban Sola— que oyó hablar del soldado que el año pasado despedazaron por saquear un museo europeo. A los humanos no les gusta eso, aunque Vega sabe que el loarismo está podrido a causa del dinero. Los humanos fueron castigados, desde luego, pero el soldado estaba muerto. Sea como fuere; lo que Pirat For no sabe es que el Memorial está desierto los miércoles. Esto va a costarle caro.

—Cincuenta créditos por minuto. Y ahora hace siete minutos.

—Trescientos cincuenta créditos. Siéntate. Jugaremos a cartas y veremos cómo aumenta nuestro dinero.

Threg Ban Sola sacó de su bolsillo un desgastado paquete de cartas que, aunque eran típica y esencialmente lasinianas, mostraban trazas inequívocas de su derivación humana.

—Pon la lámpara atómica sobre la mesa y yo me sentaré entre ella y la ventana —continuó perentoriamente, barajando las cartas mientras hablaba—. Te garantizo que no hay ningún lasiniano que haya jugado alguna vez en una atmósfera parecida. Bueno, eso triplicará el aliciente del juego.

Cor Wen Hasta se sentó, y después volvió a levantarse.

—¿No has oído algo? —contempló las sombras que había detrás de la puerta medio abierta.

—No —Ban Sola frunció el ceño y siguió barajando—. No estarás poniéndote nervioso, ¿verdad?

—Claro que no. Aun así, si nos atraparan aquí, en esta maldita torre, no sería nada agradable.

—Eso es imposible. Las sombras te vuelven aprensivo —Dio las cartas.

—Sabes —dijo Wen Hasta, estudiando cuidadosamente sus cartas—, tampoco sería nada divertido que el virrey llegara a enterarse de esto. Me imagino que no trataría ligeramente a los ofensores de los loaristas, por cuestión de política. Allí en Sirio, donde serví antes de que me trasladaran, la escoria…

—Escoria, desde luego —gruñó Ban Sola—. Se reproducen como moscas y luchan unos con otros como toros locos. ¡Mira qué criaturas! —Volvió las cartas hacia abajo y continuó argumentando—: Quiero decir, mirándolos científica e imparcialmente, ¿qué son? ¡Sólo mamíferos! Mamíferos que pueden pensar, en cierto modo; pero mamíferos igualmente. Eso es todo.

—Lo sé. ¿Has visitado alguna vez uno de los mundos humanos?

Ban Sola sonrió.

—Lo haré, dentro de muy poco.

—¿De permiso? —Wen Hasta mostró un educado asombro.

—¡De permiso! ¡Con mi nave! ¡Y con las pistolas disparando!

—¿Qué quieres decir? —Hubo un súbito destello en los ojos de Wen Hasta.

La sonrisa de Ban Sola se hizo más misteriosa.

—Suponen que no lo sabemos, ni siquiera los oficiales, pero ya sabes cómo corren las noticias.

Wen Hasta asintió.

—Lo sé. —Ambos habían bajado la voz instintivamente.

—Bueno. La Segunda Campaña puede comenzar en cualquier momento.

—¡No!

—¡Seguro! Y vamos a empezarla aquí mismo. Por Vega, en el palacio virreinal no se habla de otra cosa. Algunos oficiales incluso hemos empezado una apuesta acerca de la fecha exacta del primer movimiento. Yo mismo he jugado cien créditos al veinte por uno, pero sólo a la semana próxima. Tú puedes apostar ciento cincuenta por uno, si eres lo bastante valiente como para escoger un día en particular.

—Pero ¿por qué en este planeta olvidado de la galaxia?

—Estrategia del Ministerio del Interior —Ban Sola se inclinó hacia delante—. Nuestra posición actual nos enfrenta a un enemigo numéricamente superior, pero demasiado dividido. Si podemos mantenerlos así, los conquistaremos uno por uno. Los mundos humanos perecerían antes que cooperar unos con otros.

Wen Hasta sonrió, asintiendo.

—Es una conducta típicamente mamífera. La evolución debió burlarse al conceder inteligencia a un mono.

—Pero la Tierra tiene un significado especial. Es el centro del loarismo, porque los humanos se originaron aquí. Corresponde al mismo sistema de Vega.

—¿Lo dices en serio? ¡No puede ser! ¿Esta diminuta mancha de dos por cuatro?

—Es lo que ellos dicen. Yo no estaba aquí en aquella época, de modo que no lo sé. Pero sea como fuere, si podemos destruir la Tierra, acabaremos con el loarismo, que tiene aquí su centro vital. Los historiadores dicen que fue el loarismo lo que unió a los mundos en contra nuestra al final de la Primera Campaña. Sin el loarismo, el último temor a la unificación del enemigo desaparece, y la victoria es sencilla.

—¡Muy inteligente! ¿Qué plan seguiremos?

—Bueno, se dice que buscarán hasta el último humano sobre la Tierra y los diseminarán por los mundos dominados. Entonces podremos destruir todas las demás cosas de la Tierra que huelan a mamíferos y convertir el planeta en un mundo totalmente lasiniano.

—Pero ¿cuándo?

—No lo sabemos; de ahí la existencia de la apuesta. Pero nadie se ha arriesgado más allá de un período de dos años.

—¡Hurra por Vega! Te apuesto dos a uno a que acribillo un crucero humano antes que tú, cuando llegue el momento.

—Hecho —exclamó Ban Sola—. Pongo cincuenta créditos.

Se levantaron para unir sus puños en señal de acuerdo y Wen Hasta sonrió al consultar su cronómetro.

—Otro minuto y dispondremos de mil créditos. Pobre Pirat For. Protestará. Vayámonos ya; más, sería extorsionarle.

Se oyó una risa ahogada mientras los dos lasinianos se marchaban, arrastrando suavemente la capa tras de sí. No se fijaron en la sombra ligeramente más oscura que estaba adosada a la pared del descansillo, a pesar de que casi la rozaron al pasar.

Tampoco sintieron sus llameantes ojos, fijos sobre ellos mientras descendían en silencio.

El loara Broos Porin se puso en pie de un salto con un sollozo de alivio, al ver avanzar hacia él, con paso vacilante, a Filip Sanat. Corrió ansiosamente hacia el joven, agarrándole las manos con fuerza.

—¿Qué te ha demorado, Filip? No sabes todos los terribles pensamientos que se me han ocurrido durante esta última hora. Si hubieras tardado cinco minutos más, me hubiera vuelto loco de ansiedad e incertidumbre. Pero ¿qué te ocurre?

El aliviado loara Broos tardó unos momentos en serenarse lo suficiente como para percatarse de las manos temblorosas del otro, su cabello revuelto, sus ojos brillantes de fiebre; pero cuando lo hizo, todos sus temores renacieron.

Miraba a Sanat con consternación, sin atreverse apenas a repetir su pregunta por miedo a la contestación. Pero Sanat no necesitaba que le apremiasen. En cortas y espasmódicas frases relató la conversación que había oído y sus últimas palabras se perdieron en un desesperado silencio.

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