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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (284 page)

BOOK: Cuentos completos
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Finalmente, dijo:

—Si ahora diera la señal de atacar, Tymball, ¿cuánto tiempo resistiría?

—Hasta que llegaran refuerzos lasinianos en número suficiente como para aplastarnos. La guarnición terrestre, incluyendo toda la patrulla solar, no es bastante para detenernos. Sin ayuda exterior, podemos luchar eficazmente durante seis meses como mínimo. Por desgracia, éste no es el caso —Su compostura era serena.

—¿Por qué no es el caso?

Su rostro enrojeció de pronto, mientras se ponía furiosamente en pie.

—Porque no es cuestión de apretar unos botones. Los lasinianos son débiles. Mis hombres lo saben, pero la Tierra no. Los lagartos poseen un arma, ¡el miedo! No podemos vencerlos, a menos que el pueblo esté con nosotros, aunque sólo sea pasivamente. —Contrajo la boca—. Usted no sabe las dificultades prácticas que hay. Hace diez años que planeo, trabajo, lo intento. Pero ¿de qué serviría? Tengo un ejército; y una flota respetable en los Apalaches. Podría poner simultáneamente en marcha las ruedas en los cinco continentes. Pero ¿de qué serviría? Seria inútil. Si tuviera Nueva York, es decir… si fuera capaz de demostrar al resto de la Tierra que los lasinianos no son invencibles…

—¿Si yo pudiera disipar el miedo que hay en el corazón de los humanos? —dijo Kane suavemente.

—Tendría Nueva York al amanecer. Pero sería necesario un milagro.

—¡Quizá! ¿Cree que podrá atravesar el cordón y reunirse con sus hombres?

—Lo haré. ¿Qué hará usted ahora?

—Lo sabrá cuando ocurra —Kane sonreía con fiereza—. Y cuando ocurra, ¡ataque!

De repente, apareció una pistola de tonita entre las manos de Tymball, mientras se alejaba. Su rostro gordinflón no era nada amable.

—Correré el riesgo, Kane. ¡Adiós!

El capitán subió arrogantemente los desiertos escalones de mármol del Memorial. Iba acompañado por dos ayudantes armados.

Se detuvo un instante ante la enorme puerta doble que se levantaba ante él y contempló los esbeltos pilares que se elevaban graciosamente a ambos lados.

Había algo de sarcasmo en su sonrisa.

—Todo es muy impresionante, ¿verdad?

—¡Sí, capitán! —fue la respuesta.

—Y misteriosamente oscuro también, a excepción del mortecino amarillo de su Llama. ¿Ven su luz? —señaló hacia los vitrales inferiores, que brillaban con un fulgor vacilante.

—¡Sí, capitán!

—Es oscuro, misterioso e impresionante… y está a punto de caer en ruinas. —Sé echó a reír, y de repente golpeó las tallas de metal con la culata de su pistola produciendo un estrepitoso sonido.

Repercutió en el interior vacío y sonó sordamente en la noche, pero no hubo respuesta.

El ayudante de su izquierda se llevó un receptor a la oreja y escuchó las vagas palabras que salían de él. Saludó.

—Capitán, los humanos están entrando en el sector.

El capitán hizo un ademán despectivo.

—¡Déjenlos! Ordene que preparen las armas y que apunten a lo largo de las avenidas. Cualquier humano que intente atravesar el cordón, debe ser irradiado sin compasión.

Su orden fue murmurada en el transmisor, y unos cien metros más allá los guardias lasinianos dispusieron sus armas y apuntaron cuidadosamente. Un murmullo bajo e incipiente se convirtió en una manifestación de miedo. Los hombres retrocedieron un poco.

—Si no se abre la puerta —dijo el capitán, sombríamente—, tendremos que tirarla abajo —Volvió a levantar la pistola y de nuevo se oyó el ruido de metal sobre metal.

Lenta y silenciosamente, la puerta se abrió de par en par, y el capitán reconoció a la austera figura vestida de púrpura que tenía ante sí.

—¿Quién perturba el Memorial la noche de la custodia de la Llama? —preguntó el loara Paul Kane, solemnemente.

—Muy dramático, Kane. ¡Apártese!

—¡Atrás! —Las palabras sonaban firme y claramente—. Los lasinianos no pueden entrar en el Memorial.

—Entréguenos a nuestro prisionero, y nos iremos. Si se niega, nos lo llevaremos por la fuerza.

—El Memorial no entregará a nadie. Es inviolable. Ustedes no pueden entrar.

—¡Abra paso!

—¡Retrocedan!

El lasiniano gruñó roncamente y percibió un débil bramido. Las calles que le rodeaban estaban vacías, pero a una manzana de distancia en todas las direcciones se extendía la delgada línea de las tropas lasinianas, con sus armas dispuestas, y detrás estaban los humanos.

Se hallaban apretujados en una masa ruidosa, y la blancura de sus rostros brillaba pálidamente bajo la iluminación nocturna.

—Vamos —el capitán hizo rechinar los dientes—, ¿y aún siguen gritando? —La áspera piel que cubría sus mandíbulas se arrugó y las escamas de su cabeza se encresparon agudamente. Se volvió hada el ayudante del transmisor—. Ordene una salva sobre sus cabezas.

La noche fue partida en dos por las púrpuras descargas de energía y los lasinianos rieron estrepitosamente ante el silencio que siguió.

El capitán se volvió a Kane, que permanecía en el umbral.

—Ya ve que si espera ayuda por parte de su gente, se verá decepcionado. La próxima salva se disparará a nivel de cabeza. ¡Si cree que le engaño, compruébelo!

Sus dientes rechinaron con un sonido agudo.

—¡Abra paso! —Tenía una tonita en la mano, y el pulgar se apoyaba firmemente sobre el gatillo.

El loara Paul Kane retrocedió lentamente, con los ojos fijos en el arma. El capitán le siguió. Y al hacerlo, la puerta interior de la antesala se abrió y la sala de la Llama apareció al descubierto. Con la súbita corriente de aire, la Llama osciló y, al verla, los distantes espectadores lanzaron un enorme grito.

Kane se volvió hacia ella, con el rostro levantado. El movimiento de una de sus manos fue casi imperceptible.

Y la Llama cambió súbitamente. Se elevó hacia el techo abovedado, como un brillante haz de luz de quince metros de altura. La mano del loara Paul Kane volvió a moverse, y, al hacerlo, la Llama adquirió una tonalidad carmesí. El color se hizo más intenso y la rojiza luz de aquel pilar ardiente invadió la ciudad y convirtió las ventanas del Memorial en ojos sanguinolentos.

Pasaron largos segundos y el capitán quedó inmovilizado por el asombro.

Mientras, la distante masa de seres humanos guardaba un reverente silencio.

Y después se oyó un murmullo confuso, que se reforzó y aumentó hasta convertirse en un vasto grito.

—¡Abajo los lasinianos!

Se vio el destello púrpura de una tonita procedente de algún lugar en lo alto, y el capitán se dio cuenta un instante demasiado tarde. Cogido por sorpresa, se inclinó lentamente herido de muerte; con su frío rostro reptil convertido en una máscara de desprecio hasta el final.

Russell Tymball bajó la pistola y sonrió sardónicamente.

—Un blanco perfecto contra la luz. ¡Bien por Kane! La transformación de la Llama era precisamente la conmoción que necesitábamos. ¡Adelante!

Desde el tejado de la morada de Kane, apuntó al lasiniano que había debajo. Y al hacerlo, todo el infierno hizo erupción.

Parecía que los hombres brotaran del mismo suelo, con las armas en la mano. Las tonitas disparaban desde todos los lados, antes de que los aturdidos lasinianos pudieran apretar el gatillo.

Y cuando lo hicieron, era demasiado tarde, pues la multitud, dominada por una creciente cólera, rompió sus ataduras.

Alguien gritó: “¡Muerte a los lagartos!”, y el grito se convirtió en un aullido sordo que se elevó hasta el cielo.

Como un monstruo de muchas cabezas, la riada de seres humanos avanzó, sin armas. Cientos de ellos sucumbieron bajo la tardía furia de las armas defensivas, y muchos miles gatearon sobre los cadáveres, cargando hacia las mismas armas.

Los lasinianos no vacilaron. Sus filas disminuyeron continuamente bajo la mortífera puntería de los timbalistas, y los que quedaron fueron atrapados por el torrente de humanos que cayó sobre ellos y les infligió una muerte horrible.

El sector del Memorial brillaba a la luz rojiza de la sangrienta Llama y resonaban los gritos de agonía de los moribundos, y la estrepitosa furia de los triunfadores.

Fue la primera batalla de la Gran Rebelión, pero en realidad no fue una batalla, ni siquiera una locura.

Fue una anarquía concentrada.

Por toda la ciudad, desde el extremo de Long Island hasta las llanuras del centro de Jersey, los rebeldes surgieron de todas partes y los lasinianos encontraron la muerte. Y con la misma rapidez que se extendían las órdenes de Tymball para levantar a los francotiradores, así corrió de boca en boca la noticia de la transformación de la Llama y aumentó de importancia al difundirse. Todo Nueva York se levantó, y unió sus vidas separadas en el único crisol gigante de la “multitud”.

Era incontrolable, incontestable, irresistible. Los timbalistas fueron con impotencia adonde conducía, concentrando todos sus esfuerzos, inútiles desde el principio.

Como un poderoso río, siguió su curso a través de la metrópoli, y por donde pasaba no quedaba ningún lasiniano con vida.

El sol de aquella fatídica mañana se levantó para ver a los dueños de la Tierra ocupando un reducido círculo al norte de Manhattan. Con el frío valor de soldados natos, enlazaron los brazos y resistieron la carga, cayendo muchos. Lentamente, retrocedieron; en cada edificio, una escaramuza; en cada manzana, una batalla desesperada. Se dividieron en grupos aislados; defendiendo primero un edificio, y después sus pisos superiores, y finalmente su tejado.

Bajo el ardiente sol de mediodía, sólo quedaba el mismo palacio. Su última posición desesperada mantenía a los humanos a raya. El débil círculo de fuego que lo rodeaba sembraba el suelo de cuerpos ennegrecidos. El virrey en persona dirigía la defensa desde su sala del trono, mientras su propio dedo apretaba el gatillo de una semiportátil.

Y entonces, cuando la multitud hizo finalmente una pausa, Tymball agarró su oportunidad al vuelo y tomó el mando.

Armas pesadas fueron arrastradas hasta el frente. Unidades atómicas y rayos delta, procedentes del almacén rebelde y de los arsenales capturados la noche anterior, apuntaban sus mortíferos cañones hacia el palacio.

Un disparo contestaba a otro, y la primera batalla organizada de máquinas transcurrió con desesperada furia. Tymball era una figura omnipresente. Gritaba, dirigía, se trasladaba desde un emplazamiento a otro, disparando su propia tonita de mano, desafiantemente, hacia el palacio.

Bajo una barrera de apretado fuego, los humanos cargaron de nuevo y atravesaron los muros, mientras los defensores caían.

Un proyectil atómico impidió su camino hacia la torre central y hubo un súbito infierno de fuego.

Aquel incendio fue la pira funeraria de los últimos lasinianos de Nueva York. Las ennegrecidas paredes del palacio se desmoronaron con gran estrépito; pero hasta el mismo final, mientras la habitación ardía en torno suyo, con el rostro horriblemente herido, el virrey se mantuvo firme, apuntando, al grueso de la fuerza sitiadora. Y cuando su semiportátil gastó el último vestigio de energía y expiró, la lanzó por la ventana en un postrer e inútil gesto de desafío y se arrojó al ardiente infierno que había a su espalda.

A la puesta del sol, sobre el terreno del palacio, que aún seguía en llamas, ondeaba la bandera verde de la Tierra independiente.

Nueva York volvía a ser humana.

Russell Tymball tenía un aspecto lamentable cuando aquella noche entró de nuevo en el Memorial Con la ropa hecha jirones, y chorreando sangre de la cabeza a los pies a causa de una herida que tenía en la mejilla, contempló con ojos cansados el espectáculo sangriento que le rodeaba.

Equipos de voluntarios, ocupados en sacar a los muertos y curar a los heridos, aún no habían logrado hacer gran cosa en el mortal trabajo de la rebelión.

El Memorial se transformó en un hospital improvisado. Había pocos heridos, pues las armas de energía causaban la muerte; y de esos pocos, casi ninguno presentaba heridas superficiales. Era una escena de indescriptible confusión, y los gemidos de los heridos y moribundos se mezclaban horriblemente con los distantes gritos de los supervivientes que celebraban la victoria.

El loara Paul Kane se abrió paso entre los numerosos ayudantes en dirección a Tymball.

—Dígame, ¿ya se ha terminado? —Su rostro estaba demacrado.

—El principio, sí. La bandera terrestre ondea sobre las ruinas del palacio.

—¡Ha sido horrible! El día ha… ha… —Se estremeció y cerró los ojos—. Si lo hubiera sabido con anticipación, casi hubiera preferido ver deshumanizada a la Tierra y el loarismo destruido.

—Sí, ha sido desastroso. Pero el resultado podía haber sido mucho peor. ¿Dónde está Sanat?

—En el patio… ayudando a curar a los heridos. Todos lo hacemos. Es… es… —La voz volvió, a fallarle.

Había impaciencia en los ojos de Tymball, y se encogió de hombros con cansancio.

—No es que yo sea un monstruo insensible, pero tenía que hacerse, y esto no es más que el principio. Los acontecimientos de hoy significan poca cosa. El levantamiento ha tenido lugar en la mayor parte de la Tierra, pero sin el fanático entusiasmo de la rebelión de Nueva York. Los lasinianos no están vencidos, ni siquiera próximos a estarlo. No lo olvide. En este mismo momento la guardia solar se dirige hacia la Tierra, y las fuerzas de los planetas exteriores reciben llamamientos de ayuda. Dentro de muy poco, todo el imperio lasiniano convergerá sobre la Tierra y la revancha será terrible y sangrienta. ¡Debemos conseguir ayuda!

Agarró a Kane por los hombros y le sacudió violentamente.

—¿Lo entiende? ¡Debemos conseguir ayuda! Incluso aquí, en Nueva York, el primer ardor de la victoria puede desvanecerse mañana. ¡Debemos conseguir ayuda!

—Lo sé —dijo Kane sin entonación alguna—. Llamaré a Sanat y podrá irse hoy mismo. —Suspiró—. Si la acción de hoy era una prueba de su poder como catalizador, podemos esperar grandes acontecimientos.

Sanat subió al pequeño crucero de dos plazas media hora más tarde y tomó asiento junto a Petri, en los mandos.

Extendió la mano a Kane por última vez.

—Cuando regrese, será con una flota detrás de mí.

Kane estrechó fuertemente la mano del joven.

—Dependemos de ti, Filip. —Hizo una pausa y dijo lentamente—: ¡Buena suerte, loara Filip Sanat!

Sanat enrojeció de placer al oír el título, mientras tomaba asiento de nuevo. Petri hizo un ademán de despedida y Tymball gritó:

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