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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (287 page)

BOOK: Cuentos completos
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Había convencido a una apática galaxia y la había inducido a rebelarse contra los reptiles. Había conocido una Tierra a punto de ser destruida y la había apartado del precipicio, casi por sí solo. Una victoria humana sería un triunfo para el loara Filip Sanat y para nadie más.

Él, la Tierra, y la galaxia no eran ahora más que uno solo y se encontraban en el momento decisivo. Y tenían en contra el resultado de esta última batalla, una batalla desesperadamente perdida por su propia traición, a menos que las agujas vencieran.

Y si perdían, la gigantesca derrota —la ruina de la humanidad— también sería la suya.

Las naves lasinianas saltaban hacia los lados, pero no con la suficiente rapidez.

Mientras reunían lentamente ímpetu y se alejaban, las naves humanas acortaron la distancia en tres cuartos. Sobre la pantalla, una nave lasiniana había aumentado de tamaño hasta alcanzar colosales proporciones. Su látigo púrpura de energía había desaparecido al concentrar toda la potencia en una rápida aceleración.

Y, sin embargo, su imagen aumentó y el punto brillante que se distinguía en el extremo inferior de la pantalla apuntaba a su corazón como una reluciente jabalina.

Sanat creyó que no podría soportar la tensión. ¡Cinco minutos y ocuparía su lugar como el héroe más grande de la galaxia… o el más abominable traidor! Los latidos de la sangre que se agolpaba en sus sienes eran terribles e inaguantables.

Entonces ocurrió.

¡¡Contacto!! La pantalla se volvió loca en una furia caótica de metal retorcido. Los asientos contra la aceleración chirriaron mientras los muelles absorbían el choque. Pero todo se fue aclarando lentamente. La imagen de la pantalla osciló con violencia mientras la nave recuperaba su equilibrio poco a poco.

La aguja de la nave se había roto, el resto estaba torcido, pero la nave enemiga que había traspasado estaba destrozada.

Sanat aguantó la respiración mientras recorría el espacio con la mirada. Era un vasto mar de naves destrozadas, y, a lo lejos, volaban los restos del enemigo, con las naves humanas en su persecución.

Oyó un sonido de colosal animación a sus espaldas y sintió un par de enérgicas manos sobre los hombros.

Se volvió. Era Smitt… Smitt, el veterano de cinco guerras con lágrimas en los ojos.

—Filip —dijo—, hemos ganado. Acabamos de recibir un mensaje de Vega. La flota lasiniana ha sido aniquilada… y también con las agujas. La guerra ha terminado, y nosotros hemos ganado. ¡Tú has ganado, Filip! ¡Tú!

Su apretón le hacía daño, pero al loara Filip Sanat no le importó.

¡La Tierra era libre! ¡La humanidad estaba salvada!

¡No hay relación! (1948)

“No Connection”

Raph era un americano típico de su tiempo. Muy feo, además, juzgado por los raseros americanos de nuestros días. Tenía exageradamente desarrollada la estructura ósea de las mandíbulas, y los músculos estaban a tono con los huesos. Tenía la nariz arqueada y ancha, y los ojos, pequeños, negros y muy separados por la extensión de la antedicha nariz Tenía el cuello grueso, el cuerpo ancho y los dedos espatulados, con fuertes uñas curvadas.

Si se hubiese erguido sobre las recias piernas de pies grandes y bien almohadillados habría llegado casi a los dos metros treinta centímetros. De pie o sentado, su masa se aproximaba al cuarto de tonelada.

Con todo, su frente se elevaba en un arco nada menguado y su capacidad craneal no era escasa. Su manaza enorme movía delicadamente la pluma, y su mente ronroneaba confortablemente en marcha cuando él se inclinaba sobre la mesa de trabajo.

Lo cierto es que su esposa y la mayoría de sus amigos americanos le consideraban un sujeto bien parecido.

Lo cual pone de manifiesto la alquimia de un largo desplazamiento por el eje del tiempo.

Raph hijo era una edición más reducida de nuestro americano típico. Todavía adolescente, no había perdido aún la vellosa barba de la infancia, que se extendía como una negra y muy rizada estera sobre el pecho y la espalda, aunque ya empezaba a clarear y quizá antes de un año nuestro héroe se pusiera ya por primera vez la camisa adulta que cubriría la orgullosa piel desnuda de la edad viril.

Pero en el ínterin llevaba sólo pantalones y, sentado, se rascaba distraídamente un punto favorito situado encima mismo del diafragma. Sentía curiosidad, mezclada con un poco de aburrimiento. No era desagradable ir con su padre al museo cuando había gente. Hoy era día de cierre, sin embargo, y los largos pasillos elevaban un eco solitario cuando los pisaba.

Además, se sabía de memoria todo lo que había en él; casi todo huesos y piedras.

—¿Qué es aquello? —preguntó.

—¿Qué? —Raph levantó la cabeza y miró por encima del hombro. Luego pareció alegrarse—. Ah, es una cosa completamente nueva. Es una reconstrucción del Primate Primitivo. Me lo enviaron los de la Agrupación North River. ¿No es, en verdad, un buen trabajo? —Volvió a sumirse en su tarea, a caballo de un momentáneo estremecimiento de placer. El Primate Primitivo no estaría expuesto al público sino hasta dentro de una semana al menos, hasta que le hubiera preparado un sitio honroso, con unos alrededores adecuados; pero, por el momento, lo tenía en su despacho y era su preferido.

Sin embargo, Raph hijo contemplaba el «buen trabajo» con unos sentimientos completamente distintos. Lo que él veía era una figura como de araña, de tamaño aborrecible, con unas piernas y unos brazos delgados, cubierta de pelo y con una cara fea, de fisonomía menuda y con unos ojos grandes y salientes.

—Bueno, ¿qué es, papá? —insistió. Raph se agitó impaciente.

—Pues, es una criatura que vivió hace millones de años, creemos. Esto es lo que le da el aspecto que tiene.

—¿Por qué? —insistió el joven.

Raph cedió. Por lo visto, tendría que emprender el tema desde sus raíces y dejarlo listo por entero, de una vez.

—Pues en primer lugar, adivinamos cómo eran los músculos, por la forma de los huesos, y vemos los lugares en que encajarían los tendones y por dónde pasarían algunos nervios. Por los dientes, adivinamos el tipo de aparato digestivo que debía tener el animal, y por los huesos de los pies, qué postura podía adoptar. En lo demás, nos regimos por el principio de analogía, es decir, por el aspecto exterior de las criaturas existentes hoy en día que tengan la misma clase de esqueleto. Por ejemplo, por esto lo hemos cubierto de pelo rojo. La mayoría de los primates actuales (son criaturitas insignificantes, prácticamente extinguidas) tienen el pelo rojizo, unas callosidades desnudas en las posaderas… —Raph hijo corrió hacia la parte posterior de la figura y se cercioró de este particular—, poseen largas y carnosas narices, y unas orejas cortas, fruncidas. Son de dieta no especializada; de ahí las piezas dentarias para todo uso, y hacen vida nocturna, lo cuál explica el gran tamaño de los ojos. Es muy sencillo, en realidad. ¿Qué? ¿Has quedado satisfecho, jovencito?

Entonces el hijo, después de cavilar sobre ello, dijo en tono despectivo:

—Sin embargo, a mí me parece ni más ni menos que un «eekah». Solamente un «eekah» viejo y feo.

Raph le miró fijamente. Por lo visto, le había pasado algo por alto.

—¿Un eekah? —dijo—. ¿Qué es un eekah? ¿Una criatura imaginaria que te has encontrado en algún libro?

—¡Imaginaria! Oye, papá, ¿es que nunca entras en casa del archivero?

He ahí una pregunta embarazosa, porque, ciertamente, «papá» nunca lo veía; o al menos desde que era una persona mayor. De niño, ni que decir tiene, el archivero, como custodio de toda la ficción hablada, escrita y grabada del mundo entero había tenido para él un hechizo indefectible. Pero después había crecido…

—¿Hay algún cuento nuevo sobre eekahs? No recuerdo ninguno de cuando yo era joven.

—No lo entiendes, papá.

Uno casi habría creído que Raph hijo se hallaba al borde mismo de una exasperación que era demasiado cauto para expresar. Con aire ofendido, explicó:

—Los eekahs son seres reales. Vienen del Otro Mundo. ¿No te han hablado de eso? A nosotros nos han hablado hasta en la escuela, y en la revista de la agrupación. En su país andan cabeza abajo; sólo que ellos no lo saben, y aquí tienen el mismo aspecto que los Antiguos Primitivos.

Raph reunió sus asombradas facultades. Comprendía la incongruencia de interrogar a su hijo, todavía adolescente, sobre datos arqueológicos, y titubeó un momento. Al fin y al cabo, él había oído hablar de ciertas cosas. Habían circulado noticias sobre vastos continentes existentes en el otro hemisferio de la Tierra. Le parecía que había informes sobre la existencia de vida en ellos. Todo quedaba un poco caliginoso… quizá no siempre fuera cuerdo ceñirse tan estrictamente al campo que a uno le interesaba, y nada más.

—¿Se cuentan los eekahs entre las agrupaciones? —le preguntó al muchacho.

Este se apresuró a contestar, con un movimiento afirmativo :

—El archivero dice que saben pensar tan bien como nosotros. Poseen máquinas que cruzan los aires. Así han llegado aquí.

—¡Chico! —reprendió Raph en tono severo.

—No miento —gritó el joven, agraviado—. Pregunta al archivero y verás qué dice él.

Raph recogió pausadamente los papeles. Era día de cierre, pero encontraría al archivero en casa, sin duda.

El archivero era un anciano miembro de la Agrupación Gurrow de Río Rojo y pocas personas vivientes podían recordar alguna época en que no lo hubiera sido. Había ocupado el cargo por consenso general, pues era archivero por la misma razón que Raph era celador del museo. Le gustaba serlo, quería serlo y no concebía otra clase de vida.

Es difícil colegir la estructura social de la Agrupación Gurrow, a menos que uno hubiera nacido en ella, aunque poseía una flexibilidad que casi le quitaba todo sentido a la palabra «estructura» El «gurrow» particular cogía cualquier empleo para el que se creyera apto, y todo el trabajo que quedara y fuera preciso hacer, o se realizaba en común, o por turno según un orden determinado por sorteo. Dicho así, parece demasiado sencillo como para que funcionara bien, pero en realidad las tradiciones que se habían acumulado en los cinco mil años desde que, se suponía, se había establecido la primera Agrupación Voluntaria de Gurrows, hacían el sistema complicado, flexible… y eficaz.

El archivero estaba en su casa, como había anunciado Raph. Se desarrolló la embarazosa ceremonia de renovar una relación antigua e injustamente descuidada. Raph había utilizado la biblioteca de referencia del archivero, por supuesto, pero siempre indirectamente… Sin embargo, en otro tiempo fue niño, un apasionado estudiante a los pies del saber acumulado, pero había dejado disipar aquella pasión.

La habitación en que ahora entraba estaba abarrotada de grabaciones y, en menor grado, de material impreso. El archivero intercalaba saludos y excusas.

—Han llegado cargamentos de otras agrupaciones —decía—. Se necesita tiempo para catalogarlos, ya sabe, y parece que ya no sé encontrarlo como solía —encendió la pipa y empezó a chupar vigorosamente—. Creo que tendré que buscarme un ayudante fijo. ¿Qué le parecería su hijo, Raph? Pasa horas y horas aquí, lo mismo que usted veinte años atrás.

—¿Recuerda aquellos tiempos?

—Mejor que usted, creo, ¿Piensa que a su hijo le gustaría?

—Podría hablar usted con él. Es posible que le guste. Puedo decir sinceramente que la arqueología le fascina. —Ralph cogió un disco al azar y miró la etiqueta de identificación—: Hummm… de la Agrupación de Joquin Valley. Está muy lejos de aquí.

—Muy lejos —asintió el archivero—. Yo les envié algunos nuestros, claro está. Los trabajos de nuestra agrupación gozan de gran estima en todo el continente —afirmó con orgullo de propietario—. En realidad —continuó, apuntando la boquilla de la pipa a su interlocutor—, el tratado que usted escribió sobre primates extinguidos ha sido distribuido por todas partes. He enviado dos mil ejemplares y todavía siguen pidiéndolo. Es un éxito considerable… tratándose de arqueología.

—Pues la arqueología es lo que motiva mi presencia aquí… La arqueología y lo que mi hijo me ha dicho que usted le ha contado —a Raph le costaba cierto esfuerzo entrar en materia—. Parece que usted habló de unas criaturas procedentes de los antípodas, llamadas eekahs, y me gustaría que me proporcionara todos los datos que usted posea sobre ellas.

El archivero adquirió una expresión pensativa.

—Bueno, podría contarle aquí mismo lo que recuerdo en este instante, o acaso podríamos ir a la biblioteca a consultar las referencias.

—No se moleste en abrir la biblioteca por mí. Es día de cierre. Basta con que me dé unas nociones sobre el asunto, y buscaré las referencias más tarde.

El archivero mordió la pipa, empujó el sillón contra la pared y desenfocó los ojos pensativamente.

—Bien —dijo—, supongo que la cuestión comienza con el descubrimiento de los continentes del otro lado. Esto ocurrió hace cinco años. ¿Está enterado, quizá?

—Sólo del hecho escueto. Sé que los continentes existen, como lo sabe ya todo el mundo. Recuerdo que una vez especulábamos sobre el brillante campo que representarían para una investigación arqueológica, pero ahí terminó todo.

—Ah, entonces se le pueden contar a usted muchas más cosas. Ya sabe que los nuevos continentes no los descubrimos nosotros directamente. Cinco años atrás, un grupo de seres que no eran «gurrows» llegaron a la Agrupación de Bahía del Este en un aparato que volaba… fundado en unos principios científicos concretos (según descubrimos más tarde) apoyados principalmente en el empuje vertical del aire. Hablaban un lenguaje claramente inteligente y se daban a sí mismos el nombre de eekahs. Los gurrows de la Agrupación de Bahía del Este aprendieron su idioma —muy sencillo, pero lleno de sonidos imposibles de pronunciar— y yo poseo una gramática del mismo, si le interesa.

Raph rehusó con el ademán El archivero continuó:

—Los gurrows de la agrupación, ayudados por los de la Montaña del Hierro —que, como sabe, se especializan en cosas de acero— construyeron reproducciones de la máquina voladora. Hubo un vuelo sobre el océano… y debo decir que hay varias docenas de volúmenes que hablan de ello, de la máquina voladora y de una ciencia llamada aerodinámica…, nuevas geografías y hasta un nuevo sistema filosófico fundado en la pluralidad de inteligencias. Todos salidos de las agrupaciones de Bahía del Este y de la Montaña del Hierro. Un trabajo notable para haber sido realizado en cinco años nada más, y todo disponible aquí.

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