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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (283 page)

BOOK: Cuentos completos
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La palidez del loara Broos era casi alarmante, y por dos veces trató de hablar sin emitir más que unos roncos sonidos entrecortados. Después, finalmente:

—¡Pero eso será la muerte del loarismo! ¿Qué vamos a hacer?

Filip Sanat se echó a reír, como ríen los hombres cuando por fin se convencen de que no queda nada digno de risa.

—¿Qué podemos hacer? ¿Podemos informar al Consejo Central? Usted sabe muy bien lo débiles que están. ¿A los diversos gobiernos humanos? Ya puede imaginarse lo efectivos que serían esos locos divididos.

—¡Pero no puede ser verdad! ¡No puede serlo!

Sanat permaneció silencioso unos momentos, y entonces su rostro se contrajo agónicamente y con voz preñada de pasión, gritó:

—¡No lo permitiré! ¿Me oye? ¡No lo permitiré! ¡Les detendré! Era fácil comprender que había perdido el control de sí mismo; aquella violenta emoción era la causa.

Porin, que tenía la frente perlada de sudor, le rodeó la cintura con un brazo.

—¡Siéntate, Filip, siéntate! ¿Vas a volverte loco?

—¡No! —Con un súbito empujón, hizo que Porin se tambaleara hacia atrás hasta caer sentado, mientras la Llama oscilaba y flameaba locamente con la corriente de aire—. Voy a volverme sensato. ¡El tiempo del idealismo, el compromiso y el servilismo ha pasado! ¡Ha llegado el momento de la fuerza! ¡Lucharemos y, por el espacio, venceremos!

Abandonó la habitación a paso lento.

Porin cojeó tras de él.

—¡Filip! ¡Filip! —Se detuvo en el umbral con asustada desesperación. No podía ir más allá. Aunque los cielos se hundieran, alguien tenía que guardar la Llama.

Pero… pero ¿qué iba a hacer Filip Sanat? Y por la torturada mente de Porin pasaron visiones de una cierta noche, quinientos años antes, cuando una palabra descuidada, un golpe, un disparo, había encendido un fuego sobre la Tierra que finalmente fue apagado con sangre humana.

El loara Paul Kane estaba solo aquella noche. La oficina interior se encontraba vacía; la mortecina luz azul que había sobre la mesa, de una severa sencillez, era la única iluminación del cuarto. Tenía el rostro bañado por la pálida luz, y la barbilla sepultada meditativamente entre las manos.

Y entonces hubo una crujiente interrupción, cuando la puerta se abrió de súbito y un despeinado Russell Tymball apartó las amenazadoras manos de media docena de hombres y se precipitó en el interior. Kane se volvió consternado ante la intrusión y se llevó una mano a la garganta mientras sus ojos se agrandaban por la aprensión. Su rostro era una asustada y muda interrogación.

Tymball levantó el brazo en un gesto tranquilizador.

—Está bien. Deje que recupere el aliento. —Jadeó un poco y se sentó lentamente antes de continuar—: Ha aparecido su catalizador, loara Paul… y adivine dónde. ¡Aquí en la Tierra! ¡Aquí en Nueva York! ¡A menos de un kilómetro de donde estamos ahora!

El loara Paul Kane contempló minuciosamente a Tymball.

—¿Se ha vuelto loco?

—No tanto como para que usted lo note. Se lo contaré, si no le importa encender una o dos luces. Parece un fantasma en el cielo —La habitación se emblanqueció bajo el brillo de una luz atómica, y Tymball prosiguió—: Ferni y yo volvíamos de la reunión. Pasábamos ante el Memorial cuando ocurrió, y puede usted dar gracias al destino por la afortunada coincidencia que nos condujo al lugar adecuado en el momento oportuno.

»Mientras pasábamos, una figura salió precipitadamente por la puerta lateral, saltó los escalones de mármol y gritó: "¡Hombres de la Tierra!" Todos se volvieron a mirarle, ya sabe lo concurrido que está el sector del Memorial a las once, y al cabo de dos segundos, le rodeaba una verdadera multitud.

—¿Quién era el que hablaba, y qué hacía dentro del Memorial? Es miércoles por la noche, ya sabe.

—Pues —Tymball hizo una pausa para reflexionar—, ahora que usted lo menciona, debía de ser uno de los dos guardianes. Era un loarista… la túnica lo indicaba claramente. ¡Pero no era un terrícola!

—¿Llevaba el círculo amarillo?

—No.

—Entonces ya sé quién era: el joven amigo de Porin. Sinat.

—¡Allí estaba! —Tymball se excedía en su entusiasmo—. Se encontraba a unos cinco metros sobre el nivel de la calle. No tiene ni idea de lo impresionante que estaba con el fulgor de las luxitas iluminándole la cara. Era hermoso, pero no del tipo atlético o musculoso. Pertenecía al tipo ascético, si comprende a lo que me refiero. Pálido, de rostro delgado, ojos llameantes, cabello largo y castaño.

»¡Y cuando habló! Es inútil describirlo; para apreciarlo verdaderamente, tendría usted que haberle oído. Empezó explicando los propósitos lasinianos a la multitud; gritando lo que yo había estado murmurando. Era evidente que lo sabía de buena fuente, pues entró en detalles… ¡y cómo los contó! Hizo que sonaran reales y aterradores. Me asustó a mí con ellos; hizo que me quedara a escucharle muerto de miedo. Y en cuanto a la multitud, después de la segunda frase, estaba hipnotizada. A todos y cada uno de ellos se les había inculcado la “amenaza lasiniana” constantemente, pero ésta era la primera vez que escuchaban… que en realidad escuchaban.

»Entonces empezó a maldecir a los lasinianos. Agotó todas las formas posibles de su bestialidad, su perfidia, su criminalidad… no tenía más que un vocabulario que les sumía en el barro más profundo del océano venusiano. Y cada vez que soltaba un epíteto, la multitud se levantaba sobre sus patas traseras y prorrumpía en aullidos. Ya parecía una especie de catecismo. “¿Permitiremos que esto continúe?”, gritaba él. “¡Nunca!”, respondía el gentío. “¿Debemos rendirnos?” “¡Nunca!” “¿Resistiremos?” “¡Hasta el final!” “¡Abajo los lasinianos!”, gritaba. “Matémosles”, chillaban los demás.

»Yo grité tanto como cualquiera de ellos… me olvidé enteramente de mí mismo.

»No sé cuánto tiempo pasó antes de que aparecieran unos guardias lasinianos. La multitud se volvió hacia ellos, mientras el loarista les apremiaba. ¿Ha oído alguna vez el grito de sangre de las turbas? ¿No? Es el sonido más horrible que pueda imaginarse. Los guardias también lo consideraron así, pues una mirada a lo que tenían delante les hizo dar la vuelta y correr para salvar el pellejo, a pesar de que iban armados. Para entonces, la multitud había aumentado y ya eran miles y miles.

»Pero al cabo de dos minutos, sonó la sirena de alarma… por primera vez en cien años. Volví a mis cabales y corrí hacia el loarista, que no había interrumpido su diatriba ni un momento. Era evidente que no podíamos permitir que cayera en manos de los lasinianos.

»El resto fue una confusión tremenda. Escuadrones de policía motorizada cargaban sobre nosotros, pero de algún modo, Ferni y yo logramos coger al loarista entre los dos, escabullirnos, y traerle aquí. Lo tengo en la habitación de afuera, amordazado y atado, para que se esté quieto.

Durante la última parte de la narración, Kane había estado golpeando nerviosamente el suelo con el pie, deteniéndose de vez en cuando para reflexionar. Pequeñas gotas de sangre aparecieron en su labio inferior.

—¿No cree —preguntó— que el motín será incontenible? Una explosión prematura…

Tymball sacudió vigorosamente la cabeza.

—Ya debe estar sofocado. Una vez desapareció el joven, la multitud perdió su valor, de todos modos.

—Habrá muchos muertos y heridos, pero… bueno, haga entrar al joven revolucionario. —Kane se sentó detrás de la mesa y dio a su rostro una apariencia de tranquilidad.

Filip Sanat tenía un triste aspecto cuando se arrodilló ante su superior. Su túnica estaba hecha trizas y su rostro, arañado y sanguinolento, pero el fuego de la determinación brillaba con la misma impetuosidad de siempre en sus ardientes ojos. Russell Tymball le miraba sin aliento, como si la magia de las horas precedentes todavía subsistiera.

Kane extendió amablemente la mano.

—Estoy al corriente de tu explosión de violencia, hijo mío. ¿Qué fue lo que te impulsó a realizar un acto tan imprudente? Podría muy bien haberte costado la vida, por no hablar de las vidas de miles de otros.

Por segunda vez aquella noche, Sanat repitió la conversación que había oído…, dramáticamente y con los mínimos detalles.

—Perfecto, perfecto —dijo Kane, con una torva sonrisa, al concluir el relato—, ¿y pensaste que no sabíamos nada de todo esto? Durante largo tiempo nos hemos preparado contra este peligro, y tú has aparecido para trastornar todos nuestros planes, tan cuidadosamente trazados. Por tu apelación prematura, puedes haber causado un mal irreparable a nuestra causa.

Filip Sanat enrojeció.

—Perdone mi entusiasmo inexperto…

—Exactamente —exclamó Kane—. Sin embargo, dirigido adecuadamente, puedes ser de gran utilidad para nosotros. Tu oratoria y el fuego de tu juventud pueden obrar maravillas si están bien manejados. ¿Estás dispuesto a dedicarte a la tarea?

Los ojos de Sanat brillaron.

—¿Necesita preguntarlo?

El loara Paul Kane se echó a reír y lanzó una alborozada mirada de soslayo a Russell Tymball.

—Lo estás. Dentro de dos días, irás hacia las estrellas exteriores. Contigo irán varios de mis hombres. Y ahora, debes de estar cansado. Te llevarán donde puedas lavarte y curarte las heridas. Después, será mejor que duermas; pues necesitarás toda tu energía en los días venideros.

—¿Pero… pero el loara Broos Porin… mi compañero ante la Llama?

—Enviaré inmediatamente un mensajero al Memorial. Dirá al loara Broos que estás a salvo y servirá como segundo guardián durante el resto de la noche. ¡Ahora, vete!

Pero cuando Sanat, aliviado y locamente feliz, se levantaba para irse, Russell Tymball saltó de la silla y agarró la muñeca del loarista de más edad con un apretón convulsivo.

—¡Gran espacio! ¡Escuche!

El agudo y penetrante gemido que llegó hasta el santuario interior del despacho de Kane contó su propia historia. El rostro de Kane adquirió una palidez macilenta.

—¡Es la ley marcial!

La sangre había huido de los labios de Tymball.

—Después de todo, hemos sido derrotados. Aprovechan el desorden de esta noche para dar el primer golpe. Persiguen a Sanat, y le atraparán. Ni un ratón podría pasar a través del cordón que ahora van a tender alrededor de la ciudad.

—Pero no deben atraparle. —Los ojos de Kane centellearon—. Le llevaremos al Memorial por el pasadizo. No se atreverán a violar el Memorial.

—Ya lo han hecho una vez —dijo Sanat con voz apasionada—. No me ocultaré de esos lagartos. Déjenos luchar.

—Silencio —dijo Kane—, y sígueme sin hacer ruido.

Se había abierto un panel en la pared, y Kane se dirigió hacia él.

Y mientras el panel se cerraba silenciosamente detrás de ellos, sumiéndolos en el frío resplandor de una lámpara atómica de bolsillo, Tymball murmuró para sí:

—Si están dispuestos, ni siquiera el Memorial constituirá un buen refugio.

Nueva York estaba en efervescencia. La guarnición lasiniana había desplegado todas sus fuerzas y había puesto la ciudad en estado de sitio. Nadie podía entrar ni salir.

En las avenidas principales, rodaban los carros del ejército, mientras que por encima se cernían los estrato-coches que guardaban las vías aéreas.

La población humana se agitaba nerviosamente. Se infiltraban en las calles, uniéndose en pequeños grupos que se deshacían al acercarse los lasinianos. La revelación de Sanat se extendió, y aquí y allí hombres ceñudos intercambiaban furiosos susurros La atmósfera estaba llena de tensión.

El virrey de Nueva York se dio cuenta de ello mientras estaba sentado ante su mesa del palacio, que levantaba sus verjas sobre Washington Heights. Se asomó a la ventana para contemplar el río Hudson, que fluía oscuramente, e interpeló al lasiniano uniformado que había ante él.

—Debe haber una acción positiva, capitán. En eso tiene usted razón. Y sin embargo si es posible, debe evitarse una ruptura completa. Lamentablemente, disponemos de muy pocos hombres y no tenemos más que cinco navíos de guerra de tercera clase en todo el planeta.

—No es nuestra fuerza sino su propio miedo lo que les debilita, Excelencia. Su valor ha sido minado a conciencia durante estos últimos siglos. El populacho se rendiría ante una sola unidad de guardias. Precisamente, ésta es la razón de que ahora debamos atacar con fuerza. La población ha retrocedido y deben sentir el látigo enseguida. La Segunda Campaña muy bien podría empezar esta noche.

—Sí —el virrey sonrió con ironía—. Estamos en un callejón sin salida, pero el… el… agitador debe servir como ejemplo. Le han cogido, naturalmente.

El capitán sonrió de modo tétrico.

—No. El perro humano tiene poderosos amigos. Es loarista, ya sabe. Kane…

—¿Acaso Kane está contra nosotros? —Dos manchas rojas brillaron en los ojos del virrey—. ¡Y el muy loro se atreve! Las tropas arrestarán al rebelde a pesar suyo… y a él también, si se opone.

—¡Excelencia! —La voz del capitán sonó metálicamente—. Tenemos razones para creer que los rebeldes pueden estar escondidos en el Memorial.

El virrey casi se puso en pie. Frunció el ceño con indecisión y volvió a sentarse.

—¡En el Memorial! ¡Eso presenta dificultades!

—¡No necesariamente!

—Hay ciertas cosas que esos humanos no tolerarían —Su voz se desvaneció vacilante.

El capitán habló con decisión:

—La ortiga, cogida con fuerza, no pica. Hecho con rapidez… podría sacarse a un criminal hasta de la misma sala de la Llama… y borramos el loarismo de un sólo golpe. Es imposible que haya lucha después de este supremo desafío.

—¡Por Vega! Que me cuelguen si no tiene usted razón. ¡Perfecto! ¡Asalten el Memorial!

El capitán se inclinó ceremoniosamente, giró sobre sus talones y salió del palacio.

Filip Sanat volvió a entrar en la sala de la Llama, con su rostro delgado alterado por la cólera.

—Todo el sector está controlado por los lagartos. Han cortado todas las avenidas que conducen al Memorial.

Russell Tymball se frotó la barbilla.

—Oh, no son tontos. Nos han arrinconado, y el Memorial no les detendrá. De hecho, pueden haber decidido que éste sea el Día.

Filip frunció el ceño y su voz revelaba toda la furia que sentía.

—Y nosotros tenemos que esperar aquí, ¿verdad? Es mejor morir luchando que escondiéndose.

—Es mejor no morir de ningún modo, Filip —respondió Tymball con calma.

Hubo un momento de silencio. El loara Paul Kane se contemplaba los dedos.

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