Read Desahucio de un proyecto político Online
Authors: Franklin López Buenaño
* Llamado así
porque la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) impulsó políticas
claramente de izquierda.
La ascendencia del estatismo y el incipiente socialismo
Para
poder financiar el gasto “social”, cuando no se pueden recaudar impuestos o no
se puede financiar con préstamos, los Gobiernos populistas recurren normalmente
a la emisión de dinero. Velasco Ibarra, muy ufanamente, sostenía un día que “no
tiene sentido tener una moneda sana y pueblo enfermo”. Procedió entonces a
enfermar (devaluar) el sucre, y esta medida se puede concebir como el primer
gran paso a la izquierda porque se hizo supuestamente para curar al pueblo
pobre.
La
dictadura militar que tomó el poder en 1963 se volcó prácticamente a las
recetas de la Cepal: se estableció la Junta de Planificación y se “modernizó”
el Código Laboral. A lo largo de estos años, Carlos Julio Arosemena instituyó
el decimotercer y el decimocuarto.
Años
más tarde él mismo establecería el decimoquinto y el decimosexto sueldos. Con
el objetivo de reducir la “dependencia tecnológica” y la “escasa inversión”, se
establecieron el Centro de Desarrollo (Cendes), el Instituto Nacional de
Investigaciones Agropecuarias (Iniap) y el Fondo de Preinversiones (Fonapre);
se dio impulso al Banco de Fomento, y se crearon la Corporación Financiera
Nacional y una serie de organismos “tecnocráticos” para “dirigir” la economía.
En la
década de los setenta, se acentuó la influencia de la Cepal a través del Pacto
Andino y la política de sustitución de importaciones. Se inventaron los
“depósitos previos a las importaciones”, tasas de cambio para diversos productos,
incautación de divisas; todas estas medidas, con el propósito de corregir las
fuerzas “inequitativas” del libre comercio y del mercado. Siguiendo las
prescripciones cepalinas, se nacionalizaron las telecomunicaciones, la
generación y la distribución de energía eléctrica y algunas actividades
financieras, como los seguros; se establecieron instituciones destinadas a
eliminar los “intermediarios” y a facilitar la comercialización, como la
Empresa Nacional de Productos Vitales (Enprovit), y la Empresa Nacional de
Almacenamiento y Comercialización de Productos Agropecuarios y Agroindustriales
(Enac).
El
descubrimiento del petróleo y los ingentes recursos que recibiera el Gobierno
acentuaron la intervención estatal. Se nacionalizó el consorcio Texaco-Gulf y se
fundó la Compañía de Petróleos (CEPE). El número de ministerios, que en la
etapa liberal era de apenas ocho, comenzó a crecer, crecimiento que continúa
hasta nuestros días. No podemos ignorar que fue en esta época cuando se
estableció el cogobierno estudiantil en las universidades, se eliminaron los
exámenes de ingreso; todo, en nombre de la “democratización” de la educación.
Tampoco podemos soslayar el crecimiento de la deuda externa para financiar la
intervención masiva del Gobierno en todos los ámbitos de la economía. Los
ingresos del Estado se triplicaron de 1970 a 1975, y en 1972 se emitió el “plan
integral” que definía el compromiso para reducir la pobreza y
distribuir
más equitativamente el
crecimiento económico. *
* Un excelente artículo que
revisa la época del Gobierno nacionalista de las Fuerzas Armadas se puede
encontrar en Wilson Pérez (2010). Pérez demuestra que lo que sucede actualmente
no es muy diferente de lo que sucedió entonces.
Solidificación de la izquierda en el poder
Según
Rafael Correa, en el inicio del último período democrático (1980) se originó la
“larga noche neoliberal”. Pero ¿no fue Jaime Roldós de izquierda? Su sucesor,
Osvaldo Hurtado, sostenía tesis socialistas como el comunitarianismo, teoría
muy cercana al comunismo, con la diferencia de que la propiedad, en lugar de
ser del Estado, era de
comunas
civiles
. (Hay que advertir que el
Hurtado de hoy no es ideológicamente el mismo de entonces). León Febres
Cordero,* a quien se puede dar el beneficio de la duda porque todos dicen que
su Gobierno fue de “derecha”, se autodenominaba
capitalista
de la línea de Europa, para advertir del carácter
social
de su ideología. Su pupilo Jaime
Nebot afirma seguir la línea del
liberalismo
social
. En otras palabras, en el Ecuador, aún los de derecha dicen tener
algo de socialista.
* LFC propuso un día una ley
de control y regulación bancaria que llevó a alguien a afirmar que “ni un
comunista habría propuesto una ley tan radical”.
A
Febres Cordero sucedió Rodrigo Borja. ¿No se llama su partido “Izquierda”
Democrática? No podemos olvidar que, a finales de los ochenta, el
“neoliberalismo” comenzaba a tomar cuerpo en América Latina.
Carlos Menem, durante un memorable partido
de tenis en el que participó también George Bush (padre) en Costa Rica, le dio
lecciones sobre los beneficios de la apertura comercial, pero Borja —muy
consciente de su socialismo democrático— no se dejó convencer. No obstante,
Correa y sus adláteres no perdonan que Borja haya supuestamente permitido
seguir viviendo la larga noche neoliberal. No por nada, este período se conoce
como “febresborjismo”. Llega entonces algún esfuerzo de reforma “neoliberal”
con Sixto Durán Ballén, aunque durante su gobierno se levanta el control de
precios a algunos productos y se reforma la planificación, se decidió dar
“segundas oportunidades” a las empresas estatales, que ya acusaban desde
entonces serios problemas de ineficacia y deshonestidad.
Por
supuesto que los defensores de la izquierda “pura” niegan que Abdalá Bucaram
haya llegado a ser presidente por “la fuerza de los pobres”. Según ellos, su
izquierdismo no es otra cosa que una pantalla para justificar su populismo y su
afán de lucro o el de sus amigos. Le reemplazó Fabián Alarcón, otro “inmóvil”.
Jamil Mahuad fue miembro fundador de la Democracia Popular y co-ideólogo del
Hurtado comunitarianista. A Gustavo Noboa no se le puede atribuir lo de
izquierdista, porque se rodeó de personajes de la derecha, aunque no faltó un
Jorge Gallardo, socialdemócrata, ex ministro de Borja.
Bueno,
¿y qué decir de Lucio Gutiérrez? Llegó al poder apoyado por la izquierda del
centro y del extremo. Una vez en el cargo, se “derechizó”; los movimientos
sociales le acusan de haber traicionado a quienes lo llevaron al poder y de
haber administrado la cosa pública con los economistas OCP (ortodoxos,
conservadores y prudentes), epíteto con lo que denigraban y ridiculizaban las
políticas aperturistas y fiscales, a pesar de que el gasto público seguía su
curso ascendente. Su Gobierno no fue un dechado de democracia ni de pulcritud,
por lo cual los “forajidos” —así llamados por Gutiérrez— promovieron paros y
manifestaciones y lograron su derrocamiento.
A raíz
de su salida, subió Alfredo Palacio. ¿Neoliberal? Ni de cerca. Palacio tenía
una imagen de honestidad y de ser un socialista moderado. Llegó al poder para
establecer el seguro médico universal y, con eso, habría estado contento. En lo
económico, su Administración reformó la ley de hidrocarburos dando más poder al
Gobierno, se inició la eliminación de la tercerización y coqueteó con la
izquierda furibunda y radical, demostrando su debilidad para enfrentar los
paros pero, sobre todo, continuó con la política fiscal del pasado aumentado el
gasto público.
Finalmente,
llegamos al Gobierno de Rafael Correa. Lo que un día soñaba Alberto Acosta se
hizo realidad. La presencia de personas que no han militado en la izquierda
como Alexis Mera (antiguo colaborador de León Febres Cordero), Carlos Vallejo
(que ha estado asociado con la democracia cristiana y hasta con el populismo de
Alvaro Noboa) o Carlos Pólit (miembro del Gobierno de Gutiérrez) podría ser
muestra de que Correa
no es de izquierda
pura
. Tal vez, pero de lo que no cabe duda es que la crema y nata de los
socialistas ecuatorianos ha estado o está en este Gobierno. Alberto Acosta,
Fander Falconí, Eduardo Valencia, Leonardo Vicuña —para mencionar unos pocos—,
son conocidos economistas de izquierda, colaboradores asiduos de
La Insignia,
y
La Jornada,
acreditados diarios socialistas iberoamericanos.
Gustavo Larrea y Ricardo Patiño fueron a Nicaragua y participaron en el
sandinismo.
No podían faltar en un
Gobierno de izquierda ambientalistas radicales fundamentalistas como Ana Albán,
ministra de Medio Ambiente, o María Fernanda Espinosa, ex canciller. Tampoco
defensores de los derechos humanos como Alexis Ponce. Guadalupe Larriva,
difunta ministra de Defensa, era presidenta del Partido Socialista Ecuatoriano;
su sucesora fue dirigente de la Unión Nacional de Educadores, y todos sabemos
que la Unión Nacional de Educadores (UNE) es el brazo del Movimiento Popular
Democrático (MPD), partido marxista-leninista, en el área educativa. A pesar de
que indígenas, estudiantes, maestros, ecologistas y otros repudian hoy a Correa
y lo acusan de haberse “derechizado” y de haber traicionado los ideales
izquierdistas, fueron los pensadores socialistas y activistas de izquierda los
que concibieron el proyecto de la Revolución Ciudadana.
Y, por
ello, el
proyecto político
que se
consagrara en la Constitución no ha sido abandonado* y, aunque haya colaboradores
de Correa que deploren su personalidad, continúan en la administración o en la
Asamblea legislativa y siguen empeñados en llevarlo a cabo.
* «La doctrina del socialismo
siglo XXI, se refleja fielmente en la Constitución aprobada en Montecristi, en
las circunstancias que conocemos y que fue ratificada en el referéndum llevado
a cabo dentro de ese mismo marco», Vivanco (2009).
La
ironía más grave en toda esta historia es la calificación de “neoliberales” a
los Gobiernos de las últimas décadas, cuando lo que hemos vivido es un camino
desbocado al socialismo. Han logrado demonizar al neoliberalismo de tal manera
que cualquier medida que afecte al pueblo se le califica de “neoliberal”. Así,
por ejemplo, la presidenta de la Confederación de Barrios de Quito, Natasha
Rojas, señaló: “Ahora, el presidente está diciendo al alcalde Barrera que tiene
carta blanca para aplicar una política neoliberal tributaria de meter la mano
al bolsillo al pueblo ecuatoriano a través de paquetazos”. Esto demuestra la
tremenda ignorancia que existe sobre doctrinas políticas.
Porque
más del 30% de la economía ecuatoriana * —antes de Correa— estaba intervenida o
administrada directamente por el Gobierno central, los gobiernos seccionales y
las empresas estatales. Todos estos años, hemos sufrido el flagelo del control
de precios, de subsidios mal administrados, de intervención en la banca y en
las empresas, y de un sistema tributario progresivo y oneroso. Un profesor
universitario una vez calculó que más del 50% de sus ingresos se lo llevaba el
sector público. La educación, la seguridad social, los programas sociales, las
aduanas, el registro civil, ejemplos de la intervención y de las tendencias
estatistas de gobiernos anteriores son todos un desastre. No existe un solo
programa de Gobierno al que se pueda calificar siquiera de “regular”: son malos
o pésimos. Y, sin embargo, dicen que ¡no son fracasos de la izquierda, sino del
neoliberalismo!
* El gasto del sector
público no financiero constituía el 26,9% del PIB en 2004.
Si se le añade el gasto operativo del Banco
del Pacífico, Banco de la Vivienda, Corporación Financiera Nacional, Banco del
Estado, Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), así como el de las
empresas estatales, de ese entonces: Petroecuador, Inecel, Emetel y otras,
fácilmente se puede colegir que casi, o tal vez más que, un tercio de la
economía ecuatoriana estaba en manos del Estado.
¿Por
qué se quiere negar el izquierdismo de Correa? Porque se aferran a la idea de
que la izquierda monopoliza “la preocupación por los pobres”. Dice Patricio
Crespo Coello: “… el primer deber de un líder, más todavía si es de
izquierda
(énfasis mío), es lograr el
desarrollo para beneficiar a los más pobres”.
Como en
los últimos 28 años de democracia no se ha resuelto el problema de la pobreza,
entonces, los Gobiernos “no han sido de izquierda”. He ahí la falacia y el
engaño. El problema de la pobreza y de la desigualdad del ingreso se debe
precisamente
a que, desde la década de los setenta, hemos seguido el recetario de la
izquierda: la utilización del poder del Estado para justificar sus fines
“altruistas”.
Esto es
lo que pretendo demostrar en este libro, que el afán de
planificar
la economía,
redistribuir
la riqueza o los ingresos, así como el de
controlar
y
regular
las
actividades privadas no solo que no disminuyen la desigualdad, sino que
cimientan además el camino hacia el despotismo. Pero esta predisposición a
repartir y a controlar tiene raíces profundas, no es patrimonio de Correa ni de
Alianza País, es producto de un proceso histórico que no se podrá remediar en
muchos años.
El
sistema socio-político-económico que existe en cualquier momento es producto de
los valores culturales que han devenido a lo largo de la historia. El status
quo es un sistema que va surgiendo espontáneamente de las interacciones
individuales, interacciones que se superponen, unas veces con un efecto
multiplicador, otras con un efecto retardatorio, con la particularidad que el
orden observado no fue construido por nadie en particular. Así, por ejemplo, el
desempeño económico es causa y efecto de las creencias, las actitudes, las
percepciones y los valores de una mayoría de la población.