Read Desahucio de un proyecto político Online
Authors: Franklin López Buenaño
Cuando el Gobierno intenta
limitar la
libertad, tropieza
con la inventi
va y la
creatividad del
hombre. El c
ontrabando, la
coima, el sobor
no, son maneras de
evitar el
control
gubernamental. Quienes los realizan son precisamente aquellos individuos de
menos escrúpulos y de
baja
calidad moral. Por
ello, el aumento de coer
ción siempre,
inevitablemente, va acompañado de un aumento de la
corrupción, de la
d
elincuencia y de
una erosión de la
fibra moral de la
sociedad. La
ineficacia
burocrática y el
aumento de la co
rrupción dan al
traste con los
mejores p
lanes. El
plan pudo haber
sido concebido técnicamente intachable, sin embargo, la
naturaleza del
sector público lo
distorsiona, se
malversan los
recursos y, al
final, como sucede a menudo, se empobrece al pueblo.
Los
planificadores
creen que son jugadores de ajedrez y que
pueden
mover a los
individuos como si fueran fichas inanimadas. Empero se topan con que las fichas
tienen voluntad propia y, cuando éstas actúan contrariamente a los
deseos de los
planificadores, el plan fracasa. Las
autoridades
planificadoras se atribuyen la arrogancia de saber más que los demás o de tener
mejores valores
que la mayoría. Esta arroga
ncia es fatal para
la sociedad porque resulta imposible que por más instruidos que sean los
gobernantes, por más justas o imparcia
les que sean sus
decisiones, por más grandes o sofisticadas que sean las computadoras a su
alcance, nunca pueden conocer los deseos, preferencias, intereses o
conveniencias de todos los miembros de una sociedad.
No puede existir despotismo sin tirano o tiranos.
Hemos sostenido que las creencias como la fe en el construccionismo llevan a la
planificación y esta al despotismo. Pero es la creencia en el
líder *
la que encumbra los políticos a
déspotas. No obstante, persistimos en buscar “mesías”, aunque nos demos con el
pie en la boca una y otra vez.
*
En López (2010), escribí un largo ensayo sobre el engaño que prevalece en el
liderazgo político y, así como hay líderes “buenos”, también los hay “malos”,
pero tanto los unos como los otros viven del embuste, de la mentira y la
manipulación.
Curiosamente,
el problema no es nuevo. Según Hurtado (op. cit.), Belisario Quevedo, a
principios del siglo XX, lo describe así:
«La forma de ser, pensar y actuar de los
ecuatorianos es el principal obstáculo para el progreso individual, el éxito
empresarial y el desarrollo nacional; impide que la democracia exista, que haya
partidos políticos que vivan en armonía y que haya ciudadanos cumplidores de la
Ley y dispuestos a aceptar sus deberes y a exigir sus derechos. “Los
ecuatorianos sentimos una innata necesidad de tutela gubernamental, de un
caudillo, de un salvador, de un héroe, queremos encontrar un hombre para darle,
junto con la suma de todos los poderes, la suma de todas las libertades a las que
renunciamos gustosos”».
Y no se trata sólo de encontrar a un líder. Se
pretende construir todo un nuevo orden aun destruyendo el existente. Como no se
puede lograr el nuevo, el resultado es desastroso, como veremos luego.
Detrás
de los nacionalismos populistas, se observa, por ejemplo, que Hugo Chávez envía
consistentemente el mensaje del patriotismo para facilitar su ejercicio del
poder. Puede ser muy difuso el concepto de patria pero su nombre,
históricamente, ha servido para dividir a la ciudadanía: entre los patriotas y
los sediciosos.
Lo que
hacen los socialistas del siglo XXI no es distinto a lo que lograra un día
Napoleón Bonaparte que —según cuentan, no sé si es cierto o no pero es muy
descriptivo— pidió a dos soldados que salten al vacío en nombre de Francia. El
chauvinismo
,
que también se conoce como
patrioterismo
,
es la creencia narcisista próxima a la paranoia y la mitomanía de que lo propio
del país, o región, al que uno pertenece es lo mejor en cualquier aspecto.
De una alta
devoción a la patria, es fácil traspasar esa devoción al Gobierno y a los
gobernantes. Porque, como legítimos (o ilegítimos) depositarios del poder y de
la voluntad popular, no escatiman escrúpulos en creer que son también los
conductores del destino de la nación, depositarios irrevocables de la voluntad
popular. Entonces, el gobernante es como que hubiera recibido una patente de
corso: la titularidad de la verdad única.
También
se creen los
refundadores
del país.
Como si la patria no hubiera existido antes o como si hubiera sido ajena
(seguramente del “imperio” o de los países “centro” *) y hubiera que rescatarla
para que sea de todos los ecuatorianos o venezolanos o bolivianos o
nicaragüenses.
*
En la teoría de la dependencia se decía que los países de la “periferia” (en
desarrollo) dependían de los países del “centro” (desarrollados).
Consecuentemente,
hay que remplazar a las empresas multinacionales con empresas locales,
estatales —por supuesto—. Los productos que se importan deben ser substituidos
por domésticos. Se llega al colmo como cuando Hugo Chávez exhuma los restos de
Simón Bolívar y se encuentra con que la bandera que arropaba su cadáver era
made in England
: ordenó inmediatamente
una hecha en Venezuela, sin percatarse de que hacerla completamente nacional
era casi imposible, porque desde la madejas de la tela, los colorantes y hasta
las agujas eran también importados.
En
consecuencia, en este terreno, surgen fácilmente los líderes patriotas,
mesiánicos, salvadores todopoderosos. Perón en Argentina, Velasco Alvarado en
Perú, Trujillo en República Dominicana y muchos otros tiranos fueron los
precursores de los “gobernantes de mentes lúcidas, corazones ardientes, manos
limpias”.
Por qué somos pobres a pesar de lo que se hace
para no serlo
La
razón de ser del socialismo es la reducción de la desigualdad de ingresos o
riqueza utilizando el Gobierno: impuestos, leyes, controles, subsidios u
organismos especializados como banca de desarrollo. Aunque el grado de
intervención del Estado varía de país a país, los menos intervencionistas han
sido los que más éxitos han tenido. Contrariamente, los más radicales en buscar
la igualdad, como Cuba, han sido los más desafortunados.
La falencia filosófica de la redistribución
La
redistribución, por definición, significa
quitar
a uno para dar a otros.
De alguna forma se debe justificar lo que en
cualquier civilización se considera
latrocinio
.
Los marxistas se basaban en la teoría de la explotación. Los capitalistas
extraen supuestamente una plusvalía porque pagan a los obreros un salario
inferior al que se justifica por su productividad. La
explotación
ha sido desacreditada tanto en teoría como en la
práctica. La creación de riqueza no implica en absoluto explotación. Por
ejemplo, el inventor del
velcro
, ¿a
quién explotó? Y, así, hay miles de ejemplos que demuestran la falacia de la
teoría marxista.
¿Cómo
se llega a ser rico? Se puede resumir así: (1) la riqueza puede ser adquirida
legítimamente de las siguientes formas:
emprendimiento
,
es decir, creando un nuevo producto o un nuevo proceso; (2)
aprovechamiento del talento natural
,
como el de los artistas de cine o los deportistas; (3)
herencia
o
suerte;
(4)
ahorro y trabajo constante.
Ninguna de
ellas implica explotación.
Sin
embargo, hay también formas ilegítimas de llegar a ser ricos:
fraude o estafa
,
saqueo
, actividades moralmente ilícitas, pero la más ignorada es la
riqueza que se adquiere a través del
control
del poder político
. Por ejemplo, el
poder
monopólico
nace y crece a la sombra del poder político. Las oligarquías no
existirían sino hubiera sido porque lograron convertir al Gobierno en fuente de
riqueza. A esto, los economistas llaman
búsqueda
de rentas
, la
que será analizada
luego.
En
conclusión, si se ha de redistribuir sin tener en cuenta si la riqueza fue
adquirida legítima o ilegítimamente, se está cometiendo un acto inmoral. Si,
por el contrario, la preocupación es por lo pobres, lo correcto es
crear riqueza
, y crearla de tal manera
que los beneficiados sean los más pobres, lo que implica por lo general medidas
bastante diferentes a las propuestas por el socialismo.
El paternalismo y la abdicación de la responsabilidad individual
Una de
las razones fundamentales de nuestra postración social y económica es el
paternalismo, en sus muchas facetas. Como su nombre mismo lo indica, se deriva
de
padre
o
patrón
. Supuestamente, el padre es un “déspota benévolo”. Igual que
un buen patrón, el padre cuida de su prole o de sus subordinados, se preocupa
de repartir justicieramente el ingreso de la familia, impone sus reglas y su
autoridad de acuerdo con sus criterios de lógica, justicia, y ética; defiende
los intereses de la familia ante la amenaza de enemigos externos, exige que
cada uno contribuya en la medida de sus posibilidades; cualquier autoritarismo
se justifica por su afán para conseguir “el bien común”.
Todo
esto funciona muy bien a escala familiar o de un grupo más o menos pequeño,
inclusive al nivel de empresa, pero el paternalismo sufre de una gran dolencia:
la abdicación de responsabilidad. El paternalismo implica ceder libertad a
cambio de seguridad y, cuando no se es libre, la culpa o el crédito ya no es de
uno, sino del padre o del patrón.
La
libertad tiene un costo y a veces muy alto. Los errores que uno comete se pagan
en ocasiones con creces. Pero también los triunfos tienen más mérito y, si se
logran en circunstancias adversas, son mucho más satisfactorios. Vivir como
hijo de familia puede acarrear mucha seguridad pero, aunque la jaula sea de
oro, no deja de ser prisión.
Otra
dolencia del paternalismo es la resistencia al cambio y al progreso que se
manifiesta sobre todo en las clases sociales favorecidas con el asistencialismo
porque, si el “papá Estado” cuida de uno, entonces, no hay para qué
preocuparse, no hay incentivos para cambiar, la inercia se apodera de los
dependientes y viene el estancamiento.
El
paternalismo desconfía de la capacidad de los gobernados. No se puede confiar
en los educadores privados, no se puede confiar en los padres de familia, no se
puede confiar en la competencia, los consumidores son individuos ignorantes,
ingenuos o desaprensivos. Hay que “proteger” a los educandos, a los
consumidores, a los depositantes, a todos los que de alguna manera u otra
compramos, vendemos o arrendamos, es decir, a todos. Y hay que hacerlo con la
Ley en una mano y el garrote en la otra pero, como se trata de “todos”, no se
protege a nadie.
El
paternalismo trata también de enmendar entuertos pero siempre pretende hacerlo
a la fuerza. En la mente paternalista, el obrero no puede ahorrar para su vejez:
hay que obligar a hacerlo; los altruistas o filántropos son extranjeros, no los
hay domésticos; los emprendedores buenos tienen aspecto “gringo”, los
emprendedores nacionales son explotadores; los votantes son borregos a los que
se debe obligar a ser ciudadanos: el voto tiene que ser
obligatorio
; los conductores de automóviles son imprudentes, por
eso hay que obligar al uso de cinturones de seguridad. No nos debería llamar la
atención de que vivamos en un país desordenado, lleno de irresponsables.
La violencia como mecanismo de reivindicación
Hace
poco más de cinco años, el entonces presidente Lucio Gutiérrez fue derrocado.
El jueves 30 de septiembre de 2010, hubo una
rebelión
protagonizada por elementos de la policía nacional. La
sublevación de la Policía es una demostración más de las consecuencias del
paternalismo estatal. Es que las manifestaciones violentas para “reivindicar”
aspiraciones se han vuelto consuetudinarias debido a la creencia ancestral en
el paternalismo, actualmente personificado por el del Estado.
Las
clases pobres, como los indígenas, durante los años de Colonia hispana y
probablemente antes de la llegada de los conquistadores y en los albores de la
Época Republicana, su seguridad dependía del patrón, del potentado, del
caudillo. Quien no tenía “padrinos” no se “bautizaba”, como decía el refrán. La
incertidumbre creada por las condiciones precarias a las que fueron sometidos
les hacía necesario tener “palancas” o “enchufes”. El caudillismo no era más
que un reflejo de la necesidad social de disponer de un protector. Claro está
que éste al final extraía del “ahijado” la sumisión y la mano de obra barata o
gratuita.
Esta
situación comenzó a desaparecer en los años setenta, cuando la bonanza
petrolera permitió la expansión del Gobierno y se convirtió en el nuevo
“patrón”. El paternalismo personalista se volvió paternalismo estatal. Pero las
condiciones psicológicas y las actitudes de la generalidad de la población
siguen aferradas a las expectativas que existieron un día con respecto al patrón.