Read Desahucio de un proyecto político Online
Authors: Franklin López Buenaño
»Lo que promueve la Revolución Ciudadana no es
la movilización democrática de los de abajo para cambiar un sistema, sino la
revancha, que en nuestro medio está derivando además en linchamientos,
ajusticiamientos y en la barbarie de la “justicia indígena”».
Según
Palacio, «el revanchismo agotó ya sus posibilidades. Los de abajo siguen
aplaudiendo en cada encuesta que los cincuenta cañones de Barba Negra apunten
contra los pelucones; pero ahora esperan más. La gente quiere un empleo, el
bono-limosna ya no le alcanza. El circo ya no es suficiente».
El canibalismo y la ambición del
poder
.
Consecuencia ineluctable de la
envidia y el resentimiento es el canibalismo político —bien lo describe el
adagio popular: “El perro del hortelano que no come ni deja comer”— una de las
características más notables en el ámbito político de los ecuatorianos. Muchos
afirman que los políticos, en particular, sufren del
complejo del cangrejo. *
El país ha tenido más de 20 constituciones
y una media de un presidente cada dos años. Algún ocurrido decía que más bien
era una forma extensa de democracia: daba la posibilidad de que todos sean
algún día presidentes. Es fácil concluir que la inestabilidad política genera
incertidumbre e inseguridad. Pero, detrás del canibalismo, están la ambición
del poder y la avidez de los favores que el poder dispensa.
*
Se dice que si se ponen cangrejos en una canasta, cuando uno trata de salir,
los otros (al tratar de hacerlo también) lo tiran hacia abajo. En consecuencia,
¡nadie puede salir!
Continuamente
se deplora la falta de civilidad y credibilidad de los líderes. Es una amarga
verdad que no se debate con ideas, sino que se descalifica al adversario con
duros epítetos personales. Los que un día fueron acusados se vuelven acusadores
y al revés. La culpa siempre es de los otros. Todos insultan —con más o menos
riqueza de lenguaje—, todos acusan, todos atacan. De esa manera, encienden
pasiones, dividen para tratar de vencer, siembran vientos para pescar a río
revuelto, y aunque podrían cosechar tempestades, eso no importa, es lo de
menos. Poco les importa el país. Lo importante es llegar al poder para
aprovecharse de las prebendas y las canonjías que confiere el Gobierno.
Empeora
la situación la Constitución de Montecristi al ampliar la posibilidad de
revocatoria a toda autoridad de elección popular. Ahora, cada desafecto, por
mínimo que fuese, pone en la palestra los intereses
particulares
de los que buscan acceder al poder y lactar así de la
“ubre pública.”
Nada
más emblemático que lo ocurrido con los miembros del movimiento Ruptura
25.
Salieron a la luz a principios de
2008, cuando en una presentación en el edificio de la antigua Universidad
Central expusieron la corrupción de los últimos 25 años.
Se popularizaron durante el derrocamiento de
Gutiérrez. Se presentaron como gente joven, enarbolando la bandera de la lucha
contra quien encarnaba —según ellos— el abuso del poder y la corrupción.
Desgraciadamente, una vez que llegaron al poder, en alianza con el Movimiento
PAIS, pasaron a la más completa y absoluta relevancia.
Diego
Ordóñez (2010) los llama “patiños” (es el apellido de personajes simpsonianos,
cuyo papel es el de ser ayudantes del payaso) no para identificar a nadie en
particular, sino para aludir al comportamiento acomodaticio a las mieles del
poder. Textualmente dice:
«A finales de los noventa, surge un pequeño
grupo de jóvenes que propone una ruptura con el pasado. Siendo muy pocos,
adquirieron relevancia por la expectativa de renovación en relación con las
torcidas prácticas de algunos políticos de antaño. Los años han pasado, y ese grupo
fulminó las esperanzas de quienes los auspiciaron y se han convertido en
“patiños”. Académicos, poetas de lenguaje irreverente, articulistas fogosos,
defensores de la democracia, contradictores del poder abusivo, apologistas de
las libertades, denostadores del populismo, acérrimos críticos de los gastos
bélicos, convertidos en “patiños”. Enmielados en el poder, gozando de la dicha
de estar en la vereda de enfrente a aquella por la que transitaban; o en teoría
lo hacían. La lista es larga de los que han sido atrapados en los hilos
poderosos del “proyecto”».
Es una
pena, porque hoy no son otra cosa que un eco conformista del Gobierno. Como
deben sus cargos burocráticos y sus puestos en la Asamblea a Rafael Correa,
callan ante la corrupción, se someten y allanan a lo que el “buró político” de
Alianza País dictamine.
Ana
María Correa (2010), en su columna periodística, es muy penetrante en su
análisis:
«Sus voces indignadas y determinadas, que
encarnaban la lucha final entre la política supuestamente ideal y la decadencia
del mal uso del poder, se esfumaron. Por ahora, se dedican a hacer aquello que
mejor saben: racionalizar teóricamente los absurdos cometidos en Carondelet y
empaquetarlos en lenguaje de juventud idealista y moralista que aún recurre a
las muletillas revolucionarias de la socialización, la gobernabilidad, la
corresponsabilidad y el debate, para parafrasear el ejercicio impecable de
política vertical. No es raro encontrarlos en los medios de comunicación siendo
más papistas que el Papa en su defensa de los grandes vetos presidenciales, que
van en contra de aquello por lo que enarbolaron sus luchas».
¿No
será porque, donde hay torta ajena gratis, no faltan los comensales? El
ejercicio del poder es como un opio que enceguece. Regresamos nuevamente a la
raíz del problema: el poder concentrado se abusa, la discrecionalidad que lo
acompaña se vuelve infalible y los gobernantes se convierten en tiranos.
¿Qué se
hace para que un Gobierno democrático se convierta en una dictadura más o menos
encubierta? La ley mayoritaria puede propiciar una dictadura
democrática.
Esta
ocurre cuando
un fuerte movimiento de la opinión pública impulsa hacia el poder a un hombre,
un partido o una coalición que, luego de que llega al poder, no respeta ni
acepta las libertades individuales ni las formas de convivencia que permiten la
existencia de un régimen democrático liberal. Cuando esto sucede, es fácil,
desde el poder, conculcar las libertades ciudadanas y avanzar hacia la
dictadura: esto podrá lograrse casi sin violencia, pues existirá una mayoría (o
una amplia minoría) capaz de apoyar al gobernante en su camino de crear nuevas
leyes que destruyan las instituciones existentes y proyecten una imagen de
legalidad para su actuación. Se cambiarán las normas, se pondrán funcionarios
dóciles al frente de las nuevas instituciones y se podrá reprimir a la
oposición dentro del marco de la Ley o de las nuevas leyes que el gobernante
emita para afirmar y consolidar su poder absoluto. Una de las primeras víctimas
de este proceso será la llamada
alternancia
o
alternabilidad
, que es propia de un
Régimen republicano: la posibilidad efectiva, siempre realizada en el mediano
plazo, de que cambien los gobernantes y las políticas del Estado. No
casualmente los nuevos autoritarismos latinoamericanos se apresuran, como
hemos visto en los últimos años, a cambiar las Constituciones existentes; lo
hacen para modificar instituciones y para concentrar el poder, por supuesto,
pero ante todo para permitir la reelección y, si es posible, para dar una
apariencia de legitimidad al Gobierno de una sola persona por tiempo
indefinido.
Cuando
un autócrata se ve amenazado por competidores, golpes de Estado, sublevaciones
populares, acorta su horizonte de duración y no tiene incentivos para procurar
la prosperidad general, por lo cual, se comporta como un ladrón trashumante:
roba y se va. La dirigencia y las élites políticas tienen un horizonte a corto
plazo; sus expectativas de prolongarse en el poder no son esperanzadoras. Por
consiguiente, llega a ocurrir lo que afirma Fernando Bustamante: “buitres en
pos de la carroña”. El Gobierno se convierte en un botín por el cual se pelean
los grupos de poder y el Estado se debilita al punto de que muchos políticos
están simplemente esperando su turno para robar y marcharse. Cuando la
democracia liberal no ha podido resolver ni amenguar los problemas de la
sociedad y no se ha solidificado como valor fundamental en el pueblo, se va
desarrollando una ideología
perversa
,
en el sentido de que dará soluciones que van más bien en detrimento de la
mayoría.
Hemos
explicado que la
ideología
que impera
en determinado momento es producto de los valores culturales, del camino
histórico y del desempeño de la economía. La ideología, además de las creencias
de una mayoría, también se compone de ideas —más o menos bien formuladas—.
Aunque también está influenciada desde el extranjero con ideas, propaganda,
conductas y políticas. Cuando las ideas están equivocadas, es lógico que los
remedios que se proponen estén también equivocados.
Así se cae en una trampa.
Malas
ideas engendran malas medidas y las malas políticas resultan en pobres
desempeños económicos. Lamentablemente, los pobres resultados económicos, en
lugar de dar paso a buenas ideas, llevan a los pueblos a refugiarse en ideas
cada vez peores con resultados cada vez más nocivos. Este proceso lleva a que,
tarde o temprano, se desemboque en regímenes extremistas y en crisis económicas
profundas. Esto es precisamente lo que ha ocurrido en el Ecuador. Las malas
ideas que se iniciaron con el cepalismo en la década de los 60 han culminado en
un régimen que propone un proyecto político destinado a lanzar a la economía
por un despeñadero.
El
proceso por el cual un país cae en la trampa de las malas ideas es
extremadamente complejo. Veamos un caso hipotético, aunque no alejado de la
realidad. Una mala idea es aquella que sostiene que los empresarios explotan a
los obreros pagando sueldos de miseria. Para corregir el problema, se impone un
salario mínimo (una mala medida). Si el empresario puede transferir el aumento
de este costo a los consumidores lo hace (mala consecuencia económica). El
aumento de precios se atribuye a los especuladores que supuestamente acaparan
el producto (mala idea). Se recurre entonces al control de precios (mala
medida). El control de precios propicia mala calidad de productos, contrabando
o mercados negros (malas consecuencias económicas). Estos males se imputan a la
falta de moralidad de los ciudadanos o a la falta de conciencia social de los
empresarios (mala idea). Para remediar la mala calidad se establecen
regulaciones, estándares, superintendencias (malas políticas). Estas medidas
aumentan aún más los costos de producción (mala consecuencia económica).
El
proceso es complejo porque una misma causa tiene varios efectos. Por ejemplo,
si los empresarios no pueden transferir a los clientes el costo del salario
mínimo, reducen el empleo (mal resultado económico). La reducción del empleo se
atribuye al afán de lucro de los empresarios (mala idea). Para evitar el
despido de trabajadores se imponen leyes laborales que lo hacen prohibitivo o
demasiado costoso (mala política). Los empresarios reducen sus planes de
inversión o expatrian capitales (mal resultado económico). La fuga de capitales
se atribuye al poder económico del sistema financiero internacional (mala
idea). Entonces, se imponen controles a la salida de divisas (mala política).
El resultado es menor inversión nacional y extranjera. En cada uno de estos
eslabones, hay ramificaciones, y en esta complejidad se pierden las conexiones
entre causas y efectos.
Para
simplificar la complejidad, analicemos dos malas ideas y sus consecuencias: (1)
las fallas del mercado y (2) la falacia de la adquisición de la riqueza como un
proceso de suma cero. Esto no implica que no existan externalidades —factores
que afectan a terceros— o que ciertos bienes que, por sus características
intrínsecas (como no-rivalidad o no-excluibilidad), sean muy difíciles o no
puedan ser de propiedad privada. Tampoco significa ignorar las grandes
desigualdades de riqueza y de ingresos que existen tanto entre países como en
la población de un país. El mal no radica en la existencia de estos problemas,
sino en las explicaciones de sus causas (esas son las malas ideas). Lo grave es
que al malentender las causas, los remedios que se aplican son equivocados.
Mala idea 1: Las fallas del mercado
Es una
verdad de Perogrullo que vivimos en un mundo imperfecto: la naturaleza no es
perfecta, el ser humano no es perfecto, la república democrática no es
perfecta, el mercado no es perfecto. Y, sin embargo, no dejamos de soñar en
soluciones para que desaparezcan los problemas. Fácilmente descartamos que “no
hay almuerzo gratis”, que todo remedio tiene un costo y que lo que debemos
hacer es lograr remediar las imperfecciones al menor costo posible. Examinemos,
por ejemplo, los problemas que se achacan a las imperfecciones del mercado.
Las
“fallas” del mercado se refieren normalmente a las externalidades y a las
asimetrías de información. Toda transacción comercial afecta a más personas que
a las que participan en ella. Estos efectos laterales se conocen como
externalidades
, las que a veces
benefician a terceros (derrames positivos) y a veces los perjudican
(externalidades negativas). También, en una gran mayoría de las transacciones
mercantiles, una parte tiene mayor información que la otra, y esto permite que
la persona mejor informada pueda aprovecharse para ganar más que la menos
informada o a costa de ella. Hay bienes, como la defensa nacional o la
administración de justicia —llamados bienes públicos—, que conllevan enormes
externalidades positivas y que, por su naturaleza, son muy difíciles o muy costosos
para que los proporcione el sector privado. En estos casos, muchos realizan un
salto de lógica
.
Es decir, caen en el engaño de creer que el poder coercitivo del
Gobierno puede
internalizar
las
externalidades, sin recapacitar en que los gobernantes no son omniscientes, que
no saben con exactitud qué o cómo se debe hacer y que no son completamente
altruistas cuando actúan, pues no dejan a un lado sus intereses personales para
concentrarse en el bien común. Simplemente, suponen que los remedios estatales
no tienen costo. Muy parecido al concepto teatral de
deus ex machina.*