Read Desahucio de un proyecto político Online
Authors: Franklin López Buenaño
Fi
nalmente, el factor que más
influye en el fracaso de modelos como el de la Revolución Ciudadana es que se
basan en la
obligatoriedad
. Y esta es piedra angular sobre la que descansa
toda tiranía.
¿Cómo
se atrae mejor a las moscas, con miel o con vinagre? ¿Cómo se cría hijos
responsables, a la fuerza o con cariño? ¿“Dentra” la letra con sangre o con
dedicación y abnegación de padres y maestros?
Las
naciones que han prosperado no lo han hecho “a la fuerza”. La Unión Soviética,
la Alemania nazi, la Italia fascista, la Cuba castro-comunista, son evidencias
contundentes de que, cuando se obliga a los individuos a servir al supuesto
“bien común”, los resultados son ciudadanos serviles, casi esclavos,
desprovistos de iniciativa, inclusive de dignidad humana. ¿Hemos caído en la
trampa de tratar de corregir los males de este país “a correazos”? Y, así,
jamás se ha construido un país, ni altivo, ni soberano, peor ¡próspero o libre!
Estamos
de acuerdo que el Ecuador debe cambiar y ya. Pero hay que hacerlo garantizando
que cada uno de nosotros pueda lograr lo que busca y por lo que se afana todos
los días. Pero ¿se podrá conseguir cuando hay amenazas veladas de confiscar
nuestros ahorros en dólares para “obligar” a que vengan los capitales
expatriados? Como dizque hay 2 000 millones de dólares en el exterior, solo hay
dos maneras de que regresen: o (1) se obliga congelando los depósitos de los
bancos o (2) se propicia su regreso creando un marco institucional de seguridad
jurídica y de competencia con la banca extranjera. Piense, ¿a “correazos” o con
“miel”?
Nadie
duda de que se deba combatir la corrupción. Pero, ¿se podrá lograr “reforzando”
o “aumentando” las instituciones de control? En otras palabras, ¿“a correazos”
vamos a hacer que los empleados del Gobierno sean verdaderos servidores
públicos o que los ciudadanos crucen la calle en las zonas cebra? ¡Qué engaño!
Como que se pudiera “obligar” a la gente a cumplir los diez mandamientos. ¿No
será mejor eliminar los incentivos perversos que llevan a ciudadanos honrados a
sobornar a los empleados públicos para conseguir un permiso? ¿No será mejor
suprimir y simplificar las más de 120 mil leyes, regulaciones, ordenanzas, que
son un caldo de cultivo para que los inescrupulosos se aprovechen de los
ciudadanos honrados?
Estimado
lector: Usted sabe más que yo que las fuentes de enriquecimiento ilícito más
frecuentes se encuentran en el IESS, en “Petrocorrupción”, Pacifictel y
Andinatel (CNT) o en las empresas eléctricas del Estado. ¿Sabe usted cuánto, en
qué o cómo se gasta en la tan mentada “deuda social”? Se utilizaron
nuestros
fondos de reserva,
nuestro dinero
,
para “invertir” en estos
huecos negros.
Se dijo
que va a haber “transparencia” en la contratación pública, como si los sobornos
se hicieran a la luz del día o con cheque. A la postre, lo que se mantiene es
el botín y sólo cambia el nombre de los saqueadores, porque “el que parte y
reparte se queda con la mejor parte”.
Suena
bonito que los trabajadores reciban un “ingreso justo”. ¿Quién va a decidir
cuál es ese ingreso? Por supuesto, el Gobierno, y ojo con quién no cumpla.
Multas, confiscación, cárcel. La poca inversión que había se esfumó. Mejor nos
olvidamos de nuevas fábricas, de nuevas empresas y de ¡nuevos empleos! De nada
nos sirve que el Gobierno “obligue” a pagar un sueldo justo porque pocos tienen
empleo. ¿No será mejor que el Gobierno reduzca los impuestos o simplifique la
“tramitología” para empezar un nuevo negocio y que nunca amenace con confiscar
o expropiar el capital privado? ¡A las moscas se las atrae con miel, no con
vinagre!
La
obligatoriedad nace de creer, como Thomas Hobbes, que el hombre en el estado
“natural” es lobo para el hombre. De ahí la necesidad de un Gobierno que ponga
orden al caos. Esta supuesta tendencia “natural” del hombre es cada día más
cuestionada por antropólogos, historiadores, biólogos y otros científicos,
quienes han ido demostrando que el hombre es “esencialmente” cooperativo y
solidario. Una sociedad
voluntaria
es
mucho más ética que una basada en la obligatoriedad. El Leviatán, el Gobierno,
como solución al caos, a la ley de la selva, parece ser fruto de la imaginación
de Hobbes.
El
espíritu solidario es simplemente el reflejo del interés propio de cada
individuo de mejorar su condición a largo plazo. Muchos comportamientos
aparentemente altruistas no son más que esfuerzos para lograr “un condominio en
el paraíso”, según la ocurrencia de alguien; otros afirman que el
comportamiento egoísta ha sido incorporado en los mismos genes. Inclusive suele
servir para satisfacer un ego narcisista. Pero, si el hombre es cooperativo,
¿por qué parece reinar entre los latinoamericanos el egoísmo cortoplacista, la
codicia o esa infame viveza criolla de buscar cómo aprovecharse de la candidez
o de la impotencia de los demás?
El socialismo estimula el cortoplacismo
Es
horrendo el egoísmo cortoplacista de políticos, empresarios, estudiantes,
maestros: se conducen de tal manera como que no existiera un mañana. El
problema es grave porque atrapa a los actores en círculos viciosos, casi
imposibles de romper.
Por
ejemplo, los estudiantes copian. Y no uno o dos, todos los que hemos entrado en
contacto con los estudiantes latinos sabemos que copiar es pan de cada día. ¿Es
que no comprenden que, si no aprenden, el perjuicio recae sobre ellos mismos?
He ahí la trampa. No importa aprender, porque el saber vale poco en sociedades
en las que lo más fácil es vivir de los fondos estatales. ¿Cuántos no aspiran a
ser burócratas y, si es posible, llegar a ser miembros de la burocracia dorada?
Para salir adelante, es suficiente tener palancas, conexiones o, en su defecto,
entrar en política, conseguir cómplices, formar la propia “argolla”. El saber
está bien, pero no es suficiente sin tener las conexiones políticas.
Otro
ejemplo. Los empresarios no abren sus empresas al capital. Temen que los
fedatarios tengan fácil acceso a los libros o que los nuevos accionistas exijan
más de la cuenta pero, a la vez, los inversionistas no confían en los gerentes.
No se invierten capitales porque los administradores no rinden cuentas a los
accionistas. Los gerentes labran su propia tumba porque, en lugar de defender
los intereses de los accionistas, se contentan con los beneficios que pueden
acaparar a corto plazo. Las empresas no crecen ni se multiplican. Entonces, no
hay oportunidades para hacer carrera en el sector privado. El “techo” para
ascender se acerca cada vez más al suelo.
En un
sistema en el que se recela del empresario, en el que la envidia y en el que
resentimiento prevalece y se usa como bandera de lucha para llegar al poder,
¿quién quiere abrir una empresa? Si abundan los obstáculos a la producción, si
el triunfo económico no está en ganar por productividad o competitividad, sino
por estar más allegado y cerca al poder, lo que se genera son empresas
familiares, se buscan contratos con el Gobierno, de ser posible con contratos a
dedo, sin licitación. En resumen,
capitalismo de compinches
.
Es más,
cuando está en peligro la supervivencia de la empresa, se recurre a sobornos,
al engaño, a hacer arreglos colusivos (formar monopolios), a la adulación al
gobernante de turno o a líderes de la oposición. Aunque el soborno sea una
solución para los empresarios, la corrupción, sin embargo, es una lacra de alto
costo social.
Y, así,
por el estilo. Los trabajadores ven en el capitalista un explotador. Los
capitalistas ven en los trabajadores una manada de vagos. No parecen comprender
que capital y trabajo son mutuamente fructíferos ni que el enfrentamiento no es
camino al progreso. Hay comerciantes que no ven en el cliente la fuente de sus
ingresos, sino a un pendejo al que hay que esquilmar. Pero no faltan los
clientes que ven en los vendedores animales rapaces a los que hay que cortar
las uñas. Los votantes ven en los políticos aves de rapiña en espera de llegar
al poder. Los políticos ven en los votantes ciudadanos ingenuos a quienes
engatusar. Justos y pecadores terminan pagando los costos de la corrupción. Los
círculos viciosos, además de perpetuarse, tienden a agrandarse. Y se cae en
Gobiernos como el de la Revolución Ciudadana, en el que todos estos problemas
se exacerban.
Hubo
una época en la que muchos estuvieron dispuestos a matar y a morir por sus
ideas e ideales. Me refiero a las guerrillas que proliferaron por toda América
Latina. El derramamiento de sangre fue infructuoso; desgraciadamente, las ideas
de los guerrilleros jamás fueron desterradas o echadas al olvido.
Basta
recordar lo que sucedió en Perú en la década de los setenta, durante y después
de la Administración de Juan Velasco Alvarado * y comparar con lo que está
sucediendo en el Ecuador y en Venezuela, en donde el proceso de
socialización y descomposición cívica
está más avanzado para constatar que al final los resultados serán los mismos:
—empobrecimiento de la
clase media,
—pauperización de los
campesinos,
—debilitamiento de las
instituciones democráticas,
—autoritarismo,
—inseguridad ciudadana y
—propagación de la
corrupción.
* Es muy aconsejable leer el
libro de Blasco Peñaherrera Padilla
Perú y Chile. Desde las cenizas
(2010)
para recordar cómo estos dos países encontraron el camino a la prosperidad.
Aunque
“no hay mal que dure cien años” y algún rato saldremos “de las cenizas”,
confío, estimado lector, que este libro conmueva la conciencia ciudadana y
ayude a sacudirnos de los mitos, de los espejismos y de los cantos de sirena
que —como la niebla oscura que cubriera a los caballeros de la Mesa Redonda—
han obnubilado a intelectuales y académicos, a sindicalistas y empresarios, a
estudiantes y amas de casa y a una gran mayoría de ciudadanos en general.
El mito de la recuperación de la
soberanía
Un
a de las más mentadas falencias
de la Revolución Ciudadana es la de la recuperación de la soberanía. Según
Correa y sus coidearios, ya sea en la industria extractiva, en la deuda
externa, en el control del mar territorial o en la producción de alimentos, no
se puede o no se debe depender de países o agentes extranjeros. Por eso, se
comienza con los eslóganes: “La patria ya es de todos” o “Venezuela ahora es de
todos” como mecanismos de adoctrinamiento de masas para repudiar así lo extranjero.
La
receta no es nueva. Juan Domingo Perón, algunos ministros de Juan Velasco y
muchos otros Gobiernos populistas la utilizaron con mucha frecuencia. Los
esfuerzos para recuperar la soberanía resultan en un empobrecimiento de la
clase media y en la pauperización del campesinado, como sucedió en el Perú en
los años setenta.
El costo de la falsa soberanía petrolera y minera
Cuando,
el 3 de octubre de 1968, el entonces jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas
Armadas de Perú, Juan Velasco Alvarado, depusiera al arquitecto Fernando
Belaúnde Terry —presidente elegido democráticamente—, entre las muchas razones
que justificaban el golpe de Estado, estaba el entreguismo del Gobierno de
Belaúnde, que había llegado a un acuerdo con la International Petroleum
Company. De inmediato, procedió a expropiar los activos de la empresa
estadounidense y a proclamar el 9 de octubre (seis días después del golpe) como
Día de la Dignidad Nacional.
Cinco
años más tarde (dos antes de su derrocamiento), se suscribió el Convenio
Mercado-Green, en virtud del cual el Gobierno peruano se comprometía a pagar al
Gobierno de Washington un total de 76 millones de dólares, prácticamente el
doble de lo que habría pagado el Gobierno de Belaúnde (Peñaherrera, p. 32). A
esta expropiación, le siguió una serie de expropiaciones y confiscaciones,
siendo entre las más relevantes la nacionalización de la empresa Cerro del
Pasco, una de las mineras de plata más importantes del mundo.
Comparemos
este proceso con el de la Occidental Petroleum Company (Oxy) en el Ecuador y
otras empresas extranjeras. En cuanto fue nombrado ministro de Economía y
Finanzas, Rafael Correa procedió a impugnar a la Oxy so pretexto de haber
vendido (sin autorización del Gobierno) una parte de sus acciones a una empresa
canadiense. Ya una vez como presidente, Correa continuó en sus arengas y
acciones a condenar a las empresas privadas internacionales. “Si no quieren
negociar, que se vayan”, amenazó a las compañías petroleras. Algo parecido les
dijo a Porta y Odebrecht: “Te vas, te largas”. Hay que demostrar “valentía”
cuando se enfrenta o se confronta con las multinacionales, aunque después se dé
pie atrás.
La
confrontación da seguramente votos pero, como estrategia económica, es
contraproducente. Los resultados saltan a la vista. Se crea un ambiente de
inseguridad jurídica y de inestabilidad económica, se reduce la inversión
extranjera (y nacional) a niveles ínfimos. Alfredo Valdivieso (op. cit.) afirma
que no debe extrañar que el Ecuador haya acumulado alrededor de 12 000 millones
de dólares en demandas de organismos internacionales que, según el procurador
Diego García, las más grandes son (entre otras):