Read Diario de un Hada Online

Authors: Clara Tahoces

Tags: #Fantástico, Infantil y Juvenil

Diario de un Hada (9 page)

BOOK: Diario de un Hada
12.92Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads
En el día de la nieve

—¡P
asa! ¡Pasa! ¡No te quedes ahí! ¡Queda mucho por hacer! —dijo el hada que parecía llevar la voz cantante en la cueva-cocina.

Me dieron un delantal y me coloqué cerca de ella. Sin darme tiempo a nada, me entregó un rodillo y me puso a amasar pan integral. No dije nada, me limité a mirarla disimuladamente. Era una lamia, no había duda. Sus patas de oca la delataban. Era muy hermosa, como la mayoría de ellas, aunque si hay un tipo de hada que se puede distinguir bien de entre todas nosotras es justo éste, puesto que poseen, de forma indefectible, un componente anatómico animal (patas de cabra, gallina, oca, garras, etcétera).

—¿Eres tú la nueva? —preguntó intrigada.

—Eso parece —repuse—. ¿No hay ninguna otra?

—¡No! —dijo tajante— Tú fuiste la última encantada que Estrella instruyó —señaló, al tiempo que también ella amasaba un buen trozo de pan.

—¿Cuál es tu nombre social? —quise saber.

—Mari —dijo sorprendida de que no lo supiese—. Yo pertenezco a sta sierra
[30]
, como el resto de lamias que ves aquí, y todas nos llamamos igual. Somos parte de la Señora —sentenció.

—Y... ¿quién es la Señora? —pregunté intrigada.

—¡Pues quién va a ser..., Mari! —dijo riéndose.

—¡Instrúyeme! ¡Háblame de ella! —exclamé con verdadero interés.

—Bueno —dijo—. Tú ya deberías saber cosas. ¿Es que Estrella no te contó nada? —inquirió.

—Alguna vez la mencionó, pero de pasada. No sé mucho sobre Mari, salvo que tiene patas de cabra, y eso lo descubrí hoy cuando llegué aquí —expliqué.

—¡Pues sí que has aprendido tú mucho!, porque ¡Mari no tiene patas de cabra! —dijo profiriendo una sonora carcajada—. Tú la has visto con patas de cabra, porque hoy tuvo a bien adoptar esa forma, pero sus transformaciones son infinitas. Mira, pongamos estos panes a cocer y luego te contaré todo lo que debes saber sobre Mari.

Así lo hicimos. Después, nos sentamos a esperar que se cocieran, y sirvió dos vasos de sidra que sacó de una enorme cuba. Yo no había probado una gota de alcohol desde el día del accidente, así que bebí despacio por temor a embriagarme. Ella, en cambio, tragó con avidez y volvió a servirse más.

Entonces, me explicó algunas cosas sobre Mari, que resultó ser la jefa de todas las hadas que allí nos hallábamos. Era la más vieja de nosotras, y poseía una cohorte de hadas que estaban a su servicio; como una prolongación de sí misma, recibían también el nombre de Mari. ¿No sería eso una forma de esclavitud?, me preguntaba. Sin embargo, la lamia hablaba de ella sin poner en duda su jerarquía, como un acólito lo haría al señalar las innumerables «cualidades» del líder de una secta. Pese a llevar muchísimos años a su servicio sin recibir nada a cambio, no parecía disgustada por esa situación. Se me antojaba que estaban cautivas sin saberlo. Esta lamia que bebía sidra sin parar también había sido humana. No entendía su actitud. Según me contó, vivía en el caserío Eguskitza, cuando quedó convertida en Mari a causa de haber tocado el arco iris (dicho fenómeno de la naturaleza era la propia Mari camuflada). Me pareció un horror, pero no por el hecho en sí —que desde el punto de vista humano sería reprobable, aunque no para el mundo
feérico
—, sino por su forma de contarlo. Se refería a ese episodio como un acontecimiento digno de celebración.

Por otra parte, la relación de Mari con los humanos es ambigua y depende de la actitud de ella. Puede mostrarse bondadosa, aunque también despiadada y castigadora hasta la muerte. Me contó que un sacerdote (figura por la que las lamias sienten extremada aversión, así como por lo relacionado con la Iglesia, la Virgen María y todo aquello que les suene a cristianismo, pues acusan a este último de haber tratado de exterminar nuestro mundo) quiso realizar un exorcismo contra Mari, para lo que se internó, al parecer, por esos mismos dominios en los que estábamos y pronunció unas palabras. No había hecho más que mentarlas cuando su sotana ardió sin explicación aparente
[31]
, tras lo cual el cura falleció a causa de las quemaduras y el susto recibido. Además, me refirió el caso de un pastor que osó construir su cabaña cerca de los dominios de Mari. Como escarmiento, la Señora se transformó en cuervo y persiguió al hombre que, si bien consiguió huir, murió poco después por el espanto sufrido.

Mari no sólo tenía potestad para castigar a placer a los humanos, sino que además podía hacerlo con los elementales. Era hija directa de la Naturaleza, y de ella se nutría. En ese momento, comprendí que la propia Estrella había sido sancionada por aquel comentario que hizo sobre el rapto de niños. No era de extrañar que la vieja instructora de encantadas sintiese tanto temor hacia aquel personaje.

Mientras avanzaba nuestra conversación —casi monólogo—, en la que la lamia se deshacía en enumerar las «virtudes» de la Señora, empecé a observar un fenómeno que no había tenido ocasión de ver antes... Pensé que era efecto de la sidra, por lo que apoyé el vaso sobre la mesa, pero no, ¡la lamia estaba mutando! Sus cabellos rubios y sedosos se pusieron blancos. Sus ojos verdes cambiaron para volverse rojos y su piel tersa se cuajó de arrugas con gran rapidez. Yo la miraba atónita, a pesar de que ella seguía hablando como si tal cosa. De pronto, reparé en que tenía ante mí a un ser muy anciano. Estos cambios son experimentados cada noche por las lamias.

En fin, que el mundo
feérico
, al igual que en el vuestro, también hay jerarquías e incluso tiranía, aunque las pobres «Maris» no fuesen conscientes de ello. Éste es uno de los motivos por los que empecé —sin haber cruzado una sola palabra con ella— a albergar cierta antipatía por Mari, pues no estaba dispuesta a que nadie decidiese por mí. ¡Pobre ilusa!, ¡contra la fuerza de Gaia
[32]
no se puede luchar!

Los panecillos estaban listos; la lamia, medio embriagada, no paraba de proferir sonoras carcajadas, cuando escuchamos el ruido de una caracola, algo parecido a la llamada de un cuartel.

—¡Es la hora del baile! —dijo alegremente.

—¿Qué baile? —pregunté.

—Cuando una de nosotras muere, se celebra un baile en su honor. Es motivo de júbilo para la comunidad, porque su alma pasa a formar parte del Alma Universal, abandonando así todo pesar —explicó orgullosa.

—¿Cómo puedes estar tan segura de ello? —inquirí.

—Son nuestras creencias, Aura. Las cosas simplemente son así. No analizamos lo ya establecido. Y tú harías bien en aceptarlas como vienen —señaló.

No era la primera vez que alguien me decía esto. La propia Estrella me lo había repetido en más de una ocasión. Abandonamos la cueva-cocina para dirigirnos a un claro en medio del abrupto bosque. Era noche cerraa, hacía mucho viento y el cielo estaba encapotado. Amenazaba lluvia. Aun así, se respiraba un aire mucho más puro. No sé si era por la gran concentración de hadas o por estar en la guarida de Mari, pero nos hallábamos en un lugar de alto contenido energético, que recorría todas y cada una de las partículas de mi esencia. Me sentía bien. Empecé a asimilar que Estrella, donde quiera que estuviese, tendrá un perfecto estado, y decidí dejarme llevar por mi condición
feérica
, fundiéndome con la música y el canto de las hadas que podía escucharse cada vez más cercano a nuestra posición.

Al llegar al lugar elegido para el baile, los elementales nos dimos la mano formando un gran círculo, aunque con una particularidad: teníamos las espaldas vueltas hacia el interior del mismo, lo que pudiera parecer un tanto extraño si es que un humano pudiese contemplar dicha escena
[33]
, pero que se explica porque de esta forma se recoge con mayor facilidad la energía que genera el cosmos y la propia Tierra.

Cerré los ojos, sintiéndome una pequeña partícula que formaba parte del universo y disfruté de una especie de estado de ingravidez muy placentero. Algo similar a las pisadas del hombre sobre la Luna. Sólo que nuestras huellas, tras bailar durante varias horas, pueden percibirse ante vuestros ojos. De hecho, me contaron que no era la primera vez que algún despistado había anunciado el descubrimiento de las «huellas de un aterrizaje ovni» en el País Vasco, sin pararse a pensar que aquello que había contemplado e incluso fotografiado podía tener otra interpretación.

Una de las canciones que aquella noche entonamos decía así:

A la luz de la luna retozamos y jugamos, con la noche empieza nuestro día; mientras danzamos cae el rocío;

danzad todos, rapazuelos,

ligeros como la abejita,

de dos en dos y de tres en tres;

allá vamos, allá vamos.

Tras el baile comimos y bebimos a placer: sidra, panecillos integales, frutas, cuajada, miel y otros deliciosos manjares. Después nos retiramos a dormir. Había que descansar para el funeral de Estrella.

En el día de la serpiente

—H
ay algo que debes saber... El accidente que provocaste no fue inocuo, tuvo consecuencias muy serias. Debes ir a Las Médulas. Habla con la ondina Caricea. Ella te explicará su sueño y sabrás la verdad —me dijo Estrella en una aparición onírica.

—¿Cómo? —pregunté—. ¿Qué clase de consecuencias?

—Tengo que irme. Habla con la ondina Caricea. Pero ¡no aquí!, ¡Mari no debe enterarse! Cuídate, Aura, ¿ver cómo ya vuelas? —dijo la vieja hada antes de esfumarse.

Esta aparición fue el detonante que provocó que el recuerdo del accidente saliera del letargo en el que había permanecido desde que entrara en el mundo
feérico
.

Había bebido más de la cuenta... Ya no recordaba bien el camino. Al llegar a una intersección no supe qué dirección tomar y me dejé llevar por mi sentido de la orientación internándome en una carretera desconocida. Después de recorrer algunos kilómetros comprendí que me había perdido. Tal vez iba en dirección contraria.

La noche estaba despejada y las estrellas parecían brillar más que nunca desde su privilegiada posición en la bóveda celeste. Una suave brisa penetraba a través de la ventanilla, dándome de lleno en la cara, cosa que no me venía nada mal, puesto que mi estado no era el adecuado para ponerme detrás de un volante.

Hubiera sido una noche muy romántica a no ser porque me hallaba perdida en medio de la nada... Sin embargo, al tomar una curva muy cerrada, todo pareció transformarse. El paisaje cambió por completo. Una espesa niebla arremetió contra el vehículo impidiéndome tener la visibilidad adecuada. Sentí miedo. Un miedo atroz como no lo había experimentado nunca. Algo no marchaba bien y podía percibirse en el ambiente. Era como si todos mis temores hubiesen tomado forma reuniéndose aquella noche en esa siniestra carretera.

Intenté dar la vuelta y regresar al camino principal, buscar la finca, y pedir un taxi, pro no veía arcén alguno o espacio para detener el vehículo. Sólo campo y oscuridad. Así que opté por cambiar el sentido de la dirección, allí mismo, en medio de la carretera. A fin de cuentas, todavía no me había cruzado con nadie, y era poco probable que eso ocurriera... Esa carretera no parecía conducir a ningún sitio, excepto al infierno.

Giré el volante y comencé a dar marcha atrás. Todo fue muy rápido. De prontó, surgió una intensa luz que me deslumbró. Otro coche se acercaba, y no era posible que me hubiese visto a causa de la niebla. El conductor del vehículo contrario trató de esquivarme, pero fue demasiado tarde y se produjo un choque espectacular, que hizo que mi coche se saliera de la estrecha carretera y se empotrara contra un árbol. El ruido de hierros aplastados y cristales rotos fue lo penúltimo que escuché. Lo último, antes de perder el conocimiento, el llanto de un niño.

Me desperté muy sobresaltada y con los ojos humedecidos. Por fin había sido capaz de recordar al completo cómo había sido el accidente. Parecía que Estrella todavía estaba ahí. ¿Había tenido un sueño clarividente o un simple lapso onírico en el que recordaba a un ser fallecido? Resultaba demasiado real para ser tan sólo lo segundo. No obstante, saldría de dudas durante el funeral...

Observé que a mi alrededor el resto de las hadas —como si sólo fuesen una— comenzaban a despertarse al unísono. Sabía que tenía un margen antes de la hora del desayuno, así que me dirigí al río más cercano para darme un reconfortante baño. Notaba que mi condición de hada solitaria se iba acentuando y me molestaban las multitudes, las colectividades. Después regresé a la cueva-cocina y me senté con el resto de hadas a desayunar. Había sobrado mucha comida del baile y únicamente había sido necesario templar la leche, que las lamias tragaban con especial avidez.

No quise comentar con nadie el sueño que había tenido. Si sólo era eso, no merecía la pena. Si era algo más, no consideraba prudente hacerlo en los dominios de Mari. Ya me las arreglaría para viajar a Las Médulas y buscar a la ondina Caricea; no deseaba comprometerla a ella tampoco.

Y... de nuevo sonó la caracola que nos invitaba a unirnos a la procesión. Mari presidía el acto. En esta ocasión se presentó como una mujer llameante, muy hermosa, a la que era difícil poder mirar a los ojos, aunque su fuego no quemaba. Nos colocamos todas formando un círculo. Detrás, estaban los animales. Entre ellos, me pareció distinguir la estilizada figura de
Fierabrás
. Primero, cuatro de las hadas de mayor edad entraron en una de las cuevas y sacaron con sumo cuidado el cuerpo de Estrella envuelto en una sábana. Después, retiraron ésta y se la entregaron a Mari. Ella llamó a una anjana
[34]
—fácilmente distinguible por la bondad
[35]
de corazón y la belleza— y se la donó pronunciando las siguientes palabras: «Ahora, tú te encargarás de la misión de las encantadas». La anjana tomó la sábana conmovida y se arrodilló ante Mari, en clara señal de sumisión. Las anjanas son seres muy interesantes. A veces, deciden probar la caridad de las personas, vagando por los pueblos transformadas en viejas, con una capa blanca y un báculo. Si se portan bien con ellas regalan dones. Más si el trato fuese despectivo, provocan fuertes picores que con nada se alivian.

El cuerpo de Estrella había quedado al descubierto, y es que en nuestro mundo no empleamos ataúdes, porque habría que sacrificar un árbol. Por otra parte, es nuestra creencia que estemos en permanente contacto con la tierra. Así ha sido siempre y así será siempre. No son normas escritas, pero sí muy respetadas.

BOOK: Diario de un Hada
12.92Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Stronger by Misty Provencher
Mishap Marriage by Helen Dickson
Champagne Cravings by Ava McKnight
The Alembic Valise by John Luxton
Submariner (2008) by Fullerton, Alexander
The Man Within by Graham Greene