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Authors: Clara Tahoces

Tags: #Fantástico, Infantil y Juvenil

Diario de un Hada (7 page)

BOOK: Diario de un Hada
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Ese primer sueño no fue agradable y los que le seguirían en las noches consecutivas tampoco lo serían... Me iban llenando de angustia, porque los recuerdos eran cada vez más fuertes y cercanos. Pero hubo algo que me desconcertó por completo. Al final de aquel primer sueño, justo antes de despertarme y recobrar la conciencia, pude observar el rostro de un niño. Éste no tenía nada que ver con mi vida. No era un hijo (yo no había estado casada ni había tenido un niño), ni un sobrino, ni nadie conocido. Parecía no formar parte del resto del argumento, que por desgracia sí era verídico.

Era un niño de cabello trigueño, aparentaría unos doce o trece años, no muy alto, desgarbado y de tez clara. Sus ojos no podía verlos... ¡Tenía las cuencas vacías! Un escalofrío me recorrió la columna vertebral justo antes de despertar. Era una pesadilla aterradora. Lo malo es que se repetiría con frecuencia. No sería capaz de hallar la paz mientras estuviese dormida...

En el día del topo

T
uve el consuelo de despertarme...

Aquella noche fue terrible. No entendía por qué tenía que pasar por aquel calvario si ya no era humana ni volvería a serlo jamás. Tampoco comprendía que en medio de todos aquellos recuerdos (porque eso es lo que eran) apareciese ese niño de pelo trigueño. Aún recordaba, al levantarme de un sobresalto, aquellas cuencas vacías, que pese a todo parecían mirarme con infinita lástima.

Era muy temprano... El tiempo había cambiado, hacía frío y temí por la huerta, pero por fortuna
feérica
, la helada no había afectado en absoluto a mis verduras. Cogí unos tomates, un poco de apio, un repollo, pimientos, una cebolla y me preparé una sopa como la que hacía Estrella... La echaba de menos, a qué negarlo. Me sentía sola. Había sido una amiga, una consejera, una maestra y una especie de abuela
feérica
.

Tras el desayuno, ya llena de energía, me puse en camino; desde la cueva hasta los toros había un largo trecho. Yo estaba situada en alguna parte (no diré dónde) del monte que está justo frente a los colosos de piedra. De hecho, ellos miran hacia él.

Si hubiera sabido volar, mi trabajo hubiese resultado menos dificultoso, pero en cambio tenía que trasladarme hasta allí todos los días caminando. No es que me importase estar en contacto con la naturaleza, pero el camino no era precisamente corto y hacía mucho frío, algunas partes estaban nevadas y en horas tan tempranas el viento cortaba la respiración.
Tujú
me seguía en silencio sin pronunciar palabra. Quizás estaba medio dormido o tal vez era su carácter; no le gustaba hablar mucho.

Recuerdo con claridad la primera vez que los vi... Nunca podré olvidarlo. El impacto que me transmitieron fue enorme. Tras llegar hasta las inmediaciones de los toros, hube de cruzar una carretera para situarme justo en la entrada del recinto de piedra.

Allí había dos inscripciones y un cartel.

El cartel decía:

VENTA JURADERA

TOROS DE GUISANDO

La primera inscripción sentenciaba:

En este lugar fue jurada doña Isabel La Católica por princesa y legítima heredera de los reinos de Castilla y León el 19 de septiembre de 1468

La segunda inscripción, un poco más abajo, carecía para mí de sentido:

Hizo poner esta inscripción en el año 1921 doña María de la Puente y Soto, marquesa de Castañiza.

¿Quién sería esta señora? ¿Y quién le otorgaba el derecho a poner una inscripción en un lugar como aquel? Ahora veía con claridad que los humanos tenían la fatal costumbre de apropiarse de las cosas que no son suyas con una facilidad pasmosa.

Para empezar, aunque por supuesto los toros han sido construidos por nosotras, desde el punto de vista humano su creación ha sido atribuida a los vetones —pueblo con el que, por otro lado, no tuvimos más relaciones—, y habían sido datados en veintidós siglos
[25]
. Entonces, y que se me perdone el comentario..., ¿quién era la marquesa de Castañiza o Perico de los palotes (me da igual) para mandar colocar allí una inscripción? ¿Acaso sabía dicha señora qué representaban aquellos animales? ¿Eran de su propiedad? Decididamente, la lógica humana no hay quién la entienda, y es triste que tenga que ser precisamente una encantada la que diga esto.

Pero no es todo... Tras esta primera desagradable sorpresa pude comprobar el abandono del recinto. No quiero entristecerme, pero estas cosas me hacen sentir mal... ¡Nosotras también somos seres vivos de este planeta y no tenemos ni voz ni voto!

Pero sigo con los toros... Una ridícula verja de hierro guardaba estos tesoros; la traspasé sin molestarme en abrirla. El viento azotaba fuerte y un aire gélido llegaba procedente de la serranía. El paisaje parecía muerto. ¡Ahí estaban! Cuatro toros labrados en piedra berroqueña. Me acerqué a ellos mientras los observaba con detenimiento. ¿Qué se suponía que debía hacer? No me atreví a tocarlos de inmediato. Me limité a mirarlos. Calculé mentalmente sus dimensiones. Debían de medir de alto 1,80 metros; de longitud, quizás algo menos: 1,50 metros, y el grosor podía alcanzar cuarenta o cincuenta centímetros. Eran de piedra granítica, muy abundante por aquella zona, en la que, dicho sea de paso, se hallaba cerca un embalse.

Si aquellas cuatro figuras en origen habían sido toros, ahora poco quedaba del porte que ostentaban en el pasado. No se apreciaban los cuernos por parte alguna.

Me acerqué más y pude contemplarlos con minuciosidad, pero siempre sin tocarlos. El primer toro presentaba una gran hendidura en la parte izquierda de su cuerpo. Era como un hueco desgastado, una herida de guerra. Los ojos de todos ellos estaban hundidos. Apenas unos agujeros vacíos que, no obstante, expresaban pena, temor y necesidad de afecto.

El toro que requería mayor ayuda era el tercero. En ese momento vinieron a mi mente las palabras de Estrella: «... Hace años incluso llegaron a romper uno de esos toros, sólo para ver si en su interior había un tesoro...». Tenía razón —como siempre—; ese toro había sido partido por la mitad y se notaba a simple vista. Como todo arreglo, había sido remachado con un metal, una especie de aleación. Pero la lesión estaba allí y se percibía sin necesidad de hacer esfuerzos por verla.

Sentí una pena infinita. ¡Pobres toros! Me acerqué aún más y toqué con la punta del dedo índice de la mano izquierda al primero. ¡La piedra estaba caliente! ¡Desprendía una vibración! Pasé entonces toda la mano por su lomo, especialmente por la hendidura que ya he comentado. Recibí algo parecido a una descarga de imágenes. Por mi cabeza vi la historia de aquellos animales, cómo habían sido construidos por mis compañeras, que habían seleccionado aquel enclave por ser un punto energético clave en la zona. Vi cómo los habían labrado con ilusión y esmero, porque las hadas antes, en tiempos remotos, éramos mucho más fuertes y ágiles, capaces de desplazar grandes bloques de piedra hasta los lugares más insospechados. Ya no, por eso no hemos vuelto a crear megalitos; las nuevas razas
feéricas
carecemos de esa capacidad. Para nuestra desgracia, ha quedado anulada, atrofiada.

También pude ver todos los pueblos que por esas tierras habían pasado, no sólo a los vetones, sino también a los romanos, que llegaron a realizar inscripciones funerarias en sus costados pensando que eran dioses descendidos a los que había que respetar y cuidar con veneración. Contemplé la famosa escena del 19 de septiembre de 1468, en la que una mujer dominante arrebataba por la fuerza y a base de coacciones el poder a su propio hermano. A medida que acariciaba los toros me percataba de que se iban calentando cada vez más, hasta lograr desprender un aura azulada, que parecía indicar que el animal ya había recibido su ración de energía.

El que desarrollaba este proceso con mayor lentitud era el tercer toro, el que estaba rajado, no sólo por la herida sangrante, sino también por el metal que había sido colocado en su interior, que particularmente me dañaba a mí misma al tocarlo, por lo que tenía que ir con mayor cuidado y haciendo pausas para descansar.

Pude ver la escena: la tradición humana dicta que bajo los monumentos megalíticos existen tesoros escondidos de gran valor. El motivo es simple y complejo al tiempo. Los elementales colocamos en el pasado el tesoro por excelencia, que es el propio monumento cuya función es energetizar el planeta. Otros pueblos que llegaron con posterioridad, al no comprender su significado, los tomaron por dioses a los que había que respetar, hasta el extremo de que quisieron ser enterrados bajo ellos o en sus aledaños junto a sus más preciadas pertenencias. Al saberse esto, no faltaron personas que creían que podían hacerse ricas a costa del destrozo de los megalitos (sin comprender que el auténtico tesoro estaba frente a ellos), por eso este toro había sido partido por la mitad. Y el paisaje había sufrido un deterioro a causa de todo ello. No era feo, pero estaba yerto. Los árboles que estaban ubicados en las cercanías de toros, los matorrales y las florecillas parecían enfermos.

Y todo esto era lo que Estrella había tratado de explicarme sin éxito. Sin embargo, había bastado con que reposase mi mano sobre ellos para comprender la importancia del trabajo que me había sido encomendado.

En el día del trigo

P
uesto que no todos somos iguales, es interesante que nos conozcáis un poco mejor. Clasificarnos no es sencillo porque somos escurridizas y tendemos a escabullirnos. Quizás ésa sea la característica más relevante de las hadas. Sin embargo, no es imposible hacerlo. A mí me costó lo mío hacerme a la idea de los rasgos distintivos que nos acompañan. He aquí algunas de las conclusiones a las que he llegado. Creo que lo más sencillo es describirnos en función del hábitat que ocupamos.

Por un lado, están las hadas que viven próximas a las fuentes, también llamadas de agua dulce, ninfas, damas de agua, y un sinfín de nombres dados por vosotros, dependiendo del lugar geográfico en el que hayan sido observadas. Las de este grupo son reconocibles por su gran coquetería hacia los humanos, y porque necesitan el contacto con el agua fresca y limpia, ya sea de las fuentes, manantiales, cascadas... Son muy hermosas; sus ojos son, por lo general, verdes como las esmeraldas; poseen una larga melena, y llevan una estrella o cruz en la frente. Suelen pasearse desnudas a la espera de hallar un hombre que sea capaz de verlas para enamorarle y desposarse con él, con la salvedad, eso sí, de que no revele al resto de los humanos su condición de hadas. La experiencia en estos casos dicta que el hombre no puede contenerse por mucho tiempo. El matrimonio fracasa porque el hada, al sentirse traicionada y descubierta, huye despavorida, llevándose a los hijos, si los hubiere. Pero atención, igual que pueden mostrarse benefactoras, otras, en cambio, las que viven en los ríos, terminan con la vida de los humanos que se adentran en barcas o a nado sin que medie discrepancia alguna. Simplemente siguen sus instintos. Según me refirieron algunas compañeras, muchos de los extraños reportes de ahogados —es decir, aquellos casos en los que la víctima era un buen nadador, las aguas estaban en calma y no parecía existir causa lógica que justificase el ahogamiento—, en realidad pereciron por la intervención de algún hada de agua dulce que se antojó de ellos y quiso llevarlos a su palacio bajo la superficie.

Por supuesto, si hay hadas de agua dulce, también las encontraremos en un medio tan sugerente como el mar. Mis compañeras de agua salada son también conocidas con diversos nombres: nereidas, mujeres marinas, morganas y sirenas. Sin embargo, no todas son iguales. Ya que las sirenas portan un distintivo sustancialmente diferente al resto de las hadas marinas: la cola de pez, que a veces es doble
[26]
. Lo que ocurre es que la literatura referente a este tipo de hadas usualmente es confusa y, por ejemplo, en España no se hace distinción entre unas y otras, cuando ya veis que sí debería tomarse en cuenta esta diferenciación. Las nereidas
[27]
, además de poseer los miembros inferiores como los vuestros, tienen la piel translúcida, y largos pechos que echan sobre sus hombros; su morada son los mares menores o interiores. A lo largo de la historia han sido, en más de una oportunidad, las encargadas de salvar a los marineros en apuros. No así las sirenas
[28]
, que debido a su hostil naturaleza, más bien se han encargado de provocar todo tipo de accidentes, utilizando para ello su mejor poder, el canto. Sus voces son tan gratas que conducen a un estado de sugestión que provoca el encallamiento de los navíos, o, en el mejor de los casos, la locura de los hombres de la mar. Recuérdese lo sucedido con Ulises, que tan sólo logró resistirse a los encantos de las sirenas gracias al consejo de Circe. El punto de la península Ibérica en el que han residido más sirenas es en el Cantábrico, aunque hoy en día no han tenido más remedio que ubicarse en lugares más inaccesibles para el hombre, pues a veces han sido capturadas
[29]
.

A pesar de todo lo dicho, las sirenas, desde la perspectiva humana, no están muy bien consideradas, pues se las asocia con catástrofes: tempestades, accidentes, nieblas inesperadas, entre otros desastres.

Si salimos de las aguas, distinguiremos las hadas que habitan en el medio terrestre, ya sea ne cuevas, bosques, montañas, pero siempre buscando lugares secretos y puros, fuera de las miradas inoportunas. A este grupo pertenezco yo, así que no voy a extenderme mucho en ello, aunque sí señalaré que dependiendo de la región, habrá características autóctonas, como en el caso de las lamias, de las que prefiero dar cuenta más adelante, pues sobre ellas tendré oportunidad de extenderme a raíz de mi visita a esta comunidad
feérica
.

No puedo obviar el hecho de que dentro de todos los grupos descritos estamos las encantadas, que como sabéis presentamos la particularidad de haber nacido humanas.

En fin, que con estos datos podréis situar mejor nuestro mundo y las cosas que sobre él tengo que contaros. Dicho lo cual, prosigo con mis vivencias.

En aquellos días, estaba deprimida a causa de los sueños que me recordaban cómo había sido. Me producían una gran desazón. Por una parte, sentía turbación al descubrirme exacta y justamente como una persona carente de buenos sentimientos pero, por otra, debía reconocer que tenía añoranza del contacto con los humanos y esto es lo que me hacía sentir peor. ¿Por qué echaba de menos un estilo de vida que para mí ya no tenía sentido? Era incomprensible... El sino de una encantada parecía ser ése, echar de menos lo que ya no se puede tener.

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