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Authors: Clara Tahoces

Tags: #Fantástico, Infantil y Juvenil

Diario de un Hada (3 page)

BOOK: Diario de un Hada
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Iba todos los días, lloviese, nevase, granizase, hiciese un calor asfixiante o un frío aterrador... La ansiada prueba no llegaba. Pero el abad no desistía en su empeño, y pasaron años y años. El hada que me contó esto no sabe precisar cuántos, pero muchos...

Un día, salió, como de costumbre, tras los oficios y al llegar al claro y sentarse a meditar, mi amiga percibió que estaba mal... Se dio cuenta de que al abad no le quedaba mucho de vida. Y como había llegado a cogerle cierto cariño, tuvo lástima de él. Aunque no es costumbre nuestra intervenir en la trayectoria de los humanos, más que en pequeñas cosas, ella decidió hacer algo para que él creyese notar que había cumplido su misión, que podía estar tranquilo antes de emprender el tránsito. E hizo algo simple para algunas de nosotras: se transformó en un bello pájaro, se presentó ante el místico y comenzó a trinar de forma que nunca ningún ave lo hubiese hecho antes. En realidad, su trino era más parecido al canto de una sirena (otra de nuestra especie). Él se sintió muy reconfortado y tomó dicho trino por la prueba que estaba esperando.

Parece que le faltó tiempo para recorrer el camino de vuelta y apurar los kilómetros que le separaban del monasterio a fin de relatar su experiencia a sus compañeros.

Sin embargo, a medida que se iba acercando al cenobio observó que éste parecía más grande y distinto. Mi amiga le siguió, como era su misión...

Al llegar y llamar a la puerta, el hermano portero no era el mismo de siempre, y el hombre empezó a desconcertarse, por lo que a la pregunta de «¿Quién es usted?», murmuró un tanto confuso: «¿El abad Virila?».

El hermano encargado de la puerta tomó su respuesta por una pregunta y le contestó: «Lo lamento, pro no puedo ayudarle. Aquí no hay ningún abad llamado así. Es cierto que hubo uno, pero desapareció un dia hace ya trescientos años y nunca se volvió a saber de él...».

El religioso le convenció para que le dejase entrar y pudiese comentar su experiencia con los monjes. Mi amiga entró con él, escondida en el interior de su capucha (para lo que tuvo que hacerse pequeñita, muy pequeñita, mediante el deseo intenso de serlo. Tan diminuta como una nuez).

Relató lo que le había ocurrido: lo que para él, al escuchar el trino del pájaro, habían sido tan sólo unos segundos, en realidad en tiempo humano supusieron tres siglos. Después, murió rodeado de sus hermanos y feliz de haber conocido la infinitud de Dios.

Episodios como éstos nos dan la pauta para pensar que el tiempo, como os explicaba líneas atrás, es tan sólo una ilusión modificable... y que nuestras incursiones en vuestro mundo casi siempre dejan una pequeña huella. También, de paso, me sirve para que comprendáis lo difícil que me resulta establecer un orden cronológico de las cosas que quiero contaros.

En el día del viento

D
espués de mi purificador baño, comencé a reparar en la posibilidad de buscar un habitáculo... En algun sitio debía descansar, dormir, comer, escribir. En fin, tener un espacio para realizar mi nueva, atrayente y desconocida vida.

Entonces noté como si alguien clavara sus ojos en mi cogote. Fue una sensación tan intensa, que no tuve más remedio que volverme para ver quién podía ser, quién en definitiva era capaz de verme, porque yo había empezado ya a aceptar la posibilidad de mi invisibilidad. Pero no había nadie.

Tomé el asunto como una confusión, mas lo cierto es que a medida que caminaba, seguía percibiendo esa inquietante presencia... Estaba convencida de que alguien me observaba en silencio.

Decidí tenderle —a quien fuese— una pequeña trampa. Dejé que creyera que no advertía sus miradas durante un buen trecho, hasta que me volví de golpe y pude verla... ¡Era una ardilla! Sobre una rama, permanecía levantada a dos patas, clavando sus diminutos y oscuros ojos en mí, con esa perfección que caracteriza a estos bellos animales.

Desconozco cómo lo sabía pero algo en mi interior me decía que este animal podía verme, escucharme y entenderme, así que le dije que se acercara, que no tuviese miedo... Creí que sería una misión casi imposible que me hiciese caso, a fin de cuentas no era un animal «doméstico», pero según iba pensando lo que el animalito quería que hiciese, éste ya se había bajado del árbol en apenas tres o cuatro saltos, y se colocó en el suelo frente a mí.

De alguna forma debió intuir lo que deseaba preguntarle porque se anticipó a mis cuestiones diciéndome que no me preocupara, que solo me seguía por curiosidad. Debo aclarar que la ardilla no hablaba en sentido estricto; emitía unos ruidillos. Pero éstos resonaban como palabras perfectamente audibles y claras. Entablamos una conversación.

—¿Por curiosidad? —pregunté.

—Sí, no todos los días se ve a un hada por estos contornos, porque es eso lo que eres, ¿no? —inquirió acercándose un poco más a la altura de mi pierna.

Me agaché un poco, temí no haber entendido bien, ¿qué decía esta ardilla sobre «hadas»?

—Pues no sabría qué contestarte —repuse—, ¿por qué crees que soy un hada? ¿En qué te basas? —pregunté francamente intrigada.

—¿En qué te basas tú para saber que soy una ardilla? Por supuesto que en mi aspecto. Pues, por el tuyo, yo diría que eres un hada, pero si no quieres reconocerlo, allá tú; no podré ayudarte a encontrar ese lugar que buscas para pasar la noche...

—¿Cómo sabes eso? ¿Es que puedes leer mi pensamiento? Si así fuese, sabrás que no te contesto porque realmente no sé lo que soy... Tuve un accidente. Eso es todo lo que recuerdo.

—Claro que puedo. Y tú podrías si te dejaras llevar y explotaras todas tus nuevas capacidades... Pero eso es algo que tendrás que descubrir tú sola. Yo me limitaré a guiarte hasta un lugar que creo que te gustará...

Dicho lo cual, comenzó a brincar conduciéndome hacia la parte más profunda del bosque. Corría tanto colgándose y saltando de unas ramas a otras que apenas sí podía seguirla... Intenté decírselo, pero
Malaquita
, que así se llamaba la ardilla, no me hizo caso; se dirigió a mí del siguiente modo:

—Pues ¿no eres un hada? ¿A qué esperas para volar y fundirte con el viento? Yo no puedo detener mi paso, que tengo muchas cosas por solucionar: buscar bellotas para mis hijos, limpiar la casa, vigilar a los humanos...

«Volar y fundirme con el viento»... ¿Sería eso posible?, me preguntaba mientras empezaba a sentirme realmente agotada. ¡Claro que lo era! ¡Menuda hada ignorante! Pero yo no sabía nada sobre mi nueva vida y en aquel momento no iba a descubrirlo.

Tras un caminar que me pareció una eternidad,
Malaquita
se detuvo, y poniéndose nuevamente en pie, señaló con su pequeño dedito hacia unos matorrales.

—Tras los matorrales tienes lo que buscabas... Creo que allí podrás estar bien. De todas formas, pasaré cuando tenga un rato por si necesitas algo —dijo
Malaquita
en tono cordial.

—Muchas gracias —contesté—. Si alguna vez necesitas algo y puedo ayudarte, no dudes en decírmelo.

Pero cuando me di la vuelta,
Malaquita
se había perdido entre el espesor de las copas de los árboles. Simplemente, tenía otras cosas que atender...

Con cierta cautela, me dirigí hacia los matorrales y como pude los aparté. No quise quitarlos del todo. Quién sabe si tal vez me harían falta en un futuro... Allí, de la forma más desapercibida, se encontraba una cueva. Nadie parecía haber estado en ella en mucho tiempo, ni siquiera un humano. Al menos no había rastro de latas ni de colillas. Parecía más bien el habitáculo de algún animal que, por circunstancias, se había visto abocado a abandonarlo.

No era un sitio muy grande, mediría unos tres metros de ancho por cinco de largo y era oscuro, aunque al fondo había un pequeño agujero del tamaño de una bandeja, por el que entraba algo de luz. Al asomarme por él, reparé en que estaba oscureciendo. No tardaría en caer la noche; debía darme prisa o no podría acomodarme, al menos para encontrar algo que me sirviera de colchón.

En ello estaba. Me disponía a salir de la cueva cuando me llevé un susto de muerte...

En el día del sueño

U
na mujer me estaba esperando a la salida de la cueva... Y podía verme perfectamente, porque me dijo:

—Te andaba buscando, menos mal que me he cruzado con
Malaquita
. Bienvenida a nuestro mundo, ahora también el tuyo.

—Y... ¿quién eres tú, si puede saberse? —pregunté un tanto molesta por la intromisión.

—Alguien que viene a prestarte ayuda, aunque si quieres me voy y asunto arreglado... Soy un hada informadora y mi nombre es Estrella —dijo mientras me tendía una túnica de color blanco—. Ponte esto, que te vendrá bien. Esta noche refrescará —dijo mientras echaba un vistazo hacia el cielo.

En ese momento reparé nuevamente en mi desnudez, y en los cardenales que tenía en todo el cuerpo. Como si se hubiera introducido en mi cabeza, me explicó que esas marcas no eran producto del accidente que había tenido, sino un castigo que algunas «encantadas» recibían por su comportamiento, que en mi caso calificó como «deleznable». No le faltaba razón si analizábamos los hechos.

Estrella era un personaje muy peculiar; no se parecía mucho al resto de las hadas con las que trataría más adelante. Su condición de hada informadora la había convertido en un ser un poco cascarrabias. Afirmaba que estaba harta de tratar con novatas, que nada comprendían, sólo aportaban problemas, solían ser desagradecidas y había que instruirlas en todo.

Físicamente, Estrella no era el prototipo del hada. Su rostro cuajado de arrugas arrojaba pistas de que debía tratarse de alguien muy mayor. Según ella, ¡más de quinientos años!, rellenita, con el pelo blanco de tan rubio que lo tenía, recogido en un moño, y con una barbilla más propia de una «bruja» que de un hada. Sus vestimentas eran ridículas, mezclaba colores muy llamativos entre sí, que no sólo le daban un aspecto estrambótico sino que conseguían el don de «combinar» de manera horrenda. Modelos exclusivos dentro del espanto más absoluto: rayas con cuadros, tejidos de verano con otros de invierno...; terrorífico para cualquier diseñador de modas, aunque en el mundo
feérico
eso poco cuenta, la verdad. «Me gusta vestir cómoda», decía.

Su carácter era excepcional: muy buena, aunque severa e inflexible en muchos aspectos (supongo que no eran imposiciones suyas, sino parte de su trabajo, porque también podía ser cordial, comprensiva y buena psicóloga). Al mismo tiempo era cuidadosa con los pequeños detalles, y extremadamente olvidadiza con los más importantes. Llegué a pensar que era parte de una actitud que tomaba para descubrir si realmente estaba atenta a sus explicaciones, que fueron muchas y de gran utilidad.

Aquella noche no sólo se quedó conmigo en la cueva, sino que me tuvo en vela poniéndome al día en lo fundamental. Y estaría allí una temporada más enseñándome... Nunca podré agradecerle lo suficiente todas sus explicaciones. Además, como por arte de magia, pero de magia de la buena, de la que surge del corazón, consiguió, con tan sólo pensarlo, encender un pequeño fuego, ¡una lumbre sin madera que nunca se apagaba! Me explicó que si alguna vez el fuego desaparecía, era indicativo de que un hada había muerto... Hizo aparecer también unos muebles: una cama, unas sillas, una mesa y poco más. Decía que con eso tendría suficiente y que no me harían falta otras cosas.

Me recordó un poco las celdas de clausura en las que únicamente se puede tener lo justo, pero ella no se equivocaba. Llevaba toda su vida enseñando a las encantadas y conocía muy bien su oficio.

Es cierto que también me dio una jarrita repleta de monedas de oro que me recomendó guardara para casos especiales, tales como recompensar a algún humano o dar a quien pudiera necesitarlas, aunque sin excesos.

Había una pregunta inevitable que debía formularle porque ella se refería constantemente a mí como a una «encantada» pero no decía lo que eso suponía, ni por qué me hallaba yo en aquel estado, ni qué diferencias existían entre las encantadas y el resto de las hadas, porque obviamente ella no lo era.

—Mira Aura, porque tú ya no serás Beatriz nunca más... Las encantadas sois una serie de mujeres que fuisteis humanas y que por diversos motivos os habéis transformado en encantadas.

—¿Qué motivos? ¿Por qué se supone que estoy yo aquí? —pregunté cada vez más intrigada.

—En tu caso —dijo en disposición de dar una lección—, por transgredir un espacio geográfico en un momento señalado y penetrar en nuestro mundo, que como sabes, o al menos ya habrás intuido, se encuentra paralelo al de los humanos. Claroque no es la única opción viable para caer presa de un encantamiento... Otras veces, sucede a causa de una maldición, por una promesa incumplida, un mal comportamiento reiterado hacia los que os rodeaban. En ocasiones, se han visto casos de muchachas que por desobedecer a sus madres, éstas desearon verlas convertidas en algo concreto, un pez por ejemplo, y sus pensamientos no cayeron en saco roto. ¡Mira! Recuerdo a una jovencita cántabra que disfrutaba recorriendo los acantilados día y noche, pese a que su madre le advertía constantemente del peligro que ello entrañaba. Un día la madre, harta ya de tanto vociferar, expresó en alto el siguiente deseo: «¡Así permita el Dios del cielo que te vuelvas pez!». La joven quedó transformada en sirena al instante
[12]
.

—No entiendo nada, Estrella. ¿Qué hice yo además de tener un accidente de coche? —protesté.

—Primero que tú no tuviste un accidente de coche, sino que lo provocaste, que es bien distinto, y segundo que dicho accidente se produjo en la noche de San Juan, que es cuando pueden suceder estas cosas... Deberás tenerlo muy presente, sólo en la noche de San Juan podrás ejercer determinadas acciones, que aún no te toca saber...

—Pero ¿y si yo quisiera regresar a mi mundo..., podría?

—¡Ay, Aurita! Como encantada que eres, y por muy bien que te encuentres entre nosotras, siempre buscarás y añorarás el contacto con los humanos, y debes tener precaución, porque ellos tienen la capacidad de destruirte tan sólo con el pensamiento... Únicamente algunos serán capaces de verte, y tú sólo conseguirás que aquellos para los que deseas ser visible puedan contemplarte, cumpliendo varios cometidos que las encantadas tenéis por misión.

—¿Misión? ¿Qué misión? —pregunté cada vez más inquieta.

—No estás en la zona por casualidad
[13]
, entre otras cosas porque éstas no existen en el mundo
feérico
ni en el de los humanos (aunque ellos se empeñen en demostrar lo contrario) —dijo sonriendo—. Muy cerca de aquí existe un centro energético creado por nosotras hace muchísimo tiempo, y repartidos por el mundo se hallan diferentes centros de poder (todos nacidos de los elementales). Sin ellos no podríamos sobrevivir no sólo nosotros, sino tampoco la especie de la que provienes. Tú deberás cuidar de este centro que se conoce vulgarmente como «Los Toros de Guisando», pero que en realidad son unas agujas de energía que tienen por misión equilibrar el planeta. Es algo parecido a una acupuntura ejercida sobre la naturaleza.

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