Don Alfredo (60 page)

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Authors: Miguel Bonasso

Tags: #Relato, #Intriga

BOOK: Don Alfredo
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Por la referencia del personaje a Colonia Elía es altamente probable que "la quinta de Yabrán fuera la estancia María Luisa", una de las gemas de Yabito. En la página 3 del diario
Clarín
del domingo 26 de enero salió un pequeño recuadro que decía: "Menem habló ayer del tema de la re-reelección durante una conferencia de prensa que ofreció en la estancia Medalla Milagrosa —propiedad de un amigo suyo— cerca de la ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay. Allí dijo que no piensa en un nuevo mandato". La noticia, publicada también por
Página/12,
confirma que el Presidente estaba en la zona, según lo declarado por el misterioso testigo y algunos lugareños. En la María Luisa hay un generoso coto de caza adonde, según varios paisanos de Larroque, iba el Presidente varias veces por año, con el inseparable Kohan, otro aficionado a la caza mayor. Después del 26 de enero y, más específicamente, a partir de que Yabrán apareció involucrado en la causa Cabezas, aquellos encuentros en los campos del
Cartero
pasaron a convertirse en secreto de Estado. Para el común de los mortales, claro, no para Frank Holder, el oficial de inteligencia de la embajada norteamericana que seguía las pisadas de Don Alfredo. La extraña confesión fue registrada en junio de 1997 por la periodista rosarina Gabriela Zinna y recién fue publicada en mayo de 1999 por
La Capital
de Rosario.

En sus declaraciones a la policía y la Justicia, Don Alfredo omitiría —por supuesto— la visita de Menem y su propia presencia en la estancia María Luisa aquel 24 de enero. Según sus dichos habría estado en Pinamar con su familia, entre el 1° o 2 de enero y el 25, cuando viajaron a Mar del Plata en una camioneta Cherokee blanca. Allí se alojaron en el hotel Costa Galana, usando el nombre supuesto de Gustavo Aste, "para preservar la privacidad". Gustavo Aste, según aclaró Yabrán ante el juez Macchi, era uno de sus empleados y se había encargado de hacer la reservación. No lo dijo, pero gente muy importante de la provincia sospechaba que tenía intereses en ese hotel junto con el ya fallecido Diego Ibáñez. En Mar del Plata, María Cristina Pérez y Alfredo Yabrán fueron al teatro y a cenar, para festejar los veintinueve años de su matrimonio. El 26 regresaron a Pinamar en la misma camioneta. Tanto a la ida como a la vuelta manejó el propio Yabrán, y, según él, no habían llevado ningún custodio. Su testimonio no invalida, de todos modos, el del extraño personaje que relató la visita presidencial al coto de caza: Yabrán pudo haber volado el 23 a la noche o el 24 durante el día, como lo hizo en tantas otras ocasiones desde el vecino aeropuerto de Villa Gessell. No lo dijo en el juzgado, pero el 27 abandonó Pinamar, mientras su familia se quedaba una semana más, aunque escondida en la casa de su cuñada Blanca, frente al chalet Narbay, para eludir el asedio periodístico. Sin saber que serían observados desde la propia intimidad por dos jóvenes e inesperados testigos, que luego brindarían un testimonio desfavorable para el
Cartero:
César Gustavo Rojas y su concubina Zulma
Zuli
Wiesner.

La pareja había sido entrevistada y finalmente contratada por "un señor Gregorio" (Ríos, obviamente), en unas oficinas que pronto se harían célebres, en la Avenida del Libertador 13571 de Martínez. Habían concurrido gracias a un aviso publicado el 17 de enero en
Clarín,
donde se solicitaba un matrimonio joven, sin hijos, para desempeñarse como caseros en la zona Norte, con un buen sueldo. En la entrevista inicial, el martes 21 de enero, les hicieron una prueba y les preguntaron acerca de sus respectivas habilidades, y si preferían trabajar en el campo, en Entre Ríos, o en una localidad de la Costa atlántica que no especificaron. Eligieron la Costa. Luego un señor "Marcelo", que era "administrador" de la casa en la Costa, y una señora que se presentó como "ama de llaves" les explicaron cuáles serían sus tareas. César, que había sido chofer, debía ocuparse de cuidar el parque, lavar los autos y atender el mantenimiento general de la vivienda; Zuli, que había sido empleada administrativa, tendría a su cargo la limpieza de la casa. Esa misma tarde, un desconocido, apareció por la casa de los Rojas para practicarles "un ambiental". Además de pedirles las clásicas referencias y realizar preguntas a los vecinos y antiguos patrones, sometió a cada uno a un interrogatorio de una hora en el que les preguntó incluso por sus creencias religiosas y políticas. Al despedirse, el inquisitivo personaje les anunció que los resultados del informe sobre ellos tardarían entre siete y diez días. Según declararían después ante el juez Macchi, quedaron intrigados y algo molestos por lo inusual de las preguntas y decidieron no presentarse al examen médico al día siguiente, miércoles. La muchacha, de veinticuatro años, estaba embarazada y pensaron que ese solo dato bastaría para que fueran rechazados. Sin embargo, contra toda lógica,
Gregorio
los llamó repentinamente el jueves y les dijo que habían sido seleccionados, ¿podían viajar el sábado a la madrugada a la Costa? Podían.

El 25, a las dos de la madrugada, cargados con todos sus enseres y un televisor, llegaron a las oficinas de Libertador 13571. De allí fueron llevados en auto a una casa de Martínez cercana al río (¿la misteriosa mansión panameña?) por un personaje alto, morocho, "de la empresa de vigilancia, remiso a conversar" y transbordaron a una Toyota azul, doble cabina, donde cargaron sus bultos y viajaron a Pinamar. Al volante iba
Marcelo,
el administrador, que casi no habló durante el viaje. Cuando llegaron, desayunaron en una cafetería y luego fueron llevados al chalet Mirabosques, en la Calle de la Ballena 165. Marcelo les dio cuatrocientos pesos para los primeros gastos y como adelanto del salario. Los recibió la cocinera Sebastiana y les mostró el departamento que iban a ocupar, en el sótano del chalet que ocupaban Blanca Pérez y su esposo Raúl Oscar Alonso. Luego apareció la Señora Blanca, que les volvió a describir sus tareas y les exigió "un cien por cien de corrección, porque menos no admitimos". Fuera de temporada debían trabajar de 8 a 13 y de 15 a 19. En temporada, "full time". La señora también les comentó que en el chalet de enfrente vivían unos parientes, que aparecieron a media mañana, en una Cherokee blanca. "Él estaba bien bronceado y era canoso. La mujer, alta, rubia de cabellos cortos". El domingo 26, el canoso y su señora pasaron la tarde en casa de sus patrones. El lunes 27, a media mañana, mientras César levantaba el pasto ya cortado en la vereda, apareció un auto rojo con los vidrios polarizados ocupado por dos sujetos que le preguntaron si conocía al "señor Yabrán". César dijo que no y los hombres se fueron. El martes 28, a las nueve de la mañana, "el señor Alfredo y la señora Cristina" visitaron a Blanca, que se enojó porque la habían despertado tan temprano. Después de una breve conversación, Blanca fue a su dormitorio y "regresó con un fajo de dólares que entregó al señor Alfredo, quien regresó a su casa quedándose su esposa en la vivienda de Blanca". Como recién llegados, César y Zuli no eran malos observadores: a los quince minutos vieron a la mucama del Narbay que salía con dos bolsos negros rumbo al garaje contiguo. Luego observaron que el señor Alfredo, "seguido por cuatro custodios", depositaba dos maletines negros en una camioneta Toyota 4 X 4 de color rojo. Al rato, el señor Alfredo, la señora Cristina y su hijo Mariano llegaron al chalet de la señora Blanca a desayunar. Y se fueron. "Por comentarios", Zuli se enteró de que habían viajado al aeropuerto de Villa Gesell, de donde regresaron al mediodía, sin Don Alfredo.

En la tarde, "la señora Cristina, el hijo Mariano y la hija Melina" se mudaron al chalet de los Alonso y guardaron la camioneta blanca en el garaje subterráneo del chalet Mirabosques. Según lo que declararía Zuli ante el juez, Sebastiana le habría dicho que la mudanza "obedecía a que existían problemas". Como la chica no entendía, le explicó que era por el tema "del pibe éste que mataron: el periodista". Y, según Zuli, agregó una información inquietante: "Por comentarios se decía que Yabrán lo había matado". Relacionando la camioneta blanca, con un vehículo similar del que hablaban los medios, Zuli comenzó a sospechar que "el señor Alfredo" era Alfredo Yabrán. Por la noche, la Señora Blanca les dijo que, ante cualquier pregunta, debían responder que allí vivía "la familia Fernández". También les advirtió que no mantuvieran conversaciones con nadie, "ya que era motivo de despido y peligroso". Luego le ordenó a Zuli que bajara todas las persianas de la casa. Más tarde, y a solas, Sebastiana le explicaría que era para despistar a los periodistas: para que no se enterasen de que en esa casa estaba viviendo Alfredo Yabrán. El miércoles 29, mientras miraban televisión, Sebastiana habría vuelto a comentar: "¿Viste? Yabrán lo mató". La chica le preguntó entonces si no le daba miedo trabajar en esa casa y la cocinera, una mujer de cincuenta y siete años, le comentó: "Mientras no abras la boca no vas a tener ningún problema".

Mientras tanto —siempre según el testimonio de Zuli— César había mantenido algunas conversaciones con Adrián, el casero de Narbay, y éste le contó que "hubo problemas entre el personal de la vigilancia de Yabrán y unos periodistas", que pretendían hacerle una entrevista y sacar fotos y que uno de esos periodistas era Cabezas. También le habría dicho que en la noche del viernes 24, Alfredo y Cristina habían concurrido a la fiesta de Andreani. Esto era falso. El casero también habría comentado: "Casi seguro que lo mató" y "mejor que no nos vean hablando de esto porque nos van a encontrar ahogados en el mar".

El jueves 30, la Señora Blanca volvió a recordarles que ante cualquier pregunta debían decir que allí vivía la familia Fernández, porque si decían otra cosa era causa de despido en el acto y "algo muy peligroso". Además, les entregó un cuaderno donde debían "anotar sus salidas, el horario de las mismas, dónde iban, motivos y horario de regreso". El viernes, César le habría preguntado al casero si no debían hacer público lo que estaba sucediendo. El otro le contestó que "ni se le cruzara por la cabeza hablar con la policía ya que el comisario Gómez era muy amigo del empresario". Asustados, decidieron que lo mejor era hablar con la patrona y decirle que pensaban irse porque la tarea era excesiva. Le darían tiempo para buscar nuevos empleados hasta fines de febrero. Blanca los escuchó y no abrió la boca. Al día siguiente les dijo que su propuesta "no iba" y los llevó al correo a mandar sendos telegramas de renuncia. Luego comenzó un regateo para que completaran la jornada laboral, pero César se negó argumentando que ellos no habían renunciado y que los telegramas establecían que la relación laboral había terminado en la víspera. También le recordó que, así como los habían traído, debían llevarlos de regreso. Blanca habría dicho que si fuera por ella les tiraba las cosas a la calle, pero que vería si, finalmente, les daba cincuenta pesos para los boletos. Luego se fue con su marido en la camioneta.

Los jóvenes se habían gastado —en enseres domésticos y comida— los cuatrocientos pesos que les había dado
Marcelo y
no sabían qué hacer. Entonces, por una prodigiosa casualidad que descartaría por excesiva cualquier guionista de
thriller,
tropezaron con el vecino de la casa de al lado, al que pusieron al tanto de lo sucedido. El vecino no era otro que el abogado Rodolfo de Gall Melo, el casi suegro de Mariano, el ex subadministrador del Correo que terminó peleado con Yabrán. Por otra singular coincidencia, el abogado era amigo del periodista de
La Prensa
Carlos Manuel Acuña, el primero que había denunciado a Don Alfredo, el mismo al que organismos chilenos de derechos humanos sindican como agente de la CIA. Según el testimonio de Zuli, De Gall Melo habría compartido las sospechas de la cocinera Sebastiana y del casero Adrián, aclarando que, obviamente, no tenía pruebas. También les habría aconsejado que hicieran la denuncia a la policía para no "quedar involucrados". No les dio dinero, pero les dijo que tenía un amigo,
Pirincho,
en la empresa de transportes Río de la Plata y que tal vez él podría facilitarles los pasajes.

Empacaron y se fueron, no sin antes sostener una agria discusión con la Señora Blanca. Una vez en la terminal de ómnibus,
Pirincho
les permitió dejar sus cosas, pero no les dio los pasajes. Mientras se alejaban, en busca de un hotel barato, vieron pasar la Toyota azul que los había traído de Buenos Aires. La inquietante visión se repetiría varias veces en las próximas horas. Primero fueron a un hotel, Las Gaviotas, y después a otro, Atlántico, siempre con la 4 X 4 rondando en las cercanías. Cerca de la playa había un homenaje a Cabezas. Se acercaron, pensando en vender la información que tenían y lograron enganchar a un periodista que conocían de la televisión. El periodista los escuchó y les dio el mismo consejo que De Gall Melo: debían ir a la comisaría. Finalmente brindaron su testimonio, la policía los alojó en un hotel y el lunes por la tarde les pagó los pasajes para que regresaran. En abril, en su vivienda de Buenos Aires, en la calle Estomba, recibieron cinco amenazas telefónicas que no denunciaron. Cuando les tocó declarar ante el juez dijeron que se habían mudado y no tenían aún domicilio conocido. Blanca Pérez de Alonso los acusaría de haberse llevado cien pesos y tanto la cocinera Sebastiana como el casero Adrián desmintieron haber hecho ninguna clase de comentarios sobre Don Alfredo, que era "muy buena persona".

En esos días finales de enero, Don Alfredo se vio con su abogado Pablo Argibay Molina.
Manolito
le dijo de entrada:

—Con el crimen de Cabezas te la pusieron. Cuidado. Lo hicieron para joderte.

—No seas paranoico —respondió Don Alfredo, sonriente.

No era el único paranoico, en todo caso: el 27 de enero, cuando las pesquisas parecían aún muy lejos de incriminar a Yabrán y a Gregorio Ríos, Víctor Hugo Dinamarca hizo una presentación reservada ante la Subsecretaría de Derechos Humanos del Ministerio del Interior para conocer lo que decían de él los archivos de la CONADEP y dejar establecido que no había participado como represor durante la dictadura militar. Hasta ese momento, Dinamarca figuraba como ex integrante del campo de concentración El Vesubio, en dos declaraciones ante la CONADEP de los ex represores Francisco Andrés Valdés (legajo 3674) y Claudio Vallejos (legajo 3157). En la Subsecretaría de Derechos Humanos, a cargo entonces de Alicia Pierini, le hicieron saber que nadie podía sacar a su antojo los documentos que fueron de la CONADEP y mucho menos rectificar lo que allí se decía, porque se trataba de documentos históricos. En los meses siguientes, Dinamarca seguiría la batalla, adjuntando a su reclamo una carta del director del Servicio Penitenciario Federal donde se hacía constar que sólo había tenido destinos carcelarios dentro del SPF
y
que, en los tiempos en que se lo denunciaba como integrante de El Vesubio, se desempeñaba en diversos penales. Esto último, aunque verdadero, significaba muy poco, porque, dadas las características de la represión clandestina, podía tener un destino oficial y otro oculto. Sobre todo siendo, como era, un oficial de inteligencia. Valdés, sorpresivamente, recordó en aquellos días que no estaba muy seguro de lo que había dicho catorce años antes y se retractó parcialmente de su denuncia. Dinamarca, ni lerdo ni perezoso, apeló al novedoso recurso del hábeas data, y solicitó a la Subsecretaría de Derechos Humanos, ahora a cargo de Inés Pérez Suárez, que se le entregara toda la información que había sobre él. Quería, dijo, aclarar su situación, para no verse perjudicado en sus actividades profesionales. La Subsecretaría rechazó sus reclamos, insistiendo en que no se podían borrar los legajos que había levantado en su momento la CONADEP. Indirectamente, le recordaron que seguía vigente la denuncia de Vallejos. Además, una simple revisión del papel jugado por la inteligencia penitenciaria en aquellos años del terror no aboga precisamente en favor de su inocencia. Tampoco creyeron en ella los integrantes de HIJOS, que realizaron un "escrache" frente a su casa.

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