Drácula, el no muerto (48 page)

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Authors: Ian Holt Dacre Stoker

Tags: #Terror

BOOK: Drácula, el no muerto
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57

A
l examinar la abadía de Carfax, Mina Harker sintió que era un reflejo de su vida. En un tiempo había sido imponente y hermosa, llena de virtud, esperanza y promesa. Ahora, la erosión la había convertido en una cáscara vacía. Incluso las telarañas cubiertas de polvo que llenaban los rincones habían sido abandonadas por las arañas que las habían tejido. El viento de tormenta arreciaba y hacía gemir los pasillos de la abadía, como si los espíritus del pasado estuvieran llamando para ser liberados. Aquellas paredes habían sido testigos de conflictos sangrientos, desde la guerra entre celtas y romanos y la invasión de los vikingos a las guerras entre sajones y normandos. En su juventud, Mina había estado demasiado asustada de los muchos fantasmas que se decía que acechaban los alrededores para aventurarse de noche en los terrenos de la abadía. La gran sala de piedra en la que ahora se hallaba había sido la biblioteca donde los monjes estudiaban en silencio. Era la primera sala que el príncipe Drácula había intentado hacer suya cuando había llegado a Whitby veinticinco años antes. Muebles olvidados cubiertos de sábanas se alzaban como fantasmas abandonados en la estancia. Tomos escritos en todos los idiomas imaginables llenaban los estantes de madera podrida. La capa de polvo que los cubría era tan gruesa que Mina apenas podía discernir el color de las cubiertas, mucho menos los títulos. Levantó la mirada al espejo resquebrajado que colgaba encima de la chimenea. Una mujer joven la miró. Aun así, Mina se sentía tan vieja y hueca como esa abadía decadente.

Vio el arcón de nogal que había llevado consigo a Whitby en 1888 desde su piso de Londres. Había pasado ese verano con Lucy mientras Jonathan estaba en Transilvania. Después de su relación adúltera con Drácula, había ordenado que transportaran aquel arcón secretamente a la abadía de Carfax, planeando huir de Inglaterra con su amante. Después, había olvidado el arcón en su apuro por dejar atrás a Drácula y la traición a sus votos matrimoniales. Era al mismo tiempo triste e irónico que se hubiera reunido con Drácula y el arcón. Era como si el azar hubiera conocido su destino mucho antes que ella misma.

Mina abrió el arcón y encontró un vestido que le había regalado Lucy. Nunca se lo había puesto; el estilo era demasiado provocativo para ella. Sin embargo, veinticinco años después, parecía que le sentaba perfectamente a la mujer en la que se había convertido. Mina miró el vestido negro de solterona que llevaba. Se había vestido como una mujer de mediana edad durante años para calmar a Jonathan. Ya no había necesidad de hacerlo. Se desabotonó el vestido negro y dejó que se arrugara en el suelo lleno de escombros. Levantó la juvenil prenda del arcón y deslizó su tela suave y elegante sobre su cuerpo. La hizo sentirse bella. Sintió una punzada de culpa: lamentaba no haber podido vestirse así para Jonathan, pero eso habría sido como echar sal sobre una herida que nunca sanaría. Se miró en el espejo y la pequeña cruz de oro que descansaba sobre su pálido escote captó la luz titilante de la chimenea.

Incapaz de contemplar su reflejo por más tiempo, Mina caminó hasta la ventana catedralicia. Sus pasos resonaron como un lento y deliberado tañido de tambor. Contempló la noche. Los destellos de los relámpagos iluminaban el cementerio, proyectando largas sombras entre las lápidas. Sentía que Quincey se acercaba deprisa, y esperaba que llegara a la abadía antes de que la tormenta desatara toda su furia. Una vez que llegara, Mina se enfrentaría a Drácula y pondría en marcha su plan.

—Ese vestido te queda bien —dijo una voz a su espalda.

Ella no lo había oído entrar y temía darse la vuelta hacia él, por si perdía su resolución. O peor, por si cedía a sus deseos más oscuros. Podía oír el hambre en la voz de Drácula cuando dijo:

—Eres un festín… para los ojos.

—He encontrado mi viejo arcón —dijo Mina, tartamudeando. Contempló su silueta voluptuosa. El vestido dejaba al descubierto mucha piel—. Dejé muchas cosas atrás aquí.

Dado el incómodo momento de silencio, el significado oculto tras las palabras de Mina no pasó inadvertido a Drácula. Al final, dijo:

—Esta casa, como yo, te pertenece.

Su voz era justo como ella la recordaba, melódica e hipnótica. Mina se dio cuenta de lo mucho que echaba de menos su balsámico sonido. ¡No! No podía pensar en ello. Tenía que pensar en Quincey. La huida de su hijo era lo único que importaba, algo que Drácula no podía entender.

En su mente, Mina vio una imagen de Quincey cabalgando. Sus ropas estaban manchadas de sangre… ¿Le habían disparado? Mina sintió que la consumían llamas de rabia. Saltó hacia atrás, volviéndose hacia Drácula, como una leona preparada para defender a su cachorro.

—¿Cómo pudiste poner en peligro a Quincey? Van Helsing podría haberlo matado.

—Van Helsing trató de asegurar su lugar en la historia llamándome villano a través de la pluma de Stoker —replicó Drácula sin pedir perdón.

Dio un paso hacia Mina, tratando de reducir el espacio entre ellos, pero ella le dio la espalda. El Príncipe Oscuro suspiró.

—Nunca busqué venganza sobre tu marido ni sobre los demás por tratar de matarme. Su causa equivocada era de hecho caballerosa, porque sólo estaban tratando de protegerte. Pero Van Helsing cruzó la línea.

Su voz se suavizó cuando apareció tras ella. Mina miró por encima del hombro y vio que los ojos de Drácula se volvían hacia el horizonte oscuro cuando la luz del faro destelló a través de la ventana.

—Quincey ha hecho que Van Helsing pague por sus transgresiones —dijo.

Mina sintió que se le helaba la sangre. Comprendió el significado que había detrás de las palabras. Y por la forma en que pronunció el nombre de su hijo sintió su propósito. Drácula tenía otros planes para Quincey.

—¿Vas a arrebatarme a mi único hijo?

—Para sobrevivir a lo que se avecina, Quincey ha de aceptar la verdad. Ha de aceptar lo que es.

El corazón de Mina le golpeaba en las costillas.

—El destino de Quincey no hemos de decidirlo nosotros.

El caballo de Quincey galopaba por Robin Hood’s Bay. Las olas estallaban contra las rocas. El frío viento de abril había arreciado. Los truenos resonaban y los relámpagos azotaban a su alrededor. Los cielos estaban haciendo una llamada a la batalla.

El caballo de Quincey corcoveó, tropezó y cayó sobre la embarrada orilla, lanzándolo al suelo. Apartándose del barro, Quincey trastabilló hasta el caballo, temiendo que el corcel se hubiera roto una pata. Se agachó junto al animal y vio que estaba bañado en sudor y que jadeaba, casi muerto por el esfuerzo.

Una vez más, un relámpago iluminó la noche. Quincey vio en la distancia las ruinas de la abadía sobre el acantilado. Se estaba acercando.

El caballo trató de levantarse, pero cayó de nuevo, incapaz de aguantar su propio peso. Quincey no tenía tiempo para que el animal se recuperara. Acarició la crin del caballo. Estaba preparado para morir por la causa, pero no podía pedirle a ese caballo que también se sacrificara.

Sin un momento que perder, continuó a pie por el resbaladizo sendero que le llevaría a su destino.

58


E
l tiempo de usar niños como peones de guerra pasó hace tiempo. Deja en paz a mi hijo —lo retó Mina.

Pisaba sobre terreno quebradizo y lo sabía. Era peligroso sacar a relucir el sufrimiento que Drácula había soportado de niño. Siglos atrás, el sultán turco se había llevado a Vlad Drácula y a su hermano menor, Radu, como prisioneros políticos. Los años pasados lejos de su familia habían dejado en Drácula cicatrices que nunca se podrían medir. Permaneció prisionero hasta que su padre murió en el campo de batalla. Entonces heredó el trono de Valaquia, y se convirtió en guerrero de Dios. Había pasado el resto de su vida mortal buscando venganza. En su existencia de no muerto, continuaba llevando el mismo estandarte, creyendo que era un guerrero de Dios, y aquéllos como Báthory eran sus mayores enemigos.

Pero Mina no podía permitir que Quincey se convirtiera en una víctima más de la guerra interminable de Drácula.

—Quincey merece una vida normal. Es mejor que saque a mi hijo de aquí. Lejos de Inglaterra. Lejos de Báthory.

El rostro de Drácula tenía una mirada inexpresiva. Por supuesto conocía los pensamientos más profundos de Mina y sabía que ese momento iba a llegar. Sin romper el contacto visual con ella, Drácula se acarició la cicatriz de su cuello. Las marcas apenas se asemejaban ya a la herida abierta que los colmillos de Báthory le habían infligido la noche anterior. Había sanado rápidamente.

—Báthory también bebió mi sangre —dijo—. Ahora todos estamos conectados. Allí donde huyamos, Báthory nos encontrará, y a Quincey. Es hora de ponerse firme.

—No eres lo bastante poderoso para enfrentarte a Báthory. Casi te mata.

Por un momento, Mina estuvo segura de que veía una expresión de dolor en sus ojos. Entonces Drácula le dio la espalda, respiró hondo y abrió la boca. No dijo nada. Volvió a cerrar los ojos, como si se armara de valor, y al final habló con voz pausada.

—Veinticinco años atrás casi me destruyeron. Primero Harker y luego Báthory. Mis heridas aún no han sanado. —Se volvió hacia ella y se abrió la camisa.

Mina abrió la boca por el horror que contemplaba.

—Oh, Dios.

El pecho de Drácula estaba escuálido; Mina podía contarle las costillas. Los huesos casi se transparentaban bajo la carne marcada y se apreciaban las cicatrices allí donde Morris y Jonathan lo habían acuchillado. Mina pudo ver las heridas del ataque a través de Báthory en el cuerpo de Drácula y recordó la bota de Báthory clavándole profundamente el kukri en el pecho. Mina era incapaz de apartar la vista del truculento espectáculo o de detener las lágrimas de compasión que resbalaban por sus mejillas. Por primera vez, Drácula le había expuesto su propio miedo y su debilidad. Comprendió lo difícil que tenía que haber sido para él compartir tal vulnerabilidad: era un acto de amor puro. Ya no podría haber secretos entre ellos. El amor de Mina por Drácula siempre había sido apasionado, pero con esta revelación se abrió paso al espacio de su corazón donde había residido Jonathan. Estiró un brazo hacia su príncipe oscuro; le temblaban las manos cuando intentó acariciar aquel pecho desfigurado.

—Por eso necesitabas la ayuda de Seward —dijo Mina, comprendiendo al fin.

Todas las piezas del rompecabezas estaban encajando. Acarició con cautela la piel destrozada encima del corazón de Drácula, el lugar donde el cuchillo de Morris la había perforado y el lugar donde una vez había bebido su sangre. Drácula colocó suavemente su mano fría sobre la de Mina y sus dedos se entrelazaron.

—Hice todo lo que pude para protegeros a ti y a Quincey —susurró. Levantó la barbilla para permitirle mirar profundamente en sus ojos oscuros, como si le rogara que viera el alma que había dentro—. Pero ahora no hay escapatoria. Nos matará a todos, a no ser que vengas a mí, Mina.

Estaba planteando a Mina una disyuntiva… pero Mina no podía renunciar a su fe. Era lo único que le quedaba. Tenía que combatir sus urgencias.

—Puede que parezca la joven que conociste —replicó sin romper el contacto visual—, pero me he hecho cada vez más sabia en estos años. No importa lo dulces que sean tus palabras o lo suave que sea tu tacto, eres un monstruo. Un asesino.

Drácula estiró la espalda y su rostro se llenó de orgullo.

—Soy caballero de la Sagrada Orden del Dragón. Stoker y Van Helsing no me dejaron elección, salvo…

—Esto no es la Edad Media. No puedes simplemente matar a un hombre porque te calumnió en una novela —le interrumpió Mina.

—En vida, fui la mano de Dios —dijo Drácula, desafiante—. Luché para proteger toda la cristiandad. La brutalidad y la muerte era todo lo que conocía. Ansiaba una segunda vida, una nueva oportunidad. Cuando llegó la ocasión, la perseguí, sin considerar las consecuencias. Sí, me levanté de mi propia muerte, pero no mato por deporte. Sólo saco la sangre que necesito para sobrevivir de animales, asesinos, violadores y ladrones. Todavía cumplo la justicia de Dios.

Sus ojos se abrieron de par en par. Mina recordaba esa mirada hipnótica. Sintió la sangre de él fluyendo por su cerebro y, con ella, una marea de imágenes. Estaba dejándole ver a través de sus ojos, ver las hazañas que había logrado en el nombre de Dios, los monstruos que había eliminado, los inocentes salvados…

Completada su conexión mental, continuó:

—Me hicieron a imagen de Dios, pero soy de un orden superior. ¿Acaso el lobo no se alimenta del cordero? Como todos los grandes cazadores, estoy solo. No hay sonido más triste que el aullido del lobo; solo en la noche, vilipendiado por el hombre, cazado hasta el borde de la extinción.

Los labios de él se acercaron a su oreja para dejarle sentir su aliento gélido. Mina ansiaba sentir un beso de sus labios. Al mismo tiempo, quería separarse y correr.

—Por favor, compréndelo, Mina. Sin ti estoy perdido —susurró Drácula—. Mi único crimen es que no estoy adaptado a las formas de hoy en día. ¿Puede un hombre que te ama tanto como yo ser verdaderamente malvado?

Mina se apartó, incapaz de mirarlo.

—Una vez, tiempo atrás, habría dejado a Jonathan de buena gana y me habría ido contigo. Ahora lo único que me importa es mi hijo. Nuestro tiempo ha pasado.

Sabía que no había convicción en sus palabras, lo cual significaba que Drácula también lo sabía. Mentir era inútil.

Él le dio la vuelta para que lo mirara.

—¡Para de decir eso! —ordenó—. Te estás engañando a ti misma. Sé que aún me amas. Cede a tus pasiones. Ven a mí. Debes estar conmigo. Ilumíname. Sólo juntos podemos salvar al mundo de Báthory.

—Me estás pidiendo que acepte tu don de las tinieblas. Que me convierta en lo que tú eres.

—Si huyes con Quincey a América, dividiremos nuestras fuerzas. Esta noche estamos juntos y tenemos ventaja. Incluso si caigo en la batalla esta noche, dejaré a Báthory muy debilitada. Aunque seas nueva en esta especie, serás un vampiro nacido de mi sangre anciana. Podrás proteger a Quincey. Con tus poderes podrás enfrentarte a una Báthory herida.

Mina se aferró a la cruz que tenía al cuello.

—No puedo.

Drácula le quitó las manos de encima, con expresión endurecida.

—Entonces el demonio ha ganado.

Se volvió abruptamente y salió de la habitación, dejando a Mina más sola de lo que nunca había estado.

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