Ecos de un futuro distante: Rebelión (6 page)

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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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—Señor…

—¡Déjalo, sea lo que sea no quiero oírlo! —contestó iracundo.—. Centrémonos en Antaria, Ghadea tendrá que esperar un poco más. Y ahora me vais a escuchar vosotros a mí. Esta mañana, alguien ha robado unas cuantas naves de nuestro hangar en la capital y ha comenzado a atacar edificios civiles. En vista de que allí abajo se está cociendo algo que no es normal, necesito que escaneéis el planeta con el Sensor. Yo tomaré el control de la fabricación de este hangar para preparar una contraofensiva, porque sea quien sea, ha decidido comenzar a destruir nuestros sistemas de defensa. Y un Imperio como el nuestro no se lo puede permitir. ¿Entendido?

—Con el debido respeto… —interrumpió el que probablemente era el más anciano de los investigadores. Un hombre cuyo escaso pelo, totalmente blanco, denotaba su ya avanzada edad, al tiempo que unos ojos negros, profundos como un pozo sin fondo, mostraban una paciencia y una sapiencia fuera de lo común—. Señor, el Sensor Nadralt no puede realizar escaneos sobre la superficie. La distancia es demasiado corta, y por tanto la longitud de onda hace que ésta rebote y escape de nuestro radio de alcance antes de que pueda ser procesada. Además… nos exponemos abiertamente a que otros planetas con sensores menos potentes, incapaces de escanear la superficie de Antaria, puedan recibir la señal rebotada y encontrar información que les pueda resultar útil de algún modo. Me parece… demasiado arriesgado. Quizá usted no lo sepa pero serví a su padre mucho tiempo atrás, y he participado en la construcción de este juguete. —Dijo mientras tocaba la fría superficie metálica de uno de los sensores que formaban parte de la red—. Le puedo asegurar que podemos ver el más mínimo movimiento a cientos de sistemas solares y de galaxias incluso. Pero usarlo sobre el propio planeta sólo podría causar más problemas.

—En ese caso… ahora tendréis una oportunidad de oro para demostrarme que os merecéis vuestro sueldo. Necesito una solución que nos permita detectar dónde diablos están esas naves y neutralizarlas antes de que sigan destruyendo nuestras defensas. Tenéis… —dijo mirando su reloj, uno de los dispositivos que, aunque milenarios, habían seguido resultando útiles a la Humanidad y apenas habían modificado su diseño con respecto a los modelos más antiguos.—. Exactamente, tenéis dos horas.

Tras decir aquello, Hans abandonó la estancia. En su cabeza volvían a reproducirse las escenas de aquella terrible batalla que cada noche le asolaba cuando salía al balcón de mármol del Palacio. Allí dentro había mantenido una frialdad y una dureza impropia de su estado anímico y de su forma de ser. Sabía que tenía que infundir respeto y seguridad a su pueblo, pero al girar entre los pasillos de la base lunar con destino al hangar, no pudo contener más sus lágrimas, y apoyándose en una pared lloró durante largos minutos, como un niño desconsolado al que ni el mayor regalo existente puede calmar. No le deseaba a nadie lo que él había pasado tiempo atrás, y veía con impotencia que no había podido evitarlo, sino que además la solución todavía tardaría como mínimo un par de horas en estar operativa. Ahora más que nunca, sentía la necesidad de estar junto a su mujer, era su mayor ayuda a nivel espiritual. Se preguntó qué pensaría de él si le viera en esa situación. El hecho de encontrarse en aquel astro de nefasto recuerdo, y que la causa fuese en cierta parte similar a la que provocó aquello, hizo que todo lo que llevaba almacenado dentro, literalmente, explotase en un mar de lágrimas.

Una vez más calmado, el emperador se enjuagó las lágrimas con los dedos de las manos como buenamente pudo. Era consciente de que a nadie pasaría inadvertido, pero, con paso firme, continuó su paseo por las instalaciones hasta llegar a su destino. Tenía que reconocer que la monotonía de las instalaciones modernas, que se realizaban siempre con los mismos planos, le facilitaban en gran medida el desplazamiento por aquella construcción casi inactiva. Apenas se estaban construyendo un par de naves de batalla.

—¿Emperador? —se acercó un individuo de tez oscura. De aproximadamente la edad de Hans.

Pese al largo camino biológico que la Humanidad había recorrido, todavía se preservaban con bastante fidelidad las antiguas razas de la Tierra. Aquel hombre, de complexión y estatura muy similares a la suya, vestía el típico uniforme de las fuerzas militares.

—Permítame presentarme. Soy el coronel Magdrot. Es un honor para nosotros verle por aquí. ¿Puedo preguntar a qué se debe su visita? —el mandatario estrechó la mano de aquel hombre, que en principio parecía no haber reparado en las todavía notables marcas de sus recientes lágrimas.

—Resumiendo, y para no alargar mucho más la solución, puedo decirte que se debe a que Antaria está siendo atacada en estos momentos.

—Mi señor, no hemos sido notificados de que haya alguna fuerza invasora en camino. —Dijo el coronel visiblemente nervioso.

—No, cálmate. No ha sido un ataque externo. Alguien nos ha saboteado y ha comenzado a atacar. Lo más duro es que han atacado varios edificios de la propia ciudad.

—¿Hay bajas, mi señor?

—No sé exactamente cuántas. Pero sí, tenemos bajas civiles, desde luego… —dijo con voz apesadumbrada.

—En ese sentido soy afortunado… mi familia vive principalmente en Jaoss, y algunos parientes lejanos en Cigle… ninguno en la capital. ¿Qué podemos hacer para ayudar, mi señor?, ahora mismo sólo disponemos de unas pocas naves de batalla terminadas y tres o cuatro destructores.

—De momento, lo único que podéis hacer es aumentar la producción de naves. Ya he hablado con los científicos, coged los recursos que necesitéis de la línea comercial que nos comunica con el planeta. Aumentad la producción de microrobots para las capas orgánicas de las naves, poned a trabajar a todo el personal que tengáis disponible, lo que sea. Pero necesito que en un plazo máximo de tres horas tengamos un pequeño contingente para hacer frente al enemigo.

—A sus órdenes, mi señor.

En realidad Magdrot pensaba que era una locura. Era imposible hacer una pequeña flota de naves en sólo tres horas, pero su férrea disciplina militar le impedía contradecir las órdenes de su emperador, por lo que sin mayores ceremonias y después de excusarse ante él, volvió al interior del hangar para poner a trabajar a todos los soldados que estaban en tareas distintas a la construcción de naves.

Después de aquello, pensó el emperador que sería un buen momento para revisar de qué flota disponía en las colonias cercanas a Antaria. Para así, reagrupar a la armada en caso de que fuera necesario hacer frente a un ataque externo. Por primera vez en mucho tiempo, se dio cuenta de que su peor error había sido dejar una flota que, si bien era suficiente para defender Antaria de pequeños ataques, no era suficiente para enfrentarse a un sabotaje de aquellas características… Inmerso en sus cavilaciones, llegó de nuevo a la sala de sensores del complejo donde le recibió el investigador más joven con cara de incógnita:

—¿Ocurre algo? —preguntó Hans.

—Señor, nos ha llegado una comunicación del planeta. Dice que la emperatriz ha abandonado el palacio después de dar el día libre a los empleados para que pudieran visitar a sus familiares. Se ha ido sin ningún tipo de escolta.

—¿Que Alha se ha ido sola a la ciudad? —gritó el emperador.

En su cabeza se agolparon de repente miles de pensamientos, no alcanzaba a entender qué motivo podía haber llevado a su esposa a abandonar el palacio de aquella manera. Aunque sin duda, él mejor que nadie sabía que si por algo destacaba era por el humanismo que la caracterizaba.

—Sí, señor, se ha marchado. —Dijo de nuevo aquel joven, interrumpiendo sus pensamientos.

—Tengo que bajar a la ciudad. Debo encontrarla, sólo me faltaría perderla a ella también…

Y mientras decía aquello, miró su reloj. Le quedaba tiempo todavía para volver a Antaria, pero sabía también que por otro lado se podía exponer a sufrir las iras del pueblo, y en vez de un problema debería enfrentarse a dos… El desasosiego comenzó a invadirle al darse cuenta de que aquella situación le ponía en una fea encrucijada. Podía quedarse allí arriba mientras ordenaba a alguien buscar a su esposa, o podía bajar y exponerse a ser atacado por los ciudadanos más irascibles…

—Creo, si me permite la osadía, que debería meditar sobre ello, señor. Tal vez no sea el mejor momento para pasear por la ciudad.

—Estaba pensando sobre ello ahora —y se sumió en un pesado silencio mientras aquel chico le observaba…— vuelve al trabajo, veré qué hacer al respecto.

Hans comenzó a deshacer el camino hecho desde el hangar. Había tomado una decisión. Si bajaba al planeta se exponía a ser atacado por los ciudadanos, pero afortunadamente nadie conocía a Magdrot. Aquel tipo se pasaba la mayor parte del tiempo en la luna… Por lo que, si alguien de su confianza se podía adentrar en la ciudad sin ser identificado, sin duda era él. No le conocía demasiado, pero no tenía muchas más alternativas en realidad. Y el tiempo apremiaba si quería detener el ataque que estaba teniendo lugar en su querido hogar. No transcurrieron muchos minutos hasta que alcanzó de nuevo las instalaciones en las que había estado anteriormente. De nuevo, como si la escena se repitiera, le recibió el coronel con cara sorprendida:

—¿Mi señor? —le preguntó con sorpresa.

—Debo pedirte algo y es importante que lo cumplas con la máxima delicadeza posible —dijo Hans, con un tono suave.

Estaba más calmado y pretendía ser amistoso, aunque en su cabeza seguían bullendo imágenes de los peligros que podían acechar a Alha entre las calles de la ciudad en una situación como aquella:

—A sus órdenes…

—Necesito que vayas al planeta y busques a la emperatriz. Desconozco donde está, pero algo me dice que no te será fácil encontrarla. Mi mujer no es tonta y habrá tomado todas las medidas posibles para permanecer oculta o para que sea difícil de identificar.

—Puedo llevar a algunos de mis hombres conmigo si lo desea, señor.

Hans levantó la vista por encima del coronel, revisando el interior de las instalaciones donde seguía el ajetreado proceso de fabricación que hacía muy poco él mismo había ordenado. Se dio cuenta de que había dos o tres chicos que no parecían estar al mismo ritmo de trabajo que los demás, por lo que volviendo la vista a Magdrot, le contestó:

—Puedes llevarte a ellos dos. Esta misión no debería entrañar peligro. Quiero que descendáis en alguno de los transportes de la vía comercial, así os será fácil entrar en el planeta sin ser detectados. Y…

De repente algo llamó la atención a Hans, y ése algo eran sus propias palabras… ¿Cómo era posible que alguien que buscaba atacar Antaria no hubiese destruido el flujo de tráfico entre las vías comerciales que comunicaban el planeta con su satélite y con el resto de colonias?

—¿Y…? —preguntó curioso el coronel.

—No, nada —dijo el emperador—. Simplemente que esa vía no ha sido atacada en toda la mañana, y dudo que vaya a serlo. El objetivo no es romper nuestra circulación comercial…

—Entendido, señor —dijo Magdrot al tiempo que se cuadraba ante su emperador.

Era un gesto milenario, símbolo de respeto en la escala militar, que había perdurado desde el ya mítico planeta Tierra, tan legendario que nadie conocía a ciencia cierta su ubicación…

—Eh, vosotros, tenéis trabajo. ¡Seguidme!

Y con aquella seca orden, el coronel y los dos muchachos en los que Hans había depositado toda su confianza casi sin quererlo, se perdieron por el fondo del pasillo que comunicaba las distintas partes de la base lunar…

Pánico en Antaria

Khanam estaba bastante más aliviado. Todavía recordaba los nervios que había sentido mientras buscaba a su querida Nahia. También se sentía tremendamente orgulloso de su pequeña por la preocupación que mostraba por aquella familia, cuya madre esperaba impaciente la vuelta de su esposo… La mente del científico ya estaba comenzando a divagar. Todavía tenía que realizar un largo camino hasta Ghadea. Y antes de todo aquello tenía que ir al laboratorio. Tocaba ponerse en movimiento, porque, a fin de cuentas, allí ya no podían hacer mucho. El tumulto de gente era demasiado grande como para intentar ayudar a los heridos que todavía quedaban bajo los numerosos escombros.

Tenía que pensar también en cómo justificar la presencia de su hija en aquella expedición, y por supuesto, acompañar a aquella familia a su hogar. Algo le decía que podía confiar en aquella mujer y aquellos niños. Quizá era un agradecimiento inconsciente por haber ayudado de una forma u otra a que su hija permaneciera con vida… Se acercó de nuevo a Nahia, que estaba con uno de los pequeños:

—Deberíamos alejarnos de aquí. No creo que sea un buen lugar ni para ellos ni para nosotros —dijo, mientras observaba a su alrededor y veía que la cantidad de gente allí no parecía disminuir.

—Tal vez tengas razón. —Dijo ella—. Pero, ¿cómo nos desplazaremos?, tu nave es demasiado pequeña para poder llevar a todos en un sólo viaje…

—Lo sé. Tendré que hacer varios viajes.

—¿No deberíamos movernos de este sitio? —preguntó ella.

—No, no. Creo que éste será un buen lugar mientras tanto. Hay mucha gente. Siempre se ha dicho que el pillaje y los saqueos son comunes en situaciones de caos. Pero, si alguien tiene malas intenciones no se atreverá a actuar aquí, delante de todos. Si buscásemos un lugar más escondido podríamos exponernos a que alguien os atacase…

—Está bien… ¿cómo haremos?

—Primero te llevaré a ti y a dos de los chiquillos. Y luego a su madre y los otros dos.

—No creo que su madre quisiera separarse de sus hijos antes que yo… que vaya ella primero.

—No, hija, te digo que…

De repente, alguien entre la multitud alzó las manos al cielo…

—¡Mirad! —dijo con voz ahogada…

Khanam giró sobre si mismo, mientras un leve zumbido comenzaba a levantarse en el ambiente… Al mismo tiempo, la multitud comenzó a dispersarse; la gente corría nerviosamente en todas direcciones, muchos tropezaban unos con otros con las consiguientes caídas y problemas para todos. El viejo científico reaccionó rápidamente:

—¡Nahia, por aquí! Vamos, rápido. —Dijo mientras cogía a dos de los niños y comenzaban a correr.

En ese momento, la madre de los chiquillos, que se había mantenido al margen, cruzó una mirada de angustia con él y se miraron todos de nuevo. Mientras, la multitud corría desesperada en todas direcciones, mezclando gritos de angustia, lamentos… Algunos, sin embargo, parecían resignarse y se quedaban inmóviles en su posición. Sin decir nada, Nahia y los demás, reanudaron su carrera calle arriba, hacia la nave de Khanam, mientras aquel diabólico zumbido seguía aumentando…

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