—¿Y si no lo consigue qué pasará?
Su hijo la miró con cara preocupada:
—Que nos destruirá a todos. A menos que papá y los demás consigan llegar a tiempo…
—¿Y Narún? ¿No podéis hacer nada?
—No podemos mamá. Somos humanos, aunque hayamos sido afectados por un Daeralmán…
Aquella breve escena era solo otra que se añadía a una larga lista de experiencias que había tenido durante los últimos meses, cada vez con más frecuencia. No lograba entender qué era lo que le pasaba. Lo más desconcertante de todo aquello, era que esos nombres no le sonaban de nada. No conocía a ningún Tor'ganil, Ur'daar o Narún. Y sin embargo, durante aquellas extrañas visiones, se sentía como si le hablasen de alguien a quien conocía desde hacía mucho tiempo.
De repente, la mujer sintió un pequeño dolor abdominal:
—¿Estás bien? —le preguntó su marido, que había estado toda la noche sentado a su lado.
—Creo que ya viene… —dijo ella.—. Llama a los médicos, por favor.
Magdrot salió rápidamente en busca de ayuda. Para sorpresa suya, su mujer estaba en lo correcto, había comenzado a dar a luz. Asistió al parto junto a su esposa mientras los médicos la atendían en todo lo necesario. Aún sabiendo que aquel niño no era hijo suyo. Le había cogido tanto cariño que quería criarlo con ella. Lo sentía como suyo.
Apenas dos horas después, la pareja se encontraba de nuevo a solas en la habitación. Pero ahora, entre ellos estaba su primer vástago.
—Es precioso —dijo ella llorando de emoción, mientras apoyaba al pequeño contra su pecho.
—Sí… No me lo puedo creer, somos padres, cariño. —Dijo Magdrot visiblemente contento—. Después de tanta espera, por fin está aquí.
—¿Crees que le criaremos bien?
—No tengo la menor duda. Ya no seremos emperadores, y puede que no tengamos esos lujos nunca más. Pero aun así, le daremos la mejor vida posible.
La pareja se besó dulcemente. Al cabo de unos minutos, Magdrot abandonó la habitación en busca de algo que comer, llevaba más de un día sin haber ingerido nada.
Miyana miraba a su hijo contenta. Se acordó de su primer marido, el padre biológico de su hijo. Y aunque sintió pena porque ya no estuviera allí. Supo que aquella herida había cicatrizado después de nueve meses. Ahora tenía un nuevo esposo, con el que quería salir adelante y ver crecer al pequeño que tenía entre sus brazos. Satisfecha de haber conseguido llegar tan lejos, cerró los ojos:
—Sólo es el principio del camino.
La joven sobresaltada miró a su alrededor:
—¿Hola? —preguntó—. Cariño, ¿eres tú?
—Todavía van a pasar muchas cosas. Pero sé que lo haréis bien.
Miyana se levantó de la cama dificultosamente. Supuso que era Magdrot quien le hablaba, pero no había rastro de su marido, ni de ninguna otra persona.
—Por desgracia todavía queda mucho sufrimiento por delante, pero al final, valdrá la pena. Juntos llegaremos al final de todo esto. Sé que me protegeréis con vuestras vidas si hace falta. Pero… todo llegará.
—¿Quién anda ahí? ¿Qué quieres de mí? —dijo Miyana hablando a la sala.
—Te he enseñado algunos de los momentos que están por llegar, como creo que van a suceder… Quizá puedas ayudarme.
—¡Dime quién eres! —gritó la mujer desesperada.
—Soy yo, mamá. Soy tu hijo, Mijuhn —respondió aquella voz infantil que retumbaba en su cabeza…
Habían pasado cinco años. Ur'daar se había acostumbrado a la vida entre humanos. Aunque era un tiempo considerable para aquella especie y muchos otros seres. Para él era como si apenas hubieran pasado unos días. No había vuelto a ver señales de Tor'ganil desde que intentara asesinar a Magdrot y Miyana cuando Hans luchaba por volver a Antaria. Aquel despiadado ser había abandonado la forma del emperador Gruschal.
Aunque Hans había querido revelar al Universo la amenaza a la que se enfrentaban. Su sentido le dictaba que era mejor no abrir aquella caja de Pandora hasta que llegase el momento apropiado. Aquellos años habían sido de relativa calma. Hans y Alha estaban completamente entregados a cuidar de su hijo, Narún. Mientras que Magdrot y Miyana hacían lo propio con Mijuhn. A las dos familias les estaba costando adaptarse a las especiales cualidades de sus hijos. Los dos niños habían desarrollado, de algún modo, la extraña habilidad de poder vislumbrar algunos detalles del futuro y presentaban el potencial de desarrollar, en menor medida, parte de las habilidades que eran exclusivas de su especie. No podían controlarlo como un Ur'daeralmán, y las mentes inferiores de los humanos, especialmente de los niños, hacía que no pudieran ver los incontables caminos que se abrían ante cada futuro posible.
Ur'daar se sintió culpable. En su acelerada búsqueda por encontrar a Khanam sus contactos mentales con algunos seres humanos le hicieron encontrarse a Alha y Miyana estando ya embarazadas:
—Ésa fue tu primera torpeza —le dijo Ur'madanel.—. Al entrar en contacto con ellas, dejaste un trazo primordial en sus vástagos. Dejaste un resto de energía mínimo, imperceptible para los humanos, pero lo suficientemente poderoso como para que hayan desarrollado esa capacidad, y todavía pueden desarrollar otras. No llegarán a ser como nosotros. Pero, quizá nunca lleguen a sentirse realmente humanos.
—Lo siento mucho, maestro —respondió él solemnemente.
Aunque los Ur'daeralmán no tenían un gobernante, Ur'madanel era el más anciano y experimentado de todos aquellos que habían abandonado la neutralidad. A él acudían aquellos que necesitaban consejo en tiempos difíciles, como el propio Ur'daar varios milenios atrás. Era, a todos los efectos, un líder espiritual para aquellos que estaban dispuestos a defender la semilla de la vida con todas sus fuerzas. Estaba cerca de los quinientos mil años de vida y sus ojos habían presenciado muchas cosas en todo aquel tiempo. Con el paso del tiempo, se convirtió en una suerte de mentor para Ur'daar, Ur'nodel y muchos otros. Tenían que detener a Tor'ganil y los demás antes de que pudiesen poner en peligro más vidas.
—Ahora entiendo que le pedí disculpas a la mujer equivocada. —Continuó Ur'daar.
Se encontraba en una gigantesca nave Ur'daeralmán, en los confines del universo conocido, sentado delante de él, en una especie de trono, se encontraba su mentor:
—Me disculpé con Alha por lo que le sucederá a su hijo. Pero en realidad su madre es Miyana. —Añadió.
—Todavía podemos evitar que Tor'ganil domine a toda la especie. —Dijo Ur'madanel.
—No puedo guiar los pasos de Khanam con más rapidez, maestro.
—Dale tiempo. Encontrará la respuesta cuando menos lo esperes.
—¿Y después? —preguntó de nuevo el joven Ur'daeralmán.
—Tendrás que ayudarles. Si conseguimos detener a Tor'ganil, conseguiremos restaurar la paz, al menos durante un tiempo.
—¿Durante un tiempo? —dijo Ur'daar contrariado—. Pensaba que Tor'ganil era nuestra única amenaza.
—No. El mal recorre muchos caminos. Todas las especies evolucionan. La nuestra no es diferente. Al principio todos éramos iguales, nos hacíamos llamar Daeralmán. Con el paso del tiempo, fuimos perdiendo nuestra neutralidad. Primero separamos las semillas de la vida y del caos. Y nos hicimos llamar Ur'daeralmán y Tor'daeralmán. Tú ya conoces bien esa historia. Después algunos de nosotros decidimos dejar de lado esa neutralidad y convertirnos en Tarandún, y algunos Tor'daeralmán, como Tor'ganil decidieron dejar de lado esa neutralidad y convertirse en Yerandil. Con el paso del tiempo, cada vez habrá menos neutrales.
—¿Les haremos frente?
—Es nuestra obligación. Y la de ellos la de enfrentarse a nosotros. Debemos mantener el equilibrio a cualquier precio. La respuesta de ese equilibrio —siguió el venerable Ur'madanel— fue la neutralidad. Sin el bien y el mal no había que compensar las fuerzas. Ahora que está sucediendo, pronto los demás también tendrán que adoptar una posición. Tenemos que seguir manteniendo ese balance. Si no, perderíamos nuestra razón de ser. El motivo que nos impulsa a cada uno de nosotros a seguir hacia delante. Tenemos que velar por mantener el orden de las fuerzas del Universo.
Aquella charla había tenido lugar varios días atrás. Ahora, Ur'daar se encontraba en lo más alto del palacio de Antaria, en el tejado de una torre. En ocasiones subía allí arriba para poder recuperar su forma de Ur'daeralmán durante unos minutos. Como en otras ocasiones en las que se evadía, intentaba escudriñar los futuros que se abrían ante ellos:
—Sólo veo muerte y destrucción —se dijo para sí mismo.—. Pensábamos que habíamos ganado al derrotar a Tor'ganil hace cinco años… Pero le hemos dado todavía más fuerzas… Tarde o temprano regresará para intentar dominar a la Humanidad. Si no lo consigue les destruirá por completo… ¿En dónde me he metido?
Al cabo de unos minutos, el Ur'daeralmán regresó al palacio, otra vez bajo el aspecto de Jacob Emilson. De nuevo bajo aquella forma humana en la que podía pasar desapercibido.
Después de tantos años, comenzaba a sentir de nuevo aquel desasosiego. La guerra contra el Imperio Tarshtan estaba siendo encarnizada. Aún no se había conseguido obtener la tecnología de salto cuántico que habían robado al Imperio Grodey, y aquello frustraba a Ur'daar sobremanera. Mientras la atención de los humanos estuviese centrada en el conflicto y no en Tor'ganil, en la auténtica amenaza, el pérfido Tor'daeralmán tenía total libertad de actuación…
—¡Por fin te encuentro! —dijo Khanam, que había llegado con paso acelerado al Palacio Imperial.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Ur'daar.
—¿Recuerdas lo que me dijiste? ¿Qué conseguiría encontrar la manera de destruir a Tor'ganil?
—Claro que lo recuerdo.
—Sigo sin saber cómo hacerlo. En estos años apenas he conseguido avanzar, no sabía muy bien por dónde deberíamos empezar… ¿Recuerdas las profecías que me dijiste?
—Sí, ¿por qué? —le preguntó el Ur'daeralmán.
—Una de ellas decía que para encontrar las respuestas tendríamos que ir más allá de las estrellas. Creo que por fin sé a dónde tenemos que ir para encontrar esas respuestas, para poder descubrir cómo detener a Tor'ganil.
—¿A dónde? —preguntó.
—Creo que cuando me dijiste aquello no estabas siendo metafórico. Para los humanos, sólo hay una cosa más allá de las estrellas, en un lugar desconocido. Si es que todavía existe. Ur'daar, tenemos que encontrar La Tierra…