—Agradezco tu hospitalidad —respondió el Ur'daeralmán.
—Tanarum, tú te quedarás aquí. Además de ser mi consejero, tengo otro plan para ti.
—¿Cuál? —preguntó curioso el grodiano.
—Te encargaras de acomodar a los grodianos que deseen permanecer en Antaria. Serás su embajador. ¿Lo harás?
—Con gusto, Emperador. —Respondió solemnemente.
Tras un breve silencio, Hans prosiguió:
—Ahora tengo que irme. Hay una promesa que debo cumplir…
—¿Ahrz? —preguntó Tanarum.
—Sí. Su mujer debe saber lo que ha pasado. Lo que él hizo por nosotros.
—¿De quién habláis? —preguntó Nahia.
—Hablan del hombre que tenía que dar su vida para que pudieran llegar a Antaria —dijo Ur'daar.
—¿Tú lo sabías? —preguntó Khanam.
—En casi todos los futuros de Hans era lo que pasaba para que ellos pudieran llegar aquí. Ése era su objetivo en su vida. Cuando llegó el momento, tomó la elección que sintió que era correcta.
—Y acertó… supongo. —Dijo el gobernante.
—Lo hizo. Te ha cambiado de maneras que todavía no has llegado a comprender. Te ha hecho ver las cosas desde una perspectiva que nunca habías intentado entender antes. —Añadió el Ur'daeralmán.
—La de mi padre… Creo que empiezo a entender por qué algunas de las cosas que viví hace tantos años fueron así, y no de otra manera.
Tras aquella breve charla, fue el propio emperador el que se despidió del grupo. Quería visitar a Adrius él sólo. Sentía que tenía que honrar la memoria de aquel hombre haciendo lo que le había pedido. Una vez que sus sirvientes le hubieron facilitado la dirección de la joven, puso rumbo hacia allí. El viaje transcurrió sin ninguna novedad. Entró en el edificio, y al llegar al umbral de la puerta que daba acceso al departamento, sintió un escalofrío. Estaba a punto de dar una noticia devastadora a una mujer que seguía ajena a lo que había pasado. Pulsó el timbre de aquella puerta metálica. Al cabo de unos segundos, apareció ante él una chica que le pareció sumamente atractiva. Con voz temblorosa, le preguntó:
—¿Eres Adrius?
—Sí… ¿Nos conocemos? —preguntó ella con extrañeza.—. Esa cara me suena…
—Soy el emperador Brandhal… pero puedes llamarme Hans.
La chica se llevó las manos a la cara, intentando ocultar su gran sorpresa.
—Lo sé, lo sé. Os dijeron que estábamos muertos —continuó él.—. No es así, aunque conseguimos escapar gracias al sacrificio de un buen hombre…
—¿Ahrz…? —preguntó ella, atando rápidamente los cabos sueltos.
Hans guardó un incómodo silencio:
—Lo siento… Tu marido se sacrificó para que pudiésemos llegar al planeta. Sin su ayuda… jamás lo hubiéramos conseguido. Me pidió que al volver, viniese a verte. Me dijo que necesitarías ayuda.
Pero hacía rato que ella había dejado de escucharle. Adrius se sentía devastada. Comenzó a llorar desconsolada. Su querido Ahrz, el hombre que la había vuelto loca desde que se conocieron en Modea, había muerto en aquella batalla que le había quitado el sueño desde hacia varios días. Se había ido y no iba a volver, se decía una y otra vez. Se abrazó con Hans, y dio rienda suelta a sus lágrimas mientras se apoyaba en el pecho de aquel desconocido:
—No sé qué puedo decirte —dijo el emperador intentando contener sus lágrimas ante la devastación que vivía ella—. No quiero ni pensar qué se debe sentir cuando alguien te da una respuesta así… Tu marido era un buen hombre…
—Ni siquiera nos habíamos llegado a casar —dijo ella entre lágrimas—. Iba a proponérselo cuando volviese de la batalla.
—Te debía querer mucho. Sus últimas palabras para mi fueron esas, que cuidásemos de ti. Si me lo permites, eso vamos a hacer mi esposa y yo. Es lo menos que puedo hacer para honrarle. —Dijo visiblemente emocionado.
—¿Qué voy a hacer ahora? —preguntó mirándole entre lágrimas.—. Vine aquí por él. Porque quería vivir a su lado. Éste era su hogar hasta que llegué. No estoy segura de que pueda encontrar las fuerzas para salir adelante…
—Lo harás, estoy seguro de que las encontrarás… —le dijo Hans.—. Ven conmigo. Te llevaré al hospital para que puedas conocer a mi mujer. Gracias a Ahrz ella sigue viva. Después, iremos a Palacio, me aseguraré de que tengas un alojamiento allí. Tendrás todo lo que necesites. Es lo mínimo que te debe el Imperio de Ilstram.
—Gracias —dijo ella.
—No tienes por qué darlas.
—Quiero decir… Gracias por haber venido en persona. Podrías haber mandado a un mensajero y haberlo evitado. Sin embargo, has venido a decirme que la persona a la que amo se ha sacrificado para que tú y tu esposa pudieseis llegar aquí. —Dijo, mientras intentaba recomponerse.
—Es lo menos que puedo hacer por alguien que ha dado su vida para que pudiésemos llegar aquí…
Después de aquellas palabras. Los dos se dirigieron al hospital. Había sido una jornada muy larga. Hans apenas había tenido tiempo de descansar, y mucho menos de preocuparse por la salud de su mujer. Ni siquiera se había anunciado al pueblo todavía que estaban sanos y salvos. Llevaban muchos meses fuera del Imperio, seguro que podían aguantar un día más.
Una vez en las instalaciones médicas, el emperador se dirigió a la habitación de Alha. Tenía un buen aspecto, los médicos les habían dicho que había llegado en un estado muy delicado, pero que tal y como había dicho Tanarum, la había estabilizado correctamente. Lo que sin embargo cogió a la pareja por sorpresa fue el saber que su embarazo estaba mucho más avanzado de lo que los dos pensaban. Alha debería permanecer en el hospital durante los días siguientes:
—¿Cómo estás? —le preguntó él.
—Estoy bien… Me duele un poco la cabeza, pero me han tratado muy bien los médicos. Se han quedado muy sorprendidos todos al verme aquí, por lo que me han contado.
—Sí, yo también sé a qué te refieres. Todo el mundo pensaba que estábamos muertos.
—Los médicos me han dicho que el embarazo está en su etapa final. No corremos peligro ni yo ni Narún. Pero no me van a dejar irme.
—¿Narún? ¿Es así como te gustaría llamarle? —preguntó.
—Sí… Sé que tenía que haberlo hablado contigo. Pero con todo este jaleo se me había olvidado decírtelo.
—Da igual, cariño —dijo Hans—. Me gusta ese nombre.
—¿De verdad? Lo decidí cuando estábamos viajando a Kharnassos. Mi tatarabuelo se llamaba así…
Su marido la abrazó cariñosamente. En el fondo, lo último que le preocupaba en aquel instante era el nombre que su esposa quería ponerle a su primer hijo:
—¿Cuándo vas a dar a luz? —preguntó él.
—En cualquier momento, eso es lo que me han dicho —respondió la emperatriz.
—¡Eso es fantástico! ¡Vamos a ser padres! —dijo Hans abrazándose a su mujer y besándola suavemente en los labios.
—Parece que por fin empiezan a enderezarse las cosas después de tanto tiempo.
—Sí… Queda mucho trabajo por hacer. Khanam y aquel tipo tan raro que nos encontramos en Naarad me han dicho que el peligro no ha pasado todavía. Pero estaremos listos para enfrentarnos a lo que haga falta.
Su mujer le miró inquisitiva:
—Definitivamente —dijo— algo ha cambiado dentro de ti. El Hans que yo conocía jamás hubiera dicho eso.
Su marido guardó silencio durante unos segundos:
—Supongo que todo esto me ha cambiado. Ver que corríamos peligro, que habíamos metido a Khanam y Nahia en algo que no tenía nada que ver con ellos. Lo de Ahrz… me hizo ver que por mucho que prefiriera ser uno más de la ciudad… Tengo que asumir la responsabilidad de mi cargo. Soy el emperador de Ilstram, no puedo dejar de lado mis obligaciones. Más cuando empiezo a entender lo que hizo mi padre en aquella batalla. Hoy hemos perdido muchas vidas humanas y grodianas, por suerte no tantas como hace treinta años. No puedo sentirme culpable de todas ellas, los grodianos vinieron porque querían ayudarnos, los humanos porque estaban defendiendo aquello en lo que creían… A veces no todo es blanco o negro. —Dijo su marido reflexivamente.
—No me importa lo que vayas a hacer ahora, yo estaré a tu lado, como siempre —dijo Alha.
Se hizo el silencio durante unos segundos, mientras Hans acariciaba las manos de su esposa, y de repente, exclamó:
—Se me olvidaba. Tengo que presentarte a alguien.
—¿A quién?
Hans hizo pasar a la joven que había estado esperando pacientemente fuera:
—Ésta es Adrius, la pareja de Ahrz, el hombre que nos ayudó para que pudiéramos regresar a Antaria. Gracias a lo que él hizo estamos vivos. Me pidió que le prometiese que cuidaríamos de ella. Y eso vamos a hacer.
Las dos mujeres se miraron fijamente durante unos segundos. De repente, Hans vio llorar a su esposa por primera vez en mucho tiempo, y Adrius comenzó a llorar igualmente. Las dos chicas se abrazaron, todavía bañadas en lágrimas:
—Lo siento, lo siento tanto —decía la emperatriz.
—Le echo mucho de menos… —respondió la joven enfermera.
—Ojalá las cosas hubieran sido diferentes. Tu marido parecía un buen hombre.
—Era el mejor. Nunca había conocido a alguien como él.
—Si no fuese por lo que hizo, hubiéramos muerto allí arriba.
—Ahrz recibirá todas las condecoraciones y méritos que merece, eso os lo aseguro —respondió Hans.—. El Imperio de Ilstram no olvidará a sus héroes.
Adrius se sentó en el borde de la cama. Al lado de Alha, y mirando a la pared dijo, como si no hubiera nadie allí:
—Ni siquiera todos los premios del mundo me lo podrán devolver…
—Pero sí pueden hacer que los que nunca han oído hablar de él se interesen por lo que hizo. —Dijo el emperador.—. Sé que no puedo devolverte a tu marido. Creía en nosotros y dio su vida como el buen soldado que era. Hace treinta años perdí a mis amigos en la batalla que tuvo lugar aquí. Ninguno de ellos fue honrado ni recibieron distinciones especiales. Para mi padre no eran más que otras bajas de guerra, perfectamente asumibles. No cometeré el mismo error con Ahrz. No ha sido una baja cualquiera.
Todo el grupo guardó silencio durante unos minutos.
—Creo que deberíamos volver al palacio —dijo el hombre.—. Tú tienes que instalarte allí con nosotros —añadió mirando a la pareja del difunto minero— y yo tengo que prepararme para mañana.
—¿Mañana? —preguntó Alha.
—Sí. Voy a hablar con los grodianos y los lomarianos. Luego te lo explicaré. Voy a llevar a Adrius al palacio y volveré para quedarme contigo hasta mañana.
La pareja se despidió, el emperador y la joven, que seguía visiblemente afectada, pusieron rumbo al palacio.
La noche ya comenzaba a caer sobre el planeta. Aquél había sido un día de emociones y sobresaltos, en el que todos habían perdido mucho más de lo que podían haber imaginado en un principio. Pero, al final, se había logrado el objetivo más importante: recuperar el Imperio de Ilstram antes de que cayese en manos del Imperio Tarshtan. Una vez llegados a la fastuosa construcción, Hans pidió a Dirhel que encontrase alojamiento a la joven. Al preguntar por los demás, la leal mujer le indicó que Tanarum se encontraba en la habitación que le habían preparado, y que Jacob, el nombre con el que se hacía llamar Ur'daar, se había ido a pasear:
—Aseguraos de que Adrius tenga todo lo que necesite, por favor —le dijo a la jefa del personal.
—No se preocupe, señor, lo haremos.
—¿Ya no me tuteas, Dirhel? —preguntó él divertido.
—Siento mucho mi desliz antes, me dejé llevar por la alegría. No se volverá a repetir.
—No me has entendido… Llevas muchos años trabajando aquí para nosotros. Siempre has hecho lo que se ha esperado de ti. Creo que como poco te has ganado ese derecho a tratarnos con la misma cercanía con la que tratarías a cualquier otro.
—Gracias… Hans —dijo la mujer agradecida.
Era muy poco frecuente que en Ilstram los habitantes se dirigieran a los emperadores de manera coloquial, y por tanto, permitirlo era señal de un gran aprecio o amistad entre las dos partes implicadas.
El resto de la noche pasó sin sobresaltos. Hans se encontró con Tanarum, que se había tomado la libertad de organizar los encuentros con las dos especies al día siguiente con la ayuda de Dirhel. Los grodianos estarían por la mañana con él en el hangar en el que había aterrizado aquella mañana. Mientras que los lomarianos de Antaria habían accedido a charlar con él, aunque se habían mostrado especialmente reservados:
—Yo también lo sería si me hubieran esclavizado —dijo Hans.—. Casi me sorprende que quieran escucharme.
—Seguramente crean que tú les vas a ofrecer algo diferente.
—Supongo que sí…
Tras comprobar que todo había sido perfectamente preparado, el emperador regresó al hospital para pasar el resto de la jornada junto a su esposa.
Khanam y Nahia ya llevaban varias horas en su apartamento. Las sensaciones habían sido muy extrañas al entrar en la casa después de tanto tiempo fuera. No había rastro de la familia a la que le habían ofrecido alojamiento y el cargado aire era la evidencia de que hacía mucho tiempo que el habitáculo había dejado de estar ocupado. Sin embargo, sí encontraron un pequeño papel escrito, cubierto de polvo, en el centro de la mesa que ocupaba gran parte del salón. El científico lo cogió entre sus manos, y leyó:
—Queremos daros las gracias por vuestra hospitalidad. Me gustaría que nos hubiéramos podido despedir cara a cara. Han pasado tres meses y de no haber sido por vosotros, no sé cómo hubiera podido salir adelante con mis hijos. Nos vamos a marchar a Tempere, la familia de mi difunto esposo nos ha ofrecido ayuda y allí podré trabajar y sacar adelante a mi familia. De nuevo, muchas gracias. Espero que algún día podamos vernos. No dudéis en venir a visitarnos. Con cariño, Ilíara.
—Así que estuvieron un tiempo aquí y se marcharon —dijo Nahia.
—Sí… Tempere… una de las colonias menos conocidas de nuestro Imperio.
Viendo que su hija iba a preguntar, continuó:
—Es un planeta de clima un poco más frío que Antaria. La nieve está presente todo el año, incluso en los núcleos urbanos. Los polos del planeta son tan fríos que se han establecido algunos asentamientos científicos para poder realizar estudios sobre cómo se podría sobrevivir a temperaturas tan bajas en un sistema solar de una única estrella. No te preocupes, estarán bien. Las ciudades están en el ecuador, donde el clima es muy similar al nuestro, sólo un poco más frío.
Nahia miró a su alrededor, pudo ver a través de la ventana que volvía a llover en la capital, y dijo: