—Ya estamos otra vez aquí… Sin embargo, han pasado tantas cosas que me siento como si estuviéramos en otro sitio totalmente diferente.
—Hemos cambiado… —dijo Khanam—. Ninguno de los dos sabíamos por lo que íbamos a pasar cuando nos fuimos a Ghadea.
—¿Te arrepientes?
Khanam guardó silencio durante unos segundos:
—Reconozco que toda esta historia de los Ur'daeralmán y los Tor'daeralmán… Todo eso de que están hechos de energía y la manipulan, sus habilidades, lo de Tor'ganil… me superó en su momento. No podía aceptar que la ciencia a la que he dedicado toda mi vida no fuese capaz de explicar todas esas cosas… ahora hasta me alegro de que sea así.
Su hija le miró como si se hubiese vuelto completamente loco:
—Papá, ¿te encuentras bien?
Su padre le sonrió amablemente:
—Esa curiosidad tuya por las estrellas, por el mundo en general, no la heredaste de tu madre… Hace muchos años yo era exactamente como tú. Quería conocer otros lugares, quería entender por qué las cosas que pasan a nuestro alrededor son así. Quería comprender a dónde podíamos llegar. Con los años, me fui metiendo en la ciencia, dejando de lado esa curiosidad… Ahora me doy cuenta de que nunca la he perdido.
—No puedes evitar preguntarte cómo podrías ayudar a destruir a Tor'ganil y quieres saber hasta donde puede llegar todo esto… —dijo ella.
—Sí… Voy a ayudar a Ur'daar, aunque todavía no tenga ni idea de cómo hacerlo.
—Cuando lo sepas, estaré contigo. Quiero ver cómo lo haces…
—Seguramente será peligroso, Nahia. No me gustaría que te pasara nada malo.
Su hija puso los brazos en jarra, y preguntó:
—¿Y de verdad crees que me vas a poder detener?
—No —respondió él jocosamente—. En eso sí que heredaste la tozudez de tu madre.
A la mañana siguiente, Hans y Tanarum pusieron rumbo al hangar en el que se habían citado con todos los soldados grodianos supervivientes. Sobre la ciudad caía una fina lluvia, y el aspecto gris del cielo parecía no querer permitir a los habitantes de Antaria levantar su ánimo. Una vez llegados a las instalaciones, el coronel Garadok les dio la bienvenida:
—Emperador —dijo— los grodianos han pasado toda la noche aquí. Están curando a los heridos y haciendo recuentos de sus bajas. Les hemos ayudado en todo lo posible, aunque reconozco que es difícil para nuestros médicos porque no conocemos mucho de su cultura ni su fisionomía.
—Has hecho un buen trabajo, coronel —dijo Hans.—. Vayamos a verles.
Los tres se dirigieron a la sala de mando. Si, en Naarad, Hans había visto tal cantidad de grodianos que podría describirla como una marea roja, ahora ante él apenas se encontraban varios centenares.
—¿Los nuestros también están aquí? —preguntó el emperador a Garadok.
—Sí, mi señor.
—Hazlos pasar.
A los pocos minutos, comenzaron a entrar también los supervivientes de Ilstram en aquella batalla. Hans no estaba seguro de cuántos soldados habían participado en la batalla, aunque junto con Tanarum habían deducido que se trataba de algo más de dos millares, una cifra similar a la de los grodianos. Aquellos diminutos seres rojos se encontraban delante de él, expectantes. Los humanos, por su parte, se iban apelotonando al fondo de la sala. Algunos todavía tenían pequeñas heridas en la cara o utilizaban muletas para poder andar. Pero en general todos parecían estar en buen estado. Era la crueldad del combate espacial. En el que la derrota solía significar muchas veces la muerte. Rara vez se lograba escapar malherido.
—Quiero daros las gracias a todos. —Dijo Hans—. Por haber venido hasta aquí. Ayer se derramó mucha sangre innecesariamente. Durante estos meses, hemos sido manipulados. Se os ha hecho creer que mi esposa y yo habíamos muerto. Bajo las premisas de nuestros sustitutos, el Imperio de Ilstram ha hecho cosas de las que me avergüenzo como Emperador. Pero la culpa ha sido mía. Vosotros, los soldados de Ilstram, hicisteis ayer lo que creíais justo. Creíais estar luchando contra el Imperio Grodey para evitar un castigo. No sabíais que en realidad estabais luchando para intentar que vuestro emperador no pudiese tocar tierra. No os culpo. El mariscal Ghrast fue un gran hombre durante los años de vida de mi padre. —Prosiguió—. Le admiraba y dedicó su vida a intentar conseguir que Ilstram siguiera en la senda del avance militar que tanta gloria y orgullo les hacía sentir a ambos. Por eso, con el paso de los años, se fue corrompiendo hasta llegar a pensar en matarnos. En poner a un emperador que fuese afín a la forma de ver el mundo de mi padre. —Continuó.—. Por eso, vosotros no sois culpables más que de haber dado lo mejor de vosotros por defender el Imperio. Y de no haber sido por el noble sacrificio de Ahrz Torien, lo hubierais conseguido —dijo bajando el tono levemente.
—Pero junto a vosotros, nuestros aliados grodianos, y su líder, el Magnánimo, han demostrado ser un poderoso compañero en estos tiempos tan oscuros. Como ya os dije en Naarad, no sabía si conseguiríamos recuperar el trono de Ilstram. Con vuestra ayuda, hemos conseguido llegar hasta aquí. Y como os prometí en su momento en vuestro planeta, ahora sois libres de volver allí, o de permanecer aquí. En cualquier caso, vosotros, los supervivientes grodianos a los que os estoy profundamente agradecido por habernos ayudado, siempre seréis bien recibidos aquí. Se os considerará a todos los efectos ciudadanos de Ilstram. Podréis moveros por nuestro Imperio con total libertad.
—Uno de vuestra misma especie, alguien que me ha acompañado desde que escapamos de aquella prisión, se encargará de vuestro bienestar aquí —dijo mientras su consejero se acercaba al borde del atrio.
—Tanarum os proporcionará todo lo que necesitéis, o bien para volver, o bien para quedaros aquí y descubrir cómo es la vida entre humanos, grodianos y lomarianos en un mismo planeta.
—¡Yo quiero quedarme! —gritó un grodiano.
—¡Y yo! —respondió otro.
—¡Y yo! Vinimos aquí porque el Magnánimo nos lo había pedido. Quiero quedarme. ¡Quiero luchar por el Imperio Grodey, y por Ilstram!
A aquella voz anónima se unieron otras. Hans levantó las manos, pidiendo calma:
—Tampoco he olvidado mi compromiso con vuestro líder. El Imperio de Ilstram irá a la guerra contra el Imperio Tarshtan, cumpliremos nuestra parte del trato y recuperaremos esa tecnología.
Guardó silencio durante unos segundos para recuperar el aliento, y continuó:
—Me gustaría poder encontrar las palabras mágicas que consuelen a los que habéis perdido a vuestros amigos y compañeros. Hace treinta años, yo estaba en vuestra misma situación. He comprendido que una vida vivida como se ha querido, por breve que sea, es mejor que una larga vida controlada por otros. Sois los dueños de vuestros destinos. No dejéis que nadie os lo intente arrebatar, que nadie decida por vosotros que no sois dignos de vivir. Y… —prosiguió.—. Si habéis perdido a alguien importante. No lloréis de pena. Llorad de orgullo. Porque han dado su vida luchando por lo que creían. No puedo prometeros que seré el mejor emperador que Ilstram haya tenido. Eso tendréis que juzgarlo vosotros cuando mis días hayan pasado. Pero puedo prometeros que haré lo posible porque las vidas que nos ha tocado vivir tengan sentido.
El emperador levantó sus manos, haciendo un gesto para indicar a la multitud que se podía disolver:
—Lo reconozco, me has conmovido —dijo su consejero.—. Me alegro de haberte seguido.
—Todavía no hemos terminado, Tanarum. Tengo la sensación de que los lomarianos no van a ser tan receptivos…
—Estoy seguro de que lo harás bien.
—Ojalá…
Apenas unas horas después, Hans tenía que hablar con los lomarianos. Esta vez sólo, salvo por los vigilantes que le acompañaban, se dirigió a la espaciosa sala de un edificio que ellos mismos habían construido en las cercanías de una de las minas al sur de la ciudad. Apenas había varias decenas de aquellos extraños seres ante él. Los demás, según le habían dicho, rechazaban escuchar a ningún humano. El emperador no había querido conocer los detalles de cómo se les obligaba a trabajar en la mina. Se lo podía imaginar. Delante de él se encontraba Mogosh, el lomariano que había liderado la primera defensa en Nelder. Un veterano de guerra que, a pesar de todo, parecía dispuesto a escuchar lo que aquel humano quisiera decir:
—Sé que no puedo pedir perdón —dijo Hans—. Por lo que mi pueblo os ha hecho. Pero, tenéis que saber que esto no lo hubiera permitido. Se os atacó y conquistó después de que mi esposa y yo fuéramos expulsados del Imperio. He venido para deciros que ya no sois esclavos. Sois libres de hacer lo que os plazca, de seguir adelante con vuestras vidas. Esto no hubiera tenido que ser así.
—Eres el primer humano que parece tener sentido común —dijo el lomariano.—. Hemos sufrido mucho a manos de los vuestros. Ya no podemos volver a Nelder.
—¿Por qué? —preguntó el emperador.
—Ha sido tan alterado que ya no es un planeta lomariano, vosotros los humanos, sois muy invasivos, os habéis instalado allí. Aunque ahora nos dieses el planeta, no lo querríamos. Ya no es un planeta puramente lomariano.
—En realidad, venía a ofreceros algo más que la libertad absoluta. Quiero enmendar los errores que ha cometido mi predecesor.
Algunos de los lomarianos que permanecían distantes al fondo se acercaron hacia el emperador:
—Quiero proponeros que permanezcáis dentro del Imperio de Ilstram. Que os convirtáis en ciudadanos con el mismo poder y obligaciones que el resto de sus habitantes. Que sigáis con vuestras vidas aquí. El Imperio de Lomaria ya no existe como tal. Y aunque podríais reformarlo, sé que vuestra especie está destinada a terminar desapareciendo.
—Preferimos morir con dignidad en nuestro propio mundo que vivir como esclavos aquí. Nuestros días ya han pasado. Los lomarianos desapareceremos en poco tiempo de la faz del Universo. —Respondió Mogosh.
—Todavía hay esperanza.
—¿Qué esperanza puede haber? Desde hace milenios la capacidad de reproducción de nuestra especie ha ido desapareciendo. Ya no quedan hembras que sean capaces de procrear. Nuestro destino fue sellado hace muchos años.
—En todos esos años, nunca os habéis acercado a otras especies en busca de ayuda. —Replicó Hans—. Quizá vuestra ciencia fuese muy avanzada hace tiempo. Pero hoy en día, otros imperios han avanzado mucho. Nuestra ciencia ha progresado mucho. Quizá todavía es posible encontrar una manera de poder garantizar vuestra supervivencia. No todo está perdido. No lo estará hasta que haya muerto el último lomariano.
—¿Entonces qué? —dijo Mogosh furioso—. ¿Permanecemos aquí y dejamos de ser esclavos para ser cobayas?
—¡No! Lo que os estoy proponiendo es que viváis vuestras vidas como ciudadanos de Ilstram, que os integréis en la sociedad como uno más. Y que nuestros científicos puedan colaborar con vosotros. Porque entre vosotros, quedarán científicos, ¿no?
—Mi pueblo abandonó la investigación de la ciencia hace muchos años. Puede que todavía quede alguno. Pero no lo sé con certeza.
—Yo lo soy —respondió uno de los lomarianos que se había acercado al escuchar la charla de Hans.
—¿Qué me decís entonces? —preguntó Hans dirigiéndose a todos.—. Podéis marcharos y morir en soledad, si eso es lo que queréis. O podéis quedaros aquí en Ilstram, integraros en la sociedad, y trabajar juntos para que podamos asegurarnos de que no desapareceréis del Universo. Mi predecesor cometió un error imperdonable con vosotros. Permitid que yo sea el que os ayude a encontrar una nueva oportunidad.
Mogosh y el resto de lomarianos se retiraron durante unos minutos. Se alejaron de Hans para hablar sin que él les pudiera escuchar. Al cabo de varios minutos. Fue de nuevo el líder lomariano el que se acercó a él:
—No queda esperanza en mi pueblo. Nuestros días escapan veloces… Ni siquiera entiendo por qué deberíamos confiar en un humano cuando nos esclavizasteis con tanta premura. Pero yo no soy el líder de mi pueblo, solo soy una voz más. Quieren aceptar tu ofrecimiento. Nos quedaremos en Ilstram, pero queremos hacer que Nelder vuelva a ser principalmente lomariano. Que se retire de allí al menos algunas de las construcciones humanas. ¿Lo permitirás? Conquistasteis otros tres planetas del Imperio, puedes utilizarlos para lo que el Imperio necesite. Pero, si nos arrebatas Nelder, nos quitarías lo que queda de nuestra identidad.
—Así se hará —dijo Hans.—. Regresad a Nelder los que queráis. Seguramente no podremos retirar todo de allí. Supongo que ya habrá asentamientos humanos y que la red comercial llegará allí.
—No te estoy pidiendo que expulses a los humanos que ya habiten allí. Sólo queremos que los soldados que controlan a la población se retiren de allí.
—Lo harán, tienes mi palabra.
—Gracias… Emperador —dijo Mogosh, arrodillándose ante Hans como muestra de respeto. Automáticamente, el resto de lomarianos se arrodillaron igualmente.
—Levantaos, por favor —dijo Hans—. No merezco esto.
—Eres el primer alienígena que se interesa por nuestro pueblo —dijo el líder lomariano—. Por ello te estamos agradecidos. Los míos esperan que con vuestra ayuda consigamos encontrar la forma de poder revertir el proceso.
Al día siguiente. En el hospital de Antaria, Miyana y Magdrot no podían ocultar su impaciencia. Atrás habían quedado los sobresaltos de días anteriores. Ya no eran los emperadores de Ilstram, y estaban al corriente de que habían sido manipulados por el mariscal Ghrast para convertirse en los nuevos líderes del reino. Pero aquello no les importaba en ese momento. Miyana estaba a punto de dar a luz. Mijuhn no tardaría mucho, por fin, en estar entre sus brazos. Lo que la mujer no quiso contar, sin embargo, fue la extraña experiencia que había tenido un par de noches antes.
Se encontraba con su hijo, debía tener catorce o quince años, en medio de un amplio bosque cubierto de nieve.
—Está a punto de comenzar —dijo él.
—¿De qué hablas, cariño?
—Si no consigue dominarnos, va a destruir Antaria. Me resistiré tanto cómo pueda, pero… si lo hago, no quedará esperanza para nadie.
—¿De quién me estás hablando? —preguntó Miyana visiblemente asustada.
—Tor'ganil… Viene a por nosotros otra vez. ¿No te acuerdas de lo que dijo Ur'daar? No se ha rendido. Hace quince años fracasó. Planeaba mataros y no pudo hacerlo. Ahora va a volver…
—¿A por ti?
—A por todos. Sigue teniendo el mismo objetivo, quiere dominar a la Humanidad.