—Estoy intentando pensar —respondió él secamente.
Los dos se encontraban de nuevo en el centro de mando de la nave. Había conseguido recuperar la compostura perdida, pero no tenía ni la más remota idea de cuál era la mejor forma de proceder en aquel conflicto. Después de guardar silencio durante unos segundos, finalmente tuvo que resignarse y preguntar:
—¿Qué tipos de naves tenemos? No consigo recordarlo.
Tanarum respondió eficientemente:
—Perros de presa, son naves rápidas capaces de hacer un daño considerable a blindajes pesados. Puños de hierro, naves más lentas pero especialistas en acabar con naves de blindaje ligero en grandes números. Tanques espaciales, son naves mucho más lentas, pero pueden acabar con casi cualquier nave de un sólo golpe, y lagartos.
—¿Lagartos?
—Naves de transporte con armamento bélico, como ésta. No pueden atacar a blindajes pesados pero pueden defenderse relativamente bien de naves con blindaje ligero. —Dijo Tanarum.—. Tú conoces la flota de tu imperio, Hans, con esa información tienes que ser capaz de encontrar nuestros puntos fuertes.
El ex-emperador guardó silencio durante varios segundos, en su interior volvía a librarse la misma pelea que le había asaltado durante días anteriores:
—No puedo hacerlo, Tanarum —dijo Hans.
—¿El qué? —preguntó su consejero.
—No soy un líder de guerra, siempre he detestado a mi padre por lo que hizo, y nunca le presté demasiada atención cuando intentó enseñarme todas aquellas lecciones sobre la gestión de un ejército. No puedo cargar con la responsabilidad de saber que si hago lo equivocado, tendré que cargar con la culpa de cientos de muertes.
El grodiano le miró en silencio, para finalmente responderle:
—Si no tomas ninguna decisión tendrás que cargar con la responsabilidad de asumir muertes que hubieras podido evitar si hubieras hecho lo correcto. Pero si lo prefieres también nos podemos dejar matar. En esta situación no hay medias tintas, o vivimos… o morimos.
Hans le miró sorprendido, probablemente era la primera vez que alguien le hablaba con tanta franqueza. Guardó silencio durante unos instantes que se volvieron eternos para ambos, y finalmente respondió:
—Ahora veo que no hice mal eligiéndote como consejero. Tienes razón, hay que hacer algo… aunque no me guste.
El ex-emperador contempló la escena que se abría ante sus ojos intentando recordar las propiedades ofensivas de las naves de Ilstram, intentando encontrar la combinación adecuada, finalmente, dijo:
—Los perros de presa tienen que centrarse en los destructores, son las naves más grandes que tenemos. Los puños de hierro en las naves de incursión rápida, que son las más pequeñas, los tanques espaciales en las naves de batalla que también serán las más numerosas. Y los lagartos que ayuden con las naves de batalla también.
—Entendido —dijo Tanarum— voy a transmitir las órdenes.
Pero no estaba satisfecho. No quería estar allí para convertirse en un jefe de guerra, no quería ser el estratega que hacía su movimiento en espera a la respuesta del rival. Observaba en silencio cómo iba avanzando la batalla. Tenía que haber algo más que pudiera hacer. ¿Pero qué?
Se acercó al intercomunicador que estaba utilizando su consejero, y tras terminar, le preguntó:
—¿Crees que puedes retocarlo para comunicarnos con las naves de Antaria?
Tanarum le observó sorprendido:
—¿Te has vuelto loco? —le dijo bruscamente—. ¿Cómo esperas mantener nuestro avance si no podemos comunicarnos con ellos?
—Mira a tu alrededor, Tanarum, ¿estamos avanzando? Lo único que veo es muerte y destrucción. ¿Cuántas naves hemos perdido?, ¿y ellos? ¿Quieres seguir hasta que sólo quede uno en pie? —le dijo Hans.
El pequeño grodiano le miró en silencio. Finalmente, claudicó:
—Necesitaré tu ayuda, pero lo haré. En cuanto hayas hecho lo que quiera que vayas a hacer, lo cambiaré de nuevo para poder comunicarnos con los nuestros. —Dijo de nuevo.
—De acuerdo —replicó el humano.
—¿Va todo bien? —dijo de repente su mujer.
—¡Alha, te has levantado! —respondió su marido.—. ¿No deberías guardar reposo?
—¿Mientras todo a nuestro alrededor salta por los aires? —dijo ella sorprendida—. No cariño, me quedaré aquí contigo. Si vamos a morir, quiero estar con vosotros, no sola en una habitación.
—No vamos a morir —dijo Tanarum.—. No mientras pueda ayudaros.
—Espero que tengas razón —dijo ella mientras se acercaba a la ventana a contemplar la destrucción que estaba teniendo lugar delante de ellos.—. ¿Cuánto tiempo hace que empezó esto?
—Ha debido pasar una hora, quizá más —dijo Hans.
—Y todavía quedan muchísimas naves —respondió Tanarum— tanto en su bando como en el nuestro.
—¿Qué tal te encuentras? —preguntó la mujer a su marido.
—Supongo que bien…
Ahrz llevaba ya varios minutos en medio de la batalla, totalmente abandonado a su suerte. Aunque el panorama no había cambiado desde hacía rato. Seguía viendo naves en sus particulares enfrentamientos aquí y allá, sabía que los números de ambos bandos iban en descenso lentamente, porque él mismo había destruido ya varias naves grodianas. Continuó con su avance, sin estar muy seguro de hacia donde se dirigía, evitando a las naves más grandes del enemigo y centrándose en las más pequeñas. Había dejado de pensar en Narval y en su querida Adrius. Era plenamente consciente de que allí estaba luchando por su propia supervivencia, y necesitaba tener todos sus sentidos puestos en cualquier amenaza que pudiera haber a su alrededor.
De repente, el intercomunicador de su nave comenzó a hacer ruidos extraños. Ahrz lo pulsó varias veces:
—¿Hay alguien ahí? —dijo, esperando oír la voz de su coronel.
Pero no obtuvo respuesta del artefacto, que parecía sufrir interferencias. Pensando que estaba averiado dejó de prestarle atención mientras se lanzaba hacia una nave grodiana solitaria, que de algún modo había logrado evitar todo enfrentamiento con otras naves enemigas. Sin dudarlo, soltó una ráfaga de plasma que impactó de lleno en la nave enemiga. El ex-minero pudo ver como detrás suyo le acompañaban varias naves que habían superado sus enfrentamientos individuales y buscaban nueva carnaza que destruir. Preparó otra ráfaga de plasma, que impactó de lleno otra vez en el casco de la nave.
Había que reconocer que las naves grodianas eran muy resistentes, pero aquella caería exactamente igual que las anteriores, pensó para sus adentros:
—¡Nos atacan! —gritó Hans tras el primer impacto.
El segundo impacto fue mucho más certero. No tuvieron tiempo a reaccionar, y la ex-emperatriz se llevó la peor parte. Salió despedida contra la pared metálica de la nave. Como resultado del choque, sufrió una aparatosa herida en la cabeza:
—¡Alha! —dijo su marido abalanzándose sobre ella.
Tanarum seguía manipulando el intercomunicador a conciencia.
—Hans, he terminado —dijo de repente— lo que quiera que vayas a hacerlo, hazlo ya. Tengo que encargarme de defendernos.
—Estaré bien, cariño, no te preocupes —le dijo su mujer, que había quedado inconsciente durante unos segundos.
—En seguida estoy contigo otra vez —le respondió su marido.
El ex-emperador de Ilstram se levantó y se dirigió rápidamente al intercomunicador. Lo apretó y desesperadamente dijo:
—A quien pueda oírme. Habla el emperador Brandhal. No estamos aquí para destruiros. Repito, habla el emperador Brandhal, no estamos aquí para destruiros. ¿Puede oírme alguien?
Durante unos segundos se hizo el silencio… pero de repente pudo oír otra voz humana al otro lado del intercomunicador:
—¿Emperador Brandhal? —dijo una voz masculina entrecortada.—. ¿Cómo es posible?
—Soldado, identifíquese —dijo Hans.
—Mi nombre es Ahrz Torien, mi señor.
—¿Nos estás atacando tú?
—Eso creo, mi señor —respondió el ex-minero.
—No venimos a destruiros, mi esposa y yo sólo queremos regresar a Antaria. ¿Puedes comunicárselo al resto de naves?
De repente, se hizo un largo y tenso silencio. Aunque Hans no lo podía ver, Ahrz estaba intentando entender toda aquella situación.
Se les había dicho que el emperador Brandhal había desaparecido con su esposa, y se le consideraba oficialmente muerto, y sin embargo, ahora estaba allí, en aquella nave grodiana, diciendo que quería regresar. ¿Qué estaba pasando?
Finalmente, contestó:
—No puedo, emperador, no tengo comunicación con el resto de naves.
Hans observó a su alrededor, y preguntó:
—¿Puedes ayudarnos?, Mi esposa, embarazada, está herida. Tiene que regresar al planeta cuanto antes.
Ahrz no pudo contestar de manera inmediata, su nave estaba bajo ataque de las naves grodianas próximas que habían acudido a prestar apoyo a Hans, pero finalmente, respondió:
—Lo intentaré, mi señor. —Dijo firmemente.
El soldado aproximó su nave a la del antiguo emperador de Ilstram. El tiempo apremiaba, la nueva oleada de disparos no tardaría en llegar desde ambos bandos. La cabeza de Ahrz intentaba procesar todo aquello tan rápido como le era posible. Se le escapaba algo, se decía. Alguien tenía que saber que el emperador Brandhal y su esposa estaban vivos. Les habían dicho que los grodianos venían a atacar Antaria para castigarles por la conquista del Imperio de Lomaria. Y sin embargo, lo que hacían en realidad, era ayudar a su antiguo gobernante a regresar a su planeta natal. Si necesitaba toda aquella flota detrás suyo, era evidente que tenía que ser porque estaba siendo perseguido por alguien. Mientras acoplaba su nave de la mejor forma posible al transporte grodiano, una nueva sacudida le hizo dar de bruces contra el suelo. Estaban atacando de nuevo a la nave en la que se encontraban los emperadores. Sin dudarlo un momento, fue a la sala de desembarco de la nave, activó el sistema de presurización de la misma, y abrió la puerta tan rápido como pudo. Enfrente suyo pudo ver la figura de un pequeño grodiano, parecía malherido, aunque Ahrz no lo sabía a ciencia cierta.
Con voz dubitativa, Tanarum le dijo:
—¿Puedes ayudar a Hans? Su mujer está muy malherida.
El antariano entró en la nave grodiana, pudo ver a su antiguo emperador al fondo de la nave, junto a su mujer, que sangraba profusamente. Los dos hombres ni siquiera se dieron la bienvenida, no había tiempo.
—Ayúdame —le suplicó—. Se ha golpeado otra vez con la sacudida.
Arhz levantó la cabeza y pudo ver que la nave estaba en muy mal estado:
—No creo que esta nave vaya a aguantar mucho así.
Entre los dos hombres llevaron a Alha a la nave del soldado. Una vez allí, Hans dijo:
—Vámonos a Antaria. Hay que salir de este infierno cuanto antes.
Una nueva sacudida hizo tambalearse a todos, Tanarum reaccionó rápidamente:
—No vamos a poder regresar todos, Hans.
—¿De qué hablas? —le preguntó.
—Nuestras naves no nos van a dejar escapar. No saben que estamos aquí, alguien tiene que volver y decírselo por medio del intercomunicador.
Los tres se miraron por un momento, Tanarum de repente, se aproximó a Alha:
—Ella no va a aguantar mucho más. Sus señales vitales están fallando.
—¿Se muere? —preguntó Ahrz.
—No, pero si no recibe asistencia pronto lo hará… Ella y el bebé.
—¿No puedes ayudarla con esos cachibaches? —preguntó de nuevo el soldado.
—Sí, puedo intentar estabilizarla temporalmente, pero si no conseguimos regresar a Antaria, no solucionaremos nada.
Ahrz estudió silenciosamente la escena que se estaba desarrollando a su alrededor. Entendió que había llegado su momento. Gracias a Narval, él había tenido una oportunidad para seguir viviendo; por su personalidad, y por el juramento que todos habían hecho de proteger al Imperio y al emperador por encima de todas las cosas. Ahora, gracias a su buen amigo, entendía que su destino le aguardaba allí mismo. Tenía que actuar como un soldado de Ilstram, y salvar a su emperador:
—Si me quedo atrás —dijo Ahrz.—. ¿Podré utilizar el intercomunicador de vuestra nave?
Tanarum respondió sin girarse, mientras utilizaba sus herramientas sobre el cuerpo de Alha:
—Sí, es un sistema de comunicación estándar.
—No puedo permitirlo… —dijo Hans.
—Recuerde que mi nombre es Ahrz, emperador. —Respondió el antariano.
—No puedo dejar que te quedes atrás, que te sacrifiques por nosotros.
—¿Sacrificio? —preguntó Tanarum, girándose extrañado.—. ¿Es que no podemos utilizar el intercomunicador de esta nave para transmitir el mensaje a la flota humana?
Hans guardó silencio, incapaz de responder:
—No, los sistemas de comunicación de nuestras naves están diseñados sólo para poder hablar con la nave del coronel u otras naves una a una, pero no a toda la flota. Sólo los coroneles disponen de naves que puedan comunicarse a toda la flota. Los que nos rodean ahora mismo son mis compañeros, soldados como yo, que no van a dejar de atacar si nadie les dice lo contrario, vuestra nave tiene daños demasiado graves. Si explotase mientras esta está acoplada, moriríamos todos. —Respondió el soldado.
—No puedo permitirlo, Ahrz. Hace treinta años perdí a mis amigos y a mis compañeros en una batalla que tuvo lugar aquí mismo. —Dijo visiblemente afectado—. No puedo cargar también con tu muerte.
El ex-minero sonrió, y le respondió calmadamente:
—Sólo voy a hacer lo mismo que ellos hicieron, proteger con sus vidas al Imperio y al emperador de Ilstram.
Cruzó la puerta de vuelta a la nave grodiana.
—¿De verdad vas a dar tu vida por mí? —le preguntó Hans.
Ahrz suspiró, y contestó:
—Un buen amigo mio me enseñó una lección antes de sacrificarse por nosotros en Nelder.
—¿Cuál? —le preguntó.
—Que la vida de un soldado vale la pena si puedes cumplir con tu objetivo. Él lo hizo aquel día, nos permitió escapar con vida de aquella trampa. Ahora lo hago yo, tienes que volver a Antaria, no sé qué es lo que ha pasado, pero soy lo suficientemente inteligente para saber que alguien busca haceros daño. Debo lealtad al Imperio de Ilstram y a su emperador —y se corrigió a sí mismo— a su auténtico emperador, a ti. Escapad, marchaos, y vivid la vida que os quieren arrebatar.
Ahrz vio por ultima vez a Alha, que respiraba pesadamente: