—Quizá tengas razón.
—Mira… Lunea —dijo su esposo— siempre podemos volver más adelante. Pero ahora mismo, nuestra esperanza está en Antaria. Sé que allí ganaré más dinero, y con tanta gente como van a necesitar, estarán preparando algún plan para que podamos encontrar un hogar.
—¿Y Alha qué pensará? —se preguntó.
—Hablaré con ella —le dijo su marido.
La joven no protestó. Al contrario, parecía ilusionada con la idea de poder ver otros mundos. Desde pequeña siempre había mostrado cierto interés por conocer otros planetas. Años más tarde, repasando la historia de la Humanidad, oiría hablar por primera vez de la Madre Tierra.
De este modo, la familia abandonó Kharnassos. En busca de una vida mejor, al igual que muchas otras personas habían hecho desde hacía años. El planeta respiraba vida; no había nada que resultase una amenaza para los asentamientos de población. Pero, su posición tan apartada respecto al resto del Imperio, hacía que fuese poco atractivo para nuevos negocios. Y que Ghadea fuese el planeta más cercano no mejoraba mucho las cosas.
El viaje a Antaria transcurrió sin ninguna novedad. La familia se quedó maravillada por el aspecto majestuoso de la ciudad, con el palacio del emperador presidiéndola desde lo alto de la Montaña del Tiempo. Genso, Lunea y Alha no tuvieron problemas para encontrar un alojamiento. Tal y como él creía, consiguió un nuevo trabajo con facilidad. En general, su calidad de vida mejoró mucho. Del mismo modo, tal y como su padre había predicho, Aruán fue rechazado en su petición de ingreso como científico. Incluso algunos jóvenes científicos, ninguno menor de los veinticinco años, se burlaron de él por su juventud y por clamar a los cuatro vientos que era una de las mentes más privilegiadas del Imperio. Enfadado consigo mismo, el joven decidió demostrarse que era capaz de mantenerse por sí solo, y que era capaz de trabajar como científico. Se prometió a si mismo que lo conseguiría sin importar a qué precio fuese.
Con el tiempo, aunque mantenía el contacto con su familia esporádicamente, se fue alejando cada vez más de ellos. Comenzó trabajando en la mina de cristal, donde no había requerimientos de edad, a la espera de poder dar el salto a la ciencia, así podía mantenerse a sí mismo. Finalmente, llegó un momento en el que el matrimonió aceptó que realmente habían perdido a su hijo.
Era un genio, era brillante. Pero era, también, una auténtica pesadilla, que sometió a su hermana durante años a un sufrimiento psicológico inimaginable:
—¿Alha? —le preguntó su padre algún tiempo después.
—¿Sí? —la joven ya contaba veinte años.
—¿Te gustaría conocer al emperador?
—¿Eh?, ¿Cómo?, Además… ¿Por qué? —dijo, muy sorprendida.
—Esta noche hará seis años que llegamos a Antaria —dijo Genso— y resulta que, sin saberlo, coincide con el aniversario de la mina de metal. Fue fundada hace seis mil años. Y el emperador vendrá a celebrarlo…
Y así fue como le conocí” se dijo para sí misma… Alha levantó la cabeza, volviendo al presente. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que se había ido Hans. Nunca le dijo nada de Aruán; ni ella ni sus padres. El día que se enteró de su compromiso con el emperador volvió a insultarla por enésima vez. Y sin decir a dónde, abandonó el planeta jurando que encontraría el éxito y la gloria que la vida le había reservado, no como a ella. «Una cualquiera con suerte», como la definió aquel día…
A los pocos minutos, su esposo volvió de nuevo:
—Cariño, todo está listo para irnos. ¿Estás segura de que quieres que nos vayamos? He ordenado que hablasen con tus padres, me han dado un mensaje para ti, por si vienes.
—¿Qué han dicho?
—No lo he leído todavía, espera. —Sacó un pequeño papel con la anotación—. Dice que nos reuniremos en Trikala… Y que tienen noticias de él… ¿Él?, ¿quién es él? —preguntó con cara de incógnita.
—Es… una larga historia. —Dijo Alha—. Él… supongo que mis padres se refieren a Aruán —suspiró, ligeramente apesadumbrada.
Hans la miró inquisitivamente. Confiaba ciegamente en su mujer, por lo que estaba totalmente tranquilo. Pero se preguntaba por qué nunca antes había oído ese nombre:
—¿Aruán?
—Sí, mi hermano mayor —dijo ella.—. Le perdí la pista cuando vinimos a Antaria. Se fue de casa, de forma muy violenta, diciendo que conseguiría un puesto en un laboratorio de investigación. Nunca tuve una buena relación con él. Desde que éramos pequeños siempre me ha odiado, y nunca llegó a quererme. Me insultaba, me humillaba, decía que yo soy más tonta que él. Y sé que es verdad, es un genio…
—No eres tonta —le dijo su esposo cariñosamente— y aun si tu hermano fuese más inteligente que tú… no tenía derecho a tratarte así…
—Todavía recuerdo… —continuó ella, alzando la vista al techo—. Cuando tenía nueve años. Estaba discutiendo con mis padres, hecho una fiera, y al verme entrar, me trato de una forma tan despreciable que me eché a llorar desconsolada. Creo que, en parte, gracias a eso ahora soy así, fría cuando alguien intenta fastidiarme a mí o a los que quiero. Hace tanto de aquello, que ya casi no me acordaba de él.
—¿Y cómo podrías?, Tuvo que ser muy duro para ti si siempre te trataba así… ¿qué diferencia de edad tenéis? —Hans sentia cierta curiosidad. De algún modo, lo que le contaba su mujer le ayudaba a entender por qué tenía ese carácter tan particular que tanto le gustaba:
—Es seis años mayor que yo, tiene una mente privilegiada. Siempre que lo castigaban, se encerraba en su habitación y leía libros de historia galáctica, de ciencia, o de lo que se le pusiera por delante… Al llegar a Antaria, se fue casi en el acto del hogar. Nunca volvimos a saber de él. Nunca dijo a dónde iba o dónde localizarle.
—Nunca he mirado la plantilla de científicos que trabajan en el laboratorio. Pero si tu hermano está allí, lo podemos averiguar. —Dijo Hans—. En el registro se puede saber si alguna vez llegó a conseguir trabajo. Ya sabes que la plantilla es muy grande y son muy pocas las personas de allí con las que me relaciono…
—No estoy segura de si quiero saber algo de él… Quienes me preocupan son mis padres, cariño.
El emperador miró el reloj, Khanam no debía tardar mucho en llegar al punto de reunión:
—Será mejor que nos vayamos. Nos esperan.
—Vale —le dijo su esposa.
El científico encontró a su hija observando el incesante caer de la lluvia:
—Desde pequeña siempre te has quedado embobada con la lluvia —le dijo su padre.
Ella se giró sobresaltada. Al ver aquel rostro familiar, esbozó una sonrisa:
—Sabes que sí… En Antaria no nos falta la lluvia, y la he visto muchas veces. Pero la majestuosidad con la que cae… me fascina desde pequeña.
—Podría darte mil explicaciones científicas de por qué las gotas de lluvia caen de esa manera. —Le dijo su padre, mientras se acercaba a observar como llovía.
—Y entonces te diría que siempre tienes que romper los momentos mágicos con una frívola explicación científica… —le reprochó cariñosamente Nahia.
Padre e hija se miraron, y sonrieron tímidamente:
—¿Por qué has venido? —preguntó la joven.
—Me voy a Kharnassos con los emperadores. Parece ser que va a haber un ataque, y como la investigación está parada… le seré más útil allí. A fin de cuentas, no hay grandes científicos en ese planeta. Y los pocos que haya probablemente tengan problemas para coordinarse sin alguien que ya haya estado en otros jaleos.
—Voy contigo —le dijo ella.
—No. Es muy peligroso, no me lo perdonaría si te pasase algo, hija. He venido a pedirte que vuelvas a Antaria. Sé que necesitabas tiempo fuera… pero tal y como están las cosas, ningún planeta del Imperio parece seguro, ni siquiera Ghadea. En Antaria es improbable que vuelvan a atacar porque ya lo han hecho… Además he pedido al emperador que se encargase de tu seguridad allí, está todo dispuesto para que pase lo que pase estés a salvo.
—Pero… —ella le miro con cara de no saber qué decir— ¿qué peligro podría haber aquí?
—¿Qué peligro podría haber en Antaria antes del ataque? —le replicó él.—. Esta gente, sea quien sea, actúa con extremo sigilo. Podrían atacarnos incluso ahora mismo, y no nos enteraríamos. Cariño, por favor, hazme caso, vuelve a Antaria. Te prometo que cuando esto haya pasado, tú y yo nos iremos de viaje por el Imperio, para que veas todos sus planetas.
Nahia se quedó pensativa durante un rato. Sabía que tenía razón, ningún lugar parecía suficientemente seguro. Pero, por otro lado, no quería dejar escapar esa oportunidad. Algo le decía, en su interior, que lo grande estaba por llegar. Y ella quería estar allí de primera mano para vivirlo:
—No, no. Me voy contigo. —Dijo completamente convencida.—. No voy a aceptar cualquier otra cosa. Cuando llegamos a este planeta dije que aquí cambiaría algo. Y ahora ese cambio se va a producir, quiero verlo, quiero estar allí para lo que pueda suceder.
—No quiero ponerte en peligro, hija… —dijo Khanam.
—Todos estamos en peligro, papá —respondió ella con energía.—. Puedo irme a Antaria y quedarme de brazos cruzados, o puedo irme contigo y ayudaros. Seguro que habrá algo en lo que sea útil, y a Alha le irá bien algo de compañía femenina.
—No sé qué decir… —le respondió el científico.
Pese a que su hija le tenía preocupado, entendía que ella no quería quedarse apartada. Tampoco estaba dispuesta a volver a un lugar en el que hacía poco tiempo había experimentado una pesadilla semejante.
Ella le miró cariñosamente:
—No hay nada que decir… si ha de pasarme algo malo, no importará donde esté, pasará. Porque así habrá de ser y ni tu mejor intención me salvaría de ello.
—No soportaría perderte —dijo su progenitor.
—Y yo no soportaría que si nos perdiésemos, no nos pudiésemos despedir —le respondió ella con mucha serenidad y dulzura.
—Quizá tengas razón…
—Sabes que la ciencia no puede responder a todo —le dijo ella.
—¿Estás segura de que quieres venir?
—Totalmente. —Replicó sin el menor atisbo de duda.
—En ese caso, prepara lo que tengas que llevarte. —Le dijo su padre con visible resignación.—. Tenemos que reunirnos con Hans y Alha en el hangar dentro de poco.
La lluvia seguía cayendo incesantemente sobre la ciudad. Los emperadores llegaron hasta las instalaciones sin grandes ceremonias, con rostro serio, casi de forma subrepticia. Iban a reunirse con Khanam y después partirían rumbo a Kharnassos:
—Hans —les salió el científico al paso— ha habido un pequeño cambio de planes.
—¿Cuál?
—¡Nahia! —gritó Alha animadamente— ¿tú también vienes?
—Pues eso… —le dijo Khanam al emperador con cara de circunstancias—. No ha querido volver a Antaria. Dice que si le ha de pasar algo malo, no importará donde se encuentre, y que puede ser más útil aquí que allí…
Hans la miró dubitativo:
—¿Estás segura de que quieres venir con nosotros?
—Vinimos los cuatro juntos, sin conocernos de nada, y sea por lo que sea, algo nos ha unido aquí. Estamos en el mismo barco y no me voy a bajar de él hasta el final —replicó ella.
—Yo quiero que venga —replicó su esposa—. Y no vas a oponerte a un deseo de la emperatriz, ¿verdad?
Él agachó la cabeza, con algo de resignación:
—No debería, tienes armas demasiado poderosas para hacerme pagar las consecuencias…
—Me gusta ver que sabes qué te conviene —le respondió Alha.
—Gracias cariño, yo también te quiero —replicó Hans con evidente sarcasmo, propiciando que el resto de presentes riesen alegremente. Quizá conscientes de que podía ser uno de los últimos momentos en los que compartir ese tipo de jovialidad.
Los cuatro charlaron brevemente tras el pequeño momento cómico:
—Es la hora —dijo Khanam al ver que los motores de la nave ya resonaban.
—Sí… —respondió su hija.
—Espero que mis padres estén bien…
La emperatriz estaba preocupada por sus padres. Le perturbaba profundamente saber que, tantos años después, volvían a tener noticias de su hermano, Aruán… ¿qué sería de él? ¿en qué locura se habría embarcado esta vez? ¿o quizá se trataba de una noticia trágica?…
En ese momento, comprendió que no sabría cómo reaccionar en el caso de que a su hermano le hubiese pasado algo malo, no estaba segura de cual sería su reacción. Debería aparentar tristeza, se decía. Pero aun así, su calvario había sido demasiado duro como para sentir piedad por él. Por supuesto, le quería, era su hermano, pero no era ni remotamente parecido al sentimiento que podía tener por sus padres.
Entretanto, mientras Alha divagaba, la nave había despegado y ya abandonaban lentamente la órbita de la bella colonia de Ghadea:
—¿Cariño? —le dijo Hans.
—¿Qué?, ah, perdona, estaba pensando en mi hermano…
—¿Te preocupa que le haya podido pasar algo?
—No. Me preocupa que si le ha pasado algo no reaccione —dijo ella.—. Han pasado tantas cosas, que dudo que llegue a reaccionar de alguna manera…
—No te preocupes por eso, no es culpa tuya. —Le dijo él—. Nahia está otra vez observando las estrellas en la puerta. Quizá te venga bien ir a verla y distraerte un poco. Seguro que le encantará compartir un rato contigo.
Su marido se había dado cuenta de que estaba demasiado sumida en sus pensamientos, y necesitaba algo que la sacase de aquel círculo vicioso.
—Sí, es posible… voy a verla. —Dijo ella.
Anduvo apenas unos metros hasta llegar a la puerta en la que se encontraba la joven, mirando a través del ojo de buey de la compuerta:
—¿Sabes? —le dijo a Alha.—. Ahora que nos vamos, tengo la misma sensación que cuando vine… Ves un planeta tan grande, y de repente, te sientes tan insignificante…
—Es la grandeza del Universo —respondió la emperatriz.
—Sí… no sé cómo el hombre ha podido sobrevivir durante tantos milenios en un medio tan…
—¿Hostil? —dijo Alha.
—¿Hostil? —preguntó la joven de nuevo, contrariada—. No, al contrario. Majestuoso. Es una obra propia de los dioses…
—¿Dioses?, Nahia, ¿acaso crees en esas patrañas? —le preguntó la emperatriz.—. No sabía que fueras tan crédula…
Nahia se quedó mirándola pensativamente:
—Todo tiene un sentido. Todo tiene una explicación razonable. La ciencia ha avanzado, año tras año, siglo tras siglo, hasta llegar a lo que tenemos ahora. Aun así, la gente, como en Kharnassos, se viste como hace miles de años lo hacían nuestros antepasados en la Tierra… ¿y alguien ha sido capaz de encontrar una explicación lógica?