—Eso no tiene sentido. Además, el emperador apenas me conoce. —Dijo Miyana.
—Desde luego que apenas te conoce, pero a mí no me puede ni ver. Piénsalo, a fin de cuentas, sólo es mi opinión, podrías ser una gran emperatriz… —y sin decir más, el anciano se retiró, apoyando su lento caminar en su bastón, que le daba un aspecto algo más vigoroso.
La mañana iba avanzando lentamente, y aquella especie de sonda de profundidad que Ghrast había dejado caer, iba ahondando en la mente de Miyana. La nieve volvía a hacer acto de presencia, cayendo suavemente sobre la ciudad:
—Yo… ¿Emperatriz? es una locura… —se dijo para sí misma.
Sin darse cuenta, la joven se vio otra vez en otro lugar, en otro momento, en una situación en la que, de nuevo, ella no estaba en control de lo que realmente pasaba:
—Mamá. —Mijuhn estaba detrás de ella, sobre la nieve, en aquel mismo jardín— ¿de verdad fuiste Emperatriz?
Ella agachó la cabeza, triste, apesadumbrada, engañada, y a la vez, contenta:
—Durante un tiempo… sí. Fue triste, y a la vez bonito. Un poco antes de aquello, me enamoré de él.
—¿Quién es él?, siempre le nombras, y nunca dices su nombre.
Miyana rompió a llorar, su corazón, ocho años después, era todavía demasiado frágil:
—Mamá, ¿te encuentras bien?, ¿he dicho algo malo? —preguntó inocentemente su hijo.
—No… es sólo que… parece que siempre que llega algo bueno, algo malo sucede para no dejarme ser plenamente feliz.
Levantó su mirada, para encontrarse de nuevo con los ojos de su hijo. Vio esa llama de inteligencia que destellaba en él desde que nació:
—Es cierto, fui Emperatriz de Ilstram, engañada, pero emperatriz.
—¿Engañada?, no lo entiendo. Además… si fuiste Emperatriz, ¿por qué parece que no estés orgullosa de ello? No lo entiendo, mamá.
—Es como si todo aquello ahora sólo fuese una ilusión. Recuerdo al mariscal aquí, en este mismo sitio, con aquel bastón diciéndome que yo podría ser Emperatriz. Y lo más importante es que realmente lo fui. De repente, estoy tan confusa…
—Y si fuiste Emperatriz, ¿por qué lo dejaste? Si hubieras seguido, yo sería tu sucesor, ¿verdad?
—Sí… pero no podía, hubiera sido una traición a mis amigos, y sobre todo, a Alha y Hans.
—¿Alha y Hans? —preguntó el chiquillo.
—Sí… los emperadores. Me pregunto cómo estará ella. Ahora que están tan lejos el uno del otro. Al menos, él, es su vivo retrato, y tiene la misma edad que tú.
—¿Dónde están ahora?
—Ella sigue aquí, ya lo sabes. Cuidando de su hijo. Hace algunos años ya, gracias a un científico muy famoso y muy importante descubrieron que tenían que resolver uno de los grandes misterios de la Humanidad para que todos podamos seguir teniendo esperanza.
—¿Qué misterio?
—Lo sabes bien, ya hemos hablado de eso otras veces. Hans y los demás se fueron a buscar la Tierra. Quién sabe si la encontrarán… luchan por algo que desde entonces es un sueño. Y para evitar que Antaria termine cayendo en ese futuro tan oscuro que nos espera…
—¿Sabes dónde están?
—En el mismo sitio que ayer, que hace dos años… en algún lugar entre las estrellas del cielo…
—Ojalá algún día pueda conocerlos…
—Estoy segura de que lo harás, volverán… espero. —Se dijo para sí misma.
Y del mismo modo en que aquella extraña conversación había irrumpido en su mente, se fue:
—Esto no tiene sentido —se dijo para sí misma, y mirando a los niños, se llevó la mano a la barriga, pensando para sí misma— algún día, él también jugará aquí.
Lentamente, entró de nuevo en el Palacio de Antaria, confusa como nunca antes en su vida lo había estado.
Mientras tanto, en Ghadea todo se había disparado por completo. Khanam habia dado la noticia a Hans y desde entonces, la maquinaria de Ilstram había comenzado a funcionar mientras el emperador intentaba averiguar el siguiente paso a dar:
—Kharnassos… el planeta de mi mujer —dijo por el intercomunicador.—. Khanam, es muy importante, que Alha no sepa nada hasta que yo no se lo diga. Sus padres viven allí.
—No te preocupes, me aseguraré de que ninguno de nosotros se lo comunique.
—¿Podéis calcular cuanto tiempo tardarían en llegar al planeta? —preguntó.
—Parece que están en el otro extremo del sistema de Algaway, así que tienen que recorrer gran parte de la galaxia. Si el reporte que hay aquí es correcto, había naves lentas, especialmente naves de carga. Por los informes, parece claro que las están moviendo también, así que como poco, no llegarían antes de un par de días.
—Nosotros podemos llegar mucho más rápido en un transporte. He mandado a Magdrot a Antaria, ¡maldita sea! —gritó.—. Él conocía la composición de la flota de Kharnassos. Recoge toda la información que puedas, —le dijo al científico— en unas horas, Alha y yo partiremos para allá.
—Iré con vosotros. —Añadió Khanam.
—No, no quiero implicar a tu hija en esto. Y no creo que vaya a aceptar quedarse sola aquí.
—La mandaré de vuelta a Antaria. Sé que esto es abusar de tu generosidad, pero, ¿podríais darla un alojamiento allí? Igual que has hecho aquí. Sabiendo que el coronel Magdrot está en Antaria no creo que el planeta vuelva a estar en peligro. Sin embargo, dejarla aquí sí me parece una locura. Y quieras o no, sabes que Kharnassos no tiene a los mejores científicos del imperio. Necesitarás a alguien de tu confianza. Mi investigación está paralizada por esto. Si realmente puedo ser de ayuda, poco me importa ya retrasarla más.
—De verdad, te lo agradezco. Pero no tengo ni idea de qué nos vamos a encontrar allí.
—Asumo los riesgos. Hans, hace unos días, hubiera dicho que jamás daría la vida por alguien tan estúpido como tú. Sin embargo, ahora puedo decir que eres de las pocas personas por las que vale la pena sacrificar algo si eso ayuda a los demás. Si triunfamos, será el triunfo de Ilstram. Pero tu sólo… Sabes que no serás capaz. Por eso el coronel venía contigo; necesitarás a alguien que te ayude a dar el siguiente paso en los momentos de duda.
—Espero que no nos arrepintamos cuando sea demasiado tarde… —dijo el emperador.
—Ya oíste a Nahia cuando llegamos aquí. En Ghadea cambiará el futuro de Ilstram. Y ahora ese futuro puede estar en nuestras manos, sobre todo en las tuyas. Es tu oportunidad para demostrar al pueblo que eres el gobernante que no creían tener y que incluso en la faceta militar eres un digno sucesor de tu padre. —Guardó silencio durante unos segundos—. ¿Dónde nos reunimos?
—¿Lo tienes decidido? No podré dar marcha atrás. Si estás en esto, mi táctica será una; si no estás, tendré que encontrar las respuestas yo mismo.
Al otro lado del comunicador, Khanam guardó silencio durante unos segundos, meditando la decisión que estaba a punto de tomar:
—Decidido. —Contestó al cabo de casi un minuto de tensa espera.
—Entonces, nos reuniremos en unas diez horas en el hangar de Ghadea. Reúnete cuanto antes con tu hija para decirle que tiene que volver a Antaria. Voy a preparar todo lo más rápido que pueda para que la cuiden en la capital.
—Gracias, Hans. —Tras la breve conversación, cortaron la comunicación.
Kharnassos fue, durante algún tiempo, uno de los planetas más avanzados científicamente. Carecía de luna, y su orografía era la típica de un planeta en la séptima posición de su sistema solar. De esquema terrestre, con más proporción de agua que de tierra. Sus primeros colonizadores, varios cientos de años atrás, se habituaron a vestir con togas típicas de sus lejanísimos ancestros griegos. Aquellas vestimentas eran de gran ayuda para combatir el calor y la humedad de su nuevo hogar. Era el planeta natal de Alha. Atacarlo era, en última instancia, intentar herir de muerte al Imperio, dictar su sentencia definitiva. Y sobre todo, era provocar un daño irreparable en la esposa de Hans si sus padres sufrían algún tipo de daño. Pero aquello, era algo que escapaba a todas sus previsiones. No esperaba que fuera su propia flota la que pudiera amenazar con atacar la colonia. Y lo que era peor, vistos los precedentes de Antaria, no sabía hasta donde podría llegar la destrucción.
Tenía que decírselo. Una vez en su hogar provisional, se comunicó con la capital para informar de que Nahia se desplazaría hasta allí y que debía ser tratada con la máxima atención. Ésa era la parte fácil. Lo difícil sería decirle a su mujer que su hogar natal estaba en serio peligro… Se dirigió a su habitación. La encontró sentada en la cama, pensativa:
—¿Te encuentras bien? —preguntó Hans.
—¿Querido? Sí, perdona. Pensaba en mis padres. En cuánto se alegrarán cuando sepan la noticia de que esperamos un hijo. Me gustaría tanto poder verlos y decírselo cara a cara…
—Bueno… —pensó que, dado el estado emocional de su mujer, ensoñada con su embarazo, sería mejor soltarlo sin andarse con muchos rodeos para que la angustia la oprimiera lo menos posible— tengo una mala noticia.
—¿Qué sucede?, ¿ha aparecido la flota?
—Sí, y…
—Por eso esta mañana te habías ido. ¿Dónde está? —dijo Alha apresuradamente.
—Déjame hablar, cariño. —Dijo Hans—. La flota apareció en el borde exterior de la galaxia, y desapareció otra vez. Al parecer puede ser que el Imperio Tarshtan haya desarrollado una tecnología nueva que les permite recorrer ciertas partes del universo casi en el acto.
—Y…
—Y… —tomó aire—. Alha, la flota ha aparecido en Algaway. Están en el otro extremo de la galaxia, pero temo que el objetivo sea atacar Kharnassos.
—¡No, mis padres! —gritó ella.
En segundos, sus ojos se inundaron de lágrimas. Estaba destrozada. En ningún momento se le había pasado por la mente que el problema al que se enfrentaba su marido fuera de repente tan cercano al hogar de sus progenitores:
—¿Qué vamos a hacer? —dijo intentando contener en vano sus lágrimas.
—La flota está avanzando muy lentamente —el emperador intentaba mantener la serenidad—. Todavía tardarán un par de días en llegar. Nosotros nos vamos en diez horas. Khanam nos acompañará para ayudarme. A Magdrot lo he mandado a Antaria por si pasara algo allí. No te preocupes por tus padres, les pondremos a salvo antes de que llegue el ataque. Te lo prometo —añadió, mientras sujetaba con firmeza las manos de su amada mujer.
—Antes de que digas nada, cariño. —Dijo su mujer intentando recuperar la serenidad— yo me voy contigo.
—Lo sé. Ya contaba con eso…
—Mi hogar… está en peligro —se dijo para si misma, intentando asimilar todavía la noticia que su marido le acababa de dar.
—Cariño debo comunicarme con Antaria otra vez para informarles de lo que sucede y dar orden a Magdrot de permanecer allí. Puede que esto, después de todo, sólo sea una maniobra para distraernos… Tengo que irme. Volveré cuanto antes, y en unas horas nos iremos a Kharnassos, ¿de acuerdo? —preguntó de la manera más dulce que sus nervios le permitían.
—Sí… —dijo ella, casi sin levantar la cabeza— … crees, ¿crees que les podría pasar algo malo?
—Nunca. No dejaré que eso ocurra. No temas por ellos. —Sentenció Hans. Y después de besar afectuosamente a su mujer, abandonó la habitación.
Alha no terminaba de asimilar lo que en breves horas podía desencadenarse en su hogar natal. Su cabeza iba y venía. Pensaba en sus padres, en sus amigos, su infancia. Y de repente, la invadió un gran sentimiento de nostalgia. Anhelaba con todas sus fuerzas poder estar allí. Volver a pasear por los prados de Trikala, situada elativamente lejos de la capital, Xanthi. Era un lugar tremendamente bello y agradable. Aunque el clima del planeta era benigno, tenía una temperatura atípicamente alta para estar en la séptima posición de su sistema solar. La gran masa de nubes, que cubría permanentemente las tres cuartas partes de la atmósfera, hacía que la mayor parte del poco calor que recibía no escapase al exterior. Además, también provocaba que hubiese constantemente grandes precipitaciones, aunque los árboles no eran demasiado numerosos en las áreas circundantes a las pocas poblaciones que había. Recordaba, también, algo que hacía característico a su hogar por encima de los demás: era de los pocos en el que había más de un núcleo urbano, a diferencia de Antaria. Varios cientos de años atrás, sus colonizadores, un grupo de fanáticos de la historia de la Antigua Grecia, eligieron el nombre de Kharnassos para su nuevo hogar. Lo hicieron basándose en la historia de la civilización. También crearon otros nombres inspirándose en aquella región del ahora desconocido planeta Tierra. Eran muchas, por no decir todas, las ciudades que tenían alguna escultura o algún monumento que podría haber sido creado por los antiguos griegos muchos miles de años atrás, mucho antes incluso de que el hombre comenzase a trabajar con ordenadores. Y sin embargo, ahora, en un mundo en el que todo estaba densamente poblado, ellos habían vuelto a esa forma de vestir tan típica, con togas; y a realizar esa arquitectura y ese tipo de arte con técnicas, desde luego, mucho más avanzadas y rápidas.
Poco a poco, Alha comenzó a recordar su infancia. Como un día dejó de ser una indefensa niña, para salir a buscar su destino en otro planeta, junto a sus padres. Lo que le permitió conocer a su marido, el emperador de Ilstram. Al mismo tiempo maldecía que apenas ocho años atrás, sus progenitores decidieran volver de nuevo al planeta que la vio nacer… Al lugar donde un día aquella tierna niña comenzó a juguetear en sus verdes prados. Siempre perseguida por la sombra de su hermano…
Sin duda, Aruán era un chico brillante. Tenía seis años y apenas había comenzado sus estudios básicos. Era un niño que no había dado ningún tipo de problema a Lunea y Genso, sus padres. Había aprendido a hablar relativamente pronto, a los dos años, y leía sin problemas. Reconocía casi toda la ciudad por si sólo. Y era, por supuesto, la alegría de sus progenitores. Quizá, porque ellos mismos le mimaban en exceso.
Un día, al llegar a casa, su madre le dio una gran noticia:
—Cariño —dijo ella, cogiendo de la mano a su marido mientras ambos sonreían ampliamente—. ¿Te gustaría tener un hermano?
—¿Un hermano? No, claro que no. Nosotros estamos bien así, ¿verdad?
Su madre, sonriendo, se arrodilló delante de su pequeño, y le dijo:
—Sí, estamos bien. Pero tu padre y yo queríamos darte un hermanito. Hoy nos han dicho que estoy embarazada…
Aruán se quedó mirándoles fijamente:
—¿Es que no estáis contentos conmigo? —dijo el chiquillo mientras empezaba a llorar.