Ecos de un futuro distante: Rebelión (13 page)

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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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La joven guardó silencio durante unos segundos, y prosiguió:

—Creo que en aquel momento, éramos mucho más valientes de lo que somos ahora. Sí, hay guerras y conflictos, pero la lucha personal que tuvieron ellos… creo que nadie ha tenido la oportunidad de revivirla.

—¿Sabes? —dijo la emperatriz—. Desde hace algún tiempo desearía poder verla, aunque dicen que ya no existe. Que nadie sabe cómo podríamos volver… me gustaría verla al menos una vez.

El viaje transcurrió más rápido de lo que parecía. Antes de que se dieran cuenta, se habían completado las escasas seis horas que eran necesarias para cubrir el trayecto entre Antaria y la preciosa colonia de Ghadea. Alha y Nahia continuaban junto a la entrada de la nave. A lo lejos podían ya ver el bello color azul de la atmósfera de la colonia, junto al verde intenso que por doquier cubría el planeta:

—Bienvenida a Ghadea. —Dijo Alha—. Esta es la colonia más bonita del Imperio para muchos. Quizá a ti también te guste.

—Es precioso… tan bonito…

Nahia estaba extasiada con la imagen del bello planeta mientras ya comenzaban a entrar en la atmósfera. De repente, Alha se dio cuenta de que los hombres habían dejado de discutir. Seguramente porque eran sabedores de que el viaje llegaba a su fin y sus caminos deberían separarse. Pudo ver como Hans se acercaba junto a ellas y rodeaba cariñosamente a su mujer:

—El planeta verde… respira vida, fertilidad. Al menos durante el tiempo que estemos aquí nos libraremos del frío de Antaria —dijo Hans.

—Sí —comentó su esposa—. ¿Sabes? Es como si tuviera la sensación de que hemos dejado atrás algo oscuro, y ahora empezamos algo nuevo…

—Una nueva vida —dijo Nahia sonriendo, todavía maravillada por la espectacular apariencia de la más bella colonia de Ilstram.

El emperador reparó en la cálida mirada de la mujer al mirar la superficie del planeta:

—Realmente pareces maravillada.

Nahia se había quedado embelesada observando el colorido de Ghadea. La nave ya había entrado en la atmósfera, por lo que era relativamente fácil observar los grandes bosques que cubrían el planeta. Sólo a lo lejos, se podía divisar un gran océano, el único de Ghadea, que visto desde el espacio podía considerarse simplemente como un gigantesco lago que alimentaba a la vegetación.

—Es increíble, es tan diferente a Antaria… —dijo la joven.

—Según los registros de Ilstram —dijo Hans—. Ghadea fue colonizada hace más de cinco mil años. En aquel momento era un planeta desértico, con una atmósfera muy agresiva para cualquier especie conocida. Dada la posición que ocupa en su sistema solar, nuestros antepasados pudieron hacer que el clima fuese tan suave y maravilloso como el que vamos a disfrutar en unos momentos. El proceso completo de adaptación del planeta se llevó a cabo en dos mil trescientos años. Tiene un diámetro de siete mil doscientos kilómetros, y a diferencia de Antaria, hay varios núcleos de población, en vez de estar todos concentrados en una única ciudad. El más importante, es Urnay. Al norte, cerca del polo, donde el clima es más severo, hay una pequeña población de olverianos. Es uno de los pocos asentamientos de esta especie que existe en todo el imperio.

—Que está compuesto predominantemente por humanos —apostilló Khanam, al acercarse a los demás a medida que la nave comenzaba a descender sobre la ciudad.

El tiempo era muy diferente al que habían soportado algunas horas antes. No sólo estaba despejado por completo, si no que además hacía un suave y reconfortante calor. Ghadea recibía la luz de una única estrella. Varios ríos atravesaban gran parte del planeta, desde las cimas montañosas al sur y al oeste de la ciudad en la que se encontraban, con rumbo al Gran Mar, nombre con el que se conocía a su único océano. La nave tomó tierra en el hangar de uno de los pocos almacenes ubicados en la ciudad. Todos los pasajeros: Khanam, Magdrot, Nahia, Hans y Alha abandonaron la nave con destino a la red de transporte público. Una nueva sorpresa para la hija del científico, que, sorprendida, preguntó:

—¿Por qué no tenemos algo así en Antaria?

Hans guardó silencio por unos momentos, y respondió:

—Bueno, deberíamos tenerla ya. La red pública de Ghadea comunica todos los núcleos urbanos del planeta, además de las zonas más importantes de cada población. En Antaria las cosas fueron diferentes, la batalla de hace treinta años nos obligó a centrarnos en desviar nuestros recursos a reconstruir las defensas perdidas y a realizar varias investigaciones que eran cruciales. En un futuro cercano, también lo construiremos en Antaria y en otras colonias.

Dirigiéndose a su padre, le preguntó:

—Padre, ¿dónde nos alojaremos?

Khanam se quedó pensativo. No había reparado en aquello ya que él podría dormir sin problemas en el laboratorio, pero para su hija no sería tan simple. Sabía que algo se le escapaba el día anterior al preparar con tanta celeridad su partida.

—Es una buena pregunta, yo tampoco he pensado en mi alojamiento. —Dijo el coronel Magdrot.

Alha observaba la conversación en silencio. Disfrutaba observando la aparente inocencia de Nahia al ver un lugar totalmente nuevo para ella. Pero, al ver como el científico y el coronel se quedaban meditabundos sobre la cuestión de su alojamiento, fue ella misma la que respondió:

—Mi marido y yo nos encargaremos de eso, no os preocupéis.

Hans miró a su esposa con cara de incógnita. No esperaba ese ramalazo de bondad de su mujer, y mucho menos sin al menos preguntarle antes. Disimuladamente, se arrimó a ella:

—Me parece que desde ayer has perdido la cabeza, —le susurró—. Primero esa chica, Miyana. Sí, admito que no parece ningún problema, y sé que en el Palacio estará a salvo. Pero esto es diferente, con Magdrot no hay problema. Pero Khanam, por mucho que sea el mejor científico del imperio, está chiflado. Sólo piensa en lo grande que era mi padre y en lo hundido que está el Imperio. Él sí podría ser un problema para nuestra integridad personal.

—Por otro lado… ninguno de los científicos que vas a encontrar aquí es, ni tan brillante, ni ha vivido lo que sucedió en Antaria. Verá las cosas desde otro punto de vista, porque podrá valorar lo que sucedió allí también.

Desde luego, tenía que admitir que su mujer, en ocasiones, era capaz de razonar de una manera que dejaba poco lugar a posibles discusiones. A veces podía pensarse que actuaba por impulso, y sin embargo siempre había una explicación totalmente lógica para cada paso que daba. Pensó acerca de las palabras de su esposa y entendió que después de todo, quizá no sería mala idea tener a alguien, en cierto modo conocido, junto a ellos.

—Sí, dejadlo de nuestra mano —dijo hablando a los demás—. Venid con nosotros, vamos al centro de la ciudad, al edificio de gestión colonial.

El grupo se embarcó en silencio en la primera nave terrestre que apareció, y partieron rumbo a la ciudad. La metrópolis, al igual que Antaria, respiraba vida aún a pesar de ser más pequeña. Los edificios también eran de mucha menor altura. La mayoría de construcciones sin embargo, a diferencia de las de la capital del Imperio, usaban una aleación especial, compuesta de varios metales ligeros, y minerales extraídos del propio planeta que evitaban que los bosques, auténtico orgullo de cualquier habitante de la colonia, pudiesen verse perjudicados por algún tipo de contaminación en el suelo.

Realmente, pensó Nahia, la gran diferencia con su hogar natal era que la urbe respiraba vida. Y sobre todo, la presencia del río que discurría por el centro mismo y que deleitaba, principalmente a los turistas, con aguas cristalinas y puras en las que se podían ver muchas especies de peces. Alha y Hans se internaron en el edificio gubernamental tras pedir a sus acompañantes que esperasen en la puerta.

—¿Os importaría si nos acercamos al río? —preguntó la hija de Khanam.

—Claro, ¿por qué no? —respondió Magdrot.

Y en silencio, los tres se acercaron hasta la barandilla que cubría todo el curso del río:

—Es precioso —susurró ella, mientras observaban el agua.—. Los árboles son tan altos, que los bosques que nos rodean se pueden ver hasta desde aquí. Y luego está esto, es la primera vez que veo un río en plena ciudad.

—Por algo se considera a esta colonia el planeta más bello de Ilstram. —Dijo Khanam.

—Ahora lo entiendo —respondió ella.—. Realmente es un paraíso, y la gente… —giró la cabeza para ver el ir y venir de los habitantes del planeta— parece que sea una ciudad como la nuestra, sin embargo los edificios son tan distintos.

—Protegen a sus bosques —interrumpió el coronel— en Antaria son principalmente de metal, porque no hay apenas vegetación que crezca en todo el año cerca de la ciudad. Pero aquí, sin embargo, sí la hay, y sería una pena que todos estos árboles muriesen contaminados.

—Ya ha sucedido varias veces. —Dijo Khanam—. No aquí, claro. En otros planetas, a lo largo de la historia. Los humanos tenemos el extraño don de ser capaces de destruir lo que nos rodea. Sin embargo, nuestra memoria permanece inalterada por los siglos de los siglos. Fíjate, esta barandilla no ha cambiado nada su diseño desde hace decenas de miles de años. La única diferencia es que ahora la mantenemos en su sitio por medio de la fuerza de la gravedad. Mientras que los primitivos humanos lo hacían con un compuesto arcaico al que denominaban cemento. Hubiera sido útil en nuestros días, pero dada la complejidad de planetas y condiciones que cada uno experimenta hubieran sido muy frágiles. Durante todo este tiempo, hemos aprendido a controlar prácticamente cualquier aspecto de lo que nos rodea en el universo. —Prosiguió Khanam—. Las únicas cosas que nadie ha osado tocar son el curso del tiempo, y las condiciones meteorológicas de un planeta, siempre que sean favorables para la vida.

Magdrot escuchaba en silencio. Tal y como le habían contado muchas veces de pequeño, los científicos eran las personas más brillantes que se podían encontrar en cualquier imperio. Tenían un conocimiento amplísimo sobre la historia del planeta que habitaban, otros imperios, investigaciones, y muchas otras cosas. Sabía que en algún momento de la historia pasada, lo que sus antepasados llamaban ciencias, compuestas por física, química, biología y otras disciplinas, habían quedado condensadas en una única. Era el conocimiento en sí mismo, imprescindible para poder avanzar en la sociedad actual. Realmente, se les podía considerar bibliotecas andantes.

Como Khanam parecía sumido en su larga explicación con su hija, el coronel volvió la vista hacia el edificio de gestión colonial, donde los emperadores estaban buscando un alojamiento para todos. Al ver que no había signos de que fueran a aparecer, miró a su alrededor para observar el tráfico de naves que iba y venía por todas partes del planeta. Era difícil pensar que allí arriba, unos días antes, había desaparecido una gran flota. Lo más preocupante era que nadie tenía alguna explicación por el momento sobre aquello.

Finalmente, los anfitriones se unieron de nuevo al grupo:

—Os vendréis con nosotros al complejo presidencial. Hay una casa allí que podéis utilizar tu hija y tú —dijo Hans dirigiéndose a Khanam—. También, justo enfrente, hay otra casa perfecta para ti, Magdrot.

—Gracias —respondieron los tres al unísono.

—Bueno, ¿qué os parece si nos vamos para allá? —preguntó Alha.

El grupo se dirigió en silencio hacia su nuevo hogar temporal.

—¿Qué investigación vais a realizar? —preguntó de nuevo el emperador.

—Vamos a hacer varias investigaciones en la tecnología de energía. Nuestra esperanza es que podamos disminuir sensiblemente el tiempo necesario para terraformar un planeta antes de hacerlo completamente habitable.

—Entiendo… ¿tienes nociones sobre las investigaciones militares?

—Desde luego. En el laboratorio normalmente la mayoría de científicos participamos en todas las actividades.

—Es posible que necesite tu ayuda. He venido hasta aquí porque la flota que estacionamos en esta colonia ha desaparecido. Creo que me vendría bien algo de ayuda de un investigador que haya vivido lo que sucedió en Antaria y con una trayectoria como la tuya.

Mientras tanto, en el distante planeta de Darnae, Gruschal, el emperador Tarshtano, hablaba con Iraden, un olveriano que desde hacía varios años se había convertido en su leal consejero:

—El bloqueo ha sido un éxito. Pero nuestros espías aseguran que el emperador se ha desplazado hasta Ghadea. Intentarán buscar alguna conexión entre lo que ha sucedido en ambos planetas.

—Dudo que la encuentren… —dijo Gruschal—. De todos modos, algo ha cambiado en ellos. Hacía muchos años que nadie atacaba con tanta brutalidad a un planeta humano.

—Señor, el poder de Ilstram ya era muy alto hace treinta años. Alguien debía poner el freno y evitar que siguiesen sacándonos ventaja.

—Tengo que reconocer que el chico tiene algo que le hace diferente. Muchos de sus habitantes le subestiman, porque no tiene el coraje que tuvo su padre —prosiguió el emperador.—. Hay algo en él que le hace diferente al resto de humanos. No odia, al menos abiertamente, a ninguna especie. Se preocupa mucho por el bienestar de sus habitantes.

—¿Puedo preguntar qué es lo que está pensando señor? —preguntó Iraden.

—Quiero que enviéis tropas cerca de Ghadea. Ayudadles a descubrir por qué ha desaparecido su flota si consiguen avanzar tanto. Que no encuentren rastro nuestro en su desaparición.

—Entendido.

En silencio, el olveriano se levantó y abandonó la sala presidencial. Fue entonces, cuando Gruschal se llevó la mano al pecho. Pensó que quizá sus largos años de vida parecían comenzar a pasarle factura. Tarde o temprano, se decía entre la población, tendría que abandonar el cargo para que su sucesor tomase las riendas del Imperio Tarshtan. El problema, según su pueblo, estribaba en que nunca conoció mujer con la que tener hijos. Por lo que se decía que, secretamente debía temer que a su muerte pudiese producirse una guerra entre olverianos y narzhams para autoproclamar a su nuevo emperador. Eso sin mencionar la posibilidad de que otros Imperios, como el de Ilstram, aprovechasen aquel momento de flaqueza para seguir creciendo y conquistando galaxias.

—El Imperio de Ilstram será el legado que dejaré para mi pueblo. —Susurró para si mismo, mientras fatigosamente volvía a sentarse.—. De ese modo, evitaré que puedan conquistarnos cuando les abandone. No lo lamento por ese humano… Aunque… —una fugaz idea atravesó la mente del viejo dictador.

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