Ecos de un futuro distante: Rebelión (11 page)

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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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No hubo más cruce de palabras que ese. Una conversación violenta, en la que se lo habían dicho todo. El anciano esperaba una actuación más importante de Hans, y obviamente éste no estaba para grandes batallas. Alha se había quedado intencionadamente más rezagada, y al llegar a la altura del decrépito hombre, le dijo:

—Hoy ha librado la peor de sus batallas, y nadie la ha presenciado, pero ha salido victorioso. —Susurró Alha.

—Un emperador débil sólo puede hacer débil a un Imperio —dijo desafiante.

—Un… anciano envidioso, de corazón corrupto, sólo puede destrozar la estabilidad de un Imperio. —Y zanjando la conversación la emperatriz apresuró sus pasos para alcanzar a su esposo, y a Miyana, que durante todo el trayecto no había vuelto a hablar.

Khanam se encontraba de vuelta en su casa. Había salido varias horas antes con destino al laboratorio para saber qué sucedía con su viaje a Ghadea. Lo habían retrasado un día más, por lo que había pasado en la ciudad, y afortunadamente no encontró objeciones para que su hija Nahia fuese con él. Llegó a su hogar cansado pero feliz. A pesar de todos los sobresaltos de la mañana, su hija estaba sana y aunque ahora tenía varios inquilinos más en el hogar, no le preocupaba. Estarían allí y serviría para que al menos al volver no encontrase todo lleno de polvo y abandonado como habitualmente le sucedía. Una vez en el salón, Nahia fue a recibirle. La abrazó cariñosamente, para después sentarse en un amplio sofá que estaba colocado ante un enorme ventanal desde el que se podía divisar, con una belleza increíble, el cielo del planeta.

—Me han dado los datos del viaje. Partiremos mañana a mediodía, en un crucero llamado Navegante de las estrellas. Es bastante rápido. Estaremos en Ghadea unos tres meses, aunque tú puedes volver antes si lo deseas.

—Lo he estado pensando mucho —dijo Nahia—. Y, desde luego quiero ir a Ghadea, pero no sé si me beneficiaría quedarme tanto tiempo allí…

—Podrás volver con la red comercial. Te conseguiré un pase si es necesario, no te preocupes hija mía. Verás como todo saldrá bien.

—¿Crees que habrá más ataques? —preguntó temerosa.

—Espero que no. Aunque sinceramente, no lo sé. Lo de hoy ha sido… extraño. ¿Ha hablado el emperador?

—Todavía no. La prensa está muy inquieta. Nadie sabe qué va a decir al respecto ni qué decisiones ha tomado para garantizar nuestra seguridad… por primera vez tengo miedo de vivir en Antaria.

—Por ahora sólo podemos esperar y ver qué deciden, pero, ojalá, —decía Khanam mientras miraba a los niños, que jugueteaban alegremente, como si nada hubiese ocurrido— nadie tenga que soportar una guerra.

—El emperador comparecerá en breves minutos —se oyó en el viejo transistor de ondas de radio que Khanam había construido por diversión, y que casualmente alguien, probablemente los niños, habían encendido.

Mientras tanto, en el Palacio:

—¿Emperador? —dijo un hombre joven, de mediana edad, en la puerta de la habitación en la que Hans se encerraba cuando se ocupaba en asuntos del Imperio.

—¿Sí?

—Le dejo aquí los datos sobre el transporte de mañana a Ghadea, hemos encontrado varios que pueden ser ideales para usted y su esposa si no quieren hacer una comitiva oficial.

—Gracias —dijo con voz seca.

Estaba intentando preparar su discurso, que iba a leer en menos de diez minutos. Le temblaba el pulso, se sentía sudoroso, y sobre todo bloqueado mentalmente. Hizo y deshizo mil formas distintas de hablar al pueblo, pero ninguna le parecía realmente fiel, ninguna le parecía apropiada. A veces muy doloroso, a veces muy impersonal. Enfadado consigo mismo, abandonó su habitación para dirigirse al balcón de mármol y presenciar el atardecer. La ciudad parecía estar tranquila, aunque se podía oír el jaleo de los enfrentamientos que seguían produciéndose. Entonces, de nuevo el mismo chico, avisó a Hans de que era el momento…

—Los medios de comunicación esperan.

La presencia de Alha, justo detrás de él, le confirmó que ya no había marcha atrás. Era el momento de dar la cara ante su pueblo.

Ambos salieron a las puertas del Palacio, un nutrido grupo de periodistas les rodearon, Hans no había llevado consigo ningún tipo de manuscrito, había decidido improvisar su discurso…

—Esta… mañana, Antaria ha asistido a algo terrible. —Comenzó a articular, sin estar muy seguro de como debía proseguir—. Nos hemos enfrentado al dolor de perder a nuestros seres queridos. Y sé lo que muchos de vosotros debéis sentir ahora mismo, porque yo lo sentí hace treinta años, cuando perdí a mis mejores amigos en la batalla de Antaria… Quisiera poder deciros tanto, y sin embargo tenemos tan poco… Todos estamos consternados por lo que ha sucedido. Hacía miles de años que no se producía violencia civil. El Imperio está trabajando al cien por cien para descubrir a las maquiavélicas mentes que han planeado todo este terror. —Dijo con voz firme, tomando aire unos segundos antes de proseguir—. Os garantizo que no se escaparán de nuestras manos. Esta mañana he comandado junto al coronel Magdrot una pequeña flota de ataque que ha neutralizado al escuadrón invasor. Y mañana mismo, comenzaremos a reconstruir los edificios que han sido destruidos. A los que habéis perdido seres queridos… sólo puedo deciros que compartimos vuestro dolor tanto como si fuese propio. Y que, aunque no podemos hacer nada por compensar tanto daño, Ilstram hará todo lo posible para ayudaros en estos días tan duros. Por ahora es todo lo que puedo decir… Buenas tardes. —Finalizó.

Y sin permitir ninguna pregunta más, se adentró de nuevo en palacio con Alha, ésta le cogió de la mano, y le susurró:

—Has hablado muy bien, querido. Has sido sincero y todos han podido ver lo honrado que es tu corazón, no te dejes llevar por lo que diga ese viejo loco.

—Gracias, cariño. Prepara todo para mañana. Voy a revisar la lista de trayectos y elegiré el que nos convenga más.

—Vale.

Después de besar tiernamente en los labios a Hans, su mujer se alejó. Mientras, se encaminaba de nuevo a la habitación donde había estado. Tomó el listado de trayectos, y tras meditarlo sopesadamente, llamó de nuevo al mensajero que anteriormente había hablado con él:

—Quiero que informes a los tripulantes de esta nave que mañana tendrán a mi esposa y a mi como viajeros.

—¿Cuál, señor?

—Navegante de las estrellas.

—Entendido, emperador —replicó solemnemente.

Capítulo II
La gran travesía

El día amaneció tranquilo, siniestramente tranquilo. Nadie diría que en Antaria, tan sólo un día antes, se había desatado todo aquel terror, salvo por los escombros de los edificios que no soportaron los envites del atacante. La herida, realmente, estaba en el corazón mismo de la ciudad. En el corazón de cada uno de los ciudadanos y habitantes de Antaria, Ghadea e incluso colonias más distantes que ya habían recibido la información sobre la desgracia que se había cernido sobre sus compatriotas.

Para Arhz, las cosas no habían sido diferentes después de abandonar la mina y llegar a la ciudad. Afortunadamente, todos sus amigos estaban sanos y salvos como había supuesto. Pero la imagen de aquella nave desafiante, flotando ante ellos; la sensación de que en un segundo aquella mole podía acabar con su vida, le estremecía. Sentía la fragilidad de la que se componía, en esencia, la raza humana, y le aterraba sobremanera. Aunque no hubo ningún peligro, supo a ciencia cierta que aquel día había visto a la muerte cara a cara. El amanecer del día después, y su calma, no le ayudó a relajarse. Nadie iba a trabajar en Antaria aquel día salvo los transportes comerciales, vitales para mantener el funcionamiento de un imperio tan vasto como Ilstram. Estaba enfadado con la lentitud de respuesta del emperador, aunque reconocía que el discurso que había dado a última hora de la tarde le desveló a una persona con una humanidad mayor de la que muchos le adjudicaban.

Desayunó como cada día, y salió a pasear por la ciudad. Por suerte los tumultos del día anterior se habían disipado. El emperador había ordenado, ya entrada la noche, que los servicios sociales de Antaria diesen todo lo necesario a los afectados: alimento, cobijo, atención psicológica y cualquier otra cosa que pudieran necesitar. El frío glacial que recorría las calles le ayudaba a despejar su mente. La ciudad era increíblemente bella cuando esa fina capa de hielo se extendía como un bonito manto cada mañana. Las nubes que momentos antes cubrían casi todo el cielo, comenzaron a descargar en forma de nieve. Su mente no pudo evitar viajar de nuevo hasta el momento en el que por primera vez presenció un destructor. Pero esta vez pensaba en qué se debía sentir al mando de una de esas naves defendiendo su Imperio. Siguió caminando por la plaza principal de la ciudad con lentitud, camino de los almacenes y los complejos comerciales desde donde se realizaban la mayoría de las transacciones que sustentaban la economía de todo Ilstram…

Khanam y Nahia habían madrugado más de lo normal, tanto que pudieron ver amanecer juntos. Ambos coincidieron en la misma sensación: era un nuevo día, diferente a todos los demás. El simple hecho de poder ver el despuntar del alba les hacía sentir muy afortunados. Padre e hija se encontraban en el balcón del salón principal. La familia a la que habían acogido dormía plácidamente en el interior de la casa, y no querían molestar.

—Es la primera vez que veo un amanecer tan bello —dijo ella.

—Porque este es distinto a los demás… porque éste viene después de que ayer todos estuviésemos asustados y preocupados por los nuestros.

—Sí… porque la sensación es como si ahora empezase una nueva vida. Fíjate, a ellos —dijo Nahia, refiriéndose a los niños y su madre— les hemos dado una nueva esperanza. Quién sabe cómo podrían estar ahora…

—Y a nosotros nos espera algo nuevo en Ghadea, estoy seguro. ¿Te has levantado antes del amanecer por algo especial?

—No, simplemente no he podido conciliar el sueño. Demasiadas emociones juntas en tan poco tiempo… ¿y tú?

—He dormido relativamente bien dentro de lo que cabe. Pero siempre que salgo de Antaria, me gusta levantarme antes del amanecer, y despedirme de ellas. —Dijo señalando a los dos soles, que ya despuntaban en el horizonte, intentándose abrir un hueco entre las densas nubes—. Garaia y Hnaws… si pudieran hablarnos, cuántas cosas nos contarían…

—Te apasionan las estrellas tanto como a mí, ¿verdad, papá? —Era poco frecuente que Nahia llamase con tanto afecto a su progenitor, y eso nunca le pasaba inadvertido.

—Sí, desde pequeño. Desde mucho antes de conocer a tu madre, me ha apasionado el espacio, el Universo en sí mismo. También la historia de la Humanidad, pero siempre la encontré demasiado aburrida, la historia sólo es cómo te la cuentan. Por eso me decanté por la investigación y la ciencia, el futuro es incierto. He dedicado mi vida a la comprensión del mundo que nos rodea, y a ayudar a explicar todo con su ayuda. —Respondió orgulloso.

—¿Qué piensas de lo que dijo ayer el emperador? —le preguntó su hija.

—Es un hombre débil. Tremendamente débil, pero sincero y humano al menos. Demostró que un emperador puede ser cálido y tener palabras de ánimo. Aunque sigo pensando que le faltó fortaleza y rapidez.

Al mismo tiempo que terminaba de hablar, comenzó a nevar suavemente sobre la ciudad:

—Deberíamos irnos —añadió Khanam.

Ambos entraron al hogar en silencio. Cogieron los equipajes que habían preparado la noche anterior y salieron rumbo al lugar en el que embarcarían hacía Ghadea, cada uno con un sentimiento totalmente distinto. El científico estaba contento de tener a su hija consigo y deseoso de llegar al planeta para poder trabajar en la nueva investigación. Su hija pensaba, sin embargo, en el hogar que había perdido y en el incierto futuro que le aguardaba en aquella colonia.

Hans estaba en el balcón de mármol. Tenía ganas de volver a visitar Ghadea, su colonia preferida, y aquel frío amanecer le invitaba a dejar escapar su mente y evadirse de los problemas que se cernían como una oscura sombra sobre su imperio. Faltaban apenas unas horas para partir, y esperaba encontrar el origen de lo sucedido en la ciudad. Sin embargo, toda su fachada de fortaleza exhibida el día anterior, volvió a derrumbarse cuando pensó en la gente que estaba sufriendo. Lloró de nuevo como un niño, culpándose a sí mismo de lo sucedido. Se culpó de no haber sido capaz de preverlo, y sobre todo, de no haber podido evitar que sucediera. Sabía mejor que nadie el dolor que estaban experimentando los habitantes de Antaria, y eso era algo que superaba con creces a su capacidad emocional.

Alha, por su parte, estaba esperando que llegase una confirmación desde el laboratorio de la población. La comunicación fue silenciosa. Recogió el papel, lo miró, y sonrió tímidamente mientras la embargaba una gran alegría. Guardó el papel en uno de los bolsillos de la toga que se había puesto aquel día, y salió al encuentro de su marido en el balcón de mármol. Le encontró con la vista perdida en el horizonte, viendo nevar, y ausente a la vez. Todas las emociones vividas el día anterior le habían pasado factura y entendió que lo mejor que podía hacer era dejar que su marido terminase aquella particular tortura. Se preguntaba qué intenciones tenía para querer viajar a aquella colonia. Entendía que era por la flota desaparecida. Pero algo le decía, en su interior, que no era justificación suficiente, para, el día siguiente a un ataque sin precedentes en el Imperio de Ilstram, abandonar la capital del mismo para solucionar otros asuntos… Durante la noche su marido había sido un matojo de nervios, dando órdenes aquí y allá. Encomendó el mando de las tropas estacionadas en Antaria a un sorprendido mariscal, puesto que secretamente suponía que Magdrot se embarcaría en el viaje que le había ofrecido.

A los pocos minutos, la emperatriz tuvo que regresar de nuevo a la habitación donde estaban ubicados los aparatos de comunicación. Era una nota del coronel, finalmente, viajaría con ellos a la colonia. Y papel en mano, fue a decírselo a su marido:

—Está bien… me alegra saberlo, aunque ya me lo imaginaba. —Dijo Hans, cuando su esposa le comunicó la noticia, sin apenas apartar la mirada del lejano horizonte ante él.

—Te noto distante…

—No, no es eso… He estado pensando en cómo se debe sentir la gente ahí abajo en la ciudad. Tanto dolor… He sentido mucha impotencia. A lo mejor hubiera podido evitarlo, tenía que haber actuado más rápido cuando nos informaron.

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