No había contemplado la posibilidad de que doblegar Ilstram podría jugar un papel crucial para ayudar a asegurar que el siguiente gobernante pudiera ser alguien afín a sus intereses. Era una posibilidad muy remota, pero bien ejecutada podía llevarse a cabo sin que nadie lo percibiera…
Desde hacía milenios, Darnae había sido la capital del Imperio Tarshtan. A pesar de su evidente inferioridad tecnológica en su etapa más primitiva, fueron capaces de equipararse a otros imperios por medio de las investigaciones que sus científicos robaban. No era una táctica aplaudida ni por olverianos ni por narzhams. Pero les había permitido llegar a mantenerse entre los imperios más temidos y respetados, proporcionándoles cierta ventaja para poder construir una flota más que respetable.
La ciudad se asentaba en la costa, prácticamente a pie mismo del mar, pero poco parecido tenía con las ciudades humanas. Las construcciones de Darnae se hacían en esencia con productos derivados de la madera que ellos mismos extraían de los bosques del planeta. Al mismo tiempo, reforestaban aquellas zonas, creando un sistema que permitía mantener la alta humedad del ambiente y dejaba disfrutar a sus habitantes de días suaves y cálidos. Del mismo modo, de forma racional, aprovechaban los recursos que su planeta les ofrecía. Las calles de la urbe estaban hechas sobre la tierra directamente, con un pequeño suelo empedrado que indicaba el camino. Desde el punto de vista humano, se parecía a los pueblos primitivos de su especie; muchos milenios atrás. Era algo que les llevaba a expresar abiertamente que la sociedad de Tarshtan, y especialmente de Darnae, era muy inferior y mucho más retrasada que la de la Humanidad.
Pero si algo caracterizaba sobre todas las cosas a este imperio, y sin duda mitigaba el odio que podía generar entre cuántos lo rodeaban, eran las ancestrales costumbres de los narzham. La capital estaba presidida por un milenario árbol, con varios centenares de metros de altura, y grandes ramas que se extendían en las alturas por todo el centro de la ciudad; convirtiéndose en ocasiones en un gigantesco paraguas que brindaba protección de las frecuentes lluvias. Ante el mismo se proclamaba a cada nuevo emperador y solía ser centro de reunión de ancianos y jóvenes. Para muchos habitantes, los más místicos especialmente, era conocido como El Árbol de la Eternidad.
Mientras tanto, Iraden había vuelto a reunirse de nuevo con Gruschal, para avisarle de que la orden había sido dada:
—¿Puedo preguntar, señor, por qué quiere que les ayudemos?
—Todo se sabrá a su debido tiempo… —dijo el anciano con tono cansado y fatigoso—. Desde hace tiempo tengo varias ideas. Una de ellas es ésta, y he decidido aplicarla. Si no me equivoco, todo dará buen resultado.
Iraden, notando el agotado tono en el habla del anciano, dijo:
—Señor, debería descansar. Parece que hoy está más fatigado que de costumbre…
—Es la ley de vida. Me hago viejo. Tantos cientos de años en este mundo pasan factura, he visto tantas cosas… —dijo el emperador.
Iraden se limitó a guardar silencio. Incluso para los olverianos era difícil entender la longevidad de la que disfrutaban los narzhams, y de la que su emperador, Gruschal, era su máximo exponente. Era el narzham más anciano conocido con una diferencia de más de un centenar de años respecto al más longevo anteriormente registrado. Además, para darle más respeto y enigma a su figura, las malas lenguas decían que físicamente dejó de envejecer varios siglos atrás, aunque eso no había impedido que su aspecto fuese ya el de un anciano considerablemente demacrado. Los narzham podían ver pasar ante sus ojos al menos un par de generaciones de casi cualquier civilización del universo conocido, y su emperador había visto el paso de varias más.
Pese a aquellos pensamientos, Iraden no podía evitar que su mente escapase a Ghadea, a la colonia del Imperio de Ilstram donde un mar de preguntas se agolpaban en su mente. ¿Qué pretendía el emperador?, ¿cuáles serían las consecuencias si Ilstram descubriese que ellos tenían algún tipo de relación?
La noche caía sobre Antaría, y aunque seguía nevando, Miyana no pudo resistir asomarse al balcón de mármol. No podía quejarse sobre el trato que estaba recibiendo en el palacio. Tenía libertad para moverse casi por toda la construcción, a excepción del despacho de trabajo del emperador, y de su alcoba.
Desde el balcón, apoyada en la barandilla de mármol, miraba el cielo, observando como caían los copos suavemente. No pudo evitar acariciarse la barriga, sabedora de la vida que portaba en su interior, mientras se preguntaba qué tal se encontraría su nueva amiga. Ghrast, el mariscal, al ver a Miyana dirigirse al balcón aprovechó la situación para poder hablar con ella y conocer qué opinión le merecía Hans. La muchacha, al oír sus pasos se dio la vuelta:
—Supongo que usted es la amiga de la emperatriz —dijo el anciano.
—Así es.
No pudo reprimir un cierto desasosiego causado por la presencia de aquel hombre. No inspiraba ningún peligro físico, pero algo le decía que debía desconfiar de él:
—Espero que la estancia esté siendo agradable…
—Bueno, sólo llevo un día aquí pero no puedo quejarme. Me hubiera gustado haber podido despedirme de la emperatriz antes de que se hubiese ido.
—Estoy seguro de que no quería incomodar —continuó el mariscal, mientras la miraba sosegadamente— la verdad es que apenas sabemos nada de usted aquí en palacio. Sólo nos dijo que ha sufrido una gran tragedia…
—Sí. —Bajó la vista al suelo—. He perdido a mi marido. Y me veía sola por completo. Todavía no puedo creerme lo bondadosos que han sido conmigo…
Una luz se iluminó en la mente de Ghrast. Buscaba un resquicio para poder dirigir la conversación hacia donde le interesaba con naturalidad, y lo encontró:
—Se diría que antes su opinión era bastante diferente…
—¡Oh!, no, para nada —dijo Miyana, dubitativa y visiblemente nerviosa— simplemente no conocía esa faceta de los emperadores.
—No se preocupe. Puede ser sincera conmigo si lo desea. Soy viejo, pero reconozco cuando una persona intenta ocultar la verdad. ¿Qué opinaba antes de ellos?
—Bueno, la verdad es que de Alha no opinaba nada. Apenas la conocía y por lo que veía demostraba que era una mujer segura de sí misma, que siempre respetaba las funciones de su marido pero que estaba ahí, siendo un gran apoyo para él; y por lo que he podido ver es cierto.
—¿Y el emperador…? —preguntó el mariscal.
—Es un buen hombre.
—Sí, lo sé…
La chica se resistía a ser sincera, o al menos esa impresión tenía Ghrast al intentar dialogar con ella:
—¿Qué opinaba de él antes?
—Bueno, supongo que como todos. Que no le preocupaba su pueblo y que lo único que pretendía era disfrutar de su cargo de emperador y de todo lo que consiguió su padre. Pero he visto que no es así. Sufre mucho por su pueblo, e intenta darnos lo mejor aunque no sea de forma bélica.
—Es un pacifista… y en los tiempos que corren, eso no es bueno para nadie. La prueba la tuvimos en el ataque.
—Pero salió a defender a su pueblo —le reprochó Miyana.
—Un emperador tiene que ser un hombre completo. Tiene que ser capaz de emplear todo de lo que dispone. Tiene que ser capaz de hacer progresar a su pueblo en todos los campos y él es una deshonra para su familia. —Dijo el anciano ligeramente exaltado.
Miyana guardó silencio. Se percató de que aquel hombre debió estar durante mucho tiempo junto al padre de Hans:
—Usted sirvió para su padre… ¿me equivoco? Le admira, y espera que su hijo sea tan genial como lo era él para usted.
—El emperador Borghent fue el mejor que Ilstram haya tenido nunca.
—Mi padre no diría lo mismo —dijo ella con tono relajado—. Fue un gran hombre que se preocupó por Antaria y por hacer sonar el nombre de nuestro imperio en toda la galaxia. Pero no se preocupó por su pueblo, y lo que he visto, es que son como el día y la noche… El emperador se preocupa por su pueblo, su padre se preocupaba por el nombre de su reino.
—Quizá sí. Pero eso ha hecho que hoy estemos en el lugar en el que estamos. Ahora mismo todo Ilstram está en decadencia. Hace años que no tenemos un descubrimiento importante en la ciencia, y las tropas se dedican a ayudar a mejorar los servicios de las colonias en vez de aumentar su potencial bélico.
—Se dedican a ayudar a su pueblo. —Dijo ella. Comenzaba a sentirse furiosa por la simpleza y crueldad con la que aquel anciano trataba al emperador.
—¡No hay un pueblo al que ayudar si no se tiene un Imperio! —gritó Ghrast, visiblemente enfadado.
Se hizo un silencio aterrador entre los dos. Miyana no esperaba tal grito, pero no le cogió por sorpresa por el tono de la conversación. Sin decir nada, ambos se dieron la vuelta. El mariscal se dirigió a la puerta:
—Lo siento.
Con paso pesado, el anciano llegó hasta su habitación. Sin duda, esa mujer respetaba a los emperadores. Quizá no los admirase, pero los respetaba y no le serviría en su plan por ahora… Ghrast estaba tramando algo. Quería devolver a Ilstram todo el esplendor que le correspondía, y aunque apreciaba que Hans confiase en él para controlar las tropas de Antaria, sabía que si tenía alguna oportunidad de hacer algo brillante desde la muerte del anterior emperador aquél era su momento.
En Ghadea, Hans y Alha ya se habían establecido en el que sería de forma provisional su nuevo hogar. La jornada había sido larga, y tras decir a Magdrot que podía disfrutar de varios días libres, se habían retirado a descansar. Khanam y Nahia habían hecho lo propio tras decidir mantenerse en contacto con los emperadores por si surgiera alguna eventualidad en la que fuese necesaria la presencia del científico:
—¿Crees que hallaremos algo aquí? —preguntó Alha, una vez en la habitación.
—Espero que sí… Al menos espero encontrar la flota de Ghadea. Ya lo has oído, el sensor Nadralt está a pleno rendimiento y contactarán conmigo en cuanto haya el más mínimo movimiento anómalo.
—Pero… para eso no era necesario venir aquí.
—No. Pero sí para ver como avanza la colonia; sobre todo la red de transporte. Y para poder pensar sin tener que soportar al viejo cascarrabias del mariscal. Además, parece que tú comienzas a hacer nuevas amigas —dijo Hans sonriendo a su mujer.
—Sí, la verdad es que sí. Me intriga esta chica, Nahia, es tan serena y a la vez tan inocente…
—Te intriga porque durante mucho tiempo el único contacto con otras mujeres ha sido con tu propia madre y con Dirhel. Y ahora, en unos días te has encontrado con Miyana y con ella… es normal.
—Supongo que tienes razón —dijo su esposa— ¿sabes? Sigo teniendo esa extraña sensación de que algo nos espera…
—Yo también. Siento como, si de alguna forma, por algo que no comprendo, el destino de Ilstram se decidiese ahora… y nada será igual después.
Pasaron varios días sin novedades. Khanam se dedicaba a sus investigaciones sobre la energía; y tanto Magdrot como Nahia aprovechaban para pasear por Ghadea y granjear cierta amistad entre ellos. El emperador, por su parte, prefirió compartir con su esposa sus mejores ratos ante la buena nueva que le había dado antes de abandonar la capital del Imperio. Afrontar juntos el sueño de ser padres era algo que les hacía sentirse todavía más unidos. Y, sobre todo, algo que abría en sus mentes un campo de sueños y esperanzas que nunca antes ninguno de los dos había llegado a imaginar. Incluso el propio Hans sentía que era momento de cerrar una etapa, la de Yahfrad y Ereid, los amigos que se habían quedado en el pasado, para comenzar a mirar al futuro. Había mucho que hacer en Ilstram, y su hijo algún día llevaría los hilos de una sociedad que querría olvidar lo que a él le estaba tocando vivir. Tenía la seguridad de que Antaria, y el imperio en general, tenía que seguir reposando en el progreso social. Aquellos eran los valores que quería inculcar en su vástago cuando llegase al mundo.
Pensaba muy adelante en el tiempo. Y en el fondo, sin percibirlo, lo hacía del mismo modo que su padre. Alha, sin embargo, pensaba en todas las experiencias que vivirían juntos. Sus primeros pasos, sus primeras palabras… ¿a quién llamaría antes?, ¿a papá o a mamá? Su curiosidad por las estrellas, su reacción cuando viese otras especies en el universo… Sus abuelos… Y de repente se acordó de nuevo de Kharnassos, su hogar natal, y de sus padres, a los que súbitamente deseaba poder ver con todas sus fuerzas para darles la noticia.
Con el inicio del décimo día desde la llegada a Ghadea comenzó la actividad en la base científica sobre la flota que había desaparecido. Llovía suavemente sobre la ciudad cuando el emperador recibió la noticia: no había rastro de las naves en muchos sistemas a la redonda. Pero se había visto movimiento de tropas tarshtanas en las inmediaciones de forma subrepticia, en dirección hacia el sistema de Algaway, donde estaba ubicada la colonia de Kharnassos. Al conocer la información decidió ir a la base, sin comentar nada a su esposa sobre el destino de esa pequeña escuadrilla. No quería preocuparla por la seguridad de sus padres. Hans abandonó su hogar hacia el mediodía, después de besar en la frente a Alha diciéndola que debía ir un momento a la base científica, y que estaría de vuelta pronto.
Una vez fuera, se puso en contacto con Magdrot:
—Ven en cuanto sea posible, tenemos noticias.
—¿Ha aparecido la flota? —preguntó el coronel.
—No, algo más preocupante. Hemos detectado movimiento del Imperio Tarshtan, con rumbo a otra colonia.
—No lo entiendo —musitó.—. No le veo ningún tipo de lógica…
—Ni yo. Pero sea lo que sea, es una señal. Te espero.
Hans cerró el intercomunicador antes de subir a la nave privada de transporte que le llevaría hasta su destino. Una vez allí, se presentó brevemente al grupo de científicos que se encontraban al cargo de las investigaciones de rastreo y seguimiento de la flota perdida. En algún lugar de aquel enorme complejo en forma de cúpula, Khanam estaba sumido en su propio trabajo.
—Me habéis dicho que habéis detectado un movimiento de naves tarshtanas con destino a Kharnassos. —Dijo Hans mientras se adentraba con el grupo de científicos en las instalaciones—. ¿Qué tipo de flota?
—Nada realmente importante, señor. Naves de comercio. Pero nos intriga sobremanera, ya que las relaciones comerciales se rompieron hace ya algunos años… —dijo uno de los científicos.