El temblor de sus manos sacó al anciano de sus memorias. Llevaba tanto tiempo en el balcón que, literalmente, estaba congelándose. Levantó la mirada al horizonte, sonrió para si mismo, y volvió al interior del palacio.
Desde el día del ataque, la imagen del destructor flotando ante ellos no abandonaba a Ahrz. Y a la vez, alimentaba de nuevo su sueño de volar y participar en la defensa de su amado hogar en nombre del emperador.
El trabajo en la mina era rutinario desde hacía largo tiempo y no encontraba ningún tipo de motivación en él. Necesitaba un cambio, y en su interior sentía que era el momento ideal para hacerlo. Haría todo lo posible por convertirse en soldado del imperio de Ilstram:
—He tomado una decisión —le dijo a su jefe.—. Voy a dejar este trabajo para unirme al ejército.
Observó su reacción, era evidente que no daba crédito a lo que decía:
—¿Estás seguro…? No lo entiendo. Tienes un buen trabajo, estamos satisfechos contigo. Estás contento, o al menos eso creo… ¿por qué jugarte la vida ahí fuera?
—Desde pequeño lo he querido hacer. Seguí la tradición de mi padre. Pero aquel destructor…
—Ahrz —dijo su superior en tono conciliador— no puedes estar atormentándote por aquella nave. Da gracias a la vida por seguir aquí, pero no hagas locuras.
—No es ninguna locura. —Levantó la mirada para ver por unos segundos el rostro de su jefe y compañero durante muchos años, y añadió—. Lo siento.
—Si realmente lo consigues, no te dejes matar. —Le respondió.
La mañana avanzaba tranquilamente. El mariscal Ghrast seguía sumido en su maquiavélico plan. Sin embargo, se dio cuenta de que necesitaría hablar con su padrastro, el dictador Gruschal. Ya lo habían hecho el día anterior para ponerle al tanto sobre los movimientos de la flota que robaron en Ghadea. En situaciones normales no se arriesgaría a establecer contacto con él de nuevo tan rápidamente, pero era necesario. Con paso cansado, abandonó el palacio, argumentando que iba a dar un paseo por la ciudad para oxigenarse y disfrutar del manto blanco que cubría las calles. Se dirigió a su antiguo hogar, y aunque el trayecto era largo, logró cubrirlo sin grandes contratiempos. Una vez allí, encendió el monitor del comunicador intergaláctico. A los pocos instantes, apareció Gruschal en la pantalla:
—¿Ocurre algo, hijo? —preguntó el dictador.
—Tengo un plan —le dijo su hijastro.
—¿A qué te refieres?
—Tengo un plan para Ilstram, para acabar con esto. Quiero que tengan un nuevo emperador.
—Eres demasiado viejo para ellos, y lo sabes. —Le reprochó el anciano gobernador desde Darnae.
—No seré yo.
—Entonces, ¿qué estás tramando? —le preguntó curioso su padrastro.
—Mataremos a los emperadores —respondió.
Gruschal sólo guardo silencio, preguntándose las consecuencias de semejante idea…
—Lo tengo todo preparado. —Continuó el decrépito mariscal—. Kharnassos será su tumba.
—Por eso me pedías que desplegásemos a la flota allí.
En su interior, el emperador de Darnae se sentía perversamente satisfecho. La idea era cruel, directa. Digna de él mismo. Su hijastro había aprendido bien. Además, estaban en una posición como para que su actuación fuese suficientemente sutil. Y el poder pensar en evitar una guerra por el trono de su imperio y por fin poder acceder al control de un imperio humano le seguía resultando muy tentador:
—¿Y quién sería el nuevo emperador, entonces?
—Sería una emperatriz —finalizó enigmáticamente el mariscal Ghrast.
En Ghadea, Hans se dirigía apresuradamente a la base. Sabía que algo sucedía, y lo que más le irritaba era no poder averiguar de qué se trataba. Pero, poco a poco, sabía que encontraría la luz al final del túnel. Una vez en las instalaciones, buscó a Khanam para reunirse con él y ponerse al corriente de lo sucedido con la flota. Le encontró delante de uno de los paneles desde el que se podía controlar el tráfico en el borde exterior de la galaxia:
—¿Hay alguna novedad? —preguntó el emperador.
—Nada por ahora. Llevan un buen rato ahí. No se han movido en absoluto, ni en una dirección, ni en otra. Los sensores tampoco han detectado movimientos de la flota tarshtana.
—¿Hay alguna explicación para eso? —preguntó Hans—. No creo que se hayan evaporado por arte de magia.
En ese momento, uno de los científicos que se mantenía al margen, interrumpió la conversación:
—Tenemos la sospecha de que el Imperio Tarshtan pudo robar al Imperio Grodey un trabajo sobre la teoría de los saltos cuánticos interdimensionales.
—¿Que traducido a mi idioma significa…? —inquirió el emperador.
—Básicamente, entrar por una puerta en un lugar del espacio y salir por otra, en otro lugar, conectadas en la cuarta y quinta dimensión en el mismo momento temporal. Según tenemos entendido, el trabajo estaba bastante avanzado, aunque se necesitan grandes cantidades de recursos y que la instalación se realice en la luna de los respectivos planetas.
Hans echó un vistazo al monitor, y preguntó:
—En esas coordenadas. Al menos cerca de ellas, hay un planeta tarshtano con satélite.
—Pero no hay posibilidad de saber si existe alguna puerta cuántica a menos que les espiásemos —interrumpió Khanam.
—No lo haremos por ahora. Pero mantenedles controlados… ¿de ahí a dónde se podrían dirigir?
—A cualquier lugar donde haya otro portal de su Imperio —respondió de nuevo el científico.
—Vigiladlos. Si pasa algo, por ínfimo que sea, quiero saberlo. Voy a buscar al coronel Magdrot.
—Entendido.
Cuando Hans abandonó el complejo, Khanam y el joven científico que había estado hablando con él se pusieron a charlar:
—¿Qué opinas de él? —preguntó el joven.
—Si me hubieran preguntado hace unos días… Hubiera dicho que le odiaba por no preocuparse por nada más que por sí mismo. Pero desde que coincidimos en aquel transporte en Antaria y he hablado con él, he visto que realmente se preocupa por su pueblo. Simplemente no le gusta tanto el protagonismo como a su padre.
—Es la primera vez que hablo con el emperador… ¿tienes idea de lo que está pasando? —preguntó de nuevo el joven.
—No. Me parece que en estos momentos, nadie sabe de que se trata todo esto. Y el emperador no es una excepción. Vino a Ghadea pensando que podría haber aquí otro ataque con la flota desaparecida. Y sin embargo no ha pasado nada. Supongo que se habrá ido a buscar a ese coronel porque necesita un consejo sobre qué hacer ahora desde un punto de vista menos teórico.
—Sea lo que sea, la respuesta está ahí —dijo el joven, mirando el monitor del silencioso sensor.
En Antaria, Miyana poco a poco se había ido acostumbrando a encontrarse en las dependencias del gigantesco Palacio Imperial. Por primera vez se había decidido a bajar al jardín de palacio, donde muchos niños solían acercarse a jugar inocentemente y a escuchar historias de sus mayores. En cierto modo, como futura madre, se sentía conectada a esos chiquillos que danzaban alegremente delante de sus ojos sobre el blanco manto de nieve que cubría la ciudad. Y casi sin darse cuenta, allí estaba ella otra vez en aquella extraña situación, con su hijo todavía no nacido:
—Mamá —dijó Mijuhn.—. Cuéntame más de Antaria, ¿siempre nieva?
—Casi siempre… —su hijo ya debía tener ocho años. Seguía destacando entre todos por su extrema inteligencia. Y por su curiosidad infinita sobre todo lo que le rodeaba.—. Menos en verano, siempre he visto nieve. Desde que era pequeña como tú…
—¡Yo soy mayor! —le interrumpió su hijo.
Ella sonrió amablemente y continuó hablando:
—Desde que era pequeña, no he visto ni un sólo año en el que no nevase. Como nuestro planeta está bastante alejado de las estrellas de nuestro sistema, es más frío. Hay otros en el Imperio, como Ghadea, que son más cálidos.
—¿Papá y tú paseabais mucho por la ciudad cuando nevaba?
La mujer cerró los ojos recordando tiempos pasados, quizá mejores, que afortunadamente habían quedado congelados para siempre en su memoria:
—Mucho, nos encantaba. Quizá porque casi toda la gente que ha nacido aquí se identifica con eso.
—Me gusta la nieve… —dijo el pequeño en silencio, mientras miraba lentamente como caía en los jardines de palacio.
Levantó la cabeza mirando al inmenso edificio:
—¿Es verdad que estuviste aquí?
—Sí… pero ya han pasado varios años. Durante un tiempo, tu madre fue la mujer más importante de Antaria —dijo sonriendo.
—¿Y por qué dejaste de serlo?
—Son cosas difíciles de explicar. Creo que todavía no lo entenderías.
—Sabes que sí… —dijo Mijuhn con resignación.
Su madre le miró tiernamente:
—¿Sabes? Aquí mismo, hace ocho años ahora. Fue cuando supieron que había que ir a encontrar la Tierra.
—Recuerdo que me contaste algo —dijo el niño— hace tiempo… Pero nunca me explicaste por qué sólo fueron algunos de tus amigos…
—Corrían un gran peligro aquí y necesitábamos encontrar respuestas.
—Pero él y su madre están aquí… Mientras su padre está buscando ese planeta.
—Era lo mejor para todos, es un viaje peligroso. Además, sois muy buenos amigos , ¿verdad?
—No lo sé… A veces creo que sólo quiere competir conmigo… —dijo el joven Mijuhn, que parecía casi apesadumbrado.
—Cariño, eso te hará ser mejor. No debería sentarte mal. —Respondió Miyana.
—¿Crees que tus amigos encontrarán la Tierra?
—No lo sé. Sé que han avanzado bastante, que han encontrado planetas de los que nadie había oído hablar y que contienen muchas cosas del pasado. Supongo que te gustará saber eso. Casi desde que sabes hablar siempre te ha llamado la atención el espacio.
—Me gustaría tanto ser mayor… —dijo Mijuhn, agachando la cabeza al suelo, sumido en pensamientos conocidos sólo por él.
—¿Miyana? —preguntó uno de los servidores del palacio.
La joven dio un respingo sobre el banco al salir de su ensoñación y volver al mundo presente. Se sentía desubicada. La había vuelto a asaltar aquella extraña sensación de presenciar algo en lo que ella no podía hacer nada:
—Nos ha llegado un mensaje desde Ghadea. El coronel Magdrot viene hacia Antaria de nuevo. El emperador ha ordenado que se reúna con él a su llegada… El mariscal también ha sido puesto al tanto.
—Vale, gracias.
De repente, no entendía nada de lo que pasaba. ¿Para qué querrían que se reuniese con el coronel? Y lo más importante, ¿por qué no venían ellos todavía?
El mariscal Ghrast, al enterarse de la noticia, envió un escueto mensaje a su progenitor en Darnae, en la que sólo se leía una palabra: Kharnassos.
Hans se había reunido con el coronel, y le había comunicado su temor. Con la presencia de esos portales cuánticos, si es que sus científicos estaban en lo cierto, el Imperio Tarshtan podría atacar de nuevo Antaria sabiendo que él no se encontraba allí. Por ello, ordenó a Magdrot volver al planeta y disponer de toda la flota posible de los planetas circundantes, salvo Ghadea y Kharnassos, para lo que pudiera suceder. Pese a la sorpresa inicial del militar, entendió que el gobernante quería cubrir todos los flancos posibles. Sin embargo, algo le decía que a los dos se les escapaba un detalle. Aunque no consiguiera ver cuál exactamente:
—Estoy seguro de que nos falta algo —dijo Magdrot.
—Lo sé, pero esto será mejor que no hacer nada.
—No sé hasta qué punto es peligroso desguarnecer varios planetas para proteger Antaria de lo que pudiera suceder.
—Es donde más daño nos pueden hacer —dijo Hans.—. Si lo piensas detenidamente, ¿qué hay en el resto de colonias? Ghadea es una joya para la gente que viene a nuestro imperio, Kharnassos tiene su interés por encontrarse donde está, y Antaria por ser la capital. El resto de planetas no son tan importantes desde un punto de vista militar.
—En eso tienes razón —dijo pensativo el coronel. Tras unos segundos de reflexión, continuó—. Está bien, partiré a Antaria. En cuanto llegue allí, me pondré en contacto contigo para informarte de que todo ha ido bien.
—. Gracias, Magdrot —dijo el emperador.
Khanam seguía controlando silenciosamente el monitor. Estaba quedándose dormido por completo, con un ojo cerrado y el otro medio cerrado; mientras pensaba en varias teorías sobre su propio trabajo. Estaba más dormido que despierto, cuando pensó:
—Las luces se mueven… es increíble la potencia de los sensores. Quién sabe lo que habrían dado nuestros antepasados por poder usar tecnología como ésta, y para nosotros es de lo más normal. Ni siquiera nos paramos a pensar que son el fruto de miles de años de desarrollo tecnológico. Aun cuando se pensaba desde hacía tiempo que se estaba alcanzando el tope del desarrollo humano… Ahí están, un puñado de naves moviéndose, vete a saber dónde… —y de repente, reaccionando ante lo que realmente estaba pasando, dio un salto en seco de la silla. Se sacudió la somnolencia de golpe y buscó rápidamente su comunicador.
Por suerte Hans lo cogió casi al instante:
—¿Va todo bien?
—Las naves que estaban en el borde de la galaxia cerca de Ghadea han comenzado a moverse y están desapareciendo. Ahora sí lo sabemos, hay una puerta de salto cuántico aquí en alguna parte.
—¿Hacia dónde?
—Ni idea, pero si es cerca de nuestros planetas lo deberíamos saber en unos minutos.
—Voy para allá —dijo Hans.
El emperador se dirigió a toda velocidad de vuelta a la base científica:
—Espero haber hecho lo correcto —se dijo para sí mismo.
Mientras, muy lejos de allí, en Darnae, el dictador Gruschal daba la orden:
—Desplazad la flota a Kharnassos y preparadla para atacar.
—A sus órdenes, emperador.
—Quiero que esta vez no cometáis errores. —Añadió el despiadado gobernante.
—No lo haremos, señor —dijo su fiel sirviente.
—Que la muerte caiga sobre Kharnassos —dijo para sí mismo con cruel satisfacción.
En Antaria, Miyana seguía embelesada viendo a los niños jugar sobre la nieve. Todavía se sentía aturdida, pensando en el misterioso mensaje que le acababan de dar. Pero sus reflexiones se vieron interrumpidas cuando Ghrast, el anciano mariscal, rompió el silencio a su alrededor…
Se acercó, costosamente:
—Creo… —el anciano tomó aire— creo que si la historia hubiera sido diferente, Antaria no estaría así.