Ecos de un futuro distante: Rebelión (35 page)

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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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—Pero, ¿no hay un proceso de selección para formar parte de vuestro ejército?

—No, ninguna selección, ninguna. Hay un plan de aprendizaje para pilotar naves, todos lo hacen, y todos los aprenden, claro. Somos grodianos, nosotros aprendemos, no necesitamos pruebas, no las necesitamos.

—Creo que lo entiendo…

El diminuto ser se excusó azoradamente ante Nahia, tenía que continuar con su apretada agenda, por lo que, sin dar pie a ningún tipo de conversación, se marchó de aquel lugar casi tan rápido como había venido.

La joven continuó su camino durante unos minutos más. Finalmente, decidió volver al templo, donde estaba su padre junto a El Magnánimo. Allí, según habían acordado, se reunirían los cuatro humanos y Tanarum. La mujer se preguntaba qué decisión habría tomado Hans respecto a su derrocamiento como emperador de Ilstram. A fin de cuentas, ahora eran fugitivos de su propio imperio y no estaba segura de querer llevar una vida así. Aunque le gustaba aquel planeta, sabía que no sería capaz de estar allí durante un tiempo indefinido, y tarde o temprano querría poner sus pies de nuevo en su hogar. Pero, ¿cómo hacerlo cuando habían sido dados por muertos junto a los emperadores? No podía dejar de sentir que, aunque ya habían pasado muchas aventuras y Kharnassos había resultado ser una experiencia de claroscuros, lo peor todavía estaba por llegar. Aquella sensación provocaba en ella una enorme intranquilidad. ¿Qué podría ser peor que lo que ya habían experimentado?

—¿Eres tú? —dijo una voz, de repente.

La joven miró a su alrededor, pero para su sorpresa, no había nadie. Estaba completamente sola, y sin embargo estaba segura de haber oído aquella voz, ligeramente humana pero indefinida, de alguien probablemente más joven que Nahia.

—¿Quién anda ahí? —preguntó al aire.

No obtuvo respuesta. Atribuyendo aquella extraña pregunta que había parecido escuchar al cansancio y su propia imaginación, reemprendió su viaje de camino al templo sin darle más importancia.

Inteligencia artificial

—¿Qué edad tienes? —preguntó Khanam a El Magnánimo.

—No tenemos una edad definida, pero la primera fecha de la que tenemos constancia data de hace dieciséis mil años, y la asumimos como la fecha de nuestra creación.

—¿Desde entonces has sido el gobernante del Imperio Grodey? —continuó el científico.

—Lo hemos sido, pero no queda nada de aquella inteligencia artificial primitiva. Hemos ido evolucionando con el paso del tiempo hasta ser lo que somos hoy.

—¿Por qué a veces hablas en plural para referirte a tí mismo y otras en singular?

—Depende del programa que haya tomado control en cada momento. La mayoría reconocen a todo el sistema, pero unos pocos mantienen una identidad muy fuerte diferenciada de todas las demás. En última instancia, somos una entidad global.

El veterano científico llevaba horas examinando el templo en el que se encontraba, hablando con aquella inteligencia artificial. Le fascinaba enormemente como un sistema tan complejo que, según sus propias palabras, abarcaba media ciudad, era capaz de tomar todas las decisiones de aquel imperio.

—¿Cómo controlas lo que sucede en otros planetas de vuestro imperio?

—Tenemos un sistema de comunicaciones con ellos, estamos allí por medio de otros programas.

—¿Son… consejeros?

—No tenemos consejeros —respondió aquella voz metálica— nuestros programas pueden procesar y calcular todas las posibilidades con los datos que poseemos. Las decisiones que afectan a otros planetas del Imperio también son tomadas por nosotros.

—Has dicho que sois varios programas… ¿cómo alcanzáis una decisión sobre qué hacer en cada caso?

—Cada parte de nosotros está especializada en diferentes áreas. Esa parte es la que toma la decisión final en cada caso.

—¿No hay un programa que tenga más peso que los demás?

—No, todos somos iguales. Hasta los programas más básicos, como los que controlan el tráfico de la ciudad o el crecimiento del bosque que nos rodea.

Khanam creía comprender cómo los grodianos habían ido creando aquella inteligencia artificial. Era lógico, a su modo de entender, que no dejarían su imperio en manos de un único programa. La idea le seguía pareciendo una locura, pero, de algún modo, a ellos les funcionaba. El enorme potencial científico, y por consecuencia militar, de aquel mundo, hacía que el resto de especies del Universo, con el paso de los años, hubieran desarrollado un sentido de indiferencia hacia los grodianos. O comerciaban con ellos, o les ignoraban enteramente. Y viceversa.

El científico seguía con sus elucubraciones, cuando de repente, oyó una voz familiar de fondo, la de su hija:

—No sabía si todavía estarías aquí —le dijo.

—Hola cariño. Nuestro anfitrión ha tenido la amabilidad de dejarme conocer un poco más su funcionamiento, está siendo muy instructivo.

—Este mundo es tan diferente al nuestro. He pasado varias horas en la ciudad y he aprendido muchas cosas sobre los habitantes de este planeta. —Dijo ella.—. Nunca habría imaginado lo diferentes que son otras civilizaciones si no hubiera estado aquí.

Pocos segundos después, Hans y Alha entraron también en la sala:

—Ya estamos todos, parece —dijo el científico al ver llegar a sus compañeros.

—En realidad no, falta Tanarum —dijo la ex-emperatriz.

—Es verdad, ¿qué implantes reciben los grodianos? —preguntó Nahia dirigiéndose a la inteligencia artificial.—. Y, ¿por qué son tan importantes para ellos?

—Sin sus implantes, las capacidades físicas y cognitivas de los grodianos serían mucho más limitadas. También su esperanza de vida. Un grodiano que no recibiera ningún tipo de implante desde su nacimiento sólo viviría veinte años —respondió El Magnánimo.—. Fuimos nosotros los que dedujimos cómo podíamos dar una mejor forma de vida a nuestros habitantes.

—¿Tú creaste sus implantes? —preguntó Khanam.

—Los desarrollamos a partir de prototipos que habían creado en aquella época. Son tan prolíficos y avanzados tecnológicamente porque pueden trabajar en muchos más proyectos durante el curso de sus vidas.

—Es decir, de manera efectiva, sus máquinas, incluso su líder, les han concedido una vida mucho más larga de la que tenían…

—Pero, en ese caso —dijo Alha— ¿quitárselos a un preso, como Tanarum, no acorta su vida?

—Eso es correcto —respondió El Magnánimo— pero dependiendo de la edad con la que son encarcelados, su vida ya ha sido alargada de todos modos. Pierden algún año de vida, pero no vuelven, ni mucho menos, a la esperanza de vida que tenían hace milenios. Su propio organismo se ha ido haciendo más resistente con el tiempo. Quizá ahora, según nuestros cálculos teóricos, sin ningún implante podrían vivir unos cuarenta años.

—Esa es la única cosa que no he llegado a comprender —dijo Hans—. Te llaman El Magnánimo, y sin embargo, no dudas en castigar con dureza a aquellos que se saltan el sistema.

—El control es necesario para mantener el orden. Tú, como antiguo emperador de Ilstram, deberías saberlo mejor que nadie.

—Lo sé. Por supuesto que tenemos delincuencia en Ilstram, pero no convertimos a nuestros convictos en bombas de relojería como estáis haciendo con Tanarum ahora mismo.

—Los beneficios de este sistema para nuestros habitantes son muy grandes. Es necesario que haya perjuicios igualmente grandes por salirse de él. No esperamos que un humano, u otra especie, sea capaz de entenderlo.

—¿Y si un grodiano decide irse a otro imperio? ¿También pierde esos implantes? —preguntó Nahia.

—Algunos de ellos dejan de estar operativos por no haber sistemas en los que apoyarse, pero los que alargan su vida siguen siendo completamente funcionales.

El grupo guardó silencio durante unos minutos. Hans estaba pensando sobre cómo introducir a El Magnánimo la cuestión del apoyo militar para recuperar el gobierno de Ilstram.

—¿Eres tú? —retumbó una voz en la cabeza de Alha, ligeramente metálica. Miró extrañada a su alrededor, pero nadie parecía sorprendido.

—¿No lo habéis oído? —preguntó.

—¿El qué?

—Esa voz. Juraría que he oído a alguien hablándome.

Hans la miró extrañado:

—No hemos oído nada… ¿Estás bien, cariño?

—Quizá sea por el embarazo. —Indicó Khanam.

—Las condiciones físicas de Alha siguen siendo excelentes —dijo El Magnánimo—. Su embarazo, según nuestros conocimientos sobre los humanos, está yendo bien. Aunque pronto debería visitar a un médico humano que pueda darle la asistencia que necesite. Nosotros no podemos ayudaros.

—De eso mismo quería hablaros —dijo Hans.—. Lo he estado meditando —apretó la mano de su esposa suavemente— y creo que deberíamos intentar regresar a Ilstram. Pero necesitamos apoyo militar.

—El Magnánimo —dijo la inteligencia artificial— no considera que el Imperio Grodey deba interferir en asuntos humanos.

—¿Y si os dijéramos que quién nos persigue y nos ha expulsado de nuestro Imperio es quién ha desarrollado y perfeccionado vuestra tecnología de salto cuántico? —preguntó de nuevo.

—No podemos contrastar la veracidad de esa información.

—El Imperio Tarshtan —dijo el ex-emperador— consiguió vuestra tecnología. La han terminado y la han perfeccionado. Ahora os llevan ventaja.

El Magnánimo guardó silencio durante unos minutos.

—Nuestro juicio no ha variado. No consideramos necesario abrir una guerra contra el Imperio Tarshtan para ayudar a Hans y Alha a recuperar el Imperio de Ilstram.

Durante unos minutos, un incómodo silencio reinó en la sala:

—Permíteme que lo explique de otra manera. —Dijo Khanam—. Siempre se ha dicho que el Imperio Grodey posee armamento para destruir planetas enemigos. No conozco la veracidad de esa teoría, pero algo que he oído muchas veces, es que ningún imperio os ha atacado durante siglos por miedo a eso. Si os robasen una de esas armas, seguramente vosotros seríais capaces de destruir sus planetas mucho antes de que ellos pudieran siquiera hacer uso del mismo. Sin embargo, ahora los tarshtanos son capaces de robaros esa tecnología y usarla en vuestra contra antes de que podáis reaccionar.

—En ese caso —dijo la inteligencia artificial— deberíamos estar en guerra con ellos, no ayudaros a vosotros.

—Con vuestra ayuda —dijo Hans— tras recuperar nuestro lugar como emperadores, declararíamos la guerra al Imperio Tarshtan. A fin de cuentas, ya lo estamos. Y con nuestra ayuda, los dos imperios juntos podríamos recuperar la tecnología que habéis perdido. Recuperaríais vuestra ventaja científica, y nosotros devolveríamos la estabilidad al Imperio de Ilstram. Puede que su gente ahora esté bien, pero sospechamos que tarde o temprano, el Imperio Tarshtan terminaría causando la desaparición de nuestro mundo.

Durante unos minutos, reino un incómodo silencio en la sala:

—Necesitamos tiempo para evaluar esa información —dijo El Magnánimo—. Hace años que los grodianos no prestan apoyo militar a otros imperios.

—¿Cuánto tiempo necesitáis? —preguntó el esposo de Alha.

—Unas horas, —y, invitándoles a abandonar la sala, dijo— necesitamos evaluar esta situación en silencio.

El grupo salió del templo. No habían andado mucho cuando, de repente, les salió al paso otro humano. Le miraron con gran sorpresa. Era un hombre más alto que Hans y Khanam, superando los dos metros de altura ampliamente, de piel clara, pero tanto su pelo como sus ojos eran completamente negros, de un aspecto casi artificial. Les miró detenidamente, y finalmente, con una voz no completamente humana, dijo:

—¿Tú eres Khanam? —señalando al científico. Le miraba detenidamente, escudriñando su rostro, intentando determinar si el ser humano al que llevaba tanto tiempo buscando era aquél que tenía delante suyo.

—¿Nos conocemos? —preguntó él.

—Todavía no. Llevo mucho tiempo buscándote. He contactado con algunos humanos en mi camino. Ahora entiendo mi error.

—¿Quién eres? —preguntó Hans.

—Soy Jacob Emilson, ciudadano del Imperio de Díntare.

—¿Imperio de Díntare? ¿Cómo es que nunca he oído hablar de él? —preguntó de nuevo.

—Es un imperio poco conocido, se encuentra localizado en los confines del Universo conocido. Mis antepasados viajaron durante muchos años para asentarse allí.

El ex-emperador no estaba enteramente satisfecho con aquella respuesta, había algo que no terminaba de encajar con su inesperado visitante. Era humano en apariencia, pero su pronunciación, sus gestos, y sobretodo, sus extraños ojos, dejaban ver que había algo más que no alcanzaban a ver.

—¿Cómo nos has encontrado? —dijo Khanam.—. Nadie sabe que estamos aquí.

—He viajado mucho para poder localizaros. Dejémoslo en que tengo mis propios métodos. —Les miró nervioso, guardando silencio durante unos segundos—. No tenemos mucho tiempo. Sé que no vais a poder entender esto, no todavía. Pero, sabed que estoy al tanto de lo que ha pasado en Ilstram, de que habéis sido expulsados de allí. Si no actuáis rápido, será demasiado tarde.

—¿Demasiado tarde para qué? —preguntó Nahia.

—Pronto llegará el momento. Y cuando suceda, necesitaréis estar preparados. Tú, —dijo dirigiéndose a Khanam— eres el único que podría evitar lo que va a suceder.

—Hablas de la conquista de Ilstram por el Imperio Tarshtan, ¿verdad? —dijo Alha.

—Es mucho más que eso. Ese será sólo el primer paso, pero, la ira de Gruschal no terminará ahí. Irá a por vosotros. A por vuestra gente. Y al final del camino, cuando llegue ese momento, lo único que os espera, a los que todavía viváis, es la oscuridad eterna. La destrucción de todo lo que amáis.

—¿De qué diablos estás hablando? —dijo Hans, visiblemente incómodo.

—Venid, os lo mostraré. No tendré tiempo de explicaciones. Tendréis que seguir mis instrucciones al pie de la letra. Pero quizá todavía podamos proteger las maravillas de la creación.

El grupo siguió a aquel hombre. No le conocían de nada, pero una fuerza invisible les empujaba a acompañarle.

—¿A dónde nos llevas?

—A mi nave. Una vez allí, os mostraré algo. Después, seréis vosotros mismos los que tendréis que decidir. No puedo obligaros a seguirme ciegamente, pero, si no estoy equivocado, veréis la gravedad de lo que está por llegar. Sois muy jóvenes. Aun así debo confiar en vosotros, sois mi única esperanza.

—¿Para evitar el qué? —preguntó Nahia.

—En mi nave os responderé a lo imprescindible, después, tendré que partir. Con o sin vosotros.

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