Ecos de un futuro distante: Rebelión (45 page)

Read Ecos de un futuro distante: Rebelión Online

Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
5.57Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Que vuestro hijo viva para ver la belleza de nuestro mundo —continuó.

Hans se quedó bloqueado, completamente incapaz de responder. Aquel hombre estaba dispuesto a sacrificar su vida para que ellos pudieran llegar a Antaria y vivir. Y él, en todo su egoísmo, semanas atrás había llegado a decir que se conformaba con vivir en la ciudad como uno más.

—Sólo una cosa más —dijo Ahrz.

—¿Sí? —preguntó Hans.

—Hay una mujer en Antaria, Adrius Nuoran, es mi pareja. Está sola, y seguramente no pasará mucho tiempo hasta que alguien le diga lo que ha pasado. ¿Podrías hacer algo por ella?

—La… la acogeremos en el Palacio con nosotros. No te preocupes por ella, la ayudaremos en todo lo que necesite. Haremos que se sienta orgullosa de ti.

Una nueva sacudida les hizo conscientes de la gravedad de su situación. Ahrz miró a los nuevos ocupantes de su nave de batalla, y finalmente, se despidió:

—Buena suerte, Emperador.

La puerta se cerró tras ellos. Aunque Ahrz ya no lo pudo ver, Tanarum se fue apresuradamente a la cabina de pilotaje de la nave, preparado para llegar a Antaria.

Mientras tanto, el ex-minero se movía apresuradamente por la nave grodiana. Por fin había conseguido encontrar el sistema de comunicaciones. Su cuerpo estaba siendo invadido por multitud de sensaciones. Pensó en Adrius, en su adorable Adrius, con la que tantas veces había hecho el amor cuando se conocieron, y a la que ya no volvería a ver. Pensó en Narval, en su buen amigo al que no había olvidado ni un sólo día desde que se sacrificase por ellos en Nelder. Ahora, allí estaba él, en la misma situación en la que se había visto su amigo. Lloró, mientras accionaba el intercomunicador. Con voz temblorosa dijo:

—A todas las naves, no ataquéis a la nave humana que se aleja. El emperador, su mujer, y vuestro compañero están en ella. Repito, ¡no ataquéis!

Se apoyó en la pared, pensando qué hacer, cuando de repente, oyó una voz por el intercomunicador:

—Humano, ¡regresa a la parte trasera de la flota! Te daremos fuego de cobertura.

Ahrz miró a su alrededor, había sistemas en llamas, y los daños estructurales eran más que evidentes:

—No creo que pueda escapar, la nave está muy mal.

—¡Por lo menos inténtalo! —le gritó aquella voz desconocida.

Y sin pensarlo ni un instante, se puso a los mandos de aquella nave. Ni siquiera estaba seguro de si conseguiría pilotarla. Se despidió, mentalmente, de su amada mujer, de todos a los que había conocido, y dio gracias por la vida que le había tocado vivir. Aunque su final fuese inminente, estaba feliz por haber conseguido realizar su sueño de ser soldado, y haber podido salvar al emperador. Sabía que con toda probabilidad moriría allí, y lo único que lamentó de verdad, fue no poder saber qué vida le hubiera esperado al lado de su mujer. Se preguntó cómo hubieran envejecido juntos…

Por desgracia para el antiguo minero, la huida fue breve. Aunque consiguió poner rumbo hacia la parte trasera de la flota, una potente ráfaga de plasma de varias naves de Ilstram que estaban muy cerca pusieron fin a la que había sido la nave de transporte de Hans, Alha, y Tanarum. Así llegó el momento final de Ahrz. Murió sin grandes ceremonias, con una explosión en medio del espacio. Se convertía así en sólo una estadística más, un número más que incluir en las bajas de aquella nefasta guerra que el mariscal había orquestado para intentar evitar a toda costa que el legítimo emperador de Ilstram y los suyos consiguiesen regresar.

Hans lo pudo ver en la lejanía. Aquel hombre había dado su vida por ellos. Rompió a llorar, apoyado junto a su mujer, que parecía encontrarse algo mejor.

—¿Querido? —dijo con voz floja.

—Alha, no hables, no te esfuerces. Te has golpeado con fuerza.

—¿Dónde estamos? —dijo mirando a su alrededor—. Y… ¿por qué lloras?

Él sujetó las manos de su esposa entre las suyas:

—Estamos en una nave de batalla. El soldado que nos había encontrado, Ahrz, se ha quedado atrás para poder avisar a los grodianos de que no nos atacasen… —volvió a llorar desconsoladamente—. Alha… Ese hombre ha muerto por nosotros. Para que pudiésemos volver a Antaria y recuperar el Imperio…

—Cariño… —dijo ella mientras acariciaba la cara de su marido…

—No puedo evitar sentirme culpable. Si no hubiéramos venido aquí, esto no habría pasado. Ese hombre no tenía que morir por mí, Alha. No es justo, no tenía que ser así.

—La vida no es justa, Hans —dijo Tanarum—. Pero ese hombre te ha enseñado algo.

—¿El qué? —preguntó extrañado, todavía inundado por las lágrimas.

—Que algunos creemos en ti. Quiero volver a ver al emperador de Ilstram que vi en Naarad. Al hombre que tenía las ideas claras. Al hombre al que le ofrecí mi ayuda como consejero. Quiero ver al auténtico Hans, al que ha sido enterrado entre emociones y lloros de culpabilidad. Tienes un Imperio ante el que responder, y una mujer de la que cuidar. No puedes fallarnos ahora.

Durante unos minutos, se hizo el silencio. El ex-gobernante intentaba procesar todo lo que había pasado allí. Aunque él nunca hubiera sido consciente, ahora había visto que había gente en Antaria, en Ilstram, que estaba dispuesta a dar su vida por él. ¿Qué clase de emperador podía ser si quería seguir pretendiendo pasar como uno más?:

—No lo haré… No seré uno más —dijo conteniendo las lágrimas.

Se levantó, se acercó al pequeño ventanal. Estaban muy cerca de llegar a Antaria:

—Creo que… por fin lo entiendo. —Añadió después de unos instantes de silencio, algo más calmado.

—¿El qué, cariño? —le preguntó Alha. Todavía tumbada en una especie de silla que Ahrz tenía en aquella nave.

—A mi padre. Por qué actuó como lo hizo en aquella batalla hace tanto tiempo.

—¿Por qué crees que lo hizo? —le preguntó Tanarum desde el asiento de piloto.

—Creo que… defendía a toda la gente anónima que estaba ahí abajo. Ese soldado, Ahrz, me ha hablado de cómo un amigo suyo se sacrificó para que ellos pudieran escapar de Nelder… Ese valor, esa valentía… Hay que ser muy especial para poder asumir que vas a morir y permitir así que otros puedan vivir. Ahora lo entiendo…

—No tengo ni idea de qué intentas decir, sinceramente —le respondió el grodiano.

—Quiere decir que ha alcanzado la paz interior que tanto necesitaba desde hace muchos años —dijo su mujer.— ¿verdad?

El hombre se giró, mirando a su esposa y a su consejero, y dijo:

—Sí… Mis amigos, Yahfrad, Ereid… no fueron llevados a la muerte. Fueron a luchar por Antaria, por Ilstram, y por aquello en lo que creían, igual que Ahrz lo ha hecho por nosotros. Fueron héroes, igual que él. Sin ellos… quién sabe qué hubiera pasado.

—Vale, le has perdonado, ¿verdad? —preguntó Tanarum.

—¿Perdonar? ¿A quién? —preguntó el hombre extrañado.

—A tu padre, claro.

Hans guardó silencio por unos segundos:

—No lo había visto así. Pero, supongo que tienes razón, que por fin empiezo a entenderle… No, mi padre no tuvo la culpa de aquello. Sigo pensando que le importaba más la gloria de Ilstram que su gente. Pero creo que ahora comprendo que sólo intentó hacerlo lo mejor que pudo. Igual que lo he intentado yo… Y he fracasado.

—No lo has hecho, cariño —le respondió Alha.—. Estamos aquí, estamos vivos, y vamos a llegar a la capital. Cuando estés en tierra será más fácil y podremos poner fin a esta batalla.

—Tu mujer tiene razón. Estamos muy cerca de conseguir lo que buscábamos.

—Pero yo no quería que fuese así. Con tantas muertes, tantas pérdidas… —replicó él.

—Nadie dijo que fuese a ser fácil. —Respondió de nuevo su consejero.

—Lo sé. —Dijo de nuevo Hans.

Y mirando de nuevo su planeta natal por la ventana, se dio cuenta de que era el momento de ponerse en marcha:

—Llegaremos pronto…

Ur'daar sentía que algo no terminaba de funcionar como debería. No alcanzaba a comprender qué, pero sabía que algo no estaba saliendo según lo planeado:

—Estamos a punto de entrar en las proximidades de Antaria. —Dijo Ur'nodel a Khanam y Nahia, que se encontraban cerca de un gran ventanal a través del que podían contemplar las incontables estrellas y planetas que les rodeaban a años luz de distancia.

—Hans y Alha ya estarán allí, ¿verdad? —preguntó Nahia.

—Deberían estarlo —dijo Ur'daar, que se encontraba un poco más alejado del grupo.—. Pero parece que no…

—¿Qué quieres decir? —preguntó de nuevo la joven.—. ¿Han fracasado?

—No lo puedo saber a ciencia cierta —dijo él—. Pero, ha pasado algo que no tenía que haber pasado…

—Pronto lo sabremos… —dijo Khanam, mirando contemplativo hacia aquel horizonte espacial.

—Espero que estén todos bien —respondió su hija, visiblemente seria.

Guardaron silencio durante unos minutos, expectantes por lo que pudieran encontrar a su llegada a Antaria. Allí estaban ellos, con su querido planeta cada vez más cerca. No pasó mucho tiempo hasta que el propio Khanam entendió lo que pasaba:

—Están peleando…

—¿Quiénes? —preguntó su hija.

—Hans y los grodianos. Mira. —Le dijo señalando hacia un lateral de la nave. ¿Ves las explosiones?

—Tienes razón, creo que las veo. —Dijo Nahia.

Ur'daar se levantó de su asiento, contempló la escena que Khanam había mencionado, y poco a poco comenzó a encajar las piezas del puzzle:

—No puede ser. No tenía que ser así. —Dijo enigmáticamente.

—¿El qué? —preguntó Khanam.

—Teníamos que llegar a Antaria después de la batalla, no durante ella.

—¿Qué tiene de malo? —preguntó de nuevo la joven hija del científico.—. Lo único que significa es que hemos llegado antes de lo que pensabais.

—No, Nahia —respondió Ur'nodel— quiere decir que nos equivocamos. Que el futuro que veíamos como más probable no se ha cumplido. Ellos siguen luchando. Si hubiéramos acertado ya estarían en tierra, y no habría ningún combate…

—¿Entonces por qué lo hay? —preguntó Khanam—. ¿Qué ha cambiado?

—Es Tor'ganil… —respondió Ur'daar.

—¿Tor'ganil? —preguntó extrañada la chica.

—En los futuros en los que llegábamos en esta situación, se debía a que Tor'ganil también estaba intentando entrar en Antaria.

—¿Estás diciendo que ese chiflado está ahí fuera intentando llegar a nuestro mundo? —preguntó de nuevo la joven.

—Sí… Esto lo cambia todo. Hans y Alha tendrán que valerse por sí mismos. No podemos permitir que Tor'ganil llegue a tierra. Si lo hace, matará a los emperadores y se proclamará nuevo gobernante de Ilstram. —Dijo Ur'daar.

—¿Qué probabilidad hay de que eso suceda? —preguntó Khanam.

—Todas —respondió Ur'daar.—. Si llega a Antaria, estaremos perdidos.

—¿Cómo le vamos a detener? Mi padre no sabe todavía cómo destruirle —replicó Nahia.

El grupo guardó silencio durante unos instantes. Y finalmente, Ur'nodel respondió:

—Hay una manera. Puedo evitar que Tor'ganil llegue a Antaria. Puedo ayudaros a conseguir vuestro objetivo.

—Ur'nodel, no lo hagas —le dijo su compañero.

Pero su amigo ya no escuchaba. La fría y calculadora mente de aquel Ur'daeralmán ya había tomado la decisión correcta por el bien del grupo, y por garantizar que el futuro seguía estando libre de las garras de aquel malvado Tor'daeralmán al que intentaban detener.

—Tengo que hacerlo, Ur'daar. —Respondió su amigo.—. Todavía eres joven. Lo entenderás cuando llegue el momento. Ésta es mi oportunidad para que el futuro pueda ser diferente. Para impedir que él se haga con lo que busca.

—Te destruirá —dijo Ur'daar duramente.

—Y con mi destrucción ganaréis tiempo para encontrar la forma de acabar con él. —Dijo Ur'nodel.

Se giró hacia los dos humanos, y se despidió de ambos solemnemente:

—Nahia, Khanam, ha sido un placer acompañaros en este viaje. Ahora tengo que despedirme, quizá para siempre. Si es así, recordad que sois dueños de vuestro propio futuro.

Diciendo aquello, desapareció, convertido en un haz de luz. Listo para explorar los alrededores de Antaria y encontrar la nave en la que viajaba Tor'ganil.

—Creo que no me he enterado de qué va todo esto —dijo Nahia.

—Los dos hemos visto los futuros inmediatos que podían suceder. En varios de ellos, Ur'nodel luchaba con Tor'ganil durante el tiempo suficiente como para evitar que pudiese llegar a Antaria. —Respondió Ur'daar.

—Y… —añadió Khanam.

—En la mayoría de ellos Tor'ganil le vence de todos modos, aunque Ur'nodel siempre consigue retrasarle.

—Por eso se ha ido, para intentar que se cumpla ese futuro —dijo Khanam—. ¿No es posible que gane él?

—Tor'ganil es muy habilidoso en el combate cuerpo a cuerpo, mucho más experimentado que ninguno de nosotros. Tiene un estilo de lucha que hace muy difícil conseguir superarle.

—Es decir, Ur'nodel ha decidido que si tiene que morir para que nosotros podamos seguir adelante, morirá —dijo de nuevo el científico.

—Así es —respondió Ur'daar con cierto aire afligido.

Nahia había estado escuchando en silencio, se dio cuenta de que estaba sorprendida al ver la reacción de su aliado Ur'daeralmán. Estaba experimentando sentimientos que no eran desconocidos para los humanos, pero que, por algún motivo, ella consideraba que debían serle completamente ajenos a seres como aquellos. Intentando animarle, le dijo:

—No te preocupes, seguro que volverá.

—Es muy poco probable que lo consiga…

Llegar a Antaria. Aquel parecía ser el objetivo de más de uno de los seres vivos que se encontraban en las proximidades del planeta. No sólo la nave de Hans se dirigía a la superficie de la capital de Ilstram. Varias horas antes, desde Darnae, la capital del Imperio Tarshtan, había salido una nave con un único pasajero. No era otro que el dictador Gruschal, o Tor'ganil, como había vuelto a pensar en sí mismo. Gracias a su excéntrico carácter como líder de aquel mundo, había conseguido disfrutar de una situación en la que podía hacer lo que quisiera sin levantar las sospechas de aquel pueblo al que llevaba siglos manipulando.

Tenía claro cuál era su objetivo. Tenía que llegar al planeta humano antes de que lo hiciera Hans. Una vez allí, mataría a Magdrot y Miyana, los emperadores, y reclamaría como suyo el trono. Por fin tendría a su mando la civilización que ansiaba desde hacía tantos cientos de años, cuando entendió que el Imperio Tarshtan no serviría para llegar a su meta.

Other books

The Empty Desk by Steve Lockley
Straight on Till Morning by Mary S. Lovell
Gooney Bird Greene by Lois Lowry
Secrets to Keep by Lynda Page
Under the Volcano by Malcolm Lowry