—He ganado —dijo Ur'daar.
Nahia se levantó, aplaudiendo impresionada por la exhibición que sus dos guardianes les habían dado.
—Dijiste que no os podíais teletransportar —dijo Khanam.
—No lo he hecho —replicó su guardián.—. Lo que sí podemos hacer es viajar a la velocidad de la luz en distancias cortas.
—¿Viajar? —preguntó Nahia.
—Sí. Podemos convertirnos en un haz de luz, es similar a cambiar de forma. Podemos viajar a la velocidad de la luz durante un breve lapso de tiempo, el suficiente para recorrer unos cientos de miles de kilómetros, como máximo. Pero insuficiente para, por ejemplo, viajar entre planetas.
—¿Sólo podéis usar la telekinesis? —preguntó Khanam.—. Es lo único que os he visto utilizar.
—No. Podemos concentrar la energía y proyectarla hacia nuestro rival. Pero en un combate entre los nuestros, no nos afecta. —Ur'daar se giró hacia Ur'nodel, y le hizo un gesto con la cabeza. El otro guerrero, comprendiéndolo al instante, lanzó una descarga de energía sobre Ur'daar.
—Somos energía, por tanto, la absorbemos sin mayor complicación —añadió Ur'nodel.
—¿Y si la usaseis contra un ser de otra especie?
—Dependería de la intensidad —prosiguió el guardián de Nahia.—. Podríamos provocar la muerte de varios individuos de la mayoría de especies con una sola descarga.
—Si tuviera que arriesgarme —añadió Ur'daar.—. Diría que los narzham, aunque igualmente frágiles, son lo suficientemente fuertes para absorber una descarga de energía entre varios de sus individuos sin llegar a morir.
—Entonces, es una fuerza devastadora… —añadió la hija de Khanam.
—Sólo si la usásemos contra otras especies, e inútil si la usamos contra nosotros mismos. Nunca hemos entrado en combate contra otras especies.
—¿Has observado algo, Khanam? —preguntó Ur'daar.
—He visto que sois muy expertos en el combate físico. Combináis vuestras habilidades para intentar conseguir ventaja sobre el rival. Pero, no he encontrado una respuesta a cómo destruir a un Daeralmán, si es a lo que te refieres.
Su guardián agachó la cabeza, dejando ver que la cinta que cubría su cabeza seguía ondeando como si hubiese un potente viento dentro de la sala:
—Valía la pena probarlo.
—¿Un camino? —preguntó Nahia—. ¿Lo has hecho porque era posible que mi padre descubriese algo?
—Sí —añadió Ur'nodel—. Pero esa opción no ha funcionado. Al menos, no todavía.
El grupo guardó silencio durante unos minutos. Khanam nunca había presenciado un combate físico como aquél. Desde luego, había visto alguna pelea entre habitantes de Antaria, pero aquello estaba en un nivel completamente diferente. Nahia, por su parte, seguía maravillada ante la magnificencia de aquella especie. Su forma de pelear le pareció muy bella, como si de una coreografía se tratase.
—Vuestros amigos están a punto de ir a Antaria —dijo Ur'daar.—. Pronto tendremos que ponernos en camino.
—¿Vais a ayudarles? —preguntó Nahia.
—Si es necesario intentaremos prestar nuestra ayuda, pero temo que no podamos hacer uso de nuestras habilidades. De hecho, allí apareceremos como dos humanos más. —Prosiguió el guerrero. Tras mirar a su compañero, miró a Khanam, y añadió— todavía queda algo que debes saber. Acompáñame.
Ambos se retiraron, mientras Nahia permanecía con Ur'nodel en el mismo asiento en el que había estado durante las últimas horas:
—Espero que consigamos detenerles —dijo la joven.
—Por el bien de todos, espero que así sea —añadió su compañero.
Ur'daar y Khanam se encontraban en un extremo alejado de aquella sala. Aquel ser de energía le miró fijamente a los ojos, como intentando decidir si era el momento adecuado, y dijo:
—Sé que todavía no crees en todo lo que te he mostrado.
—Me resisto a creer que puedas ver el futuro, o los futuros, como los llamáis —dijo el científico.
—Por eso quiero que seas tú mismo el que conozca algunas de las cosas que pueden o no llegar. Si las conoces ahora, podrás ver que digo la verdad. En algunas de ellas podrás intervenir y tu decisión será crucial para que ese camino se cumpla o no. En otros, sólo podrás ser espectador.
El hombre guardó silencio durante unos minutos, reflexionando sobre lo que estaba a punto de suceder:
—Te escucho —respondió finalmente.
—Hay muchas cosas que se abren en nuestro camino, éstas son siete de ellas. Que se cumplan o no puede depender de ti. —Ur'daar guardó silencio durante unos segundos, y prosiguió—. La primera y más evidente, ya la conoces, una fuerza oscura intentará dominar tu mundo.
—Gruschal e Ilstram. —Replicó Khanam.
Su compañero asintió.
—La segunda… la victoria desvelará una verdad aterradora.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Lo sabrás a su debido tiempo. El futuro está rodeado de incertidumbres, no puedo ser más específico.
—Continúa… —dijo el hombre.
—La tercera… Dos almas gemelas se separarán y seguirán caminos opuestos. La cuarta… La supervivencia de los vuestros yacerá más allá de las estrellas, para entender el futuro, tendréis que mirar al pasado. La quinta… Alguien a quien quieres tendrá en sus manos el futuro de toda una especie del Universo.
Khanam miró a su hija, que charlaba animadamente con Ur'nodel.
—¿Nahia?
Ur'daar guardó silencio y prosiguió:
—La sexta… tu mayor victoria será tu mayor sacrificio.
—¿Y la última?
—Para que haya un mañana, habrá que desprenderse del ayer.
—Las siete profecías… —dijo Khanam.
—¿Profecías? —preguntó su compañero extrañado.
—Así denominaban los antiguos habitantes de la Tierra a las predicciones que algunos seres humanos hacían sobre lo que el futuro les deparaba.
—¿Se cumplían?
—Los textos no lo recogen. Todo lo que existe hoy en día de nuestro planeta natal son documentos sueltos. Ni siquiera conocemos su ubicación exacta, o si todavía existe. Algunas leyendas dicen que fue destruido poco después de que nuestros antepasados lo abandonasen.
—Comprendo… —dijo Ur'daar.
—Lo que tú me has dicho, es, en esencia, como aquellas profecías.
El científico y su guardián se unieron de nuevo a Nahia y Ur'nodel.
—Deberíais descansar. Pronto partiremos hacia Antaria. Nosotros preparemos todo lo necesario. —Dijo el guardián de Khanam.
—¿Qué pasará cuando lleguemos allí? —preguntó Nahia.
—Eso depende de vuestra especie. Pero aun si conseguimos triunfar, Tor'ganil no se rendirá. —Respondió Ur'daar.
Ahrz llegó a su casa después de un largo día. Había regresado después de una inacabable jornada en la bella colonia de Ghadea. Había sido destinado allí para supervisar la seguridad de las líneas comerciales del Imperio. Al igual que el resto de soldados, ya había oído hablar de la conquista de Nelder. Una parte de sí mismo sentía alegría. Consideraba que, con la conquista de aquel planeta, la muerte de su buen amigo Narval y el resto de reclutas recibía un homenaje más que digno. Sin embargo, el soldado todavía no se sentía plenamente capaz de volver a ese desdichado lugar y revivir las terribles imágenes de la batalla de la que pudo escapar gracias al sacrificio de un puñado de hombres buenos. Todavía le perturbaba la imagen de aquel lomariano que les había observado, completamente impasible, desde lo alto de aquel árbol. Algo no encajaba en él, y aunque finalmente se había animado a hablarlo con sus superiores, se le restó importancia, atribuyéndolo a la lógica fatiga por un combate en el que su misma vida estaba en peligro.
Estaba sentado en el salón de su casa, cuando oyó abrirse la puerta. Era su adorable mujer, Adrius, la enfermera de Modea de la que había quedado irremediablemente enamorado durante su tiempo como recluta. Ahora la pareja vivía felizmente en Antaria. Su relación se había afianzado durante aquel tiempo. En general, en opinión de Ahrz, no se podía pedir más. La vida como soldado estaba resultando más tranquila de lo que cabía esperar. Y aunque no había necesitado entrar en combate con su nave, disfrutaba enormemente de poder pilotarla para llegar a otros mundos remotos.
—Pareces cansada. —Le dijo a su pareja.—. ¿Cómo ha ido tu día?
Ella se acercó a la silla, le rodeó con sus brazos, y le besó suavemente en la mejilla mientras se sentaba en su regazo. La fina lluvia que llevaba horas cayendo sobre Antaria le daba un precioso brilllo a su melena.
—Ha ido bien. Hemos tenido que atender a algunos ancianos y niños que no llevan bien toda esta lluvia. Por lo demás, todo perfecto. Una de mis compañeras estuvo hace unos días en el palacio. Dicen que el embarazo de la emperatriz está yendo genial. Hasta puede que venga a nuestro hospital cuando llegue el momento de dar a luz. ¿Te lo imaginas? Puede que tenga que ayudar en el nacimiento del futuro emperador de Ilstram…
—¿Eso te alegra, cariño? —preguntó Ahrz.
—Sí, desde luego. Poder ver nacer a otro ser humano es tan bonito…
—¿Y a ti no te gustaría ser madre? —le preguntó de nuevo.
—Desde luego. Pero, creo que todavía no ha llegado ese momento. Aún soy joven. Sin embargo, sí que espero que un día, pueda ver crecer a mi propio hijo.
—Y yo espero estar a tu lado para verlo —dijo, mientras la besaba tiernamente en los labios.
—¿Cómo ha ido tu día? —preguntó la chica.
—Ha sido bastante tranquilo, Ghadea es un lugar muy bonito, muy pacífico. Ha sido una guardia bastante monótona, pero he oído rumores…
—¿Rumores? ¿De qué?
—Sobre un posible ataque a Antaria. Dicen que los emperadores esperan un ataque de represión por haber conquistado Nelder. Otros imperios parecen estar planeando atacarnos para evitar que nuestro reino se expanda demasiado.
—Con el emperador Brandhal vivíamos mejor… —dijo Adrius.
—Puede ser. Algunos disfrutaban de sus políticas sociales. Sobretodo los más desfavorecidos. Aunque creo que su padre manejaba mejor los aspectos militares del Imperio. Estábamos más preparados para defendernos de ataques enemigos.
—Si nos atacasen… ¿tendrías que luchar? —preguntó ella.
—Si me lo ordenasen, sí. Para eso me alisté en el ejército. Para ayudar a defendernos de los enemigos del Imperio. Si los rumores son ciertos, puede que ese caso llegue antes de lo que los dos pensamos.
—Prométeme que no dejarás que te pase nada malo. —Dijo, mientras una vez más, buscaba los labios de su hombre.
Hans se encontraba en el hangar al que El Magnánimo les había enviado para partir de Naarad. Ante él había una auténtica legión de soldados grodianos. Más de tres mil, según las palabras de su gobernante. Estaban listos para ejecutar sus órdenes.
—Tardaremos varios días en aproximarnos a Antaria —dijo Hans ante la silenciosa multitud.
—Veinte días, para ser exactos. —Añadió Tanarum.
—Una vez estemos allí. Sólo sabemos que nos recibirán de manera hostil. Antes de partir, quiero daros las gracias —prosiguió el marido de Alha.—. Sé que algunos de vosotros os habéis ofrecido para ayudarnos a recuperar el Imperio de Ilstram y así lanzar una contraofensiva contra el Imperio Tarshtan. Otros, lo habéis hecho esperando arreglar los errores que cometisteis en el pasado. —Guardó silencio durante unos segundos, y reanudó su discurso.—. No puedo pretender entender a vuestro pueblo, aunque mi esposa y yo llevemos ya varios días rodeados de los vuestros. Os puedo asegurar, sin embargo, que haré todo lo posible para que volváis sanos y salvos a vuestros hogares cuando todo haya terminado. Hace muchos años, una batalla marcó para siempre mi vida. Mi padre tomó decisiones equivocadas. No cometeré los mismos errores. No permitiré que se derrame vuestra sangre en vano. Con vuestra ayuda, recuperaremos lo que nos ha sido arrebatado. —De nuevo guardó silencio brevemente, observándoles—. Id ahora a visitar a vuestras familias. Disfrutad de la compañía de vuestros seres queridos, de la ciudad, o de lo que os haga recordar que, en este universo, hay cosas por las que vale la pena luchar. Mañana, con el despuntar del alba, nos pondremos en marcha hacia la mayor batalla que el Imperio Grodey haya librado en años… y venceremos.
Hans se retiró hacia una pequeña sala. A su espalda podía oír a tres mil almas emocionadas, deseosas de entrar en combate.
—Ha sido un gran discurso —dijo Tanarum al entrar en la sala.
—Muy emotivo —añadió su querida mujer.—. Hacía mucho tiempo que no te oía hablar así.
Sin embargo, restándole importancia, el ex-gobernante respondió:
—Sólo he dejado que hablasen mis sentimientos. He recordado cómo me sentía en los días posteriores a la Batalla de Antaria. Sólo les he dicho lo que creo que a mis compañeros les hubiera gustado oír antes de salir a aquel conflicto.
—En cualquier caso, has hecho lo correcto cariño. —Respondió Alha.
—Espero que lo siga siendo cuando estemos intentando entrar en Antaria.
Tal y como había dicho a su ejército. Partieron con el amanecer. Por delante les esperaban veinte jornadas de tensa calma, en los que definir las estrategias que ayudarían a garantizar el éxito de su misión. Por primera vez en varios días, Hans se preguntó cómo le estaría yendo a Khanam y Nahia con aquel enigmático ser que les había visitado.
Ur'daar le había encargado seguir con su plan y regresar a Antaria. Sabía que, si se fiaba de aquella criatura, tenía que hacer frente a la amenaza del Imperio Tarshtan y triunfar. Pero sus pistas terminaban ahí. Lejos quedaban aquellos días en los que perseguía a una escurridiza flota desaparecida. Ahora, el rompecabezas era mucho más complejo de lo que hubiera podido imaginar en aquel entonces. En realidad, se decía, tenía sentido que el mariscal tuviese sus propios planes. A fin de cuentas, por todos era conocida la admiración que sentía hacia su difunto progenitor. Lo que no supo hasta su llegada al Imperio Grodey, fue la existencia de una etapa de su vida en Darnae, la capital del que ahora era un imperio enemigo. ¿Tenía todo planeado desde el principio? ¿O aquel plan había surgido por culpa suya? Y, lo que más le carcomía, ¿hasta qué punto estaba implicado el Imperio Tarshtan?
De repente, Hans empezó a reír para sorpresa de su esposa. Se encontraban en una sala privada dentro de su nave de combate.
—¿Por qué te ríes? —le preguntó Alha.
—Porque me acabo de dar cuenta de lo absurda que es esta situación —respondió su marido irónicamente—. Durante años he detestado a mi padre por haberse centrado en los aspectos militares del Imperio. Y ahora, tanto tiempo después, aquí estoy yo, pensando como seguramente hacía él para poder averiguar la mejor manera de atacar. Evaluando amenazas y asumiendo riesgos… Ahora comprendo que tenía que haberle prestado más atención cuando intentaba enseñarme todo aquello durante mi adolescencia.