—¿Entonces por qué estoy aquí?
—Muchos de los caminos que vi llevaban al sometimiento absoluto de la raza humana. —Girando la cabeza hacia Nahia, que sonreía alegremente ante Ur'nodel, añadió—. Y a su muerte. Tu también morías, pero creo que eso no te sorprende tanto.
—La vida tiene que seguir su curso, sé que mi fin llegará pronto. A fin de cuentas, algunos en mi especie ya me considerarían un anciano. —Dijo Khanam.
—Lo sé. Pero además de la muerte de ella y de muchos otros seres humanos, la gran mayoría de caminos que llevaban a esa situación, seguían más adelante. Gracias al sometimiento de vuestra especie caían muchas más.
—¿Los tuyos no participaban en ninguno de esos caminos?
—Los Ur'daeralmán y los Tor'daeralmán son principalmente neutrales. Aun sabiendo que uno de los nuestros está afectando directamente a lo que pasa en el Universo no interfieren. En otros caminos se conseguía impedir aquello, pero sólo temporalmente. —Prosiguió Ur'daar.—. Finalmente, vi algunos caminos en que Tor'ganil era destruido, gracias a la investigación de un humano…
—Es posible que ese humano no sea yo —dijo Khanam.
—Eres tú, de eso estoy seguro. He recorrido un largo camino para averiguarlo. Por medio de la comunicación mental, o telepatía, como tú la llamas, fui contactando con mentes humanas. Me ha costado mucho llegar hasta ti.
—Dijiste que vuestras habilidades tienen limites. ¿Cuáles?
—No podemos alterar el tiempo, ni viajar en él. Tampoco podemos viajar de manera instantánea entre dos sitios. Del mismo modo, las habilidades que poseemos tienen límites. No podemos manipular las mentes de otros seres vivos por ejemplo, pero podemos manipular la energía alrededor de objetos enormes para poder desplazarlos. Así destruyó Tor'ganil los planetas lomarianos.
—¿Me intentas decir que utilizó la telekinesis para lanzar cometas contra los planetas?
—Sí. Sin embargo, no sería capaz de sacar un planeta de su órbita, o de destruir una estrella. Son demasiado grandes.
—Esto suena a relato fantástico… Hace dos días ni siquiera sabía que existíais, y ahora estoy intentando aceptar que la mayoría de leyes del Universo no os afectan.
—Tómate el tiempo que necesites —le respondió Ur'daar.
En el otro extremo de la sala, Nahia charlaba animadamente con Ur'nodel:
—¿De qué planeta sois?
—No tenemos un planeta al que llamar hogar. Durante miles de millones de años hemos deambulado por el espacio en naves como ésta. Somos nómadas. Este es nuestro hogar.
—Entonces, ¿no tenéis un gobernante o algo así? —preguntó la joven.
—No, no tenemos un gobernante ni leyes. Aunque casi todas las especies que ha creado la semilla de la vida sí los tienen.
—¿Cómo decidís qué planeta puede albergar la vida?
—No lo hacemos. Sólo desechamos los planetas gaseosos. Utilizamos la semilla en todos los demás planetas, incluso si las condiciones del mismo no servirían para que por ejemplo vosotros, los humanos, pudieseis vivir allí. No sabemos qué tipo de vida podría aparecer. —Respondió su compañero.
—¿Nunca habéis actuado contra una especie que haya podido ser una amenaza para la variedad del Universo?
—No es nuestra función. Se supone que, en parte, eso es lo que debería hacer la semilla del caos. Ningún ser vivo debería poder decidir quién vive o muere.
—¿Eso es lo que hace Tor'ganil, no?
—Desde hace miles de años se ha dedicado a la destrucción de las especies. Siempre centrándose en las que más han avanzado.
—Y ahora su blanco somos nosotros… —suspiró ella.
—Sí. Esta vez hay algo diferente. No se va a conformar con destruiros, quiere utilizaros primero.
—Sigo sin entender qué papel se supone que desempeño yo en todo esto. —Dijo la joven.
—Tu momento no ha llegado todavía. Se abren muchos caminos delante de tu futuro, pero por ahora, tu principal función es la de ayudar a tu padre. Va a necesitar un apoyo muy fuerte para aceptar algunas de las cosas que Ur'daar le está enseñando. Y tú, Nahia, eres ese apoyo.
—¿Qué me espera a mí?
—No te lo puedo decir. Podría predisponerte a elegir algo cuando llegase el momento que no sea lo apropiado.
—¿Cómo sabré qué es lo correcto?
—Porque será lo que tú decidas.
—Entonces, si mi padre ahora decidiese irse y no ayudaros. ¿Estaría tomando una decisión correcta?
—Estaría haciendo caso a lo que le dictase su espíritu. En ese sentido, sería lo correcto. Pero esa elección nos llevaría a un futuro muy oscuro para todos. Por eso esperamos que le podamos ayudar a entender que todavía tiene un papel por cumplir.
—Todo esto es tan fascinante… —dijo la hija del científico mientras se acercaba a una pequeña ventana de la sala.
—Debes saber una cosa, Nahia —dijo Ur'nodel, acercándose a ella por su espalda y poniendo sus manos sobre los hombros de la joven— te espera un futuro muy duro por delante. Hay muy pocos caminos en los que alcances la felicidad. Tendrás que descubrir las fortalezas que todavía no has hallado. Llegará un día en que tu padre no estará para protegerte, y tendrás que valerte por ti misma. Es muy posible, que al final de todo esto, no quede nada de la mujer que ahora mismo está delante de mí.
—¿Eso sería malo?
—No destruirás el Universo, si es a lo que te refieres —dijo su maestro.—. Pero puede cambiar tu forma de ver el mundo y a ti misma de maneras que ahora mismo no estás preparada para entender.
Ella se giró, le miró fijamente a los ojos, y, como si no le afectase lo que había escuchado, respondió:
—Aceptaré lo que esté por venir. —Replicó ella sin el menor atisbo de duda.
Mientras tanto, Hans y Alha seguían en Naarad. Tras muchas deliberaciones El Magnánimo había decidido finalmente prestar su apoyo a los derrocados emperadores. Él actuaría como comandante del grupo de soldados que habían sido reclutados por el líder del Impero Grodey. Tanarum, por su parte, les acompañaría como consejero. El siguiente paso era decidir el mejor plan de acción para conseguir llegar a Antaria. Sin duda alguna, el mariscal ya estaría al tanto de lo que había ocurrido y haría todo lo posible por quitarles de en medio al precio que fuese. Esperaban encontrarse una resistencia feroz, y el hecho de que fuesen en naves grodianas iba a hacer todavía más difícil que se pudieran identificar ante los soldados de su mundo:
—Si hacemos un ataque frontal —dijo el ex-emperador, hablando con Alha y Tanarum— será una carnicería. Tendremos muchas bajas y probablemente no lleguemos al planeta.
—Ese mariscal, —dijo Tanarum, que estaba completamente equipado de nuevo con sus implantes cibernéticos— si os ha traicionado para echaros, no tendrá problemas en sufrir tantas bajas como haga falta mientras pueda mantener la situación actual. Quizá haga falta un acercamiento más sutil.
—¿A qué te refieres? —preguntó la chica.
—Una nave que sirva de avanzadilla. El grueso de nuestras fuerzas podrían estar un poco más lejos. Lo suficiente para no ser vistos como una amenaza, pero no tan lejos como para no llegar a poder ofrecer cobertura si fuese necesario.
—Un emisario… —dijo Hans.
—Efectivamente. Una nave de transporte, sin armas, que permita demostrar que nuestras intenciones no son malas.
—Pero el mariscal ya sabe qué mensaje traemos —dijo Alha.—. Y parece que no podremos esperar mucha ayuda de Miyana y Magdrot…
—Recuerdo que dijisteis que les conocíais. —Dijo su diminuto consejero.
—Sí. —Respondió el ex-emperador.—. Magdrot era coronel del ejército, nos acompañó en nuestro viaje hasta Ghadea, allí le mandé de vuelta cuando nosotros nos íbamos a Kharnassos. Miyana… es una habitante de Antaria. Alha la rescató durante el ataque a los civiles y la ofreció cobijo en palacio al saber que había perdido a su marido y que estaba embarazada.
—Entonces, ella os debe la vida, y él es un hombre que puede ser tan leal al mariscal como al Imperio…
—Creo que Magdrot es más leal al Imperio que al mariscal. Aunque habiendo sido su superior, supongo que sentirá cierta simpatía hacia él. —Prosiguió Hans.
—Ambos están casados ahora —añadió su mujer.—. Es un precepto de las leyes de Ilstram. El gobernante debe tener una pareja formal reconocida por el Imperio.
—Si consiguiésemos hacerles llegar que estáis vivos —dijo Tanarum— ¿no cabe la posibilidad de que os escuchen?
—Es posible. —Respondió de nuevo el humano.—. En cualquier caso, una vez demostremos que estamos vivos, recuperamos nuestro poder como gobernantes de Ilstram. Por eso necesitaban quitarnos de en medio, encerrándonos en aquella prisión. Si los recuerdos de Khanam eran ciertos, planeaban matarnos, quizá después de dejar pasar el tiempo necesario como para que nadie en Ilstram llegase a acordarse de nosotros. Una revolución civil no les permitiría cumplir su papel con tanta sencillez. A fin de cuentas, la desaparición de un emperador, la muerte de un gobernante, es algo trágico pero posible. Asesinar al líder de un Imperio para imponer un nuevo orden cuando sus habitantes no están descontentos con el actual… Eso es más complicado.
—¿Entonces, seguimos ese plan? —preguntó su mujer.
Hans guardó silencio durante unos segundos. Se encontraban en medio de una pequeña sala, en un edificio cercano al templo. El Magnánimo había preferido no intervenir en las decisiones que ellos tuviesen que tomar. Sólo les había exigido su palabra en la guerra contra el Imperio Tarshtan para recuperar la tecnología perdida.
—Si no se nos ocurre uno mejor en los próximos tres días, tendremos que probar. Pero si vamos a enviar un emisario por delante de los demás, no dejaré que ningún grodiano arriesgue su vida por nosotros. Iremos nosotros mismos en esa nave.
—Entonces estarías dándole en bandeja de plata al mariscal lo que más desearía. No, Hans, el emisario debería ser un soldado grodiano. A fin de cuentas, nos acompañan para ayudarnos a triunfar, no para ser testigos de nuestras muertes. —Dijo Tanarum—. Puedes confiar en mi gente.
—¡No puedo permitir que nadie muera por culpa mia! —gritó el esposo de Alha súbitamente.
Su mujer y su consejero le miraron sorprendidos. Por primera vez en mucho tiempo había perdido los papeles, y lo había hecho ante su mujer y un alienígena al que apenas conocía:
—Lo… lo siento —dijo con un ligero tono de culpa.
—Entonces, ¿es por eso? —preguntó Alha—. ¿Odias a tu padre porque tus amigos y compañeros murieron por culpa de sus órdenes?
—Un buen líder, un… ser humano, no mandaría a sus hombres a una muerte segura. No repetiré los errores de mi padre. Recuperaremos Ilstram, pero se hará a mi manera.
El grodiano le miró con sorpresa:
—Un soldado es un soldado porque jura defender su imperio con su vida si es preciso. No conozco la historia de tu mundo, pero si perdiste amigos o compañeros, murieron defendiendo aquello que habían jurado proteger.
—Con un líder que no se mirase al ombligo, como hacía mi padre. Al que le preocupase algo más que la reputación del Imperio, mis amigos seguirían vivos. —Sin poder evitarlo, la ira dio paso a la pena. Hans agachó la cabeza, visiblemente afectado, y añadió—. La mayoría eran muy jóvenes. Tenían toda la vida por delante. No merecían acabar así. Yahfrad, Ereid y los demás no merecían morir de aquella manera. Estaban destinados a algo mucho más grande.
El grupo guardó silencio. Su esposa y su nuevo consejero comprendieron que, en su interior corría un dolor más profundo de lo que él mismo quería reconocer.
El dictador Gruschal se encontraba en uno de los niveles más altos de su imperio. Desde allí casi podía tocar con sus manos las hojas del Árbol de la Eternidad. Por primera vez desde tiempos inmemoriales sintió desasosiego. Uno de sus planes, tan cuidadosamente elaborados, había fallado. Habían transcurrido ya dos semanas desde que su hijastro, el mariscal Ghrast le notificase que los emperadores de Ilstram, el científico y su hija, habían logrado huir de la prisión de Xaltharam. Contaron con la ayuda de un fugitivo grodiano, según las descripciones de sus guardias. Aquellos mismos a los que él, completamente enfurecido, había ordenado matar junto al resto de vigilantes de la cárcel, por su incapacidad para mantener bajo control a cuatro seres humanos que habían sido puestos en animación suspendida desde hacía meses. Los narzham se caracterizaban, además de por sus rasgos simiescos, por una enorme fuerza física, muy superior a la de la mayoría de especies. Quizá sólo igualada por los lomarianos. Y sus vigilantes no habían sabido aprovecharla para evitar que los fugitivos consiguiesen su objetivo.
Ahora, sus planes se precipitaban. Todavía tenía tiempo para hacerse con el control del Imperio como tanto ansiaba. Permitiría una sucesión más sencilla cuando llegase su hora. Tanto él, como el mariscal Ghrast estaban expectantes. Habían perdido el rastro de los cuatro cuando huyeron de la cárcel. Pero sabían que tarde o temprano, intentarían recuperar su mundo. Cuando llegase ese momento. Él mismo reclamaría aquel miserable imperio si era necesario. Aunque prefería realizar aquella operación de una manera mucho más sutil, estaba dispuesto a partir hacia Antaria con un ejército capaz de exterminar a toda la población civil si fuese preciso.
Los nuevos emperadores estaban resultando ser más manipulables de lo esperado. Bajo la batuta de su hijastro habían redoblado la producción militar, creando un ejército que, en sólo unos años, podría igualar en número al del Imperio Tarshtan. Pero no sólo eso. Después de que él mismo hubiese puesto sobre aviso a los lomarianos de Nelder, había animado a Ghrast a aconsejar a los emperadores repetir la conquista de la capital lomariana como demostración de la fuerza del Imperio de Ilstram. Sin duda, un movimiento así sería considerado una advertencia por el resto de imperios humanos. Y con sus consejos, Ilstram podría incorporar a su territorio los cuatro planetas de aquel imperio, así como la gran mayoría de población lomariana que todavía habitaba en el Universo.
Pronto, pensó Gruschal, llegaría la muerte de su hijastro. Aunque su mente se mantenía en un estado de forma envidiable, su condición física y su cuerpo humano se deterioraban rápidamente. No le quedaba mucho tiempo de vida. Tal y como había planeado hacía ya muchos meses, cuando llegase ese momento, mataría a los actuales emperadores y se convertiría en el nuevo líder del mayor imperio jamás conocido, combinando los planetas del Imperio Tarshtan, el Imperio de Ilstram, y los restos del Imperio de Lomaria. Pero para poder lograrlo, era de vital importancia que aquel despreciable Hans y sus aliados no llegasen a Ilstram. Si la población llegaba a tener conocimiento de que sus líderes habían sobrevivido, entonces se destaparía todo el plan.