—¿Consejero? —le preguntó sorprendida Alha.
—Un grodiano que obtenga el perdón de un gobernante alienígena podrá obtener su libertad siempre que no haya cometido un delito de sangre. Se le devuelven sus implantes cibernéticos, pero pasará a estar bajo control permanente de los sistemas de seguridad supervisados por el Magnánimo. —Les respondió el centinela.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Nahia.
—Si intentase traicionar a su imperio, o al nuevo líder al que serviría, sería ejecutado remotamente.
Hans miró sorprendido a aquel diminuto ser que les había ayudado a escapar:
—¿Por qué querrías llevar una vida así?
—No tengo nada que me retenga en este planeta. Acepto y comprendo la gravedad del delito que cometí.
—Extracción de desarrollos científicos del imperio para ser vendidos al mejor postor alienígena —apostilló el centinela.
—Sí… efectivamente —respondió Tanarum.—. En nuestro viaje mencionasteis la tecnología de salto cuántico. Ya la conocéis. Yo fui el que la sacó del Imperio. Se la vendí a un mercader lomariano. Y a partir de ahí le perdí el rastro…
—Fue a parar a manos de nuestros enemigos —dijo Hans.
—Supongo que sí —siguió el convicto.—. Por eso, creo que puedo enmendar mi error si te ayudo a regresar a vuestro imperio. Una vez allí, quedaré a tu disposición para ayudarte a ti y a Khanam en todo lo que pueda. Por supuesto, mi lealtad seguirá con el Imperio Grodey… pero también con tu imperio… Ilstream.
—Ilstram —le corrigió Nahia sonriente.
—Eso, Ilstrom. —Volvió a decir Tanarum.
—No, no, Ilstram —dijo Alha.
—¿Ilstrum? —preguntó el centinela.
Khanam les miró curioso:
—Parece que no sois capaces de pronunciar nombres con muchas consonantes y pocas vocales… qué interesante.
—Tonterías, claro que podemos —prosiguió el centinela.—. Imperio de Ilstrem.
El grupo de humanos rió alegremente al ver como aquellos dos diminutos seres no conseguían pronunciar el nombre de su mundo correctamente.
—¡No tiene importancia, de verdad! —dijo Hans, que mirando al centinela preguntó—. ¿Hay algún impedimento para que Tanarum pasase a ser mi consejero?
—Ese permiso sólo lo puede conceder el Magnánimo. Tendrá que ir con vosotros y visitarle igualmente para conocer su designio.
—En ese caso, sea así. —Sentenció el emperador de Ilstram.
El grupo dejó atrás el hangar y la nave de salvamento en la que habían pasado los últimos días. Era agradable poder respirar aire puro, y aunque el color rojizo del cielo hacía que aquel mundo tuviese un tono muy diferente del que estaban acostumbrados a ver, era mucho mejor que estar en aquel transporte que durante los últimos días habían tenido que considerar hogar. A una distancia considerable, detrás de ellos, les seguía el centinela, para asegurarse de que iban directos a ver a su líder.
—Éste es mi mundo —dijo un reflexivo Tanarum—. Aquí he vivido durante los últimos veinte años de mi vida.
—¿Cómo terminaste convirtiéndote en criminal? —le preguntó Khanam.
—Con el paso del tiempo he perdido a toda mi familia. Mi mujer murió hace cinco años, mi hija murió en un accidente hace dos, y mis padres murieron hace diez años. El resto de mi familia se encuentra en otros planetas del Imperio. Aquello me hizo perder el rumbo, especialmente lo de mi hija. Nada tenía sentido para mi. Perdí mi empleo y caí en una profunda depresión. Por mi edad no conseguía encontrar un nuevo empleo.
—¿Qué edad tienes? —preguntó Alha.
—Cuarenta y tres años —respondió con la vista perdida en el horizonte.
—¿Eso es mucho? —dijo Nahia.
—Para los grodianos lo es. Su esperanza de vida apenas supera los sesenta años —dijo Hans.—. En su sociedad, Tanarum es casi un anciano.
—No lo parece —siguió la joven— en la prisión estaba corriendo como nosotros, y parece estar en muy buena forma.
—Nuestras cualidades físicas no se deterioran mucho a lo largo de los años —dijo el grodiano.—. Pero nuestra mente sí. Por eso, incluso hacia el final de nuestras vidas seguimos siendo muy ágiles y tenemos una buena forma física.
Todos guardaron silencio nuevamente mientras se adentraban en las espaciosas calles de la urbe. En todas partes podían ver multitud de máquinas, algunas de las cuales ni siquiera Khanam llegaba a identificar. Era evidente que tanto Tanarum como el centinela les habían dicho la verdad sobre las visitas de alienígenas al planeta. Todos los grodianos que se cruzaban con ellos se paraban a contemplarles. Hans no era capaz de discernir si eran hombres o mujeres, pero todos les escudriñaban con aquellos llamativos monóculos, como si viesen algo extraño en ellos. El grupo había adquirido un aspecto peculiar. Delante, flanqueado por las dos mujeres, caminaba Hans, mientras Khanam se había quedado unos pasos por detrás con Tanarum.
De repente, un grodiano se les quedó mirando inquisitivamente. Con decisión, dijo:
—Qué interesante, la temperatura corporal de las dos humanas es elevada.
—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Nahia curiosa.
—Que sentís atracción por el humano que está entre vosotras —respondió Tanarum.
—¡Nahia! —le dijo una sorprendida Alha.—. ¿Te gusta mi marido?
—No —dijo ella muy azorada— no, para nada.
—Su temperatura corporal se está disparando, la veo completamente roja —comentaba aquel alienígena, que ahora le parecía a la hija del científico tremendamente impertinente.—. Yo creo que esa reacción es una respuesta afirmativa.
—¡Nahia! —volvió a decir Alha—. ¡A ver si te voy a tener que vigilar!
—No, Alha. Perdona. Tu marido no me gusta.
—¿Es que no te parezco guapo? —dijo Hans burlonamente.
—No, no es eso. —Dijo ella todavía más azorada—. Si me pareces muy guapo.
—Entonces te gusta —dijo su amiga.
—Que no, que simplemente es que estoy muy a gusto con vosotros.
—Vale, te gusta —dijo la emperatriz.—. No lo niegues. Es normal, pero es mi marido, ¡yo lo vi primero!
—Creo que será mejor que me calle. —Dijo la hija de Khanam, a lo que el grupo respondió con una sonora carcajada, mientras su sonrojo iba en aumento.
—Pero la temperatura corporal del humano también es muy elevada… —dijo aquel alienígena, que claramente se estaba divirtiendo con toda aquella situación.
—Emperador, ¿tiene usted algo que comentar sobre mi hija? —dijo Khanam entre carcajadas desde detrás.
—Sí, estar acompañado por mi maravillosa mujer —respondió él con una amplia sonrisa—. Y por tu fantástica hija es como estar en el paraíso. Dos mujeres bellísimas sólo para mi. ¡Qué más podría pedir después del calvario que hemos padecido durante los últimos días!
—A ver si voy a tener que cargar contra ti como hice con aquel mercenario —respondió el científico.
—Te noquearía como hizo él —le respondió Hans.
—Y yo a ti, maridito —le reprochó alegremente Alha.
La pareja llevaba muchos años casada y la confianza que se había desarrollado entre ambos era absoluta, por lo que los comentarios de aquel alienígena no le resultaban ni mucho menos molestos.
—¡Pero si no he dicho nada! ¡Actuaría en defensa propia! Él ha sido el primero en decir que me atacaría. —Dijo su esposo.
—Conmigo fuera de combate, a saber qué harías… —respondió el padre de Nahia.
—Absolutamente nada. Soy el emperador de Ilstram, me debo a mi mujer y a mi pueblo.
—¿Es que no te gusto? —dijo Nahia socarronamente.
—Sí, claro que me gustas, eres una chica muy bonita…
—¡Hans! —dijo Alha haciéndose la escandalizada.—. ¿Es que tienes algo que confesar?
Acto seguido, la emperatriz se giró, intentando contener la risa, y le preguntó a Tanarum:
—¿Cometer un magnicidio humano en este planeta sería delito?
—Probablemente. Pero que una humana mate a su marido porque es un pervertido, seguramente no sea delito. De hecho, creo que tenemos un arma que sería perfecta para ese cometido…
—¡Pues menudo consejero me ofrece sus servicios! —dijo Hans.
El grodiano, tan solemnemente como pudo, se acercó a Alha, agachó su pequeña cabeza, y con la voz más seria posible, replicó:
—Yo sirvo al Imperio… y a mi señora.
—Decidido —dijo Alha sin lograr contener la risa— quiero que sea tu consejero.
—¡Yo lo secundo! —añadió Khanam.
—¡Pero algo tendré que decir yo! —respondió el emperador de Ilstram.
Nahia, entre carcajadas, miró al habitante de la megalópolis que les contemplaba divertido, y le preguntó:
—¿Y esa máquina tuya es capaz de decir por culpa de quién está su temperatura tan disparada?
—No, solamente me indica vuestras temperaturas corporales. Y aunque la de las humanas ha descendido, la suya sigue siendo muy alta. —Miró divertidamente al extraño grupo.
—¡Porque me estáis haciendo pasar el peor rato de mi vida! —dijo él.
—Esa observación podría ser correcta —apostilló aquel desconocido.
—¿Lo veis? ¡No tengo nada que ocultar! ¿Podemos irnos ya? Nos espera El Magnánimo.
—Siempre puedes contarle lo que ha pasado —respondió Nahia— seguro que una inteligencia artificial alienígena lo entendería.
—Preferiría que el líder de este mundo tenga una imagen más seria de nosotros. Por muy artificial que sea.
El grupo continuó su camino hacia el palacio en el que se albergaba aquella inteligencia artificial conocida y denominada por sus habitantes como el Magnánimo. La escena anterior había servido para relajar y alegrar al grupo después de muchos días de tensión y preocupación. Acababan de confirmar, por fin, que el Imperio Tarshtan era el enemigo que estaba detrás de todo lo que había sucedido desde el ataque a Kharnassos, si no antes. Todavía desconocían las verdaderas intenciones de aquel beligerante reino y su despiadado gobernante.
Tras varios minutos más caminando por aquella amplia avenida, llegaron por fin a la entrada del imponente templo. Esa era la palabra que había acudido a la mente de Khanam para definir el lugar ante el que se encontraban. No se trataba de un palacio como el de los gobernantes humanos u de otros planetas. Se asimilaba más a un lugar de culto y admiración. No en vano, los grodianos habían terminado confiando sus propias vidas y el funcionamiento de su mundo a las máquinas que ellos mismos habían creado. No había que hacer un gran ejercicio de imaginación para darse cuenta de que, evidentemente, con el paso de los siglos, aquellos diminutos seres habían ido cayendo poco a poco en la adoración de sus líderes. El científico se preguntó hasta qué grado habría llegado la autonomía de la inteligencia de aquellas construcciones. ¿Habrían llegado a ayudar a sus brillantes científicos en sus numerosas investigaciones? ¿O eran los grodianos los que todavía conservaban la ventaja sobre sus creaciones? Los propios humanos, y otras razas igualmente menos avanzadas tecnológicamente habían conseguido desarrollar inteligencias artificiales que transmitían la sensación de parecer seres vivos plenamente autónomos e independientes. Pero a diferencia del Imperio Grodey, todas sus funciones se limitaban a hacer más sencillo el día a día de sus habitantes de distintas maneras: el transporte público, la simplificación de tareas, incluso algunos de los más adinerados tenían todo un servicio de mayordomos y sirvientas artificiales.
Hasta se decía que en los lugares de la peor calaña era posible encontrar inteligencias artificiales con aspecto humano, de hombre o mujer, con el que sus usuarios y usuarias podían cumplir todas sus fantasías carnales; erradicando efectivamente la prostitución de la historia de la Humanidad desde hacía decenas de miles de años. El científico nunca había llegado a ver alguna de esas inteligencias artificiales, pero no le costaba demasiado imaginar cómo podría llegar a programarse y dotarse de realismo a una para conseguir ese objetivo, por lo que, a su juicio, se trataba de una historia completamente real.
Aquellos temas quedaron a un lado cuando finalmente cruzó el umbral de la puerta. El templo, que desde fuera se asemejaba a una esfera gigante, era majestuoso por dentro. Había un amplio pasillo, custodiado por androides, probablemente guardianes, a ambos lados del mismo. Además de otras salas, había una al fondo que llamó la atención del científico. Sin duda, debía ser el lugar en el que se encontraba localizado el núcleo central de El Magnánimo. Fueron custodiados hasta su entrada por un grupo de vigilantes cibernéticos. No parecían estar armados, pero era evidente que, en caso de necesidad, aquellas máquinas serían capaces de defenderse ante cualquier situación.
—¿Esto es… El Magnánimo? —dijo Nahia al entrar en la amplia sala circular.
Podía ver estructuras metálicas a lo largo de las paredes y la cúpula. Algunos conductos robustos, que debían formar parte de los sistemas de aquella construcción.
—Pensaba que sería como ellos. —Prosiguió, mirando a los androides.
—Casi todos en Naarad hemos visto a El Magnánimo en alguna ocasión. Muy pocos hemos hablado con él, claro —dijo Tanarum— pero es un lugar al que se puede acceder sin casi ninguna restricción.
Hans fue el primero en acercarse al centro de aquella sala, seguido por los demás. De repente, los guardias cibernéticos les rodearon formando un circulo reducido. Una voz, indefinible, ni humana ni grodiana, se dirigió a ellos:
—Identificaros —dijo aquella entidad.
—¿A qué viene esto? —preguntó Khanam—. Ya nos identificamos al aterrizar en el planeta.
—Khanam, científico de renombre, conocido en Ilstram por sus avances humanos —continuó aquella voz con un tono ligeramente metálico.—. Nahia, hija del anteriormente mencionado.
—Esos somos nosotros —respondió la joven.
—Emperador Brandhal y su esposa, gobernantes del Imperio de Ilstram. El Magnánimo no puede confirmar su identidad —continuó hablando aquella voz que retumbaba en la sala.
—¿Es que no sabéis quienes son los gobernantes de otros imperios?
—Conocemos todos los gobernantes de todo el Universo conocido. Gobernantes actuales de Ilstram: Emperatriz Namadiel, regente, emperador Nurandón, consorte. Emperador Brandhal, predecesor del actual gobernante. Declarado desaparecido por el imperio de Ilstram, junto a su mujer y otros dos humanos hace seis meses. El Imperio de Ilstram les considera oficialmente fallecidos en circunstancias desconocidas.
—¿Desaparecidos? —dijo Alha—. ¿Fallecidos? No, eso son tonterías, estamos aquí, mi marido es el emperador regente de Ilstram, y yo la consorte del Imperio.