Ecos de un futuro distante: Rebelión (28 page)

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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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Ahrz, ya al lado de la nave, pudo ver como su amigo había conseguido su objetivo, vio aquel enorme cañón precipitándose a un lado. Quiso gritar con todas sus fuerzas, esperando que Narval y los supervivientes pudiesen dar media vuelta y volver con ellos. Pero su capitán le corrigió:

—Saben que no pueden volver, recluta. Morirían intentando alcanzarnos. Tenemos que irnos, ya. No haga que la muerte de su amigo y sus compañeros sea en vano. Si no escapamos, también caeremos aquí.

El antariano miró una última vez al campo de batalla. Pudo ver como una marea lomariana se abalanzaba sobre aquellos desdichados. Ya desde el interior de la nave en ascenso, vio como poco a poco aquella resistencia iba muriendo. Uno de los últimos hombres en morir fue su amigo, que pereció ante una furiosa ráfaga de plasma. El ex-minero lloró amargamente, como muchos otros en aquella y las otras dos naves que habían conseguido escapar. Había perdido a un amigo en aquel infierno, y sus presentimientos sobre lo que realmente les aguardaba allí se habían vuelto realidad. La que parecía que iba a ser una tranquila y fácil conquista, se había convertido en una despiadada carnicería sin cuartel.

El largo viaje de vuelta a Modea transcurrió sin novedades, pero todos estaban anímicamente destrozados. Ni siquiera le confortaba a Ahrz saber que en su vuelta al planeta estaría esperándole su novia. Tenía muchas ganas de poder abrazarla y apretarla entre sus brazos, necesitaba desahogarse y contarle lo que Narval y otros hombres habían hecho para que ellos pudieran salir de allí con vida. En aquel momento, poco le importaba lo que pudiera estar por venir en el futuro. El de Antaria sólo quería llorar y pasar página a un día tan nefasto para los suyos.

Apenas habían pasado un par de semanas desde los oscuros sucesos de Nelder. El mariscal Ghrast se encontraba en el balcón de mármol del palacio, todavía como emperador en funciones de Ilstram. Intentaba comprender lo que su padrasto le había comunicado varios días después de aquella humillante derrota. El mismo Gruschal confesó que se había encargado de avisar a los lomarianos del ataque del que iban a ser objetivo por parte de su hijastro. En sus propias palabras, aquella decisión de Ghrast había sido una temeridad. No era el emperador de Ilstram, y por mucho que pudiera ordenar algo así, sólo conseguiría volver a su pueblo contra si mismo. Este devastador ataque sin embargo, le habilitaba para justificar la elección de casi cualquier emperador ante los ojos del pueblo; especialmente uno beligerante, ya que ahora el reino era consciente, de nuevo, de que tenían enemigos que buscarían su destrucción si fuese posible.

En cierto modo, la muerte de aquellos centenares de reclutas era un mal necesario para poder actuar en favor de los intereses de Ilstram. El imperio que, en opinión del anciano militar, tenía que crecer mucho más allá de sus actuales dominios. Sabía que le quedaba poco tiempo de vida, sus días cada vez más menguantes. Pero al menos, podría morir feliz si conseguía ejecutar su plan y poner un emperador en el trono que restaurase la gloria militar de Ilstram, y borrase de la memoria colectiva la intervención de Hans. Tenía la certeza de que Magdrot y Miyana, la pareja de su elección para ser los nuevos emperadores, se mantendrían cerca del anciano durante sus primeros pasos. Eso le permitiría dar forma a sus personalidades como gobernantes para garantizar que seguían la línea bélica que él tanto anhelaba. Poco importaba que la futura emperatriz de Ilstram fuese a tener un hijo que no era de su actual marido. Al contrario, el hecho de que su anterior pareja hubiese fallecido en el ataque contra la población civil de Antaria añadía un tono dramático todavía más valioso para asegurarse de que el pueblo querría a sus nuevos emperadores. Se acercaban días de gloria y triunfo para su mundo, y desde la capital del reino, en sólo unos días, se haría el gran anuncio que daría comienzo a una era de prosperidad sin parangón.

La pareja no era plenamente consciente de lo que estaba por venir. El mariscal ya les había dado a entender, ampliamente, que ellos serían los nuevos emperadores. La idea aterrorizaba a la mujer pero no porque le disgustase. A fin de cuentas, fue la emperatriz ahora desaparecida la que meses atrás la sacó de las calles y de una posible miseria. Sentía que siendo su sucesora como gobernante de Ilstram, podía honrar su memoria. Todo el mundo daba por hecho que los emperadores desaparecidos habían fallecido durante las operaciones de persecución del enemigo, después de que hubiera atacado a la población civil de la capital.

Miyana se encontraba en los jardines de palacio, caminando sobre una fina capa de nieve, cuando de repente, oyó una voz de un niño. Al igual que le había pasado con anterioridad, se sintió como si fuese transportada a un lugar remoto, pero al mismo tiempo muy familiar:

—Y ella, ¿ahora es la emperatriz otra vez? —le preguntó su hijo, Mijuhn.

La mujer, cobrando consciencia de lo que le sucedía, se arrodilló delante del pequeño, estaba completamente segura de que tenía ocho años, y sin embargo, nunca había imaginado qué aspecto tendría su futuro vástago. No tenía sentido que de repente estuviese hablando con su hijo en los jardines de palacio. Sintió que en realidad su cuerpo no obedecía a sus propias órdenes:

—Cariño —dijo ella— ¿dónde estamos?

—Qué pregunta más extraña —le respondió el pequeño—. Estamos en los jardines del palacio, mamá.

—Sí, ya sé dónde estamos, pero quiero decir, esto no es real, ¿verdad?

—¿Te encuentras bien? —le preguntó su hijo extrañado.

—Sí, sí, claro que me encuentro bien, es simplemente que estoy… descolocada.

—¿Por qué?

—Hace un momento estaba aquí yo sola, y de repente, ahí estás tú…

—Mamá, llevo horas aquí contigo, ¿de qué estás hablando? —preguntó Mijuhn.

—No, no es nada, no tiene importancia, cariño —respondió ella, mientras abrazaba tiernamente a su pequeño.

—¿Entonces, ahora ella es la emperatriz otra vez, verdad?

—Sí, desde hace años. Es la misma mujer, bueno, su carácter ha cambiado mucho. Se ha vuelto todavía más fuerte, y ha aprendido a gobernar en solitario.

—¿Crees que los demás encontrarán la respuesta?

—No lo sé —siguió Miyana, mirando al cielo.—. Si encuentran la Tierra es posible que todavía quede una posibilidad. Pero quizá para cuando lo consigan sea ya demasiado tarde.

—¿Qué haremos si fracasan? —preguntó el joven.

—No lo sé… Espero que no tengamos que saberlo. Si lo que nos dijeron era verdad, no quedará un futuro por el que preocuparse…

—¿Cariño? —preguntó Magdrot.

Su mujer parecía una estatua en el jardín. Estaba completamente inmóvil, con los ojos abiertos mirando fijamente al horizonte. Al ver que no parecía reaccionar, se acercó a ella y la rodeo con sus brazos, susurrándole al oído:

—Estoy aquí, princesa. ¿Dónde estas tú?

Saliendo de su ensimismamiento, la joven se giró sobresaltada. Al ver el rostro familiar de su marido, reaccionó:

—Perdona, estaba pensando en mis cosas.

—Ya lo veo, ni siquiera te movías. ¿Va todo bien?

—Sí, sí, no es nada. Estaba simplemente pensando en mi hijo. Eso es todo.

—Tienes ganas de que nazca, ¿verdad?

—¿Crees que le conseguiremos dar una buena vida? —preguntó ella.

El todavía coronel le miró extrañado:

—Sí, claro que lo conseguiremos. ¿Por qué no íbamos a hacerlo? Le daremos la mejor educación posible.

Guardaron silencio durante unos momentos. Magdrot seguía pensando en su futuro nombramiento como emperador de Ilstram. No podía evitar sentir un desmesurado orgullo por la elección del mariscal. Y aunque era consciente de que el emperador Brandhal había seguido una política de ayuda a la sociedad, él quería volver a la senda que había marcado su padre, y no su antecesor. Recuperar el tiempo perdido en el desarrollo armamentístico, que otros imperios humanos habían aprovechado para distanciarse, era una prioridad para él. La pareja estaba al corriente de lo que había sucedido en Nelder. Y aunque habían sugerido al mariscal celebrar un memorial en la ciudad en recuerdo de los reclutas que habían fallecido en el planeta lomariano, este último decidió que era mejor esperar a que fuesen ellos los que estuviesen en el poder y celebrasen ese acto. Sería una buena manera de ponerse al mando del reino, con un evento que les haría ganar popularidad entre sus ciudadanos.

Los días transcurrieron con lentitud en Antaria. El mariscal, con la ayuda encubierta de Gruschal, continuaba ultimando los preparativos de la ceremonia de ascensión. Se acercó a la pareja para saber con qué nombres querían ser dados a conocer al pueblo. Para su agrado, ambos ya los habían elegido y parecían impacientes por comenzar a gobernar:

—Llevo unos días pensándolo, y me gustaría que me conociesen como Namadiel —dijo Miyana.

—Emperatriz Namadiel —replicó el mariscal solemnemente.—. Suena bien, es un nombre agradable para el oído.

—A mí me gustaría ser conocido como Nurandón.

—Emperador Nurandón… —dijo el mariscal pensativo.—. Emperatriz Namadiel y Emperador Nurandón, los futuros emperadores de Ilstram. Sí, definitivamente, me gustan esos nombresProsiguió—. Como ya sabréis, los emperadores necesitan designar por lo menos a un consejero que les ayude en la toma de decisiones.

Miyana le interrumpió rápidamente:

—Lo hemos estado sopesando, y queremos que no varíen las cosas, que siga funcionando todo como cuando Hans y Alha gobernaban. Que Dirhel siga siendo nuestra asistenta y la jefa del personal de palacio.

—Y que continúe con su fantástica labor al frente del ejército de Ilstram, mariscal —continuó Magdrot.—. Estamos convencidos de que con usted al mando, nuestras fuerzas estarán preparadas para cualquier ataque que pueda surgir.

—¿Ya has aceptado que dejarás de ser coronel del ejército? —le preguntó el anciano Ghrast.

—Sí, estoy totalmente mentalizado. Además de hacernos cargo del futuro del Imperio, pronto tendremos una nueva criatura a la que ayudar a crecer —dijo mientras acariciaba el vientre de su pareja.—. Queremos estar preparados para cuando llegue ese momento.

Sin más ceremonias, el decrépito militar se retiró hacia sus aposentos. Todavía le sorprendía la relativa facilidad con la que había logrado convencerles para convertirse en los nuevos emperadores de Ilstram. Ella, sin duda, había sido la que más oposición había presentado. Pero con el paso del tiempo, poco a poco, también se había ganado su aprecio. Muy pronto llegaría el momento de la celebración del ascenso al poder de los emperadores Namadiel y Nurandón. Pronto, se decía para sí mismo aquel anciano, podría poner punto final a su largo plan para devolver al imperio la gloria que le correspondía. Pero todavía le quedaba una preocupación en lo más profundo de su mente, pese a que su padrastro le había dicho incontables veces que sus temores eran infundados. Los, todavía, emperadores de Ilstram, en realidad, estaban presos en una cárcel en un lugar alejado del Universo conocido. A su debido tiempo, y siempre según las instrucciones del dictador del Imperio Tarshtan, serían ejecutados…

Ahrz y Adrius se encontraban en Antaria. La pareja se había establecido en la capital del Imperio, en el hogar de Ahrz, que ahora lo era también de su querida mujer. El ya soldado del ejército de Ilstram todavía sentía una gran sensación de desasosiego cada vez que pensaba en lo que había sucedido hacía sólo unas semanas en aquel ya funesto planeta llamado Nelder. Fue la única misión de conquista que hicieron los reclutas de Modea. Las siguientes volvieron a ser misiones de reconocimiento, y afortunadamente, no tuvieron que lamentarse más bajas, ni tan numerosas, como las de aquel oscuro día. No llegó a haber una prueba de combate espacial, puesto que las bajas entre los reclutas y capitanes habían sido tan numerosas que todos los soldados que regresaron con vida fueron ascendidos automáticamente a integrantes de pleno derecho del ejército. Junto a ellos, también ingresaron algunos reclutas previamente descartados, como Brians, el soldado al que el de Antaria había derrotado en la prueba de combate físico.

Adrius se sentía como en su casa. A pesar de que la capital del Imperio era muy diferente, el estar junto al hombre al que amaba y el haber tenido relativa facilidad para encontrar un trabajo como enfermera civil había hecho que las cosas fuesen mucho más sencillas de lo esperado. También ayudaba el hecho de que, junto a los supervivientes de Nelder, ella y otras enfermeras de Modea hubieran sido aclamadas por el pueblo como héroes de guerra al haber sobrevivido a aquellos hechos tan oscuros de la historia más reciente de Ilstram.

Atrás habían quedado muchas experiencias amargas y otras igualmente dulces. En aquel gélido planeta había encontrado al amor de su vida, de eso estaba completamente convencida. Pero también recordaba cómo Ahrz la puso al corriente de todo, y como, finalmente, supo el nombre del hombre que, también por el amor que sentía por ella, había dado su vida para que su pareja y los demás pudieran escapar con vida. Narval, el inseparable amigo de su futuro marido no le había pasado desapercibido. Aunque no podía negar haber sentido cierta atracción hacia él, no era, en última instancia, comparable a la pasión y entrega que había sentido por el ex-minero desde el momento en que se conocieron en una visita rutinaria a la enfermería.

Aquel día, como muchos otros habitantes de Antaria, estaban preparándose para asistir a las celebraciones del reino. Había llegado el gran día que muchos habitantes estaban esperando. Era el momento de conocer quiénes serían los sucesores del emperador Brandhal. A cuyo anuncio seguiría una gran fiesta en los jardines de Palacio, que generalmente, según le había explicado Ahrz, estaban destinados al descanso y relajación de los más jóvenes y los más ancianos.

La pasión de la pareja apenas había decaído desde que comenzara su relación. Cuando ambos volvían de sus respectivos trabajos, dedicaban la mayor parte del día a dar rienda suelta a su pasión, mezclado con incontables muestras de cariño. Por tanto, habían dedicado poco tiempo a la visita de una ciudad que, ya completamente reconstruida desde aquel inesperado ataque, tenía una gran cantidad de monumentos y lugares que visitar.

Poco le importaba a Adrius. Disfrutaba de aquel plan de vida, por que aquello era lo que su cuerpo le pedía, y el soldado parecía igualmente contento de poder, simplemente, compartir los placeres más carnales con su prometida. A fin de cuentas, se decían, con el paso del tiempo irían dejando de lado esa pasión para dar lugar a una vida más relajada. Aunque a él le avergonzaba reconocerlo, hacer el amor con ella le servía para relajarse y olvidarse de todo lo demás, y aunque sólo fuese por unos instantes, olvidar las imágenes que todavía permanecían ancladas en su cerebro: la imagen de Narval corriendo colina arriba junto a aquellos hombres, luchando por asegurar un mañana para aquellos que sí tenían seres queridos que se preocupasen por ellos. También, porque si una pregunta le aterraba más que ninguna otra, era la de saber si sería capaz de actuar como su amigo había hecho si llegase una situación así.

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