Mientras hablaban, se acercó la enfermera Adrius, una joven y bella mujer de Kharnassos que se ocupaba de las heridas de todos los reclutas que se encontraban en Modea. Al entrar en la sala, miró a Narval y le sonrió tímidamente. Tras examinarle, se dirigió a Ahrz, al que agasajó con una sonrisa igualmente cálida, y palpó su cara, a lo que reaccionó con un terrible alarido de dolor:
—Deberías quedarte un rato en la cámara de recuperación. Parece que tienes una pequeña fractura en la cara. ¿No lo has notado?
—No me había dado cuenta hasta que me has puesto la mano encima —le respondió él.—. ¿Está libre ahora?
—No, está Brians. Ha quedado bastante dolorido por vuestra pelea. —Le dijo.—. Supongo que todavía necesitará un buen rato hasta estar recuperado.
—En ese caso, vendré luego por aquí. —Ahrz se despidió educadamente de Adrius y salió de la sala. Justo detrás de el, también salió Narval, lo que hizo que el antiguo minero se girase y le mirase con cara de incredulidad:
—¿Pero por qué te vas?
—Estoy bien, a mi no me pasa nada —le respondió su amigo, con cierta cara de sorpresa.
—¿Pero es que no te das cuenta? Está loca por ti. Siempre que te ve, se le ilumina la cara. Tiene un brillo diferente en sus ojos. Creo que el único que todavía no se ha dado cuenta en todo el planeta de que le gustas eres tú —le dijo Ahrz. En reaildad, aquella mujer, a su juicio, debía haber enamorado a todo el regimiento entero, él también se sentía atraído por ella.
—Ojalá… —suspiró Narval.—. Pero creo que simplemente es agradable con todo el mundo.
—A ti también te gusta. Deberías lanzarte a por ella, no tienes nada que perder. Mírame a mi, dejé mi trabajo en Antaria para cumplir con mi sueño. Te aseguro que vale la pena.
Ante esa afirmación, su compañero no supo muy bien qué decir, por lo que prefirió cambiar de tema, algo que el ex-minero respetó:
—Dentro de unos días tendremos la segunda prueba de ingreso —dijo su amigo.
—Sí, la prueba de reconocimiento terrestre —respondió, pensando para sí mismo.
—Me pregunto a dónde nos enviarán. Dicen que ahora que el mariscal está al mando podrían mandarnos en una misión ofensiva en vez de reconocimiento del terreno.
—¿Estás hablando de conquistar un planeta?
—Eso parece. —Continuó Narval—. Según tengo entendido, quiere que Ilstram se expanda, y le parece una buena idea comenzar por conquistar los planetas más débiles.
—¿Entonces vamos a declarar la guerra a otro Imperio? ¿No es un poco precipitado?
—No necesariamente, Ahrz. Los lomarianos llevan cientos de años extinguiéndose. Su imperio desapareció hace mucho tiempo. Y los imperios vecinos han ido anexionando sus planetas, y sus poblaciones, con el paso de los años. Sin embargo, Ilstram es el único que todavía no ha cogido su parte de ese pastel. Supongo que de mandarnos a alguna parte en misión de conquista, sería a uno de sus planetas.
—Lomarianos… Nunca había oído hablar de ese nombre —dijo meditativo el de Antaria.
—Es normal, hasta que llegaste aquí sólo conocías, y muy por encima, la historia de Ilstram. Ya has oído hablar del Imperio Tarshtan y del Imperio Grodey, pero no oirás hablar del Imperio de Lomaria. Hace muchos miles de años, nadie sabe con exactitud cuántos, quizá hayan pasado ya cien mil, el Imperio de Lomaria se extendía por gran parte de las regiones del Universo más alejadas. Algunos de esos planetas no estaban muy lejos de aquí. Era una sociedad inteligente, con una tecnología bastante avanzada para aquella época, y con un carácter bélico poco desarrollado. Si querían algo, simplemente lo negociaban con los imperios vecinos hasta que lo conseguían. Con el paso de los años, llegaron a tener un poder económico y diplomático tan grande, que hubo sociedades enteras que se unieron a ellos. Planetas que, voluntariamente, pasaban a formar parte de sus imperios. Quizá el triunfo más grande de los lomarianos fue el conseguir integrar al mayor número de razas alienígenas en su sociedad hasta la fecha.
—Entonces, ¿qué les sucedió?
—Esa es la parte que no está explicada con claridad. Hay pocos relatos que narren aquel evento, y la mayoría han sido clasificados por los historiadores como fantasía o leyenda. En ellos, la historia que más se cuenta dice que, un día, llegó de los cielos una nave visitante a su capital, Nowarasi, con un único viajero. No habían visto aquel tipo de tecnología jamás en ninguna otra parte del universo. Era uno de ellos, aunque no actuaba ni se comportaba como tal. Una vez en tierra, pidió ver al emperador. Ante la educada negativa de dejarle pasar se acercó a uno de los soldados… y le rompió el cuello de un solo golpe.
—Pero, los lomarianos son casi reptiles, ¿no? —interrumpió Ahrz.
—Son seres de una altura parecida a la nuestra, de piel azul oscura, pero con un aspecto más propio de un reptil que camina sobre dos patas. Tienen un cuerpo muy fuerte, protegido por esas extrañas escamas, que les hacen muy resistentes a los ataques físicos. Sí. Por eso, ahí es cuando la historia empieza a volverse absurda. Dicen aquellos relatos, que después de acabar con aquel soldado, el resto comenzó a disparar sobre él. Y mientras aquello sucedía, su forma cambió, se… transformó. Dejó de tener forma de lomariano, y pasó a ser una especie de silueta humanoide completamente negra, y completamente incorpórea. Lo más fantástico, es que dicen que estaba hecho de pura energía. ¿Te lo puedes creer? El caso es que, según aquella historia, dicen que se formó una de las tormentas más aterradoras que se recordaba en Nowarasi. Provocó inundaciones, incendios y muchas calamidades más. Aquella figura siguió avanzando, y por más que le disparaban, parecía absorber toda aquella energía. Fue directo hacia el palacio del emperador. Una vez allí, le ordenó que se rindiera inmediatamente y entregase su imperio. Al negarse, aquella cosa le cogió con una sola mano, y le lanzó contra una columna cercana. Lo hizo con tanta fuerza que rompió aquella columna, y las tres siguientes, matando al emperador y haciendo que el edificio comenzase a derrumbarse. Mientras se desataba el caos en aquel lugar, salió de nuevo al exterior, miró al cielo, escudriñándolo en busca de algo. Y echó a volar…
—Desde luego, es totalmente fantástico lo que cuentas. Con razón los historiadores lo consideran una leyenda —dijo el de Antaria.
—Espera, hay más —prosiguió Narval.—. Decían que después de haber desaparecido, unos días más tarde, un gigantesco cometa se estrelló contra Nowarasi matando a toda la población que no había muerto en la tormenta, que todavía persistía. Durante los siguientes días, se estrellaron más cometas contra todos los planetas en los que había mayoría de población lomariana. Coincidiendo con aquello, de repente, las lomarianas se volvieron estériles. Ninguna podía tener hijos. Ni siquiera las que nacieron después de aquellos días. Por eso, desde aquel entonces, su raza se ha ido extinguiendo lentamente. Aunque eran miles de millones hace cien mil años. Hoy apenas quedan unos miles. Algunas de sus mujeres consiguieron comenzar a reproducirse de nuevo mucho tiempo después, pero los nuevos lomarianos, eran menos imponentes físicamente, y con un período de vida mucho más reducido. Ninguno consigue llegar a la longevidad de sus antepasados.
—¿Cuánto vivían antes? —preguntó el ex-minero curioso.
—Se dice que unos diez mil años. Aunque no se sabe con exactitud.
—No me lo trago, es todo demasiado fantástico, demasiada leyenda. Un ser de energía, una lluvia de cometas… Tuvo que pasar otra cosa.
—La historia oficial, es decir, la de nuestros historiadores, dice que, la enfermedad de las lomarianas es real, sucedió. Probablemente fue culpa de algún experimento fallido de ellos mismos, quizá buscando aumentar la fertilidad de su raza. Y que, con el paso de los milenios, inundados por la vergüenza, crearon esa leyenda para quitarse aquel sentimiento de culpabilidad de haber provocado su propio exterminio.
—Eso ya me lo creo más. Un experimento les salió mal y lo fastidiaron todo.
—Puede, pero hay otra cosa que nadie ha conseguido explicar satisfactoriamente, Ahrz. ¿Recuerdas los cometas? Cayeron, exactamente en los planetas en los que tenían que caer, y con días de diferencia.
—El Universo es muy grande. Seguro que en alguna parte de él, ahora mismo, está pasando eso. A ellos simplemente les tocó el premio gordo de la lotería cósmica.
—Puede… —dijo Narval.
—Espera, ¿me estás diciendo que te crees toda esa patraña? ¿Que te crees que un solo… algo, destruyó el imperio de Lomaria y lanzó cometas enormes contra sus planetas?
—No, no me lo termino de creer, pero… ¿y si fuera verdad?
—Sabes tan bien como yo que no lo es, amigo mío. —Respondió Ahrz sin el menor atisbo de duda.—. Con el paso de los años, nuestra ciencia ha conseguido explicar todo en este mundo. Y ese tipo de cosas no tienen cabida en nuestra realidad, no te estoy diciendo nada nuevo.
—Me niego a aceptar que hemos dominado el universo. —Respondió lacónicamente Narval.
La noche había caído por completo en Modea. Los dos amigos estaban sentados en un banco en el pasillo. Delante de ellos había un gran ventanal que permitía contemplar la tormenta de nieve que caía incesante en las estepas exteriores. Tras desearse una buena noche, ambos se dirigieron a sus respectivas habitaciones. Ahrz no podía evitar preguntarse en qué consistiría la siguiente prueba para su ingreso en el ejército. Aunque no le preocupaba la idea de participar en una conquista, prefería la relativa seguridad de una misión de reconocimiento, por mucho que tuviese lugar en territorio enemigo.
Tuvieron que esperar varios días hasta que supo a dónde les iban a destinar. Al final, se habían hecho realidad sus predicciones. Iban a ser enviados a la conquista de Nelder, uno de los últimos bastiones lomarianos en aquella zona del universo, y en la que, según les habían dicho, esperaban encontrar una resistencia feroz. Aquello no terminaba de gustar a Ahrz, había una diferencia más que palpable entre hacer una misión de reconocimiento, que era lo que originalmente iban a hacer, y lanzarse a la conquista de un planeta lomariano, que sus habitantes iban a defender con uñas y dientes. No podía evitar sentir cierta desazón al saber que aquella operación iba a ponerles en peligro. Pero aun así, no tenía miedo. Le podían las ganas por continuar y cumplir con su sueño de convertirse en soldado del imperio de Ilstram.
El de Antaria estaba sumido en esas reflexiones, cuando, de manera casi inadvertida, se cruzó en su camino con la enfermera Adrius. Era una mujer bella, de mediana estatura, cabello oscuro, y unos cautivadores ojos azules que, aunque él se negaba a reconocer, le encantaba contemplar; a fin de cuentas, en opinión del hombre, tenía una figura increíblemente bonita que le volvía loco. Ella le recibió con su eterna cálida sonrisa, preguntándole amablemente qué tal se encontraba:
—Bien, muy bien, ¿y tú? —respondió educadamente el aspirante a soldado. Siempre se sentía igual cuando ella estaba cerca. Ese magnetismo era muy difícil de ignorar.
—Muy bien, pero un poco preocupada. He oído que vais a ir a Nelder dentro de dos días a conquistar el planeta. Espero que todos volváis bien. —La chica se llevó las manos a su pecho, como si algo la oprimiera—. Ya tenemos mucho trabajo sólo atendiéndoos cuando termináis las prácticas. No quiero imaginarme cómo se pondrían las cosas si tuviéramos que tratar heridos de guerra.
Ahrz la miró curioso. Estaba pensando en su amigo Narval, del que sabía que estaba locamente enamorado de ella. Y no pudo reprimir lanzar aquella pregunta, pensando que, para suerte de su amigo, ella le correspondía del mismo modo:
—Pero, hay alguien que te importa más que los demás, ¿verdad? Un recluta en particular.
Ella se quedó mirándole pensativa, preguntándose si era el momento correcto de hacer lo que su cuerpo la pedía desde hacía muchos días:
—Pensaba que no te habrías dado cuenta… —dijo Adrius, como si pensase en voz alta. Mientras se acercaba a él lentamente, como dubitativa:
—Claro que me he dado cuenta. Sólo hay que ver cómo te comportas…
No pudo continuar, porque los labios de aquella mujer se unieron a los suyos. Al principio, el de Antaria fue incapaz de reaccionar, no parecía asimilar lo que estaba sucediendo. Era un sueño hecho realidad, y a la vez, una pesadilla, una traición a su mejor amigo. Se dio cuenta de que, hasta cierto punto, había sido un idiota. Siempre que la veía sonriendo a Narval, él estaba presente. Impulsivamente, Ahrz rodeó a la mujer con sus brazos mientras compartían aquel largo beso, al tiempo que pensaba en que, muy a pesar de su amigo, tenía razón. Adrius no estaba enamorada de aquel hombre, si no de él. Unos segundos después, que a Ahrz le parecieron maravillosos siglos, sus labios se separaron. Ella agachó la cabeza, casi avergonzada:
—Perdón… quizá no debería haberlo hecho… —dijo, mientras daba un par de pasos lentamente hacia atrás.
Pero él no la dejó reaccionar. Volvió a abrazarla, y esta vez fue él el que la besó. Al principio Adrius parecía no reaccionar. Aunque terminó dejándose llevar por sus impulsos para corresponder nuevamente al hombre al que amaba. Tras aquel segundo beso, se sentaron en un banco cercano, contemplando el paisaje nevado que se vislumbraba a través de las ventanas.
—En realidad… no me refería a mi. —Dijo Ahrz, rompiendo el silencio que se había cernido sobre los dos, quizá, porque ambos estaban compartiendo un momento muy dulce.
—¿Entonces? ¿Por quién preguntabas?
—Bueno, hay otro chico al que le gustas mucho. —Prosiguió.
Ella le miró sonriente, sonrojada:
—Hay muchos chicos a los que les gusto, aunque no me guste reconocerlo.
—Es normal —siguió el ex-minero— eres muy guapa, inteligente, y aquí eres algo así como una madre para muchos de nosotros, supongo que porque sueles ser la que cura a la mayoría de los que se hacen daño aquí.
—Quizá tengas razón. Pero, ¿entonces quién creías que me gustaba a mi?
—¿Es importante? Él tenía razón de todos modos, pensaba que a ti no te gustaba, y bueno… aunque es mi amigo, y me da pena por él, me alegro de haberme equivocado. Me había fijado en ti desde el primer día… pero las relaciones no son lo mío. Nunca lo han sido en realidad.
—Pues te has declarado como un maestro —siguió ella, mientras le abrazaba y le daba un suave beso en la mejilla.
—Eso es lo irónico, no buscaba algo así, y sin embargo lo he hecho…