Ecos de un futuro distante: Rebelión (22 page)

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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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—Avisaré al emperador para que tome la decisión que considere oportuna —dijo.

—Por su propio bien, debería dar media vuelta —respondió el mariscal Ghrast.

—Eso solo puede decidirlo él mismo —dijo de nuevo el coronel.

Después de la breve charla, se retiró hacia un lugar más apartado para poder comunicarle la información a Hans. El sentido común dictaba que lo mejor era avisar a la población civil por medio del sistema de alarma, y después salir del planeta y de la órbita del mismo para evitar que los emperadores se pudieran ver en una situación comprometida. Y así se lo hizo saber:

—Estamos a punto de entrar en la superficie de Kharnassos. No vamos a dar media vuelta ahora.

—Emperador, con el debido respeto, su integridad puede correr peligro si permanece en el planeta durante el ataque del enemigo —dijo Magdrot.

—No dejaré a los habitantes de Kharnassos abandonados a su suerte. —Dijo Hans. Y también pensó para sus adentros que no podía traicionar a Alha, su mujer, y privarla de ver a sus padres.—. No te preocupes, no nos pondremos en peligro innecesariamente. —Y así finalizó la conversación.

El gobernante ya era plenamente consciente de que no iban a conseguir nada poniendo pie en tierra. Pero al mismo tiempo, había prometido a su mujer que sus padres no correrían peligro alguno; y sentía que tenía que encargarse, de alguna manera, de intentar proteger a la población de Kharnassos. La flota atacante llegaría en sólo unas horas más, por lo que sus opciones ya se limitaban únicamente a activar la alarma para poner al tanto a la población civil y preparar las defensas terrestres en la medida de lo posible. Hans dio orden de descender directamente en Trikala. El tiempo apremiaba y quería que Alha pudiese al menos ver a sus padres durante unas horas antes de irse. Él, junto a Khanam se dirigiría a la capital para activar la alarma de población civil y coordinar la defensa del planeta. Nahia, por su parte, había decidido quedarse con la emperatriz. El grupo era plenamente consciente de que, a buen seguro, Trikala sería uno de los sitios más seguros en el que guarecerse.

Alha se sentía en una extraña encrucijada de sentimientos. Por un lado, temía por lo que pudiera suceder cuando llegase el ataque. Ya había visto en Antaria de lo que eran capaces y temía que esta vez su crueldad fuese mucho más allá; eso la hacía temer también por sus padres. Por otro lado, sentía una gran emoción al saber que por fin, después de algo más de ocho años separados, podría reencontrarse con ellos y compartir un rato juntos. No habían cambiado mucho desde la última vez que se vieron. Lunea y Genso apenas habían envejecido desde el nacimiento de Alha; algo lógico, puesto que ambos se acercaban a su noventa aniversario, y por tanto, estaban en el apogeo de su vida. Se mantenían en un buen estado de forma.

—¿Tienes ganas de verles? —preguntó Nahia, mientras la nave se posaba ya lentamente en la superficie del planeta.

—Sí, muchas. Hace años que no hablo con ellos. —Dijo Alha— pero primero quiero ponerles sobre aviso. Tu padre y mi marido vendrán en cuanto hayan terminado en Xanthi para hacer la evacuación. En realidad no tenemos mucho tiempo.

—Parece que ahora mismo, exactamente, tenemos tres horas —dijo Hans, que se había acercado a las dos mujeres para poder despedirse de su esposa.

Justo detrás de él, estaba Khanam, que abrazó tiernamente a su hija y la pidió que ayudase a Alha en todo lo necesario durante su estancia en Trikala:

—¿Cuánto tardaréis en volver? —preguntó su hija.

—Seguramente vengamos con el tiempo muy justo. Tardaremos unas dos horas. —Respondió Hans.

Con la nave ya posada en tierra, el emperador besó a su mujer suavemente en los labios, y la deseó que disfrutase de la estancia con sus padres. También le recomendó que les pidiera que prepararan lo necesario para subirse a la nave lo más rápido posible en cuanto llegasen.

Hans y Khanam se adentraron de nuevo en la nave, mientras Nahia y Alha se quedaban en tierra. El aparato alzó el vuelo y se desplazó rápidamente a Xanthi, era un trayecto corto, de apenas veinte minutos. En su interior, ambos hombres discutían sobre el mejor plan de acción. Sin duda alguna, accionar la alarma para la población civil iba a desatar el caos y generaría mucha confusión, pero cuanto antes se hiciera más posibilidades habría de que la mayor parte de los habitantes de los núcleos urbanos de Kharnassos se pudieran poner a salvo. Por otro lado, la defensa de la colonia no era muy grande, lo que invitaba al emperador a no activarla a menos que las naves atacasen primero. Aunque todos sospechaban que la naturaleza de la visita era para desatar el mismo caos que habían vivido recientemente en Antaria, cabía una mínima posibilidad de que no fuese así.

—Tendremos que aguantar hasta el último momento antes de pasar a la acción —dijo Hans, ya en el centro de mando, delante de los militares y los científicos que allí se habían presentado para asistir con la protección de la colonia.

—Mi señor —dijo uno de los soldados, mirando al suelo como señal de respeto a su emperador—. Si lo desea podemos utilizar las naves de batalla que tenemos en Kharnassos para ayudar en la defensa.

—No es necesario. —Respondió Hans—. Es una flota demasiado grande como para poder enfrentarnos a ellos y ganar. Lo único que buscamos es retrasarles lo suficiente para poder poner a todo el mundo a salvo.

—Con el debido respeto, emperador —respondió de nuevo el mismo soldado— estamos dispuestos a dar la vida por nuestro hogar, por el Imperio de Ilstram y por usted. Para eso hemos sido entrenados, y para eso nos hemos presentado aquí. Si usted lo considera preciso, mi señor.

Hans miró a sus soldados, se habían cuadrado delante de él cuando su compañero terminó de hablar. El emperador prosiguió:

—Admiro vuestra valía, de verdad, pero no os mandaré a una batalla en la que no podéis ganar, y de la que no podréis volver. Quiero que protejáis este Imperio, a vuestros seres queridos, y a vuestros amigos. Pero no quiero que lo hagáis a cualquier precio. —Hans miró a Khanam. El científico llevaba un largo rato ya pegado a uno de los monitores, en el que se podía ver la colocación de todas las defensas sobre la superficie de la colonia.—. Retiraos a vuestros hogares y poned a salvo a los vuestros. Llegará el momento en el que nuestro enemigo tenga forma y nombre. Y llegado ese momento, Ilstram sabrá defenderse. Tendréis vuestro momento de acción.

—A sus órdenes, mi señor. —Respondieron los soldados antes de retirarse.

Khanam se levantó tan pronto como había salido el último soldado de la sala. Solamente quedaban un puñado de científicos, que habían ofrecido asistir al dúo durante todo el tiempo que fuese posible para garantizar que las defensas funcionasen lo mejor posible.

El padre de Nahia se acercó a Hans:

—He estado revisando el sistema de defensas. Con las cifras en mano, tienes razón, no es suficiente potencia de fuego. Sin embargo, podemos proteger Xanthi, a expensas de dejar el resto de núcleos urbanos más desprotegidos. Si dirigimos toda la potencia de fuego hacia aquí, tendrán que dispersarse. No impedirá que extiendan el caos por el planeta, pero sí podemos impedir que provoquen un daño irreparable.

—¿Y qué peligro habría si deciden atacar otro lugar en vez de éste? —preguntó Hans.

—Podríamos reorientar algunas defensas, no todas sin embargo. Parece que cuando se construyó el sistema, se tenía en mente la defensa de Xanthi, pero no la de ningún otro sitio —dijo Khanam.

—Sí, es cierto. Xanthi fue el primer núcleo urbano, los demás florecieron tiempo después, pero el sistema de defensa ya había sido construido, y lo máximo que se pudo hacer fue reorientar algunas de las defensas para dar cobertura a todo el planeta. —Respondió Hans, rememorando la historia del lugar sobre el que se encontraban.

—¿Quieres que las reoriente? —preguntó su compañero.

—Sí, por favor. ¿Cuánto queda para que llegue la flota enemiga? —preguntó Hans a los científicos que se encontraban en el otro extremo de la sala.

—Menos de una hora, señor —respondió uno de ellos.

—En ese caso, marchaos cuando hayáis terminado la reorientación. Id con los vuestros y poneos a salvo, os necesitaremos para la reconstrucción después del ataque. —Dijo Hans.

Acercándose a la ventana, observando la todavía tranquila ciudad de Xanthi, pensó para sí mismo.

—Sólo espero estar haciendo lo correcto.

Mientras tanto, Alha y Nahia se encontraban en el hogar de la primera. El reencuentro entre la emperatriz y sus progenitores había estado lleno de emoción. Genso fue el primero en aparecer por la puerta, cuando la nave en la que Hans y Khanam ya habían partido hacia la capital. Sin importarle ningún tipo de protocolo, o quién era la extraña que se encontraba junto a su hija, salió corriendo a abrazarla. Lo hizo con todas sus fuerzas, llegando incluso a levantarla del suelo de la emoción. Nahia, a su lado, les observaba silenciosa, sin poder evitar sentirse igualmente emocionada. Ella fue la primera en ver a Lunea asomarse por la puerta. Era una mujer de más o menos su misma estatura, tan bella como lo era Alha. Al ver a su marido abrazado a su hija, no dudó en salir corriendo a unirse a ambos. Los tres se fundieron en un largo abrazo, y Alha, por primera vez en mucho tiempo, lloró de alegría. Se sentía inundada de felicidad, completamente ajena por unos momentos a la alargada sombra que se cernía sobre Kharnassos:

—Os he echado tanto de menos —decía ella.

—Y nosotros a tí, hija —dijo su madre, igualmente embargada por la felicidad—. Teníamos tantas ganas de que vinieras. Pero ¿dónde está tu marido?

—Hans se ha ido a Xanthi, con el padre de Nahia. ¡Oh!, qué torpeza la mía —dijo Alha, excusándose con su amiga— es ella. Nos conocimos en Antaria durante el ataque. Su padre ha sido de gran ayuda a Hans, y ella ha sido un gran apoyo para mi. Llevamos juntas prácticamente desde que partimos de allí.

La hija de Khanam saludó tímidamente a los padres de Alha, que, por su parte, fueron mucho más efusivos. Lunea la abrazó cálidamente, mientras que Genso optó por besarla amablemente en una mejilla. Después, los cuatro se adentraron en el hogar familiar. Era una casa de tamaño más bien reducido, especialmente si se comparaba con el lujo al que Nahia estaba acostumbrada en Antaria, donde los pisos eran mucho más espaciosos. Sin embargo, al mismo tiempo, esta vivienda estaba justo a nivel de superficie, y no en diferentes niveles, como las construcciones que acostumbraba a ver. Estaba en las afueras de Trikala, junto a un bosque cercano y una enorme pradera alrededor. La decoración era austera, pero no faltaban cuadros en las paredes, y por supuesto, una variedad de plantas nada despreciable. Nahia no podía identificar ninguna de ellas, pero daba por supuesto que eran autóctonas del planeta. No estaba prestando mucha atención a lo que Alha y sus padres hablaban en una sala contigua. Se había retirado para poder dar a los tres la intimidad necesaria, al tiempo que pensaba en su padre y en el emperador. Esperaba que ambos estuvieran bien, y no podía reprimir cierta atracción por el marido de la Emperatriz. Con el paso de los días, cada vez reparaba más en él, en sus gestos, en su forma de tratar a su esposa. No podía evitar sentir cierta envidia. Pero en el fondo de todo, se alegraba por su recién encontrada amiga. Esperaba que ella pudiese encontrar a un hombre igual en el futuro.

Hija y padres charlaban animadamente. Debían de haber transcurrido poco más de cuarenta minutos desde que habían entrado en el hogar. Durante ese tiempo compartieron experiencias y se contaron anécdotas. Aunque ninguna era particularmente destacable, le sirvió a Alha para descubrir que sus padres llevaban una vida ahora mucho más tranquila en Trikala. Gracias al nuevo trabajo de Genso, como director de la mina en la que tanto tiempo había trabajado años atrás, la pareja llevaba una vida tranquila, recogida lejos del bullicio de las ciudades. En su momento pudieron elegir quedarse con ella en Antaria, pero rechazaron esa posibilidad, puesto que ambos detestaban sentirse mantenidos por el Imperio por el simple hecho de que su hija fuese la esposa del nuevo emperador. Por su parte, y sabedora de que en breve tendrían que comenzar a preparar todo para poder evacuar en cuanto llegasen su esposo y Khanam y Khanam, Alha preguntó por su hermano:

—Hans me dijo que habíais recibido más información de «él». Supongo que os referíais a Aruán… —dijo ella.

Sus padres intercambiaron una rápida mirada, como si hubiese una duda, y finalmente, su madre contestó:

—Sí… nos han contado que tu hermano está en el Imperio Tarshtan. Al parecer consiguió hacerse con un puesto de científico allí. No sabemos en qué planeta está, pero sí nos contaron que era feliz, que nunca había hablado de nosotros, y que estaba completamente dedicado a ayudarles a desarrollar una tecnología que sería de gran ayuda para ellos. No sé qué tecnología, pero al parecer si la consiguen desarrollar, tendrían una ventaja considerable sobre sus enemigos.

—Nos dijeron que tenía que ver con los viajes espaciales —agregó Genso— pero no supieron explicarnos mucho más.

—¿Quién os contó todo eso? —preguntó su hija.

—Fue un viejo amigo nuestro. Ahora vive en Darnae. Nos encontramos con él hace unos meses. No sabíamos de él desde hacía muchos años, vosotros apenas eráis unos niños.

—¿Creéis que todavía nos odia? —prosiguió Alha.

Durante años, se había preguntado qué sentimientos tenía hacia ellos su hermano. Aunque no se sentía culpable, no podía evitar cierta pena por haber perdido al único hermano que había tenido. A veces no estaba muy segura de que realmente pudiese decir que había tenido un hermano:

—Esa respuesta sólo la conoce él, me temo —respondió Genso.

—¿Tienes un hermano? —preguntó Nahia, desde el marco de la puerta—. Lo siento, sé que no tenía que estar escuchando, pero no he podido evitar terminar prestándoos atención. Supongo que me ha podido el aburrimiento.

Lunea le dedicó una cálida sonrisa, y la invitó a tomar asiento junto a ellos:

—Es una historia muy larga. Pero sí, Alha tiene un hermano, nuestro primer hijo. Es muy inteligente. Creo que todavía no hemos conocido a nadie que se le parezca. Hace ya muchos años, cuando nos fuimos a Antaria, se marchó de casa. Quería demostrarnos que conseguiría cumplir con sus sueños. Y desde entonces, no hemos sabido nada de él.

Alha, que había estado escuchando a su madre, observó en su reloj que el tiempo estaba pasando mucho más rápido de lo que ella esperaba. Apenas quedaba una hora para que llegase la flota a Kharnassos. Seguramente, no tardarían en activarse las alarmas. Miró a su padre, que se había percatado de que su hija parecía distraída:

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