Ecos de un futuro distante: Rebelión (9 page)

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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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Alha había acudido presta a reunirse con Hans en la entrada del Hangar. Se abrazó a su esposo mientras aquellas naves de batalla abandonaban la construcción con destino a Antaria. La seguridad del planeta dependía de aquellos hombres:

—Es la primera vez que tomo parte en una batalla de esta manera… Espero que todos vuelvan.

—En tiempos de guerra, el hombre se hace fuerte a sí mismo. Si alguno muere no será porque no haya defendido su vida a viva fuerza, cariño. Es de lo poco que aprendí de las lecciones de mi padre. —Dijo Hans—. Espero que todos estén de vuelta. Vamos, tengo que estar en la sala de sensores antes de que lleguen las naves para poder coordinarles en lo que sea necesario.

—De acuerdo… ¿Cómo te sientes?, llevo rato pensando en qué sensaciones deben recorrerte al haber puesto tus pies en este sitio que tanto temor te ha provocado…

—Sinceramente, no lo sé… —dijo dubitativo—. Creo que lo sabré cuando estemos de vuelta en casa. He venido por un impulso, una intuición, estrategia militar, o simplemente una estupidez. Prefiero no pensar en ello ahora… —y diciendo esto, Hans y Alha se dirigieron de nuevo al centro de control de los sensores, desde donde podrían comunicarse con la flota comandada por Magdrot.

Allí seguían todos los científicos. Miyana se había sentado en una silla apartada. Tenía la vista perdida. Probablemente intentando asimilar el hecho de encontrarse entre algunos de los científicos más eminentes de Antaria y sus propios gobernantes. No era, desde luego, una sensación fácil de digerir. Estaba sorprendida, y agradecida a Alha por todo lo que había hecho por ella:

—¿Cuál es la situación? —preguntó Hans al entrar en la estancia.

—Las naves están comenzando a entrar en la atmósfera del planeta, señor. En unos tres o cuatro minutos estarán en disposición de atacar… la flota enemiga está a punto de llegar al foco de defensas.

—Quiero que las accionéis manualmente.

—Pero… —dijo uno de los científicos.

—Lo sé —le interrumpió Hans, alzando la mano para indicarle que guardase silencio—. Las defensas en sí mismas no pueden destruir las naves, pero servirá para por lo menos mermar en lo posible sus escudos y dejar vía libre a nuestra flota.

—Entendido, señor.

—En cuanto estén lo suficientemente cerca, que abran fuego. Necesito que me abráis un canal de comunicación con el coronel.

Uno de los científicos comenzó a operar en un ordenador cercano a él, cumpliendo las instrucciones del emperador:

—Ya está disponible, Emperador —dijo al cabo de unos segundos— el coronel puede escucharle, y usted a él.

—¿Coronel, me oye?

—Sí, mi señor, alto y claro. Estamos aproximándonos al lugar de ataque, ¿tiene alguna instrucción? —respondió Magdrot al otro lado, alto y claro.

—Avisadme cuando diviséis a la flota enemiga.

—Entendido.

Alha se acercó a su marido y cogió una de sus manos entre las suyas mientras apoyaba su cabeza en su hombro. No estaba tranquila. Se sentía nerviosa por saber lo que estaba sucediendo; aunque ya había escuchado a los científicos asegurar que las defensas por sí mismas sólo podrían mermar los escudos de las naves…

—Sé cuidadoso, te lo suplico. He visto mucho horror en la ciudad esta mañana, e intento no imaginar qué es lo que podrían pasar las familias de esos soldados si algo les sucediera…

Por primera vez, creía entender desde una nueva dimensión lo que pasaba por la cabeza de su esposo cada vez que se acordaba de aquel día en que perdió a sus amigos…

Magdrot observaba con atención. Iba como avanzadilla, con el resto de su flota por detrás para evitar que alguno pudiera verse atacado de manera imprevista. Por el momento su radar no detectaba nada anormal. No podían estar mucho más lejos, aunque desde la luna tampoco le decían nada. Abrió el canal de comunicación interno para hablar con sus compañeros:

—Quiero que me escuchéis. Vamos a tener el apoyo de las defensas terrestres, así que procurad centrar vuestro fuego sobre la misma nave para destruirlas lo más rápido posible. Si lo hacemos bien, no ocurrirá nada. —Y al tiempo que terminaba la frase, comenzaron a parpadear algunos puntos en su radar.

—Preparaos, aquí vienen —dijo Magdrot.—. Formad una fila junto a mi.

Allí estaban, casi en el horizonte, desafiantes, abriendo fuego incesantemente contra las defensas de Antaria. Si llegaban a estar lo suficientemente cerca para atacarles por la retaguardia podrían hacer mucho daño al escuadrón atacante y salir victoriosos de allí en un santiamén. Eran sólo naves de batalla, las fuerzas estarían equilibradas:

—Atentos… —dijo Magdrot—. A mi señal, abrid fuego. Emperador, ¿da su permiso?

Hans estaba en la base lunar. Había oído con atención todo lo que decía su coronel, y había estado manteniéndose a la espera. Finalmente, contestó:

—Sí, adelante, acabemos con esto de una vez.

—Entendido.

Las naves fueron reduciendo paulatinamente la velocidad. Estaban acercándose a la distancia en la que los radares traseros de la flota enemiga podrían detectarles. Finalmente se quedaron totalmente parados, como un ejército de caballería esperando el disparo de salida para cargar contra el invasor. Magdrot contuvo la respiración, y con voz firme dijo:

—Tres… dos…

—¡Activad las defensas a su señal! —gritó Hans en la base lunar.

—Uno… ¡Fuego! —y al unísono, los cañones de las naves centellearon mientras ráfagas de proyectiles salían disparadas contra el atacante. El mismo mortífero festival de colores se pudo ver sobre la superficie del planeta cuando los cañones de plasma, láseres pequeños, y demás dispositivos de defensa abrieron fuego contra aquellas naves que alguien había decidido usar para causar todo el daño posible. Fue terrible para el atacante… En cuanto la primera ráfaga impactó contra ellos, reaccionaron rápidamente, y olvidándose de las defensas, sabedores de que no podrían destruirles, centraron su fuego en la flota enemiga; aunque ya habían perdido casi un tercio de su potencial…

—¡No paréis, los tenemos! —gritó Magdrot—. ¡Son nuestros si seguimos así!

Fueron apenas dos minutos de intercambio de disparos, en los que la flota invasora seguía viéndose mermada. La balanza estaba inclinada del lado del Imperio de Ilstram, y por suerte para la atormentada Alha, no había que asumir bajas. Ya había visto demasiada destrucción en un sólo día…

Cuando todo parecía estar a punto de terminar, Johnson, uno de los pilotos, abrió el canal de comunicación interno y dijo:

—Coronel, detecto una nave en la parte trasera de mi radar, se aproxima a velocidad media.

—Johnson, Carl, girad y destruidlo, ¡sea lo que sea!, rápido.

En la luna, los científicos seguían de cerca el desarrollo de la batalla. No habían oído el aviso del soldado porque sólo la nave de Magdrot tenía comunicación con el satélite.

—Señor —dijo uno de los científicos mientras se aproximaba a Hans.

—¿Sí?

—El radar indica que un destructor se aproxima por la retaguardia de nuestra flota. A eso debe referirse el coronel.

Alha no logró ocultar sus desesperación. Carl y Johnson habían virado ya sus naves obedientemente, pero ninguno de los dos alcanzaba a imaginar que delante de ellos se alzaría aquel imponente destructor. Aquella gigantesca silueta semicircular… Era una posibilidad que nadie parecía haber contemplado:

—¡Señor, es un destructor imperial! —gritó Carl por el comunicador con la nave de Magdrot.

—¿Qué? —dijo el coronel, y activando el canal general de comunicaciones repitió sus órdenes—. Grundhel, Peter, virad vuestras naves y ayudad a Carl y a Johnson a destruir ese destructor. No os dejéis impresionar por su tamaño, cuatro naves de batalla pueden con él.

El problema, pensó Magdrot interiormente, es que así dividían sus fuerzas, pero confiaba en que la balanza ya se hubiera inclinado en su favor.

En menos de cinco minutos, el panorama de batalla había cambiado considerablemente. Ahora daba la sensación de que los atacados eran los hombres de Magdrot, al encontrarse rodeados por sus enemigos desde ambos flancos. Pero el destino de la batalla era cada vez más claro, era inevitable que Antaria destruyera a las fuerzas que habían sembrado el caos aquella mañana en la ciudad. El fuego cruzado duró apenas unos minutos más, sin bajas para el alivio de Hans. Minutos terriblemente angustiosos para Alha, que había asistido a una experiencia totalmente nueva e inquietante. Por un momento, creyó sentir la clase de sensaciones que su marido experimentaba cuando evocaba a la luna. Si aquella batalla, que apenas rozaba la crueldad del enfrentamiento que había sucedido tantos años atrás, la hacía sentir así; se preguntaba cómo debió sentirse su marido al ver aquél dantesco espectáculo de luces en el cielo, y en los días posteriores, cuando los escombros flotantes cubrían parcialmente el cielo… Inconscientemente se aferró al brazo de su marido, al tiempo que éste se giraba para rodearla con sus brazos y la susurraba al oído:

—No te preocupes, ya ha pasado todo… Es la primera batalla que has visto. —Suspiró profundamente—. Algo me dice que, por desgracia, no será la última.

—Temí que pudieran morir… —susurró ella.

—No ha habido oportunidad. Nuestra flota era suficientemente grande para poder afrontarlo sin bajas. Si hubieran sido dos destructores quizá si hubiéramos sufrido alguna pérdida, pero por suerte todo ha ido bien…

—¿Qué pensará el pueblo cuando no vayan bien las cosas? —le preguntó con voz temblorosa ella.

—No lo sé… apenas recuerdo cómo reaccionaron durante la Batalla de Antaria. Y ahora me encuentro con esto: alguien que ha decidido sembrar el terror en nuestro Imperio. Con una crueldad que nadie recordaba desde hacía siglos… Algunos incluso dirían que sólo se vio en la Tierra. Terrorismo, lo llamaban.

—Señor —interrumpió uno de los científicos que se acercó pausadamente a la pareja— no tenemos datos acerca de la identidad de los atacantes. No aparecen en la base de datos de ciudadanos de Antaria ni de Imperios amigos ni enemigos.

—Seguid buscando. Es importante que sepamos a qué nos enfrentamos, y sobre todo quién está detrás de esto. Dejad todo lo que no sea imprescindible ahora mismo. Quiero que los identifiquéis. Y también un informe completo de la situación en Ghadea.

—A sus órdenes, señor. —Replicó el científico—. Por cierto, no he podido evitar oír su mención a la Tierra. Tal vez le interese saber que algunos de nuestros imperios amigos han barajado la posibilidad de organizar una expedición para encontrar su sistema solar y poder ver de nuevo el planeta en su estado actual. Si es que todavía existe.

Alha se quedó pensativa… ver la Tierra, ¿qué sensación se experimentaría al poder ver el planeta en el que todo comenzó para la Humanidad?, ¿realmente existía todavía?, ¿quedaría alguna forma de vida en él? Aquello la llevó a recordar su etapa de estudiante, cuando en clase de Historia Galáctica, en sus primeras lecciones, comenzaban hablando sobre los albores de la primera Era Espacial, todavía en el planeta natal. Pero, su propia profesora admitía que era difícil desgranar toda la historia del planeta madre. A la Tercera Guerra Mundial sobrevino una Cuarta, cien años después, y finalmente, casi tres siglos más tarde, tuvo lugar la Quinta Guerra Mundial. La primera en la que los países más desarrollados pudieron utilizar las bases que habían establecido en la Luna, desde donde atacaban a la superficie terrestre con una comodidad y superioridad aplastantes. Aquél fue el principio del fin… En un intento de equilibrar las fuerzas muchos países volvieron a desenterrar un fantasma que durante siglos había estado guardado… las armas nucleares. Sin dudarlo, devastaron los países más poderosos como si de terroristas se trataran. No les importaba ya nada salvo proteger su territorio. Pero el resultado de aquel conflicto fue abominable. Las grandes naciones se sintieron al borde de la desaparición, y desde la propia Luna comenzaron ataques masivos con bombas nucleares contra la superficie de su propio hogar… Fueron muy pocas las zonas del planeta que no quedaron contaminadas por la radiactividad. Pero detrás de todas las historias negativas siempre había algo positivo, pensó Alha. Puesto que aquella triste autodestrucción de la Tierra, obligó a la Humanidad a tener que buscar nuevos lugares colonizables. Primero fue la propia Luna, sólo para una pequeña cantidad de población. Desde allí tuvo lugar la primera colonización de la que los historiadores guardaban registros. Desde el satélite terrestre, algún tiempo después, partieron dos grupos distintos. Uno con destino a Marte y otro con destino al satélite Io, del planeta Júpiter, al que los estudios le daban unas características muy similares a las del planeta Madre.

—La Tierra… —pensó Alha en voz alta—. Me gustaría poder verla algún día con mis propios ojos…

—¿No lo recuerdas? —preguntó Hans—. Los historiadores dicen que ya no existe ese planeta. La radiación y la brutalidad de la última guerra fue tal que el planeta perdió el centro magnético de su eje y comenzó a danzar en el espacio, mientras que su núcleo a causa de ello comenzó a volverse inestable. Cuando ya todos lo habían abandonado, desapareció en una gran explosión que se llevó por delante también a la Luna…

—Pero son sólo leyendas… los científicos no han podido demostrar que sea verdad.

—Ni que sea mentira… ha pasado tanto tiempo, tantos miles de años. —Dijo Hans—. Ni siquiera se tiene la certeza de dónde se encuentra ya ese planeta. Parece que la Humanidad olvidó el camino conocido cuando se fueron de aquella sección del Universo. Pensar en verla de nuevo es una locura…

—A mí me gustaría, al menos una vez… —suspiró Alha mientras cerraba sus ojos y se dejaba ensoñar imaginando como era la primitiva vida en aquel distante planeta…

Mientras, en Antaria, Magdrot y los suyos emprendían ya el viaje de regreso a la Luna después de haber hecho una pequeña inspección ocular para garantizar que todas las defensas, al menos en un principio, seguían intactas:

—Emperador, todo parece en orden aquí abajo. Hemos comprobado varios grupos de defensas. En el que hemos destruido al atacante no hay signos de daños de importancia, aunque las defensas al este de la ciudad parece que necesitan una reparación urgente y la construcción de nuevos cañones.

—Entendido. Buen trabajo, coronel. Hágaselo saber a sus muchachos. Han peleado de una forma increíble, el Imperio está muy orgulloso de lo que han hecho hoy.

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