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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (79 page)

BOOK: El Arca de la Redención
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—Correcto. Nuestros cuerpos y la estructura de la nave que nos rodea todavía tienen casi toda su cuota de masa inercial. El suelo de la nave nos presiona a cinco gravedades, así que sentimos cinco gravedades de fuerza. Pero eso es solo porque estamos fuera de la burbuja.

—¿Adónde quieres llegar?

—A esto. —Sukhoi alteró la imagen e hizo que el círculo se expandiera hasta encerrar todo el volumen de la nave estelar—. La geometría del campo es compleja, Clavain, y depende de una forma muy complicada del grado de supresión de la inercia. A cinco gravedades podemos excluir toda la parte habitada de la nave de los efectos más importantes de la maquinaria. Pero a seis... no funciona. Caemos dentro de la burbuja.

—Pero de hecho, ya estamos dentro de ella —dijo Clavain.

—Sí, pero no tanto como para sentir algo. A seis gravedades, sin embargo, los efectos del campo se elevarían por encima del umbral de detectabilidad fisiológica. Y además de forma brusca: no es un efecto lineal. Pasaríamos de experimentar cinco gravedades a experimentar solo una.

Clavain ajustó su posición, intentaba encontrar una postura que aliviara uno o más de los puntos de presión.

—Eso no suena tan mal.

—Pero también sentiríamos que nuestra masa inercial es una quinta parte de la que debería. Cada parte de tu cuerpo, cada músculo, cada órgano, cada hueso, cada fluido ha evolucionado en condiciones normales de inercia. Todo cambia, Clavain, incluso la viscosidad de la sangre. —Sukhoi lo rodeó con su vagón mientras intentaba recuperar el aliento—. He visto lo que les pasa a las personas que caen en campos de supresión extrema de la inercia. Muchas veces mueren. Sus corazones dejan de latir como deben. También les pueden pasar otras cosas, sobre todo si el campo no es estable... —Con cierto esfuerzo, la mujer lo miró a los ojos—. Que no lo será, te lo aseguro.

Clavain dijo:

—Todavía lo quiero. ¿La maquinaria rutinaria seguirá funcionando de forma normal? ¿Las arquetas de sueño frigorífico, ese tipo de cosas? —No voy a hacer ninguna promesa, pero... Clavain sonrió.

—Entonces haremos lo siguiente: congelamos al ejército de Escorpio, o tantos como podamos, en las arquetas nuevas. A todos los que no podamos congelar, o a los que podríamos necesitar para alguna consulta, los enchufamos a un sistema de apoyo vital, lo suficiente para que sigan respirando y bombeando sangre a la velocidad adecuada. Eso funcionará, ¿no?

—Una vez más, no hay promesas.

—Seis gravedades, Sukhoi. Es todo lo que te pido. Puedes hacerlo, ¿verdad? —Puedo, y lo haré si insistes en ello. Pero tienes que entender una cosa: el vacío cuántico es un nido de serpientes...

—Y nosotros lo estamos pinchando con un palo muy afilado, sí. Sukhoi lo dejó terminar.

—No. Eso era antes. A seis gravedades ya estamos abajo, en el pozo con las serpientes, Clavain.

El dejó que la mujer tuviera su momento, luego le dio unas palmaditas al casco de hierro del vagón de viaje.

—Tú solo hazlo, Pauline. Ya me preocuparé yo de las analogías.

Sukhoi hizo girar el vagón y fue rodando al ascensor que la llevaría nave abajo. Clavain la vio irse e hizo una mueca cuando se anunció otra ampolla de presión.

La transmisión llegó un poco después. Clavain buscó a fondo un ataque informativo oculto, pero estaba limpia.

Era de Skade, en persona. Se la llevó a su alojamiento mientras disfrutaba de un pequeño respiro de la alta aceleración. Los expertos de Sukhoi tenían que reptar por encima de su maquinaria de inercia, y no les gustaba hacerlo mientras funcionaban los sistemas. Clavain sorbió un poco de té mientras la grabación se ponía sola.

La cabeza y los hombros de Skade aparecían en un volumen de proyección ovalado, desdibujado por los bordes. Clavain recordó la última vez que la había visto así: la mujer le había retransmitido un mensaje cuando él todavía iba de camino a Yellowstone. En aquel momento había supuesto que la rígida postura de Skade era una función del formato del mensaje, pero ahora que la veía otra vez empezaba a tener sus dudas. No movía la cabeza al hablar, como si la tuviera sujeta por ese tipo de soportes que utilizaban los cirujanos cuando realizaban una operación muy precisa en el cerebro. Su cuello desaparecía en una ridícula coraza de un color negro reluciente, como algo sacado de la Edad Media, y también había algo más extraño, aunque no terminaba de ver lo que era...

—Clavain —le dijo—. Por favor, ten la cortesía de ver esta transmisión completa y estudiar con mucho cuidado lo que estoy a punto de proponerte. No hago esta oferta a la ligera, y no la haré dos veces.

Clavain esperó a que continuara.

—Has demostrado que no es tan fácil matarte —dijo Skade—. Todos mis intentos han fracasado hasta ahora, y no hay seguridad de que lo que intente en el futuro vaya a funcionar tampoco. Pero eso no significa que espere que vivas. ¿Has mirado detrás de ti en los últimos tiempos? Es una pregunta retórica, estoy segura de que lo has hecho. Debes de ser consciente, incluso con tu limitada capacidad de detección, de que hay más naves ahí fuera. ¿Recuerdas el destacamento especial que se suponía que debías comandar, Clavain? El maestro de obra ha terminado esas naves. Tres de ellas se están acercando a ti por detrás. Están mejor armadas que la Sombra Nocturna: cañones pesados de aceleración relativa, baterías bóser y gráser nave a nave, por no hablar de las picas de largo alcance. Y todas tienen un objetivo muy brillante al que apuntar.

Clavain sabía lo de las otras naves, si bien solo aparecían en el límite extremo de sus detectores. Había comenzado a adoptar las velas lumínicas de Skade, apuntaba sus propios láser ópticos hacia ellas al pasar a su lado en medio de la noche, y las viraba para colocarlas en el camino de las naves que lo perseguían. Las probabilidades de una colisión seguían siendo pequeñas y el perseguidor siempre podía desplegar las mismas defensas antivelas que él había inventado, pero con eso había bastado para obligar a Skade a abandonar la producción de velas.

—Lo sé —murmuró él.

Skade continuó.

—Pero estoy dispuesta a hacer un trato, Clavain. Tú no quieres morir y la verdad es que yo no quiero matarte. Si te he de ser franca, hay otros problemas en los que preferiría invertir mi energía.

—Encantador. —Clavain sorbió un poco más de té.

—Así que te voy a dejar vivir, Clavain. Y lo que es más importante, voy a dejar que recuperes a Felka.

Clavain dejó la taza a un lado.

—Está muy enferma, Clavain, se está refugiando en sueños sobre la Muralla. Todo lo que hace ahora mismo es construir estructuras circulares a su alrededor, juegos intrincados que exigen toda su atención cada hora del día. Son sucedáneos de la Muralla. Ha dejado de dormir, como una auténtica combinada. Estoy preocupada por ella, de verdad. Tú y Galiana trabajasteis tanto para hacerla más humana... Y sin embargo veo que ese trabajo se va derrumbando día a día, igual que se derrumbó la Gran Muralla marciana. —El rostro de Skade formó una sonrisa triste y rígida—. Ya no reconoce a la gente. No muestra ningún interés por nada salvo su colección de obsesiones, cada vez más reducida. Ni siquiera pregunta por ti, Clavain.

—Si le haces daño... —se encontró diciendo él.

Pero Skade seguía hablando.

—Pero quizá todavía haya tiempo para marcar la diferencia, para arreglar parte del daño, si no todo. Es cosa tuya, Clavain. Nuestra velocidad diferencial es ahora lo bastante pequeña como para hacer posible una operación de traslado. Si te apartas de mi rumbo y no muestras señales de querer volver a él, te enviaré a Felka a bordo de una corbeta, disparada hacia el espacio profundo, por supuesto.

—Skade...

—Espero tu respuesta inmediata. Una transmisión personal sería agradable, pero a falta de eso esperaré ver un cambio en tu vector de propulsión.

La mujer suspiró y fue en ese momento cuando Clavain se dio cuenta de lo que le había estado inquietando sobre Skade desde el comienzo de la transmisión. Era el modo en el que no respiraba, ni una vez se había detenido para coger aire.

—Una última cosa. Te daré un generoso margen de error antes de decidir que has rechazado mi oferta. Pero cuando haya terminado ese margen, aun así pondré a Felka a bordo de una corbeta. La diferencia es que no te lo pondré fácil para que la encuentres. Piensa en eso, Clavain, ¿quieres? Felka, sólita entre las estrellas, tan lejos de cualquiera compañía. Quizá no lo entienda. Claro que es muy posible que sí. —Skade dudó, luego añadió—: Tú deberías saberlo, supongo, mejor que nadie. Después de todo, es tu hija. La pregunta es, ¿cuánto significa en realidad para ti?

La transmisión de Skade terminó así.

Remontoire estaba consciente. Esbozó una sonrisa tranquila y divertida cuando Clavain entró en la habitación que le servía tanto de alojamiento como de prisión. No se podía decir que tuviera un aspecto lozano y chispeante, ese nunca sería el caso, pero tampoco parecía un hombre al que habían congelado no hace mucho y que antes de eso había estado muerto, técnicamente hablando.

—Me preguntaba cuándo me harías una visita —dijo con lo que a Clavain le pareció una alegría encantadora. Yacía de espaldas, la cabeza sobre una almohada, las manos entrelazadas en el pecho, pero en todos los sentidos con un aspecto relajado y tranquilo.

El exoesqueleto de Clavain le facilitó que se sentara, y cambió la presión de un grupo de ampollas a otro.

—Me temo que las cosas se han puesto un poquito difíciles —dijo Clavain—. Pero me alegro de ver que estás de una sola pieza. Hasta ahora no ha sido el momento favorable para descongelarte.

—Lo entiendo —dijo Remontoire haciendo un gesto despectivo con la mano—. No puede...

—Espera. —Clavain miró a su viejo amigo y observó los ligeros cambios en su aspecto facial que habían sido necesarios para que Remontoire funcionara como agente en la sociedad de Yellowstone. Clavain se había acostumbrado a que careciera por completo de pelo, como un maniquí sin terminar.

—¿Esperar a qué, Clavain?

—Hay unas reglas básicas que tienes que saber, Rem. No puedes dejar esta habitación, así que, por favor, no me avergüences intentando hacerlo.

Remontoire se encogió de hombros, como si no tuviera gran importancia. —Ni se me ocurriría. ¿Qué más?

—No puedes comunicarte con ningún sistema más allá de esta habitación, no mientras estés aquí dentro. Así que, una vez más, no lo intentes. —¿Cómo lo sabrías, si lo intentase? —Lo sabría.

—Me parece justo. ¿Algo más?

—No sé todavía si puedo confiar en ti. De ahí las precauciones y mi reticencia general a despertarte antes de este momento. —Perfectamente comprensible.

—No he terminado. Quiero confiar en ti, de veras, Rem, pero no estoy seguro de que pueda. Y no puedo permitirme arriesgar el éxito de esta misión. —Remontoire empezó a decir algo pero Clavain levantó un dedo y siguió hablando—. Por eso no voy a correr ningún riesgo. Ninguno en absoluto. Si haces cualquier cosa, no importa lo trivial que parezca, que yo pueda creer que va de algún modo en detrimento de esta misión, te mataré. Nada de «si» y nada de «pero». Nada de juicios, en absoluto. Estamos muy lejos de la Convención de Ferrisville, muy lejos del Nido Madre.

—Supuse que estábamos en una nave —dijo Remontoire—. Y estamos acelerando mucho, muchísimo. Quise encontrar algo que pudiera dejar caer al suelo para poder tener una idea exacta de cuánto. Pero hiciste un gran trabajo cuando me dejaste sin nada. Aun así puedo calcularlo. ¿Cuánto es ahora, cuatro gravedades y media?

—Cinco —dijo Clavain—. Y pronto estaremos entrando en seis y algo más.

—Esta habitación no me recuerda a ninguna parte de la Sombra Nocturna. ¿Has capturado otra abrazadora lumínica, Clavain? Eso no puede haber sido nada fácil.

—Me ayudaron un poco.

—¿Y el ritmo tan alto de aceleración? ¿Cómo lo has conseguido sin la caja de trucos mágicos de Skade?

—Skade no creó esa tecnología de la nada. La robó, o robó las piezas suficientes para averiguar el resto. Pero no era la única que tenía acceso a ella. Conocí a un hombre que había sangrado la misma veta madre.

—¿Y ese hombre está a bordo de esta nave?

—No, nos ha dejado que nos las arreglemos solos. Es mi nave, Rem. —Clavain sacó de golpe un brazo encerrado en el aparejo de apoyo y le dio unos golpecitos a la tosca pared de metal de la celda de Remontoire—. Se llama Luz del Zodíaco. Transporta un pequeño ejército. Skade va por delante de nosotros, pero no voy a dejar que le ponga las manos encima a esas armas sin luchar.

—Ah, Skade. —Remontoire asintió y sonrió.

—¿Hay algo que te divierte?

—¿Se ha puesto en contacto contigo?

—Por decirlo de alguna manera, sí. Por eso te he despertado. ¿Adónde quieres llegar?

—¿Dejó claro lo que había...? —La voz de Remontoire se fue perdiendo con lo que Clavain fue consciente de que lo estaba observando muy de cerca—. Es evidente que no.

—¿Qué?

—Estuvo a punto de morir, Clavain. Cuando tú te escapaste del cometa, en el que nos encontramos con el maestro de obra. —Está claro que mejoró.

—Bueno, eso depende mucho... —Una vez más, la voz de Remontoire se perdió—. No se trata de Skade, ¿verdad? Veo esa mirada preocupada y paternal en tus ojos. —Con un ágil movimiento se ladeó en la cama y se sentó con una postura bastante normal en el borde, como si cinco gravedades de aceleración no lo afectaran en absoluto. Solo una diminuta vena que le temblaba en la sien traicionaba la tensión a la que estaba sometido—. Déjame adivinarlo. Todavía tiene a Felka, ¿verdad?

Clavain no dijo nada, se limitó a esperar a que Remontoire continuase.

—Intenté hacer que Felka viniese conmigo y con el cerdo —dijo—, pero Skade no quiso ni oír hablar de ello. Dijo que Felka le era más útil como moneda de cambio. No pude convencerla de lo contrario. Si hubiera discutido con demasiado afán, no me habría dejado ir detrás de ti.

—Viniste a matarme.

—Vine a detenerte. Mi intención era persuadirte para que volvieras conmigo al Nido Madre. Por supuesto que te habría matado llegado el caso, pero tú me habrías hecho exactamente lo mismo si fuera algo en lo que creyeras lo suficiente. —Remontoire hizo una pausa—. Creí que podría sacarte la idea de la cabeza. Nadie más te habría dado una oportunidad.

—Ya hablaremos de eso más tarde. Ahora la que importa es Felka.

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