Read El ciclo de Tschai Online
Authors: Jack Vance
El sol estaba bajo en el horizonte occidental cuando partieron del siniestro palacio. Mientras cruzaban el patio, Reith observó una puerta recia y baja encajada en un hueco de la pared. La abrió, revelando un tramo de empinadas escaleras de piedra que descendían a la oscuridad. Les azotó una vaharada de humedad, putrefacción, inmundicias orgánicas... y algo más: unos efluvios almizcleños que pusieron de punta los pelos de la nuca de Reith.
—Mazmorras —dijo Anacho lacónicamente—. Escuchad.
Un débil murmullo crujiente brotó de abajo. En la parte interior, junto a la puerta, Reith encontró una lámpara, pero no consiguió encenderla. Anacho golpeó la parte superior del bulbo, y se produjo una blanquecina radiación.
—Un dispositivo Dirdir —dijo.
El grupo descendió las escaleras, preparado para cualquier cosa, y se detuvo en una amplia carama de alto techo abovedado. Traz, sujetando a Reith por el brazo, señaló; Reith vio una sombra negra deslizándose suavemente en la oscuridad del fondo.
—Pnume —murmuró Anacho, encajando los hombros—. Infestan los lugares en ruinas de Tschai, como los gusanos la madera vieja.
Una lámpara en lo alto arrojaba una débil luz, revelando jaulas en torno a la periferia de la cámara. En algunas de ellas había huesos, en otras montones de carne putrefacta, en otras criaturas vivas que producían los sonidos que el grupo había escuchado.
—Agua, agua —gemían las harapientas figuras—. ¡Dadnos agua!
Reith acercó la lámpara.
—Hombres-Chasch.
Llenó bols de un depósito a un lado de la cámara y los llevó a las jaulas.
Los Hombres-Chasch bebieron ávidamente y clamaron pidiendo más. Reith se la trajo.
En el extremo más alejado de la cámara había otra jaula más pesada conteniendo un par de enormes figuras inmóviles con enormes cráneos cónicos.
—Chasch Verdes —susurró Traz—. ¿Qué pretendía hacer Naga Goho con ésos?
—Observa —dijo Anacho—: miran en una única dirección, la dirección de su horda. Son telépatas.
Reith llenó otros dos cuencos de agua, los depositó en la jaula de los Chasch Verdes. Las criaturas se acercaron pesadamente, los tomaron y los vaciaron de un golpe.
Reith volvió junto a los Hombres-Chasch.
—¿Cuánto tiempo lleváis aquí?
—Mucho, mucho tiempo —croó uno de los cautivos—. No puedo contarlo.
—¿Por qué fuisteis enjaulados?
—¡Por pura crueldad! ¡Porque éramos Hombres-Chasch!
Reith se volvió hacia los hombres del comité.
—¿Sabíais vosotros que estaban aquí?
—¡No! Naga Goho hacía lo que quería. Reith descorrió los cerrojos de las jaulas, abrió las puertas.
—Salid; sois libres. Los hombres que os capturaron están muertos.
Los Hombres-Chasch se arrastraron temerosamente fuera de las jaulas. Se dirigieron al depósito y bebieron más agua. Reith se volvió para examinar a los Chasch Verdes.
—Muy extraño. Realmente muy extraño.
—Tal vez Goho los utilizara como indicadores —sugirió Anacho—. Así podía saber en cualquier momento la dirección de su horda.
—¿Nadie puede hablar con ellos?
—No hablan; transmiten pensamientos. Reith se volvió hacia los hombres del comité.
—Enviad a una docena de hombres para transportar las jaulas a la plaza.
—Bah —murmuró Bruntego, el Gris—. Es mejor matar a esas horribles bestias. ¡Y matar también a los Hombres-Chasch!
Reith le lanzó una intensa mirada.
—¡Nosotros no somos Gnashters! ¡Matamos solamente por necesidad! En cuanto a los Hombres-Chasch, dejadles que vuelvan a su servilismo o que se queden aquí como hombres libres, lo que elijan.
Bruntego lanzó un hosco gruñido.
—Si no los matamos, ellos nos matarán a nosotros.
Reith no respondió. Volvió la lámpara hacia los lugares más remotos de la mazmorra, para descubrir solamente húmedas paredes de piedra. No pudo averiguar cómo el Pnume había abandonado la cámara, ni consiguió que los Hombres-Chasch le proporcionaran alguna información coherente.
—¡Aparecían, silenciosos como demonios, para mirarnos, sin una palabra, sin siquiera darnos un poco de agua!
—Extrañas criaturas —rumió Reith.
—¡Son los seres más extraños de Tschai! —exclamaron los Hombres-Chasch, temblando ante la emoción de su recién recobrada libertad—. ¡Deberían ser extirpados del planeta!
—Al igual que los Dirdir, los Wankh y los Chasch —dijo Reith, sonriendo.
—No, los Chasch no. Nosotros somos Chasch, ¿acaso no lo sabes?
—¡Bah! —dijo Reith, bruscamente irritado—. Quitaos esas ridículas cabezas falsas. —Dio un paso adelante, les arrancó los cómicos cascos—. ¡Sois hombres y nada más! ¿Por qué permitís que los Chasch os conviertan en sus víctimas?
Los Hombres-Chasch guardaron silencio, mirando temerosamente a las jaulas, como si esperaran un nuevo encarcelamiento.
—Vamos —dijo Reith bruscamente—. Salgamos de aquí.
Pasó una semana. Sin nada mejor que hacer, Reith se dedicó intensamente a su trabajo. Seleccionó a un grupo de hombres y mujeres jóvenes de entre los más obviamente inteligentes, a los que pudiera enseñar y que pudieran enseñar a los demás. Formó una milicia cívica, delegando en este caso la autoridad en Baojian, el antiguo jefe de caravana. Con la ayuda de Anacho y Tostig, el viejo nómada, redactó el borrador de un intento de código legal. Explicó una y otra vez los beneficios que se derivarían de sus innovaciones, despertando una gran variedad de respuestas: interés, aprensión, sonrisas dudosas, entusiasmo, y a menudo nada excepto una absoluta incomprensión. Aprendió que el organizar un gobierno era algo más que simplemente dar órdenes; fue requerido para estar en todas partes a la vez. Y siempre, en lo más profundo de su mente, estaba la aprensión: ¿qué estaban planeando los Chasch Azules? No podía creer que hubieran abandonado tan fácilmente sus esfuerzos por capturarle. Estaba más allá de toda duda el que empleaban espías. En consecuencia, debían estar informados de lo que ocurría en Pera, y en consecuencia no se daban mucha prisa. Pero más tarde o más temprano acudirían en su busca. Un hombre normalmente prudente huiría al instante de Pera. Reith, por una gran variedad de razones, se sentía reacio a huir.
Los Hombres-Chasch de las mazmorras no mostraban demasiado interés en regresar a Dadiche. Reith supuso que eran fugitivos de la justicia de los Chasch. Los guereros Chasch Verdes eran un problema. Reith no podía decidirse a matarlos, pero la opinión popular se pondría en contra suya si los liberaba. Como un compromiso entre las dos soluciones, su jaula fuera instalada en la plaza, y las criaturas sirvieron como espectáculo para la gente de Pera. Los Chasch Verdes ignoraban aquella atención, y seguían con la vista firmemente fija al norte, unidos telepáticamente —o al menos eso decía Anacho— con su horda.
El principal solaz de Reith era la Flor de Cath, aunque la muchacha le intrigaba. No podía captar su estado de ánimo. Durante el largo viaje con la caravana se había mostrado melancólica, lejana, en cierto modo altiva. Luego se había vuelto gentil y amante, aunque a veces estaba como ausente. Reith la encontraba más atrayente que nunca, llena de un centenar de dulces sorpresas. Pero su melancolía persistía. Añoranza, decidió Reith; casi con toda seguridad anhelaba volver a su hogar en Cath. Con una docena de otras preocupaciones ante él, Reith fue posponiendo el día en que tendría que cumplir con los anhelos de Derl.
Los tres Hombres-Chasch, supo finalmente Reith, no eran ciudadanos de Dadiche, sino que procedían de Saaba, una ciudad al sur. Una tarde, en el salón principal de la posada, atacaron a Reith por lo que consideraban como sus «extravagantes ambiciones».
—¡Deseas rebajar a las razas superiores, pero lo único que conseguirás será el fracaso! Los subhombres son incapaces de mantener una civilización.
—No sabéis de lo que estáis hablando —dijo Reith, divertido por su vehemencia.
—Por supuesto que lo sabemos; ¿acaso los Hombres-Chasch no somos el estadio larval de los Chasch Azules? ¿Quién puede saberlo mejor?
—Cualquiera con unas ciertas nociones de biología.
Los Hombres-Chasch hicieron frenéticos gestos.
—Tú no eres más que un subhombre, y estás celoso de una raza más avanzada.
—En Dadiche vi la casa de los muertos, la funeraria o como quiera que lo llaméis vosotros —dijo Reith—. Vi al Chasch Azul abrir el cráneo del Hombre-Chasch muerto y depositar a un pequeño Chasch Azul sobre su frío cerebro. Os engañan; os hacen creer eso para asegurarse vuestro servilismo. Sin duda los Dirdir utilizan otra técnica similar con los Hombres-Dirdir, aunque dudo que los Hombres-Dirdir esperen convertirse en auténticos Dirdir. —Miró a Anacho, sentado en la misma mesa—. ¿Y bien?
La voz de Anacho tembló ligeramente.
—Los Hombres-Dirdir no esperamos convertirnos en Dirdir; eso es superstición. Ellos son el Sol; nosotros somos la Sombra; pero ambos surgimos del mismo Huevo Primigenio. Los Dirdir son la forma más alta de la vida cósmica; los Hombres-Dirdir solamente podemos emularlos, y eso es lo que hacemos, con orgullo. ¿Qué otra raza ha producido tanta gloria, ha conseguido tanta magnificencia?
—La raza de los hombres —dijo Reith.
El rostro de Anacho se crispó en una sonrisa burlona.
—¿En Cath? Comedores de lotos. ¿Los Merribs? Artesanos vagabundos. Los Dirdir son los únicos que ocupan un lugar prominente en Tschai.
—¡No, no, no! —gritaron simultáneamente los Hombres-Chasch—. Los subhombres son los desechos de los Hombres-Chasch. Algunos se convierten en clientes de los Dirdir. Los auténticos hombres proceden de Zoór, el mundo Chasch.
Anacho se volvió, disgustado. Reith dijo:
—Este no es el caso, aunque no espero que me creáis. Los dos estáis equivocados.
Anacho, el Hombre-Dirdir, habló con una voz elaboradamente casual.
—Eres tan categórico; me desconciertas. Tal vez puedas iluminarnos un poco más.
—Quizá pueda —dijo Reith—. Pero por el momento no tengo intención de hacerlo.
—¿Por qué no? —insistió Anacho—. Esa iluminación podría ser útil para todos nosotros.
—Conoces tan bien los hechos como yo mismo —dijo Reith—. Extrae tus propias deducciones.
—Qué hechos? —estallaron los Hombres-Chasch—. ¿Qué deducciones?
—¿Acaso no están claras? Los Hombres-Chasch se hallan en servidumbre, exactamente del mismo modo que los Hombres-Dirdir. Los hombres no son biológicamente compatibles con ninguna de las dos razas, ni con los Wankh ni con los Pnume. Evidentemente, los hombres no se originaron en Tschai. La deducción es que fueron traídos aquí como esclavos, hace mucho tiempo, desde el mundo de los hombres.
Los Hombres-Chasch gruñeron; Anacho alzó los ojos y estudió el techo. Los hombres de Pera sentados a la mesa suspiraron.
Siguieron hablando, y la conversación se volvió excitada y vehemente a medida que transcurría la tarde. Los Hombres-Chasch se dirigieron a un rincón y siguieron discutiendo entre ellos, dos contra uno.
A la mañana siguiente los tres Hombres-Chasch abandonaron Pera en dirección a Dadiche, precisamente en el carro de Emmink. Reith los contempló marcharse con aprensión. Indudablemente informarían de sus actividades y de sus doctrinas radicales. Los Chasch Azules no lo aprobarían. La existencia, reflexionó Reith, se había vuelto extremadamente compleja. El futuro parecía tenebroso, incluso siniestro. Consideró una vez más la posibilidad de una huida. Pero la perspectiva seguía sin ser atrayente.
Durante la tarde Reith observó los primeros entrenamientos de la nueva milicia: seis pelotones de cincuenta hombres cada uno, armados de la más diversa forma con catapultas, espadas, machetes cortos, y llevando una gran variedad de atuendos: pantalones, batas, albornoces, faldas cortas, harapos y ropas de pieles. Algunos llevaban barba, otros el cráneo afeitado y pintado; el pelo de algunos colgaba hasta sus hombros. Reith pensó que nunca había visto un espectáculo tan deprimente. Observó con entremezclada diversión y desesperación mientras tropezaban y chocaban unos con otros, con una torpeza inigualable, en su intento de realizar los ejercicios que había ordenado. Los seis tenientes, que no mostraban un excesivo entusiasmo, sudaban y maldecían, daban órdenes más o menos al azar, mientras el aplomo de Baojian se veía duramente puesto a prueba.
Reith retiró finalmente a dos tenientes del grupo y nombró a dos nuevos hombres de las filas. Se subió a un carro, llamó a los hombres a su alrededor.
—¡No lo estáis haciendo bien! ¿No comprendéis para qué estáis aquí? ¡Para aprender a protegeros a vosotros mismos! —Miró de un hosco rostro a otro, luego señaló a un hombre que había estado murmurándole algo a su compañero—. ¡Tú! ¿Qué estás diciendo? ¡Dilo en voz alta!
—Digo que este marchar y desfilar es una tontería, una pérdida de energías; ¿qué beneficio puede sacarse de todo esto?
—El beneficio es éste: aprendéis a obedecer órdenes, de una forma rápida y efectiva. Aprendéis a funcionar como un conjunto. Veinte hombres actuando conjuntamente son más fuertes que un centenar de hombres yendo cada cual por su lado. En una batalla el líder hace los planes; los guerreros disciplinados llevan adelante esos planes. Sin disciplina, los planes son inútiles y las batallas se pierden. ¿Comprendes ahora?
—Bah. ¿Cómo pueden los hombres ganar batallas? Los Chasch Azules tienen armas energéticas y plataformas de guerra. Nosotros tenemos unos cuantos lanzaarena. Los Chasch Verdes son indomables; nos matarán como hormigas. Es más sencillo esconderse entre las ruinas. Así es como han vivido siempre los hombres en Pera.
—Las condiciones son distintas —dijo Reith—. Si no quieres hacer el trabajo de un hombre, siempre puedes hacer el trabajo de una mujer y llevar ropas de mujer. Elige. —Aguardó, pero el disidente se limitó a mirarle con ojos iracundos y a agitar los pies.
Reith bajó del carro y dio una serie de órdenes. Algunos hombres fueron enviados a la ciudadela a buscar rollos de tela y piel. Otros trajeron tijeras y navajas; los hombres de la milicia, pese a las protestas, fueron obligados a asearse. Mientras tanto, las mujeres de la ciudad se habían reunido y puesto a cortar y coser uniformes: largas túnicas blancas sin mangas con un rayo negro bordado en el pecho. Los cabos y sargentos llevaban hombreras negras; los tenientes llevaban en sus uniformes mangas cortas rojas.
Al día siguiente la milicia, con sus nuevos atuendos, hizo nuevamente su instrucción, y en esta ocasión lo hicieron notablemente mejor... incluso, pensó Reith, con una cierta desenvoltura.