El ciclo de Tschai (24 page)

Read El ciclo de Tschai Online

Authors: Jack Vance

BOOK: El ciclo de Tschai
9.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

Por la mañana del tercer día después de la partida de los Hombres-Chasch, las dudas de Reith quedaron resueltas. Una gran plataforma, de veinte metros de largo por diez de ancho, apareció deslizándose sobre la estepa. Voló trazando un lento círculo en torno a Pera, luego se posó en la plaza, directamente delante de la Posada de la Estepa Muerta. Una docena de fornidos Hombres-Chasch —Guardias de Seguridad con pantalones grises y chaquetillas púrpuras— saltaron al suelo y se mantuvieron firmes con las manos apoyadas en sus armas. Seis Chasch Azules permanecían de pie en la cubierta de la plataforma, mirando en torno a la plaza desde debajo de sus prominentes arcos ciliares. Aquellos Chasch Azules parecían ser personajes especiales; llevaban ligeros trajes de filigrana de plata, altos morriones de plata, cazoletas de plata protegiendo las articulaciones de sus brazos y piernas.

Los Chasch Azules hablaron brevemente con los Hombres-Chasch; dos de esos últimos se dirigieron a la puerta de la posada y llamaron al posadero.

—Un hombre llamado Reith se ha erigido en vuestro jefe. Tráelo; el Señor Chasch quiere hablarle.

El posadero, medio asustado, medio burlón, adoptó una actitud obsequiosa.

—Está ocupado en estos momentos; tendréis que esperar a que llegue.

—¡Notifícaselo! ¡Aprisa!

Reith recibió lúgubremente el aviso, pero no se sorprendió. Permaneció sentado unos momentos, pensando; luego, con un profundo suspiro, tomó una decisión que, para bien o para mal, iba a alterar las vidas de todos los hombres de Pera, y quizá de todos los hombres en Tschai. Se volvió a Traz, le dio una serie de órdenes, luego bajó lentamente al salón principal de la posada.

—Dile a los Chasch que hablaré con ellos aquí dentro.

El posadero transmitió el mensaje a los Hombres-Chasch, los cuales a su vez se lo comunicaron a los Chasch Azules.

La respuesta fue una serie de sonidos guturales. Los Chasch Azules bajaron al suelo, se acercaron a la posada, y se detuvieron formando una resplandeciente línea plateada ante ella. Los Hombres-Chasch entraron. Uno de ellos ladró:

—¿Quién es el hombre que se dice el jefe? ¿Dónde está? ¡Que levante la mano!

Reith los apartó a un lado y salió de la posada. Se enfrentó a los Chasch Azules, que lo miraron siniestramente. Reith examinó fascinado los rostros alienígenas: ojos como pequeñas cuentas de metal brillando bajo la sombra de su prominencia cefálica, el complejo dispositivo nasal, el morrión de plata y la armadura de filigrana. Por el momento no parecían ni astutos, ni caprichosos ni extravagantes, ni cruelmente burlones; su aspecto era simplemente amenazador.

Reith se enfrentó a ellos, los brazos doblados sobre su pecho. Aguardó, cambiando mirada por mirada.

Uno de los Chasch Azules llevaba un morrión con una cresta más alta que los demás. Habló con la estrangulada voz glótica típica de su raza.

—¿Qué haces tú aquí en Pera?

—Soy el jefe electo.

—Tú eres el hombre que efectuó una visita no autorizada a Dadiche, que visitó el Centro Técnico. Reith no respondió.

—Bien, ¿qué tienes que decir? —exigió el Chasch Azul—. No niegas la acusación; tu olor es característico. De alguna manera entraste y saliste de Dadiche; y efectuaste investigaciones furtivas. ¿Por qué?

—Porque nunca había visitado Dadiche antes —dijo Reith—. Vosotros estáis ahora visitando Pera sin ninguna autorización expresa; de todos modos, sois bienvenidos, siempre que respetéis nuestras leyes. Me gustaría pensar que los hombres de Pera pudieran visitar Dadiche bajo las mismas bases.

Los Hombres-Chasch lanzaron roncas risitas; los Chasch Azules miraron a Reith sombríamente impresionados. El portavoz dijo:

—Has estado difundiendo una falsa doctrina y persuadiendo a los hombres de Pera a que se dejaran engañar por ella. ¿De dónde derivas esas ideas?

—Las ideas no son ninguna falsa doctrina ni engañan a nadie. Son evidentes por sí mismas.

—Tienes que venir con nosotros a Dadiche —dijo el Chasch Azul— y aclarar un cierto número de peculiares circunstancias. Sube a la plataforma.

Sonriendo, Reith negó con la cabeza.

—Si tienes alguna pregunta que hacer, hazla ahora. Luego yo te haré mis preguntas.

El Chasch Azul hizo una seña a los guardias Hombres-Chasch. Ésos avanzaron con la intención de sujetar a Reith. Éste dio un paso atrás, miró hacia las ventanas superiores. Una nube de flechas de catapulta llovió sobre el lugar, atravesando las frentes y los cuellos de los Hombres-Chasch. Pero las flechas dirigidas a los Chasch Azules fueron desviadas por un campo de fuerza, y los Chasch Azules permanecieron incólumes. Fueron a empuñar sus propias armas, pero antes de que pudieran apuntar y disparar Reith desdobló sus brazos. Sujetaba en su mano la célula de energía. Con un rápido barrido de su brazo quemó las cabezas y los hombros de los seis Chasch Azules. Los cuerpos saltaron en el aire a causa de algún reflejo particular, luego se derrumbaron al suelo con un múltiple ruido sordo, donde quedaron tendidos cubiertos por glóbulos de plata fundida.

El silencio era completo. Lo espectadores parecían estar conteniendo la respiración. Todos se volvieron para apartar sus ojos de los cadáveres y mirar a Reith; luego, como movidos por un mismo presentimiento, todos se volvieron para mirar hacia Dadiche.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —susurró Bruntego el Gris—. Estamos perdidos. Nos darán como alimento a sus flores rojas.

—Exactamente —dijo Reith—, a menos que tomemos medidas para impedírselo. —Hizo una seña a Traz; recogieron las armas y el resto del equipo de los descabezados Chasch Azules y de los Hombres-Chasch; luego Reith ordenó que los cuerpos fueran retirados y enterrados.

Se dirigió hacia la plataforma, subió a ella. Los controles —un amontonamiento de pedales, palancas y brazos flexibles— estaban más allá de su comprensión. Anacho el Hombre-Dirdir subió para echar un vistazo a la plataforma. Reith preguntó:

—¿Sabes cómo funciona esta cosa? Anacho soltó un gruñido despectivo.

—Por supuesto. Se basa en el antiguo Sistema Daidne. Reith miró a lo largo de la plataforma.

—¿Qué son esos tubos? ¿Cañones energéticos Chasch?

—Sí. Obsoletos, por supuesto, comparados con las armas Dirdir.

—¿Cuál es su alcance?

—No mucha distancia. Son tubos de poca energía.

—Supongamos que montamos cuatro o cinco lanza-arenas en la plataforma. Dispondríamos de un considerable poder de fuego.

Anacho asintió brevemente.

—Burdo y chapucero, pero realizable.

Por la tarde del día siguiente, un par de plataformas volaron altas sobre Pera y regresaron a Dadiche sin tomar tierra. A la mañana siguiente una columna de carromatos procedentes de Dadiche bajaron del puerto de Bebal, conduciendo a doscientos Hombres-Chasch y un centenar de oficiales Chasch Azules. Sobre ellos planeaban cuatro plataformas, con artilleros Chasch Azules.

Los carromatos se detuvieron a un kilómetro de Pera; las tropas se desplegaron en cuatro compañías, que se separaron y avanzaron hacia Pera desde sus cuatro lados, mientras las plataformas flotaban sobre ellas.

Reith dividió la milicia en dos escuadrones, y los envió infiltrándose por entre las ruinas hasta los arrabales de la ciudad al sur y al este, donde las tropas Chasch establecerían el primer contacto.

La milicia aguardó hasta que los Hombres-Chasch y los Chasch Azules, avanzando con grandes precauciones, se hubieron adentrado un centenar de metros en la ciudad. Surgieron bruscamente de sus escondites, disparando todos al unísono sus armas: catapultas, lanzaarena, pistolas del arsenal de Goho, las tomadas de los cadáveres de los Chasch.

El fuego se concentró sobre los Chasch Azules, y de ésos dos tercios murieron en los primeros cinco minutos, junto con la mitad de los Hombres-Chasch. Los que quedaron vivos dudaron, luego se retiraron hacia la estepa.

Las plataformas que los sobrevolaban picaron y empezaron a barrer las ruinas con sus rayos. La milicia volvió a ponerse a cubierto mientras las plataformas descendían aún más.

Muy arriba en el cielo apareció otra plataforma: la que Reith había armado con varios lanzaarena y luego había llevado a ocho kilómetros estepa adentro y había ocultado bajo matorrales. Descendió suavemente sobre las plataformas Chasch, más abajo, cada vez más abajo... Los hombres en los lanzaarena y los rayos energéticos abrieron fuego. Las cuatro plataformas cayeron como piedras. Entonces la plataforma cruzó la ciudad y abrió fuego sobre las dos compañías que estaban penetrando por los sectores norte y este, mientras la milicia abría fuego desde los flancos. Las tropas Chasch se retiraron con grandes pérdidas. Atosigadas por el bombardeo desde el aire, rompieron filas y huyeron por la estepa en un desorden total, perseguidas por las milicias de Pera.

12

Reith conferenció con sus lugartenientes, enfebrecidos por la victoria.

—Hoy hemos vencido porque no nos habían tomado en serio. Pero en cualquier momento pueden lanzar contra nosotros una fuerza abrumadora. Sospecho que esta noche organizarán una fuerte expedición de guerra: todas sus plataformas, todas sus tropas. Y mañana se lanzarán contra nosotros para castigarnos. ¿No suena como algo razonable?

Nadie disintió.

—Puesto que las hostilidades son inevitables, lo mejor es que seamos nosotros quienes tomemos la iniciativa e intentemos preparar algunas sorpresas para los Chasch. Tienen una pobre opinión de los hombres, de modo que podemos causarles algún daño. Eso significa llevar nuestra potencia de fuego hasta allá donde más pueda dolerles.

Bruntego el Gris se estremeció y se llevó las manos al rostro.

—Poseen un millar de soldados Hombres-Chasch, y más. Poseen plataformas aéreas y armas energéticas... mientras que nosotros solamente somos hombres, armados en su mayor parte con catapultas.

—Las catapultas matan a un hombre tanto como un rayo de energía —comentó Reith.

—¡Pero las plataformas, los proyectiles, el poder y la inteligencia de los Chasch Azules! Nos destruirán completamente y reducirán Pera a un cráter.

Tostig, el viejo nómada, era de otra opinión.

—En el pasado les hemos servido demasiado bien, y a muy buen precio. ¿Por qué deberían privarse de todo ello, sólo por dar un golpe espectacular?

—¡Porque así es como actúan los Chasch Azules! Tostig agitó negativamente la cabeza.

—Los Viejos Chasch quizá. Los Chasch Azules no. Preferirán sitiarnos, dejar que nos muramos de hambre, y luego llevarse a nuestros líderes a Dadiche para castigarlos.

—Razonable —admitió Anacho—. ¿Pero podemos esperar que los Chasch Azules se comporten razonablemente? Todos los Chasch están medio locos.

—¡Por esta razón —dijo Reith— debemos devolverles capricho por capricho!

Bruntego, el Gris, adoptó un aire orgulloso.

—El capricho es la única cualidad en la que podemos compararnos a los Chasch Azules.

La discusión prosiguió; fueron hechas y debatidas varias proposiciones, y finalmente se llegó a un tenso acuerdo. Fueron enviados mensajeros a alertar a la población. Entre algunas protestas y quejas, mujeres, niños, ancianos y no cooperativos fueron metidos en carros y enviados en mitad de la noche a una garganta perdida a treinta kilómetros al sur, donde establecerían un campamento temporal.

La milicia se reunió con todas sus armas, luego avanzó en plena noche hacia el puerto de Belbal.

Reith, Traz y. Anacho se quedaron en Pera. La jaula que contenía a los guerreros Chasch Verdes había sido envuelta en tela y cargada a bordo de la plataforma. Al amanecer Anacho hizo elevarse la plataforma y la orientó hacia donde miraban los Chasch Verdes: al nor-nordeste. Recorrieron treinta kilómetros, luego otros treinta; entonces Traz, que permanecía sentado observando a los Chasch Verdes a través de un agujero en la tela, exclamó:

—¡Están volviéndose, girando hacia... hacia el oeste!

Anacho desvió la plataforma hacia el oeste, y unos minutos más tarde descubrían un campamento de Chasch Verdes en un bosquecillo de herbosos árboles junto a un pantano.

—No nos acerquemos demasiado —dijo Reith, examinando el campamento a través de su sondascopio—. Basta con saber que están aquí. Volvamos al puerto de Belbal.

La plataforma regresó al sur, rozando casi los acantilados que miraban hacia el oeste, hacia el océano Schanizade. Pasaron por encima del puerto de Belbal y se posaron en un punto de observación que dominaba tanto Dadiche como Pera.

Pasaron dos horas. Reith fue poniéndose cada vez más nervioso. Sus planes se basaban en hipótesis y suposiciones racionales; los Chasch eran una raza notablemente caprichosa. Entonces, para alivio de Reith, de Dadiche brotó una larga columna negra. Mirando por su sondascopio, Reith vio un centenar de carros cargados con Chasch Azules y Hombres-Chasch, junto con muchos otros llevando armas y cajas de equipo.

—Esta vez —dijo Reith— nos han tomado en serio. —Escrutó el cielo—. No hay plataformas visibles. Indudablemente enviarán alguna muy arriba, como mínimo, para reconocimiento... Ya es hora de empezar a moverse. Estarán en el puerto de Belbal dentro de media hora.

Hicieron descender la plataforma hasta la estepa, y se posaron a varios kilómetros al sur del camino. Trasladaron la jaula al suelo, luego quitaron la tela que la cubría. Los monstruosos guerreros verdes saltaron en pie para mirar a su alrededor.

Reith soltó el cerrojo, lo corrió, y se retiró a la plataforma, que Anacho hizo elevar inmediatamente en el aire. Los Chasch Verdes saltaron fuera con ensordecedores aullidos de triunfo, y se pusieron en pie como unos gigantes. Alzaron sus metálicos ojos hacia la plataforma y alzaron los brazos en gestos de odio. Volviéndose rápidamente hacia el norte, emprendieron la marcha a toda velocidad a través de la estepa, con el largo y elástico paso de los Chasch Verdes.

Los carros de Dadiche llegaron al puerto de Belbal. Los Chasch Verdes se detuvieron bruscamente, miraron asombrados, luego corrieron hacia unos densos matorrales y permanecieron allí inmóviles, casi invisibles.

Los grandes carros empezaron a descender por el camino, hasta que la hilera de vehículos se extendió a lo largo de más de un kilómetro.

Anacho hizo deslizar la plataforma a lo largo de un oscuro barranco, casi hasta la cadena de colinas, y la posó. Reith escrutó el cielo en busca de plataformas, luego miró hacia el este. Los Chasch Verdes, entre los matorrales, eran invisibles. Las fuerzas de Dadiche eran una oruga amenazadora arrastrándose hacia las ruinas de la antigua Pera.

Other books

Die Happy by J. M. Gregson
North of Beautiful by Justina Chen Headley
Wild Ones: Prowl by Zoey Daniels
The Outlaws: Rafe by Mason, Connie
Middlemarch by George Eliot
Way of a Wanton by Richard S. Prather
Black-eyed Devils by Catrin Collier