Authors: Katherine Neville
»En el siglo I, el historiador Tácito había dividido a los germanos en tres tribus. List afirmaba que esas "tribus" eran en realidad castas: la del círculo exterior, los ingevones, estaba formada por granjeros; la siguiente, los istevones, por militares; pero el círculo interior, los hermiones, estaba compuesto por reyes sacerdotes sagrados que custodiaban el secreto de las runas.
»Algunas personas tenían esos conceptos en tan alta estima que en 1908 se creó la Sociedad List para la Conservación del Patrimonio Cultural Alemán, entre cuyos miembros figuraban algunas de las personas más ricas y prominentes del mundo de habla germánica. Su seguimiento ferviente era casi como una nueva religión. Más adelante, se convirtió en una fuerza importante en el entusiasta movimiento nacionalista que originó la Primera Guerra Mundial. En 1911, List formó dentro de la Sociedad un círculo interior selecto, basado en el sacerdocio pagano. Para conferirle un nombre con tintes más alemanes, lo llamó A
rmanenschaft.
Sólo los miembros de este sacerdocio eran totalmente conscientes de que la runa
Hagal
era el poder secreto, tácito, contenido en su nombre...
Wolfgang se detuvo y me miró como si esperara una respuesta.
—¿Te refieres al nombre de Hermione? —dije, con cuidado.
Por supuesto, me había percatado del parecido de ese sacerdocio teutón llamado
Armanenschaft
de principios de siglo con el nombre de un antepasado de mi propia familia, Hermione. Y también observé, con cierta incomodidad, que la antigua huérfana y emigrante holandesa había constituido hasta entonces un personaje vago que no parecía haber hecho gran cosa con su reconocida belleza, aparte de casarse dos veces, heredar dinero y morir joven.
—Un nombre interesante, ¿no crees? —comentó, con una enigmática sonrisa—. En mitología, era la hija de Helena de Troya, abandonada a los nueve años de edad cuando Helena se fugó con Paris y empezó la guerra de Troya. En griego, la palabra
herm
significa «pilar», el significado real de esas tribus antiguas en el centro geográfico absoluto de Alemania y, por supuesto, el nombre del sacerdocio rúnico: los pilares. Ya lo ves, si Hermione significa «reina pilar», es la mujer a cuyo alrededor gira todo. Aquella que, en sí misma, tiene que ser el Eje.
MEFISTÓFELES: | Te descubriré un gran misterio. Hay diosas en tronos solitarios, sublimes más allá del tiempo, más allá del espacio. Sólo pensar en ellas se me hiela la sangre. ¡Son las Madres! |
FAUSTO: | ¡Las Madres, las Madres! ¡Qué bien suena! ¿ Cómo las encontraré? |
MEFISTÓFELES: | No hay camino hacia lo inalcanzable, ni ruta para lo No hay cerrojos, ni llaves, ni barreras. ¿Puedes imaginarte rodeado por el vacío?... Toma esta llave para distinguir el camino verdadero del resto. Sigúelo. Te llevará hasta las Madres. |
JOHANN WOLFGANG GOETHE,
Fausto
Quien osa (amar) el sufrimiento y abrazar la forma de la Muerte, bailar la danza de la destrucción, para él, viene la Madre. |
VlVEKANANDA
Tal vez mi abuela Pandora había desencadenado los acontecimientos al diseminar el contenido de esa caja entre los miembros de mi familia, pero ahora daba la impresión de que no era la única contendiente en liza. Me habían martilleado sin cesar que había dos madres, Pandora y Hermione, que habían generado todos esos otros beneficiarios del legado de mi abuela. Como los clavos martilleados en el
Stock-im-Eisen,
creía que ese nuevo eje, Hermione, la reina pilar, me ayudaría a dar con algo.
Si lo analizaba con detenimiento, ¿qué sabía de Hermione Behn, la madre de Zoé, Earnest y Lafcadio? Poco importaba si las historias que me habían contado sobre ella eran ciertas; si como afirmaba Laf había sido una pobre huérfana holandesa y luego una viuda rica sudafricana, o si como mantenía Wolfgang era la tocaya de un sacerdocio secreto ario consagrado a las runas y al dios Wotan, el
Armanenscbaft.
Hasta el momento, todo lo que se refería a ella me resultaba incomprensible.
Pero por supuesto, la pista que rescaté de todas las opiniones, mitos y puede que fantasías con que me habían obsequiado esos días era la misma pista que Hitler debió de buscar aquí, en la abadía de Melk: si Hermione connotaba eje en griego, y si existía de verdad alguna conexión entre geografía y mitología como todo el mundo creía, entonces la Hermione importante, la que debería buscar, no iba a aparecer en la guía telefónica, en el álbum familiar ni en la historia de las tribus germánicas. Tenía que encontrarla en un mapa.
Cuando Wolfgang y yo entramos en el vestíbulo de la biblioteca, lo vi de inmediato: en la pared opuesta, tras un cristal, había un mapa antiguo de Europa anotado en grafía germánica medieval. Me acerqué
con Wolfgang y me quedé de pie ante él. ¿Estaría ahí hacía setenta y cinco años, cuando el joven Adolf Hitler entró por esa puerta?
La leyenda impresa en la pared indicaba en alemán, en francés y en inglés que databa del siglo IX, de la época de Carlomagno, y que mostraba importantes emplazamientos religiosos de toda Europa: iglesias, capillas y santuarios establecidos desde los inicios de la era cristiana. Puesto que un nombre griego como Hermione sugería algún lugar de Grecia, sólo tuve que echar un rápido vistazo para localizarlo.
Hermione era un puerto de mar en la costa sudeste del Peloponeso. En este mapa, había marcada una iglesia cristiana en esa localidad mediante una crucecita y una fecha del siglo I. Encontré interesante que estuviera rodeada por otros cuatro emplazamientos que estaban identificados con el dios sol Apolo, como si lo que había sido un centro pagano importante se hubiese transformado, como describía el día anterior Dacian Bassarides, para pasar del culto de los dioses del eón anterior al de los del nuevo. Si eso era correcto, los lugares santos de la era de Aries quedarían ahora sustituidos por emplazamientos de la nueva era que se había iniciado hacía dos mil años: Piscis, el pescador de hombres y su madre Virgo, la virgen celestial.
Si Hermione representaba un eje en el entramado mundial incluso antes del cristianismo, tendría que estar conectada con emplazamientos paganos anteriores que ostentaran símbolos como Aries, el carnero, o Tauro, el toro. Hermione se situaba frente a Creta, donde había florecido una cultura anterior, la minoica, que coexistió con la egipcia. Tracé una línea desde Hermione hasta Creta, donde Zeus, el padre de los dioses, fue alimentado en el monte Ida por la cabra Amaltea, cuya imagen Zeus colocó con cariño entre las estrellas de otra constelación: Capricornio. Pero sabía que había otro dios cuyo culto en forma de toro había influido igualmente en Creta, el mismo dios que Laf me había asegurado que conocería cuando lo llamara en caso de necesidad: Dioniso.
Con toda esa información, cuando tracé el eje Creta-Hermione hacia el noroeste, mientras Wolfgang observaba, encontré más que interesante que se dirigiera de lleno al corazón del emplazamiento religioso más poderoso de los tiempos antiguos, un emplazamiento compartido por dos grandes dioses: Apolo en verano y Dioniso durante los meses largos y oscuros de invierno, hasta que el sol regresaba de la tierra de los muertos. Ese lugar era, por supuesto, Delfos.
Ahí se encontraba la profetisa inspirada por la pitón, la Pitia, el oráculo de Delfos. Durante miles de años, esas sucesivas portavoces de Apolo habían predicho acontecimientos y recomendado actuaciones que los griegos habían seguido a pies juntillas. Ningún escritor de la época dudaba de que el oráculo de Delfos pudiera detectar el entramado temporal que abarcaba pasado, presente y futuro. Así que un emplazamiento como Hermione, que unía lugares tan importantes como Delfos y el monte Ida de Creta, podía muy bien haber sido el eje.
Señalé una X invisible con el dedo a través del eje, para formar un asterisco de seis puntas, una runa
Hagal
como la que Wolfgang había dibujado antes en el aire.
Llegados a este punto, no parecía ninguna casualidad que la primera línea pasara por Eleusis, tierra de los misterios de Eleusis, siguiera por la península macedonia, donde el monte Athos se proyecta hacia el Egeo, un lugar que en el mapa aparecía cubierto por docenas de crucecitas. Athos, un grupo famoso de veinte monasterios construidos por el emperador Teodosio, mecenas de san Hieronymus, había sido en su día un depósito importante de manuscritos antiguos, saqueados de forma repetida por los turcos y los eslavos en innúmerables guerras balcánicas.
Gracias a su situación poco usual, equidistante del monte Olimpo, en la península griega, y Troya, en la turca, era visible desde ambos territorios. ¿Quizás Athos constituía otro eje?
La otra línea de mi asterisco era todavía más interesante. Conducía a Olimpia, en el río Alfeo, cuna de los juegos olímpicos. Había pasado ahí un fin de semana tras un concierto de Jersey en Atenas. Habíamos recorrido las ruinas bajo el monte Kronion. Aparte de los famosos restos de Olimpia, como el templo de Zeus, existía una reliquia que me impresionó vivamente: el Heraion, templo de la diosa Hera, esposa y hermana de Zeus. A pesar de estar construido en madera enlucida y de ser menos sobrecogedor que el santuario de Zeus, el Heraion original había sido erigido en el año 1000 a.C. y era el templo más antiguo que existía en Grecia.
Entonces supe por qué el nombre de Hermione me resultaba tan familiar (no sólo por la familia). En los mitos, Hermione era el lugar que Hera y Zeus pisaron primero cuando llegaron a Grecia desde Creta, el punto de entrada de los dioses olímpicos al continente europeo.
Wolfgang, que había estado observando en silencio mientras mi dedo recorría el mapa tras el cristal, se volvió hacia mí.
—Increíble —confesó—. He pasado muchas veces junto a este mapa y nunca descubrí la conexión que has detectado a simple vista.
Un guarda uniformado llegó y abrió las grandes puertas interiores; Wolfgang y yo entramos en la biblioteca barroca, de color dorado y blanco, de la abadía de Melk. Una pared de ventanales en el lado opuesto daba a una terraza color de terracota; más adelante, se veía el Danubio, con su brillante superficie bajo el sol de la mañana, que llenaba la inmensa biblioteca con una luz intensa. Un conservador limpiaba una de las vitrinas de cristal que dividían la sala y un hombre de cabellos grises, con sotana de sacerdote, arreglaba los libros encuadernados en cuero en una estantería algo más alejada. Cuando entramos se volvió, sonrió y se acercó a nosotros. Me resultaba algo familiar.
—Espero que no te importe —dijo Wolfgang, cogiéndome el brazo—. He pedido que alguien nos ayude.
Se adelantó para saludarlo.
—
Professore
Hauser —dijo el sacerdote, que hablaba con un florido acento italiano—. Me alegro de que usted y su colega americana hayan podido venir pronto como les pedí. Ya les he preparado algunas cosas para que las vean. Pero
scusa, signorina,
no me he presentado: soy el padre Virgilio, el archivero de la biblioteca. Espero que perdonará que hable tan mal su idioma, ¿sí? Soy de Trieste.
Y después, con una risa algo extraña, añadió:
—Virgilio es un buen nombre para un guía: como Virgilio en la
Divina Commedia,
¿cierto?
—¿El que acompañó a Dante por el Paraíso? —pregunté.
—No, ésa fue Beatriz, una joven encantadora, me imagino que muy parecida a usted —respondió, con gentileza—. El poeta Virgilio, lamento decirlo, lo guió por el Purgatorio, el Limbo y el Infierno. ¡Espero que su experiencia conmigo sea mejor!
Y, como si se lo pensara mejor, concluyó con una risotada:
—Pero Dante tenía un tercer guía que muchos no recuerdan; uno cuyos trabajos se conservan en nuestra colección.
—¿Quién fue ese tercer guía? —quise saber.
—San Bernardo de Claraval. Un personaje de lo más interesante —afirmó el padre Virgilio—. Aunque fue canonizado, muchos lo consideraban un falso profeta, le acusaron de ser el Príncipe de las Tinieblas. Inició la desastrosa segunda cruzada, que terminó con la destrucción de los ejércitos cruzados y el regreso de la tierra sagrada al islam. Bernardo inauguró también la infame orden del Temple, cuya misión era defender el templo de Salomón en Jerusalén frente a los sarracenos; doscientos años más tarde, fue suprimida por herejía. Aquí en Melk conservamos algunos textos iluminados de los muchos sermones que san Bernardo pronunció sobre el Cantar de los Cantares, dedicados al rey Salomón.