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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (34 page)

BOOK: El día de las hormigas
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—¿Qué estás haciendo aquí, Nicolás? Él apaga deprisa la máquina.

—¿No duermes, mamá?

—El ruido de las teclas me ha despertado. Mi sueño se ha vuelto tan ligero que, a veces, ya no sé cuándo duermo, cuándo sueño y cuándo vivo en plena realidad.

—Ahora estás en un sueño, mamá. ¡Vuelve a acostarte!

Y la acompañó dulcemente hasta la cama.

Lucie Wells balbuceó.

—¿Qué hacías con el ordenador, Nicolás?

Pero el sueño se apoderó de ella antes de que terminara de hacer la pregunta. Soñó con su hijo, utilizando la «Piedra Roseta» para comprender mejor el funcionamiento de la civilización hormiga.

Por su parte, Nicolás pensó que se había librado de una buena. En el futuro, debería tener más cuidado.

119. Opiniones divididas

Una larga columna oscura se extiende entre los matorrales de salvia, de mejorana, de tomillo y de trébol azul. Al frente de la primera cruzada anti-Dedos de la historia mirmeceana, 103 guía la tropa porque es la única que conoce el camino que lleva al confín del mundo y luego al país de los Dedos.

¡Esperadme, esperadme!

Cuando se despertó, 24 preguntó a su alrededor y fueron finalmente las moscas las que indicaron la forma de encontrar la caravana.

Alcanza a 103, que va al frente.

Al menos, ¿no habrás perdido el capullo?

24 se indigna. Tal vez tenga tendencia a mostrarse atolondrada, pero conoce la importancia de su carga. La misión Mercurio está por encima de todo. 103 la tranquiliza y le propone que se quede permanentemente a su lado. De este modo, correrá menos riesgo todavía de perderse. 24 aprueba y le sigue.

Detrás, 9, acompañada por los chirridos de un grupo de grillos-topo, entona un canto guerrero para estimular a las tropas.

¡Muerte a los Dedos, soldados, muerte a los Dedos! Si tú no los matas, ellos te aplastarán. Incendiarán tu hormiguero, Y matarán a las nodrizas.

Los Dedos no son como nosotros. Son totalmente blandos, No tienen ojos Y son viciosos.

Muerte a los Dedos, soldados, muerte a los Dedos. Mañana, ni uno escapará.

Por el momento, los que sufren la cruzada son más bien los pequeños animales de los alrededores. El conjunto de la procesión consume por término medio cuatro kilos de carne de insecto al día.

Para no hablar de los nidos saqueados por las rojas.

La mayoría de las veces, cuando las poblaciones advierten que la cruzada se acerca, prefieren unirse a ella antes que sufrir sus rapiñas. Hasta el punto de que las cruzadas no cesan de multiplicarse.

Cuando salieron de Askolein no eran más que dos mil trescientas. Ahora ya son dos mil seiscientas, reunidas en una masa compuesta dominada por hormigas de todos los tamaños y de todos los colores. Incluso la flota aérea ha sido reconstruida. Ahora se ha fortalecido con treinta y dos rinocerontes voladores, a los que se han unido las trescientas guerreras de la legión abeja, además de una familia de setenta moscas que van y vienen en medio de la indisciplina más total. Así pues, la miríada vuelve a tener ahora cerca de tres mil individuos.

A mediodía, toman un descanso porque el calor se hace insoportable.

Todo el mundo se refugia en las raíces umbrosas de una gran encina para improvisar una siesta. 103 lo aprovecha para efectuar un vuelo de reconocimiento. Pide a una abeja que la transporte sobre su espalda.

Pero la experiencia dura poco. La abeja termina resultando una mala montura porque produce demasiadas vibraciones. En tales condiciones resulta imposible precisar un tiro de ácido. Da igual. La escuadrilla abeja volará sin guías.

En un rincón, 23 celebra un nuevo mitin de propaganda. En esta ocasión ha logrado reunir a muchos más oyentes que durante la precedente reunión.

¡Los Dedos son nuestros dioses!

La audiencia repite a coro el eslogan deísta. Las hormigas se entusiasman emitiendo todas juntas, y al mismo tiempo, una misma feromona.

Pero, entonces, ¿esta cruzada?

No es una cruzada sino un encuentro con nuestros amos.

Algo más lejos, 9 dirige una campaña de un tipo totalmente distinto.

Cuenta a centenares de soldados reunidas a su alrededor relatos horribles sobre aquellos Dedos, capaces de secuestrar toda una ciudad en unos pocos segundos. Todos tiemblan oyéndola.

Más lejos todavía está 103, que no emite. Recibe. Dicho con mayor precisión, reúne todo lo que le han contado las especies extranjeras sobre los Dedos con objeto de completar su feromona zoológica.

Una mosca cuenta que fue perseguida por diez Dedos que intentaban aplastarla.

Una abeja cuenta que estuvo prisionera de un vaso transparente mientras que, desde fuera, unos Dedos la provocaban.

Un abejorro asegura haber chocado con un animal rosáceo y blando. Tal vez era un Dedo.

Un grillo dice haber sido encerrado en una jaula, alimentado con lechuga y luego liberado. Sus carceleros eran a buen seguro Dedos, porque se trataba de unas bolas rosadas que le traían el alimento.

Unas hormigas rojas afirman haber soltado su veneno contra una masa rosácea que huyó inmediatamente.

103 anota con aplicación todos los detalles de estos testimonios en su feromona zoológica sobre los Dedos.

Luego la temperatura se vuelve soportable y las hormigas prosiguen el camino.

La cruzada sigue avanzando.

120. Plan de batalla

Laetitia tenía prisa por lavar su cuerpo de las impurezas del Metro. Propuso a Méliés que se dedicara a mirar la televisión en el salón mientras ella tomaba un baño.

Él se sentó cómodamente en un canapé y encendió el aparato mientras Laetitia en el agua, se convertía, en pez.

Se relajó conteniendo la respiración. Se dijo, que si tenía buenos motivos para detestar a Méliés, también los tenía para estarle agradecida por haber intervenido en el momento adecuado. Borrón y cuenta nueva.

En el salón, Méliés seguía su programa favorito con una sonrisa de niño feliz ante su juguete preferido.

—Bueno, señora Ramírez, ¿ha dado con la solución?

—Verá… Si fuera formar cuatro triángulos con seis cerillas, estaría claro, pero hacer seis triángulos con seis cerillas, no lo veo del todo.

—Considérese afortunada. «Trampa para pensar» también habría podido pedirle construir una torre Eiffel con setenta y ocho mil cerillas… —Risas y aplausos—,… pero nuestro programa le pide simplemente que construya seis pequeños triángulos con seis pequeñas cerillas.

—Usaré un comodín.

—Muy bien. Le daremos, como ayuda, una frase: «Es como una gota de tinta que cae en un vaso de agua.»

Reapareció Laetitia, con su albornoz habitual y una toalla alrededor de la cabeza. Méliés apagó el televisor.

—Tengo que darle las gracias por su intervención. Ya ve, Méliés, tenía usted razón. El hombre es nuestro depredador más grande. Mi miedo es de los más lógicos.

—No exageremos. Sólo se trataba de unos gamberros de poca monta.

—Para mí, que fueran simples vagos o asesinos, las cosas no habrían cambiado. Los hombres son peores que los lobos. No saben dominar sus pulsiones primitivas.

Jacques Méliés no contestó y se levantó para contemplar el terrario de hormigas que la joven había instalado ahora, bien a la vista, en el centro mismo del salón.

Puso un Dedo contra el cristal, pero las hormigas no le prestaron ninguna atención. Para ellas, no era más que una sombra.

—¿Han recuperado su vitalidad? —preguntó el comisario.

—Sí. Su «intervención» ha diezmado las nueve décimas partes, pero la reina ha logrado sobrevivir. Las obreras la rodearon para amortiguar los golpes y protegerla.

—Realmente tienen comportamientos extraños. No humanos, no, sino… extraños.

—En cualquier caso, si no se hubiera producido un nuevo asesinato de un químico, todavía estaría yo pudriéndome en sus cárceles y ellas habrían muerto.

—No, a usted la habrían puesto en libertad de cualquier modo. El análisis médico del forense ha demostrado que las heridas de los hermanos Salta y las de los otros no podían haber sido provocadas por sus hormigas. Las mandíbulas son demasiado cortas. Una vez más debo decirle que he actuado demasiado deprisa y de forma estúpida.

Su pelo ya estaba seco. Fue a ponerse un vestido de seda blanco, con incrustaciones de jade.

Volviendo con una jarra de hidromiel, dijo.

—Ahora que el juez de instrucción ha ordenado mi libertad, resulta fácil decir que ya se había dado cuenta de que yo era inocente.

Él protestó:

—De todos modos, yo disponía de algunas presunciones serias. No puede negar usted los hechos. Fueron hormigas las que me atacaron realmente en mi propia cama. Fueron hormigas las que mataron realmente a mi gata
Marie-Charlotte.
Yo mismo las vi, con mis propios ojos. No han sido «sus» hormigas las que asesinaron a los hermanos Salta, a Caroline Nogard, a Maximilien MacHarious, a los Odergin y a Miguel Cygneriaz, pero de todos modos eran «unas» hormigas. Se lo repito, Laetitia, siempre he tenido necesidad de su ayuda. Compartamos nuestras ideas. —Se volvió insistente—. A usted le apasiona este enigma tanto como a mí. Trabajemos juntos, al margen de toda la maquinaria judicial. Ignoro quién es el flautista de Hamelín, pero es un genio. Hemos de enfrentarnos a él. Yo solo no lo conseguiría nunca pero con usted y con su conocimiento de las hormigas y de los hombres…

Ella encendió un largo cigarrillo en el extremo de su boquilla. Reflexionaba. Él seguía con su defensa.

—Laetitia, no soy ningún héroe de novela policíaca, soy un tipo normal. A veces me equivoco, echo a perder una investigación y encarcelo a inocentes. Sé que todo esto ha sido un grave error. Lo lamento y quiero enmendarme.

Ella le lanzó una voluta de humo a la cara. Estaba tan apesadumbrado por su error que a ella empezaba a parecerle enternecedor.

—Muy bien. Acepto trabajar con usted. Pero con una condición.

—La que usted quiera.

—Cuando hayamos encontrado a los culpables, usted me concederá la exclusiva de la divulgación de la investigación.

—De acuerdo.

Le tendió la mano.

Ella vaciló antes de estrechársela.

—Siempre perdono demasiado deprisa. Probablemente estoy cometiendo la mayor tontería de mi vida.

Se pusieron a trabajar inmediatamente. Jacques Méliés le presentó todas las piezas del informe: fotos de los cadáveres, informes de autopsia, fichero con el resumen del pasado de cada una de las víctimas, radiografías de las heridas internas, observaciones sobre las cohortes de moscas.

Laetitia no le ofreció ninguna de sus propias conclusiones, pero reconoció de buen grado que todo parecía converger hacia el concepto «hormiga». Las hormigas eran el arma y las hormigas eran el móvil. Quedaba por descubrir sin embargo lo esencial: quién las manipulaba y de qué forma.

Examinaron una lista de los movimientos ecologistas terroristas y los fanáticos amigos de los animales, deseosos de sacar a todos los animales de los zoológicos, y a todos los pájaros o insectos de las jaulas. Laetitia movió la cabeza.

—¿Sabe, Méliés? Aunque todo parece acusarlas, no creo que las hormigas sean capaces de matar a unos fabricantes de insecticidas.

—¿Por qué?

—Son demasiado inteligentes para hacer eso. Practicar la ley del talión es una idea humana. La venganza es un concepto humano. Estamos prestando nuestros propios sentimientos a las hormigas. ¿Por qué atacar a los hombres cuando a las hormigas les basta con esperar a que ellos se destruyan solos entre sí?

Jacques Méliés meditó un instante el razonamiento.

—Sean hormigas, un flautista o un humano que trata de hacerse pasar por hormiga, tenemos que encontrar al culpable o a los culpables. Aunque sólo sea para declarar inocentes a nuestras amigas.

—De acuerdo.

Contemplaron todas las piezas del rompecabezas, esparcidas por la gran mesa del salón. Ambos estaban convencidos de disponer de suficientes elementos para descubrir la lógica que los relacionaba entre sí.

Laetitia dio un brinco de repente.

—No perdamos el tiempo. De hecho, todo lo que queremos es descubrir al asesino. Y para conseguirlo, se me ha ocurrido una idea. Una idea muy simple. ¡Escuche!

121. Enciclopedia

CHOQUE ENTRE CIVILIZACIONES:
Godofredo de Bouillon se puso al frente de la segunda cruzada para liberar Jerusalén y el Santo Sepulcro. En esa ocasión, cuatro mil quinientos aguerridos caballeros escoltaban al centenar de miles de peregrinos. En su mayoría eran jóvenes hijos menores de la nobleza, privados de todo feudo en razón del derecho de primogenitura. So capa de religión, aquellos nobles desheredados esperaban conquistar castillos extranjeros y poseer finalmente tierras. Fue lo que hicieron. Cada vez que se apoderaban de un castillo, los caballeros se instalaban en él, abandonando la cruzada. A menudo, pelearon entre sí por la posesión de las tierras de una ciudad vencida. El príncipe Bohemundo de Tarento, por ejemplo, decidió apoderarse de Antioquia para su uso personal. Los cruzados tuvieron que luchar con algunos de los suyos para convencerles de que siguieran en la cruzada. Paradoja: para lograr mejor sus fines, hubo nobles occidentales que firmaron alianzas con los emires orientales para vencer a sus camaradas de lucha. Éstos no vacilaron, por lo demás, en asociarse a su vez con otros emires para enfrentarse a ellos. Llegó un momento en que ya nadie supo quién luchaba con quién, ni contra qué, ni por qué. Muchos incluso habían olvidado la meta original de la cruzada.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

122. En las montañas

A lo lejos se perfilan las sombras oscuras de las colinas, y más allá unas montañas. Las hormigas grises autóctonas han bautizado con el nombre de «Monte Turbera» el primer pico, debido a la turba seca que se riza en él. No resulta demasiado difícil pasarlo.

Las cruzadas han descubierto un puerto estrecho pero profundo para atravesarlo. Las altas paredes de piedra blanca, gris y beige, se suceden, mostrando los estratos de su historia. En la roca sin edad están impresas huellas de fósiles en forma de espiral o de cuerno.

Después de las gargantas, cañones. Cada fisura se convierte, para las soldados mirmeceanas, en un barranco mortal en el que no conviene resbalar.

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