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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (38 page)

BOOK: El día de las hormigas
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Tanto sectarismo sorprendió a las poblaciones niponas. Torturaron y mataron a la mayor parte de los jesuitas. Luego, durante la revuelta de Shimabara, les tocó a los japoneses ya convertidos al cristianismo ser exterminados.

Desde entonces los nipones se alejaron de cualquier intrusión occidental. Sólo toleraron a los comerciantes holandeses, aislados en una isla junto a la costa. Y durante mucho tiempo esos negociantes fueron privados del derecho de hollar con su pie el archipiélago mismo.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

138. En nombre de nuestros hijos

La reina termita hace girar, perpleja, sus antenas. De pronto se detiene y se enfrenta a las hormigas que han invadido su celda.

Voy a ayudaros,
les dice.
Voy a ayudaros no porque me tengáis bajo la amenaza de vuestros chorros de ácido fórmico, sino porque los Dedos también son enemigos nuestros.

Según explica, los Dedos no respetan nada ni a nadie. Enarbolan largas varas provistas de un hilo de seda con crías de mosca en la punta, o con gusanos blancos empalados y sometidos a un suplicio horrible. Los Dedos los sumergen y los levantan hasta que unos peces caritativos consienten en acabar con ellos.

Para adornar sus hilos de seda, los Dedos han osado ir más lejos todavía. Uno de sus grupos la ha tomado con Moxiluxun, su propia ciudad. Han hundido los corredores, saqueado los graneros, aplastado la celda real. ¿Y qué buscaban esos bárbaros? Las ninfas. Se han apoderado de ellas y las han secuestrado.

Las termitas creían definitivamente perdidas a sus crías cuando unas cazadoras las vieron debatiéndose en la punta de una vara, lanzando feromonas de socorro.

¿Cómo salvarlas? Pidiendo ayuda a los ditiscos. Estos coleópteros acuáticos servirían de barcos a las termitas.

¿De barcos?

La reina lo explica: las hormigas han aprendido a domesticar rinocerontes con objeto de utilizarlos como monturas volantes, y las termitas han domesticado a los ditiscos para que las propulsen sobre el agua. Les bastaba con instalarse sobre una hoja de miosotis para hacerse empujar por ellos. Evidentemente, la cosa no era sencilla. Al principio, las ranas destrozaban la mayor parte de los esquifes.

Todo el medio acuático fue hostil a las termitas hasta que aprendieron a disparar cola contra el morro de las ranas, o a lanzarse al abordaje de grandes peces, a los que perforaban con sus mandíbulas.

Por desgracia, los navíos termitas nunca consiguieron salvar a las ninfas. Los Dedos las hundían bajo el agua antes de que llegaran a reunirse con ellas. La operación, no obstante, les permitió desarrollar sus técnicas de navegación y tomar el control de la superficie del río.

Tiene razón,
clama la reina de Moxiluxun.
Las cosas no pueden seguir así. Ha llegado el momento de unirnos para hacer que entren en razón esos Dedos que destruyen nuestras ciudades, utilizan el fuego y torturan a nuestros hijos.

Y en nombre de la antigua alianza contra los utilizadores de fuego, la reina ofrece a la cruzada cuatro legiones de nasutitermes, dos legiones de cubitermes y dos legiones de esquedorrinotermes, subcastas termitas todas ellas cuya morfología se halla adaptada a diferentes formas de combates.

Olvidemos el odio secular entre hormigas y termitas. Ante todo hay que poner fin a las exacciones de estos monstruos.

Con objeto de acelerar la marcha de la cruzada, la soberana ofrece su flota para cruzar el río. Moxiluxun ha creado su propio puerto, en una bahía al abrigo de los vientos, prolongada por una playa de fina arena.

Las hormigas se dirigen a la playa. Por todas partes hay largas hojas de miosotis. Algunas contienen víveres termitas y esperan a ser descargados. Otras están vacías y dispuestas a partir para nuevas comarcas. Las termitas han construido una rada artificial de celulosa para proteger sus esquifes. Han clavado incluso pequeños juncos sobre un dique para aislar mejor su puerto de los vientos y las olas.

¿Qué hay en la isla, ahí enfrente?,
pregunta 103.

Nada. Sólo una joven acacia cornígera que las termitas no se han comido porque no les gusta ese tipo de celulosa. Además, la isla les sirve a veces de refugio cuando se levanta la tempestad.

103, 24 y su capullo se instalan en una de las hojas de miosotis, con la superficie recubierta de una pelusa transparente. Hay hormigas y termitas que se unen a ellas. Otras empujan el navío hasta el agua y saltan luego rápidamente evitando mojarse las patas.

Un moxiluxiano mete sus antenas en el agua, suelta una feromona y dos formas se aproximan. Son ditiscos, amigos de la Ciudad termita. Los ditiscos son coleópteros que respiran bajo el agua aprisionando una burbuja de aire entre sus élitros. Gracias a esa botella de oxígeno pueden permanecer largo tiempo bajo el agua. Sus patas anteriores están equipadas con ventosas que sirven por lo general para el acoplamiento, pero que, en este caso, se fijan debajo de la hoja para propulsarla.

A una señal química que la termita suelta en la onda, los ditiscos se ponen a bracear en el agua con sus largas patas posteriores, y poco a poco las naves termitas se adentran por el río.

Y la cruzada avanza, sigue avanzando.

139. Comunión

Augusta Wells y sus compañeros de vida subterránea volvieron a formar el círculo para una nueva sesión de comunión. Uno tras otro emitieron un sonido antes de juntarse en OM, la tonalidad única. La dejaron resonar hasta que se hubo difuminado de sus pulmones para vibrar en sus cráneos.

Luego se hizo el silencio, sólo turbado por sus respiraciones amortiguadas.

Cada sesión era diferente. Esta vez, todos habían sido penetrados por una energía procedente del techo. Una energía lejana y capaz, sin embargo, de atravesar la roca hasta tocarlos.

La
Enciclopedia
contenía un pasaje que evocaba ondas cósmicas de puntos culminantes tan espaciados que podían perforar cualquier materia, incluidas las aguas y las arenas.

Jasón Bragel percibió en su cuerpo energías diversas, todas ellas representadas por sonidos. Al principio, había una energía de base, U. Se ramificaba en dos sub-energías: A y WA, que a su vez se descomponían en otros cuatro sonidos, WO, WE, E, O. Que también se dividían en otros ocho, y luego en dos, para terminar en las tonalidades I y WI. En total, contó diecisiete, agrupadas en forma de pirámide a la altura de su plexo solar.

Tales sonidos formaban una especie de prisma que, al recibir la luz blanca-sonoridad OM, la descomponía en todos sus colores primitivos.

Concentración. Expansión.

Respiraban los colores y los sonidos.

Inspiración. Expiración.

Los comunicantes no eran más que dieciséis prismas tranquilos, llenos de sonidos y de luces.

Nicolás los observó, burlón.

140. Publicidad

«Con el buen tiempo, cucarachas, hormigas, mosquitos y arañas proliferan en nuestras casas y jardines. Hay una solución para que usted se libre de ellos: los polvos
KRAK KRAK.

»¡Con
Krak Krak
, tendrá tranquilidad todo el verano! Su factor deshidratante reseca los insectos hasta que se rompen como cristal fino.

»
Krak Krak
en polvo.
Krak Krak
en spray.
Krak Krak
en incienso.

»
¡Krak Krak
es la salubridad!»

141. Un río

La hoja de miosotis de 103 va ganando velocidad poco a poco. El barco insecto avanza recto, surcando los vapores a ras de agua, alzando incluso su proa cuando delante de él se forma una espuma blanca. A su alrededor se distinguen otros cien navíos llenos de antenas y mandíbulas. Dos mil cruzadas sobre cien hojas de miosotis forman una vasta flotilla.

El liso espejo del río se perturba lleno de olas.

Unos mosquitos despertados por los esquifes moxiluxianos vuelan refunfuñando en su habla mosquita.

En la parte delantera del navío, la termita nasutiterme situada en la proa indica a otra termita el camino mejor. Esta última transmite luego las órdenes a los ditiscos emitiendo sus feromonas en el agua.

Hay que evitar los remolinos, las rocas que afloran e incluso las algas lenticulares que lo bloquean todo.

Sus frágiles esquifes se deslizan sobre el río tranquilo y lacado.

El silencio sólo queda roto por los remolinos glaucos de las patas de los ditiscos trabajando en el agua. Encima de ellos, un sauce llorón derrama todas sus largas hojas.

103 mete sus ojos y sus antenas bajo el agua. Allí abajo pulula la vida. Descubre toda clase de animales acuáticos divertidos, sobre todo dafnias y cíclopes. Estos minúsculos crustáceos rojos se agitan en todas direcciones. Todos los que se acercan a los ditiscos son aspirados por estas fieras.

Por lo que se refiere a 9, observa que también encima de ellos hay abundante vida… Un banco de renacuajos se abalanza hacia ellas saltando a ras de las olas.

¡Cuidado, renacuajos!

Su piel negra brilla, y corren a gran velocidad contra la flotilla de insectos.

¡Los renacuajos, los renacuajos!

Se transmite esa información a todos los barcos termitas. Los ditiscos reciben la orden de acelerar la cadencia de sus brazadas. Las hormigas no tienen que hacer nada, sólo se les exige aferrarse bien a los pelos de las hojas.

¡Nasutitermes, a vuestros puestos de combate!

Las termitas con cabeza en forma de pera apuntan su cuerno al nivel de las olas.

Un renacuajo se abalanza y muerde la hoja de miosotis del barco de 24. Éste desvía su trayectoria. Se ve atrapado en un remolino y empieza a dar vueltas.

Otro renacuajo carga contra el barco de 103.

9 apunta contra él y le dispara a quemarropa. Está tocado, pero, en un último reflejo, aquel animal oscuro y viscoso salta un poco más sobre la hoja y empieza a luchar, golpeando la superficie de la hoja con su larga cola negra. Las dos, hormiga y termita, son barridas y caen al agua.

Otro barco repesca a tiempo a 9 y a 103.

Varias hojas más de miosotis son hundidas por los renacuajos. Hay casi mil ahogadas.

Es entonces cuando intervienen por segunda vez «Gran Cuerno» y sus escarabeidos. Desde el inicio de la travesía, revoloteaban por encima de la flotilla. Cuando vieron a los renacuajos volcar las hojas de miosotis y abalanzarse sobre las ahogadas, cargan en picado, perforan de lado a lado a los jóvenes batracios húmedos y vuelven a subir antes de mojarse.

Algunos escarabajos se ahogan en esa peligrosa acrobacia, pero la mayoría remonta el vuelo, con el cuerno ensartado en renacuajos palpitantes que dan latigazos al aire con su larga cola negra y húmeda.

Esta vez los renacuajos se retiran.

Se corre en ayuda de los náufragos. No quedan más que cincuenta barcos llenos hasta reventar de un buen millar de cruzadas. El navío de 24 —que se había perdido durante la batalla— se une a grandes brazadas al conjunto de la flotilla.

Finalmente resuena el grito feromonal que todos esperaban.

¡Tierra a la vista!

142. Un punto verde en la noche

La exaltación estaba llegando a su punto máximo.

—A la derecha. Despacio, despacio. Otra vez a la derecha. Luego a la izquierda. Todo recto. Aminore la marcha. Siga todo recto —pidió el comisario Méliés.

Laetitia Wells y Jacques Méliés se agitaban en el asiento posterior, ansiosos por conocer el desenlace de su investigación.

El taxista obedecía resignado.

—Si esto sigue así, se me va a calar el motor.

—Se diría que se dirigen hacia las lindes del bosque de Fontainebleau —dijo Laetitia retorciéndose las manos de impaciencia.

Bajo la luz blanca de la luna llena, al final de la calle, se dibujaban ya las copas de los árboles.

—¡Más despacio, más despacio!

Por detrás, unos automovilistas furiosos tocaban el claxon. Nada más molesto para la circulación que una carrera-persecución en primera. Para los que no participan en ella, más valdría que se desarrollase a tumba abierta.

—Otra vez a la izquierda.

El chofer suspiró, filósofo.

—¿No irían mejor a pie? Además, a la izquierda está prohibido.

—No importa. ¡Policía!. —¡Ah, bueno, como usted mande!

Pero el paso quedaba obstruido por vehículos que venían en sentido contrario. La hormiga impregnada de sustancia radiactiva estaba ya en el límite de la zona de percepción. La periodista y el comisario saltaron en marcha del coche, pero a esa velocidad no resultaba realmente peligroso. Méliés lanzó un billete sin preocuparse por recoger el cambio. Sus clientes se habían mostrado tal vez algo extraños, pero, en cualquier caso, no eran tacaños, pensó el chofer dando marcha atrás a duras penas.

Habían recuperado la señal. La Manada avanza, efectivamente, hacia el bosque de Fontainebleau.

Jacques Méliés y Laetitia Wells llegaron a una zona de pequeñas y míseras casas iluminadas por unas farolas. En las calles de aquel barrio pobre no había nadie. No había nadie, pero, en cambio, había muchos perros que ladraban con furia a su paso. En su mayoría se trataba de grandes pastores alemanes degenerados a fuerza de cruces consanguíneos que se consideraban buenos para preservar la calidad de su raza. Cuando veían a alguien en la calle, empezaban a ladrar y a saltar contra las verjas.

Jacques Méliés tenía mucho miedo, su fobia contra los lobos le nimbaba de una nube de feromonas de pánico que los perros olían. Esto les daba más ganas de morderle.

Algunos saltaban intentando traspasar las barreras. Otros pretendían cortar con sus colmillos las empalizadas de madera.

—¿Le dan miedo los perros? —preguntó la periodista al comisario, que se había puesto lívido—. Domínese, no es el momento de abandonarse. Se nos van a escapar las hormigas.

Justo en ese momento un gran pastor alemán empezó a ladrar con más fuerza que los demás. Con los molares mordía una empalizada y llegó a seccionar una tabla. Sus enloquecidos ojos giraban. Para él, alguien que emitía tantos olores de miedo era una verdadera provocación. Aquel pastor alemán ya había topado con niños espantados, con abuelas que aceleraban el paso de forma significativa, pero nadie había olido nunca con tanta fuerza a víctima expectante.

—¿Qué le pasa, comisario?

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