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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (39 page)

BOOK: El día de las hormigas
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—No…, no puedo avanzar.

—No diga tonterías, sólo es un perro.

El pastor alemán seguía mordiendo con furia la empalizada. Una segunda tabla fue triturada. Los dientes brillantes, los ojos rojos, las orejas negras puntiagudas: para la mente de Méliés aquello era un lobo rabioso. El que estaba en el fondo de su cama.

La cabeza del perro logró pasar entre las tablas. Luego una pata, después todo el cuerpo. Estaba fuera y corría muy deprisa. El lobo rabioso estaba fuera. No había ninguna pantalla entre los dientes puntiagudos y la tierna garganta.

No había ya ninguna barrera entre la bestia salvaje y el hombre civilizado.

Jacques Méliés se puso blanco como una sábana y no se movió.

Laetitia se interpuso justo a tiempo entre el perro y el hombre. Clavó en el animal una miraba violeta, fría, que emitía: «No te tengo miedo.»

Ella permanecía allí, con la espalda recta y los hombros separados, en la posición de quien está seguro de sí mismo, en la posición y con la mirada dura que en otros tiempos había tenido el domador en la perrera cuando enseñaba al pastor alemán a defender una casa.

Bajando el rabo, el animal dio media vuelta y perezosamente regresó a su cercado.

La cara de Méliés todavía estaba pálida y temblaba de miedo y de frío. Sin pensar, como hubiera hecho con un niño, Laetitia le tomó en sus brazos para tranquilizarle y calentarle. Le estrechó dulcemente contra ella hasta que sonrió.

—Estamos en paz. Yo le he salvado del perro y usted me salvó de los hombres. Como ve, tenemos necesidad el uno del otro.

—¡Pronto, la señal!

El punto verde estaba saliendo casi del marco del aparato. Corrieron hasta que retornó al centro del círculo.

Se sucedían las casitas, todas semejantes, con placas, a veces, sobre las puertas: «Sam'suffit» o «Do mi si la do re». Y en todas partes perros, parterres de césped mal cuidados, buzones por los que asomaban prospectos, cuerdas de ropa llenas de pinzas, mesas de ping-pong estropeadas, y, aquí y allá, una caravana oscilante. Único rastro de vida humana: la claridad azul de los televisores en las ventanas.

La hormiga radiactiva galopaba bajo sus pies, por las alcantarillas. El bosque estaba cada vez más cerca. El policía y la periodista seguían la señal.

De buenas a primera torcieron en una calle semejante a las demás del barrio. «Calle Phoenix», indicaba la placa. No obstante, entre los edificios empezaron a vislumbrarse algunos comercios. En un
fast-food,
cinco adolescentes rumiaban ante unas cervezas de 6 grados. En la etiqueta de las botellas se podía leer «Cuidado: todo abuso puede ser peligroso.» La misma inscripción figuraba en los paquetes de cigarrillos. El Gobierno tenía previsto pegar pronto etiquetas similares sobre los pedales del acelerador de los coches y en las armas de venta libre.

Pasaron por delante del supermercado «Templo del Consumo» y del café «La cita con los Amigos» antes de detenerse ante una tienda de juguetes.

—Acaban de pararse. Aquí.

Inspeccionaron el lugar. La tienda ofrecía un aspecto un tanto destartalado. El escaparate mostraba artículos llenos de polvo, como amontonados sin orden: conejos de peluche, juegos de mesa, coches en miniatura, muñecas, soldaditos de plomo, disfraces de cosmonauta o de hada, artículos de broma… Una guirnalda multicolor, anacrónica, parpadeaba por encima de aquel desorden.

—Están ahí. Están ahí, seguro. El punto verde ha dejado de moverse.

Méliés apretó la mano de Laetitia hasta casi romperla.

—¡Ya los tenemos!

En medio de su alegría, saltó sobre su cuello. De buena gana la habría besado, pero ella le rechazó.

—Conserve su sangre fría, comisario. El trabajo no ha terminado.

—Están ahí. Mire usted misma, la señal sigue activa pero ya no se desplaza.

Ella movió la
cabeza,
y alzó los ojos. En el escaparate de la tienda estaba escrito en gruesas letras de neón azules: «Casa Arthur, el rey del juguete».

143. En Bel-O-Kan

En Bel-o-kan, un moscardón mensajero informa a Chli-pu-ni.

Han llegado al río.

Lo cuenta con todo detalle. Tras la batalla contra las legiones volantes de la colmena de Askolein, la cruzada se perdió en la montaña, atravesó una cascada y luego se entregó a una gran batalla contra un nuevo termitero, a orillas del río Cometodo.

La soberana anota las informaciones en una feromona memoria.

Y ahora, ¿cómo van a cruzar? ¿Por el subterráneo de Satei?

No, las termitas han domesticado unos ditiscos y los utilizan para arrastrar su flota de hoja de miosotis.

Chli-pu-ni se muestra muy interesada. Ella aún no ha conseguido domar perfectamente esos coleópteros acuáticos.

La enviada concluye con las malas noticias. Después han sido atacadas por renacuajos. Todas estas peripecias han diezmado las filas de las cruzadas. Ya no queda más que un millar de hormigas y hay en sus filas muchas heridas. Muy pocas tienen todavía sus seis patas intactas.

La reina no se preocupa demasiado. Incluso con algunas patas de menos, un millar de cruzadas, ahora ya ejercitadas, bastarán para matar a todos los Dedos de la Tierra, según dice. Evidentemente, no deberían sufrir nuevas pérdidas.

144. Enciclopedia

ACACIA CORNÍGERA:
La cornígera es un arbusto que sólo puede convertirse en árbol adulto con una curiosa condición: que lo habiten las hormigas. En efecto, para desarrollarse necesita unas hormigas que le cuiden y le protejan. Por eso, para atraer a las mirmeceanas, el árbol se ha transformado, con el paso de los años, en un hormiguero viviente.

Todas sus ramas están huecas y, en cada una de ellas, está prevista una red de corredores y de salas únicamente para comodidad de las hormigas.

Más aún: en esos corredores viven a menudo pulgones blancos cuya miel hace las delicias de las obreras y de las soldados mirmeceanas. La cornígera proporciona, por tanto, refugio y techo a las hormigas que quieran hacerle el honor de instalarse en ella. A cambio, éstas cumplen sus deberes de huéspedes. Evacuan todas las cochinillas, pulgones exteriores, arañas y demás xilófagos que podrían llenar las ramas. Por la mañana, cortan con la mandíbula las hiedras y otras plantas trepadoras que querrían parasitar el árbol.

Las hormigas eliminan las hojas muertas, rasgan los líquenes, cuidan el árbol con su saliva desinfectante.

Rara vez se encuentra en la Naturaleza una colaboración tan lograda entre una especie vegetal y una especie animal. Gracias a las hormigas, la acacia cornígera se eleva la mayoría de las veces por encima de la masa de otros árboles que podrían hacerle sombra. La acacia domina sus cimas y capta directamente los rayos del sol.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

145. La isla de la cornígera

La niebla se dispersa, poniendo de manifiesto un extraño decorado. Una playa, arrecifes, acantilados de roca.

La nave termita más adelantada choca con una playa de musgos verdes. Aquí, flora y fauna no se parecen a nada conocido. Unos moscardones de olores pantanosos dan vueltas entre nubes de mosquitos y libélulas. Las plantas parece que acaban de ser colocadas, pues no tienen raíces. Sus flores son mezquinas, sus hojas gotean en mechas. Bajo las algas, el suelo es duro. Roída por la espuma, la roca está horadada por una multitud de alvéolos y parece un jirón de esponja negra.

Más allá, la tierra se vuelve más blanda, y en medio del terreno reina la joven acacia cornígera. Ha salido sin duda de una semilla que, zarandeada por los vientos, ha aterrizado por azar en esta isla. El agua, la tierra y el aire, esos tres elementos han bastado para dar vida al vegetal. Le falta, sin embargo, una aportación para continuar su crecimiento: las hormigas. En sus genes está inscrito desde siempre el matrimonio con las hormigas.

Lleva dos años esperándolas. ¡Hay tantas hermanas
cornígeras
que no han logrado tener ese encuentro cósmico! Ella, indirectamente, deberá ese feliz acontecimiento a los Dedos. A esos mismos Dedos que han grabado en su corteza «Gilíes ama a Nathalie», ¡esa cicatriz que tanto la hace sufrir!

De pronto 103 se estremece. Plantado en medio de la isla hay un objeto que le trae a la memoria recuerdos demasiado precisos. Aquella protuberancia…, sí, no puede ser casualidad. Es eso. La torre de cúpula redonda y llena de agujeros. La primera anomalía que descubrieron en el país blanco. Sin avisar a nadie, deja el grupo y palpa. Es duro, transparente, y en el interior hay un polvo blanco. Exactamente igual que la última vez.

Las soldados termitas se unen a ella. Contacto de antenas.

¿Qué ocurre? ¿Por qué ha abandonado el grupo?

103 explica que aquel objeto es algo muy importante.

Sí, muy importante,
repite 23,
¡es un objeto esculpido por los dioses Dedos! Es un monolito divino.

Inmediatamente las deístas empiezan a modelar una estatua de arcilla semejante.

Las hormigas más agitadoras deciden permanecer varios días en aquel puerto de paz para recuperarse de las emociones del viaje, curar las heridas de las guerreras y reponer fuerzas.

Todas aceptan gustosas ese alto.

103 da algunos pasos e inmediatamente algo la sorprende. Sus órganos de Johnston sensibles a los campos magnéticos terrestres le hacen cosquillas.

¡Están sobre un nudo de Hartman!

¡Las cruzadas no están lejos de un nudo de Hartman!

Los nudos de Hartman son zonas de un magnetismo particular. Las hormigas no construyen por regla general sus nidos más que en esos puntos precisos. Se trata de cruces de líneas de campos magnéticos terrestres de iones positivos. Esos puntos son generadores de malestar para muchos animales —sobre todo para los mamíferos—, pero, para las hormigas son, por el contrario, garantía de comodidad.

Mediante aquellos puntitos de acupuntura perforados en la corteza terrestre, ellas pueden dialogar con su planeta madre, descubrir los manantiales de agua y detectar los temblores de tierra. Su ciudad queda de este modo conectada con el mundo.

103 busca el lugar preciso donde esas energías demuestran más fuerza. Descubre entonces que el nudo de Hartman está situado justo bajo el árbol cornígero.

Acompañada por 24 y por 9, empieza a recorrer inmediatamente el arbusto. Hay un lugar en que la corteza es más fina. Juntas recortan la cápsula protectora y desfloran la acacia cornígera. ¡Qué maravilla! Allí hay un hormiguero vacío, de limpieza impecable, y que parece estar esperándolas.

Se adentran por la raíz llena de salas que no piden otra cosa que ser ocupadas por hormigas. Algunas poseen cierto aire de arquitectura donde fácilmente se reconocen los graneros y una celda nupcial. Hay incluso establos donde ya se afanan pulgones blancos sin alas.

Las belokanianas inspeccionan la inesperada morada. Todas las ramas están huecas, y la savia circula por la delgada pared de los muros de aquella ciudad viviente.

El árbol desvirgado suelta sus perfumes resinosos más acogedores a modo de bienvenida al pueblo mirmeceano.

24 descubre, admirada, las sucesiones de salas vegetales. De emoción abre las mandíbulas y suelta el capullo de mariposa. Pero no olvida su deber, y lo recoge rápidamente.

Una vieja exploradora le dice que ese «nido-regalo» tiene un precio. Si quieren vivir allí, tienen que cuidar del árbol. Es una obligación permanente, hay que sentirse jardinera de corazón. Salen y la vieja guerrera le muestra un brote joven de cuscuta y le da la explicación.

La simiente de cuscuta se desarrolla en contacto con cualquier putrefacción. Entonces sale de tierra un tallo que estira y gira lentamente a la velocidad aproximada de dos vueltas por hora.

Cuando ese tallo ha encontrado un arbusto, deja morir sus raíces y desarrolla unas espinas-ventosas que se fijan y aspiran la savia del arbusto. La cuscuta es realmente el vampiro del mundo vegetal.

103 señala precisamente una de aquellas plantas que crecen no lejos del árbol cornígero. Da vueltas con tanta lentitud que da la impresión de un movimiento natural impuesto por el viento.

24 saca sus mandíbulas más afiladas y se dispone a trocear la cuscuta.

No,
emite 103.
Si la cortas, cada punta se vuelve activa. Una cuscuta cortada en diez trozos es igual a diez cuscutas.

La hormiga asegura haber asistido a un fenómeno bastante sorprendente. Dos trozos de cuscutas plantados uno junto al otro daban vueltas en busca de un arbusto al que vampirizar. Como no lo encontraban, se enrollaron la una en la otra y se chuparon mutuamente la savia hasta que las dos murieron.

¿Qué se puede hacer entonces? Si la dejamos crecer, terminará por dar con el cornígero y se enrollará en su tronco,
señala 24.

Hay que desarraigarla y tirarla inmediatamente al agua.

Dicho y hecho. Las hormigas aprovechan para eliminar todas las demás plantas que podrían resultar nocivas para la acacia. Luego expulsan todos los gusanos, pequeños roedores y cochinillas que andan por los alrededores.

En cierto momento, oyen un tic-tac regular. Es un coleóptero carcoma, un animal que agujerea a golpes regulares la madera.

Le responde un segundo tic-tac.

¡Es una carcoma macho que llama a su hembra!,
indica una termita que ha tenido que enfrentarse a menudo con esos competidores. En efecto, los golpes parecen responderse como si se tratara de un canto con dos tam-tams.

Los descubren fácilmente, y luego degustan a los Romeo y Julieta carcomas.

Cuando uno ha elegido su campo, hay que hacer frente común contra los enemigos comunes.

Las cruzadas se instalan para pasar la noche en el árbol que es una ciudad.

Todas descubren maravilladas la cornígera hueca.

Comen en la cripta de la más ancha de las ramas.

Hormigas, termitas, abejas y pequeños escarabajos celebran su trofalaxia. Ordeñan a los pulgones y reparten su melazo azucarado. Luego, como en cada campamento, vuelven al eterno tema de los Dedos, objeto de su periplo.

Los Dedos son dioses,
afirma una deísta belokaniana.

¿Dioses? ¿Qué son los dioses?,
pregunta una termita moxiluxiana.

24 les explica que los dioses son potencias que lo dominan todo.

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