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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (41 page)

BOOK: El día de las hormigas
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Todas las inquilinas del árbol le felicitan como si se tratara de un animal llegado para defenderlas de un depredador. Le quitan los últimos parásitos que hay entre sus ramas y le inyectan algunos gramos de abono cerca de las raíces.

Con el calor de la mañana, que va aumentando, cada cual se dedica a sus ocupaciones. Las termitas empiezan a agujerear un trozo de leña arrastrado por el río. Las moscas se entregan a su parada sexual. Cada especie limpia su terreno preferido. La isla de la cornígera les ofrece todas las provisiones necesarias y las aísla de los depredadores.

El río es rico en alimentos: tréboles de agua cuyo jugo oprimen las hormigas hasta obtener una cerveza abundante en azúcar, miosotis de las charcas, saponarias que desinfectan las heridas, cáñamo de agua cuyos aguijones retienen peces que proporcionan a las rojas una carne nueva.

Bajo las nubes de mosquitos y libélulas, cada hormiga se apresta a gozar de aquella vida insular, lejos de las tareas rutinarias de las grandes ciudades.

Se oye un gran estrépito. Son dos lucanos ciervos volantes machos que pelean.

Los dos grandes escarabajos dotados de pinzas y cuernos afilados giran el uno alrededor del otro y luego se aferran con sus mandíbulas súper desarrolladas, se levantan en vilo y se derriban de espalda. Las placas de quitina chocan, los cuernos se golpean. Combate de lucha libre. Mucho polvo y ruido. Despegan y siguen dándose golpes en el cielo.

Todas las espectadoras están cansadas de asistir al magnífico duelo. Y entre la asistencia empiezan a crujir las mandíbulas, porque también ellas sienten ganas de golpear y pegarse.

El más grande va adquiriendo ventaja; el otro cae, patalea en el aire de espaldas. El lucano victorioso alza sus largas pinzas cortantes hacia el cielo en señal de triunfo.

103 ve en este incidente una señal. Sabe que las horas tranquilas sobre la isla de la cornígera están terminando. Los animales brincan de impaciencia por proseguir la cruzada. Si se quedan aquí, las justas sexuales, las riñas y las peloteras se sucederán, y las viejas rivalidades entre las especies saldrán a la superficie. La alianza se resquebrajará. Las hormigas lucharán contra las termitas, las abejas contra las moscas y los escarabajos contra los escarabajos.

Hay que canalizar esas energías destructoras hacia un objetivo común. Hay que proseguir la cruzada. Se habla de ello por todas partes. Toman la decisión de proseguir la marcha a la mañana siguiente con los primeros calores.

Por la noche, acurrucadas en el fondo de aquellas celdillas naturales, se habitúan a discutir de unas cosas y otras.

Hoy, una hormiga propone que, para que la cruzada tenga el relieve que merece, cada hormiga sustituya su número de puesta por un nombre, como hacen las reinas.

¿Un nombre…?

¿Por qué no…?

Sí, pongámonos nombres unas a otras.

¿Cómo me llamaríais vosotras?,
pregunta 103.

Proponen llamarla «La que guía» o «La que ha vencido al pájaro», o «La que tiene miedo». Pero 103 decide que lo que más caracteriza su onda es la duda y la curiosidad. Su ignorancia es su principal orgullo. Desearía ser llamada «La que duda».

A mí me gustaría llamarme «La que sabe». Porque sé que los Dedos son nuestros dioses,
anuncia 23.

Y a mí me gustaría que me llamen «La que es una hormiga»,
insiste 9,
porque lucho por las hormigas
y
contra todos los enemigos de las hormigas.

Ya mí me gustaría que me llamen «La que…».

Antiguamente, «yo» o «a mí» eran expresiones tabúes. El hecho de que se den un nombre constituye en la práctica una necesidad de reconocerse, ya no en cuanto partes de un todo, sino en tanto que individualidades propias.

103 está nerviosa. Todo aquello no es normal. Se yergue sobre sus cuatro patas y pide que se renuncie a la idea.

Preparaos, salimos mañana temprano. Lo más temprano posible.

150. Enciclopedia

AUROVILLA:
La aventura de Aurovilla (abreviatura de Auroravilla), en la India, cerca de Pondicherry, figura entre las experiencias más interesantes de comunidad humana utópica. Un filósofo bengalí, Sri Aurobindo, y una filósofa francesa, Mira Alfassa («Madre»), empezaron a crear allí en 1968 «el» pueblo ideal. Tendría la forma de una galaxia para que todo irradiase desde su centro redondo. Esperaban a gentes de todos los países. Acudieron esencialmente europeos en busca de un utópico absoluto.

Hombres y mujeres construyeron generadores de viento, fábricas de objetos artesanales, canalizaciones, un centro informático, una fábrica de ladrillos. Implantaron cultivos en una región que, sin embargo, era árida. Madre escribió varios volúmenes relatando sus experiencias espirituales. Y todo fue bien hasta que unos miembros de la comunidad decidieron deificar a Madre en vida. Ella declinó al principio ese honor. Pero, muerto Sri Aurobindo, ya no había nadie lo bastante poderoso a su lado para apoyarla. No pudo resistir por más tiempo a sus adoradores.

La emparedaron en su habitación y decidieron que, dado que Madre se negaba a convertirse en diosa en vida, sería una diosa muerta. ¡Tal vez ella no había tomado conciencia de su esencia divina, pero eso no impedía que fuese una diosa!

Las imágenes de las últimas apariciones de Madre la muestran postrada y como bajo el efecto de un shock. Cuando trata de hablar de su encarcelamiento y del trato que le infligen sus adoradores, éstos le cortan la palabra y la devuelven a su habitación. Madre se convierte poco a poco en una vieja dama arrugada por las pruebas que le imponen día tras día quienes pretenden venerarla.

De todos modos, Madre conseguirá transmitir clandestinamente un mensaje a unos amigos de otro tiempo: tratan de envenenarla para poder convertirla en una diosa muerta y, por tanto, más fácilmente adorable. La llamada de socorro resultará vana. Quedarán excluidos inmediatamente de la comunidad todos aquellos que intenten ayudar a Madre. Último medio de comunicación: entre sus cuatro paredes, tocó el órgano para expresar su drama.

No consiguió nada. Víctima probablemente de una fuerte dosis de arsénico, Madre murió en 1973. Aurovilla le rindió funerales de diosa.

Pero, desaparecida ella, no quedaba nada para cimentar la comunidad, que se dividió. Sus miembros se enfrentaron entre sí. Olvidando la utopía de un mundo ideal, se llevaron unos a otros ante los tribunales y numerosos procesos sembraron la duda sobre una de las experiencias comunitarias humanas que, durante cierto tiempo, había sido una de las más ambiciosas y más logradas.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

151. Nicolás

Luchad hasta el final.

Sabía que al movimiento deísta, despiadadamente perseguido por Chli-pu-ni, le costaba recuperar su segundo aliento. Para ser eficaz, un dios debe mostrarse capaz de adaptar su discurso a la actualidad del momento. Aprovechando el sueño del conjunto de la comunidad subterránea, Nicolás Wells se había instalado ante la máquina de traducir. Durante un momento había buscado inspiración, y luego se había puesto a teclear como si fuera un joven Mozart de salón. Y no es que produjera músicas, producía sinfonías de perfumes, capaces de transformarle en divinidad.

Luchad hasta el final.

Lanzad misiones de ofrendas, cueste lo que cueste. Porque no nos habéis alimentado suficientemente, ahora conoceréis el sufrimiento y la muerte.

Los Dedos lo pueden todo porque los Dedos son dioses.

Los Dedos lo pueden todo porque los Dedos son grandes.

Los Dedos lo pueden todo porque los Dedos son poderosos.

Ésa es la ver…

—Nicolás, estás levantado, ¿qué haces? ¿No duermes?

Jonathan Wells estaba detrás de él y avanzaba frotándose los ojos y bostezando.

Pánico. Nicolás Wells quiso apagar la máquina pero se equivocó dé botón. En lugar de cortar la corriente, aumentó la intensidad luminosa de la pantalla.

Una sola ojeada bastó a Jonathan para adivinarlo todo. No había terminado de decir la última frase cuando ya lo había comprendido.

Su hijo se hacía pasar por el dios de las hormigas para obligarlas a alimentarles.

Los ojos de Jonathan se abrieron desmesuradamente. En un momento dedujo todas las implicaciones de aquel subterfugio.

¡NICOLÁS HA VUELTO RELIGIOSAS A LAS HORMIGAS!

Permaneció un instante desconcertado por aquel descubrimiento que le pasmaba. Nicolás no sabía qué hacer. Se precipitó hacia su padre.

—Debes comprenderlo, papá, lo he hecho para salvarnos, para que nos alimenten…

Jonathan Wells estaba asustado.

Nicolás balbuceó.

—He pretendido enseñar a las hormigas a venerarnos. Después de todo, estamos aquí abajo por ellas, y ellas son las que deben sacarnos de aquí. Y resulta que ya no nos traían alimento, que nos abandonaban, que nos moríamos de hambre. Era preciso que alguien reaccionase e hiciese algo. Entonces me puse a pensar y encontré la solución. Nosotros somos mil veces más inteligentes que las hormigas, mil veces más fuertes, mil veces más grandes. Cualquier persona, por miserable que sea, es un gigante para estos animales. Si nos tomaban por dioses, no nos dejarían morir. Por tanto, he formado hormigas deístas y estáis comiendo un poco de miel y hongos gracias a mí. Yo, Nicolás, de doce años, os he salvado a vosotros, a los adultos, que os estabais convirtiendo en insectos.

Jonathan Wells no dudó. Dos sonoras bofetadas imprimieron cinco Dedos rojos en las mejillas de su hijo. El ruido despertó a los demás. Todo el mundo captó en un abrir y cerrar de ojos el problema.

—¡Nicolás…! —exclamó Abuela Augusta estupefacta.

Nicolás estalló en sollozos. Los mayores no comprendían nada. Bajo la mirada helada de sus padres, el dios vengativo se transformó en un chiquillo llorón.

Jonathan Wells alzaba de nuevo la mano para castigarle. Su mujer le detuvo.

—No. Que no haya violencia en este lugar. ¡Nos ha costado mucho desterrarla!

Pero Jonathan estaba fuera de sí.

—Ha abusado de sus prerrogativas de ser humano. ¡Ha introducido la noción de «dios» en la civilización hormiga! ¿Quién puede prever las consecuencias de un acto así? Las guerras de religión, la Inquisición, el fanatismo, la intolerancia… Y todo esto, por culpa de mi hijo.

Lucie predicó la indulgencia.

—Es culpa de todos.

—¿Cómo se puede reparar esa metedura de pata? —Suspiró Jonathan—. No veo ninguna solución.

Lucie cogió a su marido por los hombros.

—La hay. Hay una que me salta a la vista. Habla con tu hijo.

152. Nacimiento de la Comunidad Libre del Cornígero (CLC)

Alba. También esta mañana, 24 contempla el horizonte lleno de vapores.

Sol, álzate.

Y el sol la obedece.

Completamente sola en la punta de una ramita, 24 mira la belleza del mundo y medita. Si existen, los dioses no tienen necesidad de encarnarse en Dedos. No tienen que transformarse en animales gigantes y monstruosos. Al contrario, están allí. En aquellas suaves golosinas que el árbol ha producido para atraer a las hormigas. En las corazas resplandecientes de los escarabajos. En el sistema de refrigeración del termitero. En la belleza del río y en el perfume de las flores, en la perversidad de las chinches y en los cromos de las alas de mariposa, en la deliciosa miel del pulgón y en el mortal veneno de la abeja, en las montañas tortuosas y en el río plácido, en la lluvia que mata y el sol que reanima.

Como a 23, le gusta creer que una fuerza superior rige el mundo. Pero acaba de comprender que esa fuerza está en todas partes y en todo. ¡No la encarnan los Dedos únicamente!

Ella es dios, 23 es dios y los Dedos son dioses. No hay necesidad de buscar más lejos. Todo está allí, al alcance de la antena y de la mandíbula.

Recuerda la leyenda mirmeceana que le contó 103. Ahora la comprende en su totalidad.
¿Cuál es el mejor momento? ¡Ahora! ¿Qué es lo mejor que hay que hacer? ¡Preocuparse por lo que hay delante de una! ¿Cuál es el secreto de la felicidad? ¡Caminar sobre la Tierra!

Y 24 se levanta.

¡Sol, álzate más arriba todavía y vuélvete blanco!

Y, una vez más, el sol, dócil, obedece.

24 camina y suelta su capullo. No tiene que buscar más. Lo ha comprendido todo. Ya no hay necesidad de continuar la cruzada. Siempre se ha extraviado porque no encontraba su sitio. Ahora sabe que su sitio está aquí. Lo que debe hacer es acondicionar la isla, y su única ambición consiste en aprovechar cada segundo como un don de vida milagroso.

Ya no tiene miedo a la soledad. Y tampoco tiene miedo a las otras. Cuando una está en su sitio, no se tiene miedo a nada.

24 corre en busca de 103.

La encuentra reparando los barcos miosotis con saliva.

Contacto de antenas.

Le entrega el capullo.

No volveré a llevar este tesoro. Deberás llevarlo tú sola. Yo me quedo aquí. No tengo que probar nada, estoy cansada de combatir, estoy cansada de extraviarme.

Este discurso hace que todas las antenas de las hormigas presentes se levanten de sorpresa. 103, anonadada, coge el capullo de mariposa.

Le pregunta qué ocurre.

Los dos insectos se rozan con la punta de las antenas.

Me quedo aquí,
repite 24.
Aquí construiré una ciudad.

¡Pero si ya tienes Bel-o-kan, tu ciudad natal!

La joven hormiga admite de buen grado que Bel-o-kan es una federación grande y poderosa. Pero a ella no le interesan las rivalidades entre ciudades mirmeceanas. Está harta de aquellas castas que imponen a todas un papel desde el nacimiento. Quiere vivir lejos de ellas y lejos de los Dedos. Empezar desde cero. -
¡Pero estarás sola!

Si hay otras que también quieran quedarse en la isla, serán bienvenidas.

Se acerca una roja. También ella está harta de la cruzada. No tiene nada ni a favor ni en contra de los Dedos. Le resultan indiferentes. Otras seis más opinan. También ellas se niegan a abandonar la isla.

A su vez, dos abejas y dos termitas deciden abandonar la cruzada.

Las ranas os devorarán,
les advierte 9.

Ellas no lo creen. Con sus espinas, la acacia cornígera las protegerá de los depredadores.

BOOK: El día de las hormigas
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