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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (42 page)

BOOK: El día de las hormigas
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Un coleóptero y una mosca se pasan al campo de 24. Luego diez hormigas más, cinco abejas y cinco termitas.

¿Cómo retenerlas?

Una roja señala que ella es deísta pero que, sin embargo también desea vivir aquí. 24 responde que, por lo que se refiere a los Dedos, su comunidad no tiene nada a favor ni en contra de las deístas. En la isla, cada cual pensará como quiera…

Pensará…,
dice estremecida 103.

Por primera vez, unos animales crean una comunidad utópica. Le dan, como nombre feromonal, el de «Ciudad de la Cornígera», y empiezan a instalarse en el árbol. Las abejas, que poseen un poco de jalea real llena de hormonas, transforman a las asexuadas que lo desean en sexuadas. De este modo, habrá reinas y la comunidad podrá perpetuarse.

103 se queda inmóvil un momento, sorprendida por esa decisión. Luego reactiva sus antenas y pide a todas las que quieran proseguir la cruzada que se reagrupen.

153. Enciclopedia

COMUNICACIÓN ENTRE LOS ÁRBOLES:
Algunas acacias de África presentan propiedades sorprendentes. Cuando una gacela o una cabra quiere ramonear en ellas, modifican los componentes químicos de su savia volviéndola tóxica. Cuando se da cuenta de que el árbol ya no tiene el mismo sabor, el animal se va a mordisquear en otro. Ahora bien, las acacias son capaces de emitir un perfume que captan las acacias vecinas y que inmediatamente las advierte de la presencia del depredador. En unos minutos, todas se vuelven no comestibles. Los herbívoros se alejan entonces, en busca de una acacia lo bastante alejada para no haber percibido el mensaje de alerta. Resulta, sin embargo, que las técnicas de cría en rebaños reúnen en un mismo lugar cerrado el grupo de cabras y el grupo de acacias. Consecuencia: una vez que la primera acacia afectada ha alertado a todas las demás, a los animales no les queda más solución que ramonear los arbustos tóxicos. Así es como se han envenenado numerosos rebaños, por razones que los hombres han tardado en comprender mucho tiempo.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

154. El confín del mundo está a dos pasos

Es mediodía. Mientras las pioneras prosiguen su instalación en la isla de la cornígera, 103 arma los navíos miosotis. Las cruzadas se instalan en ellos y se estiban en la pelusa de las hojas.

Unas moscas despegan como exploradoras para examinar la otra orilla, donde atracarán. Las moscas les encargan encontrar el mejor punto de amarre. Es decir, el menos peligroso.

Todos los barcos dejan sus pontones. Los miembros de la Comunidad de la Cornígera les acompañan hasta el agua y ayudan a lanzar las naves al río. Las antenas se alzan para intercambiar feromonas de ánimo. No se sabe qué es más difícil: inventar una sociedad libre en una isla desierta o combatir a los monstruos más allá del mundo. Cada uno de los grupos desea al otro perseverancia. Pase lo que pase, no hay que abandonar la meta que se han fijado.

Los barcos se alejan de la playa, y los navegantes estibados en las hojas de miosotis ven cómo las estatuas de arcilla fabricadas por los deístas se hacen cada vez más pequeñas. La flotilla avanza en línea.

Los frágiles esquifes propulsados por sus ditiscos remadores surcan rápidamente las aguas del río. Por encima de ellos, los escarabajos rechazan a los pájaros que querrían acercarse a la caravana flotante.

Y la cruzada avanza, sigue avanzando.

Un canto feromonal guerrero asciende por el aire tibio.

Son gordos, están ahí,

Matemos a los Dedos, matemos a los Dedos.

Prenden fuego a los almacenes,

¡Matemos a los Dedos, los cogeremos!

Saquean nuestras ciudades,

Matemos a los Dedos, matemos a los Dedos.

Empalan a los gusanos,

¡Matemos a los Dedos, venceremos!

No nos dan cuartel,

Matemos a los Dedos, matemos a los Dedos.

A ratos, gobios, truchas y siluros enseñan la punta de su aleta dorsal. Pero los rinocerontes también los vigilan. Si uno de esos monstruos acuáticos amenaza a un navío, no vacilan en clavarle su lanza frontal entre las escamas.

Las moscas exploradoras vuelven, agotadas, y aterrizan en las hojas como si se tratara de portaaviones. Han encontrado no sólo el confín del mundo cerca de la ribera sino además un arco de piedra para pasar por encima. ¡Todo un hallazgo!

No merece la pena excavar un túnel. 103 está encantada.

¿Dónde está ese puente?

Un poco más al Norte. Basta con remontar la corriente.

Las cruzadas se estremecen: ahora el confín del mundo está a un paso.

La flota alcanza la ribera opuesta sin demasiados daños. Un solo barco ha sido hundido por un tritón. ¡Riesgos del viaje!

Reagrupamiento por legiones y por especies. ¡Adelante!

¡Las moscas no han mentido!

¡Qué emoción para todas las que aún no habían divisado el confín del mundo! Está ahí, es esa banda negra rodeada de misterios y leyendas. Unas masas circulan por él a velocidades vertiginosas, en medio de un halo de polvo que apesta a humo y a hidrocarburo. Sus vibraciones son de una potencia desconocida. Ya nada es natural.

Para 103, aquellas masas oscuras que avanzan son los guardianes del confín del mundo. También piensa que se trata de un avatar de los Dedos.

¡Entonces, ataquémoslos!
, dice un soldado termita.

No, a éstos no, y aquí tampoco.

103 estima que la banda negra da a los Dedos una fuerza prodigiosa. Más vale combatirlos en un terreno menos peligroso. Al otro lado del confín del mundo, es decir, al otro lado del puente, serán más fáciles de vencer.

En todo ejército hay insensatos temerarios. Una termita quiere saber a qué atenerse. Avanza por la banda negra y es inmediatamente aplastada como una hoja. Pero así son los insectos. Tienen que experimentar antes de convencerse de lo que sea.

Tras ese incidente, la cruzada sigue a 103 por el puente, y a pasitos se encamina hacia el gran territorio desconocido donde pastan los rebaños de Dedos.

155. Una cara conocida

De pie sobre la escalera, una persona les apuntaba y sólo su torso y su fusil había surgido de la trampilla. Cuando subió algunos escalones para hacerles frente, Jacques Méliés rebuscó desesperadamente en los meandros de su cerebro: «Conozco esa cara.»

Como él, Laetitia Wells tenía un nombre en la punta de la lengua sin llegar a enunciarlo.

—¡Suelte el revólver, señor! —Méliés arrojó el revólver a sus pies—. Siéntense en esas sillas.

Aquel tono, aquella voz…

—No somos atracadores —empezó Laetitia—. Incluso mi compañero es…

El comisario le cortó inmediatamente la palabra.

—… de aquí. Vivo en el barrio.

—¡Me da igual! —contestó la mujer, que se apresuró a atarles en unas sillas con la ayuda de unos cables eléctricos.

—Bien, ahora podemos discutir en mejores condiciones.

—Pero ¿de qué se trata?

—¿Qué hace en mi casa, comisario Méliés? ¿Y qué hace usted, Laetitia Wells, periodista de
El Eco del domingo?
Y, además, juntos. Siempre he creído que ustedes dos se odiaban. Ella le ha insultado en la Prensa, y usted la ha mandado a la cárcel. Y ahora están los dos juntitos, como ladrones de feria, en mi piso, a medianoche.

—Es que…

De nuevo Laetitia fue interrumpida.

—Sé perfectamente qué pretenden con esta encantadora visita. Todavía no sé cómo lo han hecho, pero han seguido a mis hormigas.

Una voz llamó desde abajo.

—¿Qué pasa, querida? ¿Con quién discutes en el desván?

—Con unos indeseables que han entrado en casa.

Una segunda cabeza y un segundo cuerpo emergieron por la trampilla. «A él no le conozco.»

Había aparecido un hombre de larga barba blanca, con una camisa gris de cuadros rojos. Se parecía a un papá Noel, pero a un papá Noel gastado por la edad y al límite de sus fuerzas.

—Te presento al señor Méliés y a la señorita Wells. Han acompañado hasta aquí a nuestras amiguitas. ¿Cómo lo han hecho? Pronto nos lo dirán.

El papá Noel parecía alterado.

—Pero si estos dos son muy famosos. ¡Él como policía, y ella como periodista! A éstos no puedes matarlos… Además, no podemos seguir matando…

La mujer preguntó con sequedad.

—¿Quieres que renunciemos, Arthur? ¿Quieres que acabemos con todo?

—Sí —dijo Arthur.

Ella casi suplicó.

—Pero si abandonamos, ¿quién continuará nuestra tarea? No hay nadie, nadie…

El hombre de la barba blanca se retorció los Dedos.

—Si ellos nos han descubierto, también otros serán capaces de hacerlo. Y habrá que matar y matar… De cualquier modo, nunca terminaremos con nuestra misión. Cuando eliminamos a uno, reaparecen diez. Estoy harto de toda esta violencia.

«Al papá Noel no le he visto nunca. Pero a ella, a ella…» En medio del tumulto que agitaba su cerebro, Laetitia no lograba seguir aquella discusión en la que sin embargo estaban en juego dos vidas.

Arthur se enjugó la frente con el revés de una mano cubierta de manchas negras. La conversación le había agotado. Buscó algo a lo que agarrarse, no encontró nada y, desvanecido, se derrumbó en el suelo.

La mujer miró en silencio a los jóvenes, luego los soltó. Ellos se frotaron los tobillos y las muñecas de forma maquinal.

—Ayúdenme a llevarle hasta nuestra cama —dijo.

—¿Qué le pasa? —preguntó Laetitia.

—Un desmayo. Se están haciendo cada vez más frecuentes últimamente. Mi marido está enfermo, muy enfermo. No le queda mucho de vida. Y como siente que su muerte se acerca, se ha metido a cuerpo descubierto en esta aventura.

—He sido médico —dijo Laetitia—. ¿Quiere que le ausculte? Tal vez podría aliviarle.

La mujer hizo una mueca triste.

—Es inútil. Sé perfectamente lo que tiene. Cáncer generalizado.

Con precaución depositaron a Arthur sobre la colcha. La esposa del enfermo cogió una jeringuilla que contenía un cóctel de sedantes y de morfina.

—Ahora dejémosle descansar. Necesita sueño para recuperar algunas fuerzas.

Jacques Méliés la miró largamente.

—Ya está, ya sé de qué la conozco.

En ese mismo momento, una misma señal se disparó en el cerebro de Laetitia. ¡Evidentemente, también ella reconocía a la mujer!

156. Enciclopedia

SINCRONICIDAD:
Un experimento científico realizado simultáneamente en 1901 en varios países demostró que, en relación a una serie de pruebas de inteligencia dadas, los ratones merecían una nota de 6 sobre 20.

Repetido en 1965, en los mismos países y exactamente con las mismas pruebas, el experimento otorgó a los ratones una media de 8 sobre 20.

Las zonas geográficas no tenían nada que ver con el fenómeno. Los ratones europeos no eran ni más ni menos inteligentes que los ratones americanos, africanos, australianos o asiáticos. En todos los continentes, todos los ratones de 1965 habían obtenido mejor nota que sus abuelos de 1901. En toda la Tierra habían progresado. Era como si existiese una inteligencia «ratón» planetaria que habría mejorado al hilo de los años.

Entre los humanos se ha comprobado que ciertos inventos se realizaron de forma simultánea en China, en las Indias y en Europa: el fuego, la pólvora y el tejido, por ejemplo. Incluso en nuestros días se realizan en el mismo momento descubrimientos en varios puntos del Globo y en períodos restringidos.

Todo permite pensar que ciertas ideas flotan en el aire, más allá de la atmósfera, y que quienes están dotados de la capacidad de captarlas contribuyen a mejorar el nivel de saber global de la especie.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

157. Más allá del mundo

La cruzada avanza escalando abruptas piedras. Al otro lado del puente, altas estructuras cúbicas se disparan hacia el cielo. No parecen tener raíces. Las hormigas se inmovilizan y observan aquellas cadenas montañosas de formas perfectas, altas y rígidas: ¿serán acaso nidos de Dedos?

Están en la región que se prolonga más allá del borde del mundo. ¡El territorio de los Dedos!

Una sensación más intensa que las que han conocido hasta ahora, tan numerosas y tan fuertes sin embargo, las inunda.

¡Allí están los nidos de los Dedos! Colosales, titánicos, mil veces más espesos y más elevados que los más viejos árboles del bosque. Sus sombras frescas se alargan varios miles de pasos. Los dedos se construyen unos nidos desmesurados. La Naturaleza por sí sola no proporciona nidos semejantes.

103 se queda clavada. Esta vez siente que se le agota el valor para continuar, para atravesar el confín del mundo, para ir más allá de lo posible. Ahora se encuentra en el estado que durante tanto tiempo la ha acosado: al margen de toda civilización.

Tras ella, otros insectos mueven dubitativos la extremidad de sus antenas.

Las cruzadas permanecen un momento en silencio, inmóviles, pasmadas por tanta potencia. Las deístas se prosternan. Las otras se interrogan sobre ese mundo tan diferente, de líneas rectas y volúmenes infinitos.

Las soldados se reagrupan y recuentan. Son ochocientas en país enemigo, pero ¿cómo matar a los Dedos que se esconden en tales ciudadelas? ¡Hay que atacar aquel nido!

Las legiones volantes de escarabajos y abejas serán fuerzas de apoyo, que sólo intervendrán en caso de problemas. Todo el mundo está de acuerdo y, dada la señal, el ejército cruzado avanza hacia la entrada del edificio.

Un extraño pájaro cae del cielo, es una placa negra. Aplasta a cuatro soldados termitas. Ahora placas negras caen por todas partes y aplastan las corazas de las artilleras.

¿Son eso los Dedos?

Durante esa primera carga, mueren más de setenta soldados.

Pero las cruzadas no desesperan. Se retiran antes de lanzar una segunda carga.

¡Adelante, matémoslos a todos!

En esta ocasión, el ejército mirmeceano se dispone en punta. Las legiones se precipitan.

Son las once y muchas personas van a llevar sus cartas a Correos. Pocos distinguen los pequeños charcos negros que se deslizan imperceptiblemente por el suelo. Las ruedas de los cochecitos de niños, los mocasines y zapatos deportivos aplastan las pequeñas siluetas oscuras.

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