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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (49 page)

BOOK: El día de las hormigas
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La última cruzada sube a la chaqueta de Jacques Méliés, luego a su pantalón, prosigue su camino pisando un traje chaqueta de seda negra y desciende las montañas rusas formadas por el sostén de Laetitia Wells. Avanza hacia la zona de turbulencias.

Frente a ella hay un lienzo de cubrecama de punto, y lo escala. Cuanto más sube, más se mueve aquello. Hay perfumes de Dedos, calores de dedos, ruidos de Dedos, están allá arriba, seguro. Por fin va a encontrarse con ellos. Quita el tapón de su capullo de mariposa y libera su tesoro. La misión Mercurio toca a su fin. Escala la cima de la cama.

Que pase lo que tenga que pasar.

Laetitia Wells cerró sus ojos violeta, sentía la energía yang de su compañero mezclándose a su energía ying. Sus cuerpos unidos danzaban acompasados. Cuando Laetitia volvió a abrir los ojos, se sobresaltó. Prácticamente frente a su nariz tenía una hormiga que blandía entre sus mandíbulas un mínimo papelito doblado.

La visión fue suficiente para desconcentrarla. Dejó de moverse, se incorporó y deshizo el abrazo.

Jacques Méliés quedó sorprendido por aquella brusca interrupción.

—¿Qué pasa?

—¡Hay una hormiga en la cama!

—Ha debido escaparse de tu terrario. ¡Por hoy ya tenemos suficientes hormigas, échala y sigamos con lo que estábamos!

—No, espera, ésta no es como las demás. Tiene algo extraordinario.

—¿Es uno de los robots de Arthur Ramírez?

—No, es una hormiga completamente viva. Y tal vez no me creas, pero tiene un trozo de papel doblado entre sus mandíbulas y parece querer dárnoslo.

El comisario refunfuñó pero consintió en verificar la información. En efecto, vio a una hormiga que transportaba un trozo de papel doblado.

103 distingue ante ella un navío lleno de dedos.

Por regla general el animal dedalesco se descompone en dos rebaños de cinco Dedos. Pero éste debe ser un animal superior porque es más grueso y dispone, no de dos, sino de cuatro rebaños de cinco Dedos. Es decir, veinte Dedos que retozan a partir de una estructura principal rosa.

103 avanza y tiende la carta con el extremo de las mandíbulas, intentando no dejarse dominar por el miedo natural que le inspiran aquellas entidades extravagantes.

Vuelve a pensar en el episodio de la batalla contra los Dedos del bosque y siente deseos de huir con todas sus patas. Pero sería demasiado estúpido no dar la cara cuando está a punto de alcanzar su objetivo.

—Trata de saber qué es lo que tiene entre sus mandíbulas.

Jacques Méliés adelantó muy despacio su mano hacia la hormiga, murmurando.

—¿Estás segura de que no va a morderme o a rociarme con ácido fórmico?

—¿Vas a decirme que tienes miedo de una hormiguita? —le cuchicheó Laetitia al oído.

Los Dedos se acercan y el miedo la invade. 103 recuerda las lecciones que le enseñaban en Bel-o-kan cuando era pequeña. Frente a un depredador, hay que olvidar que él es el más fuerte. Hay que pensar en otra cosa. Permanecer tranquila. El depredador siempre espera a que huyan delante de él y tiene un comportamiento adaptado a esa huida. Pero si te quedas ahí, frente a él, imperturbable, sin manifestar temor, se desconcierta y no se atreve a atacar.

Los cinco Dedos avanzan tranquilamente a su encuentro.

No parecen nada desconcertados.

—¡Sobre todo, no la asustes! Espera, más despacio, en caso contrario huirá.

—Estoy seguro de que si no se mueve es porque espera a que yo esté cerca para morderme.

Sin embargo, continuó deslizando su mano a velocidad lenta aunque regular.

Los Dedos que se acercan a ella parecen indolentes. Ni la menor señal de comportamiento hostil. Desconfianza. Debe ser una trampa. Pero 103 se obliga a no huir.

No tener miedo. No tener miedo. No tener miedo. Vamos, se dice, he venido de muy lejos para entrar en contacto con ellos y ahora que están ahí; sólo tengo ganas de una cosa: poner patas en polvorosa y largarme. Valor, 103, ya te has enfrentado a ellos y no estás muerta.

No resulta fácil, sin embargo, ver cinco bolas rosas diez veces más altas y más voluminosas que tú avanzando y decirse que, a pesar de todo, lo que hay que hacer es no moverse.

—Despacio, despacio, ya ves que la asustas: sus antenas no paran de temblar.

—Déjame, ¿no ves que se está acostumbrando al avance progresivo de mi mano? Los animales no sienten miedo ante fenómenos lentos y regulares. Despacio, despacio, despacio.

Es instintivo. Cuando los Dedos están a menos de veinte pasos, 103 siente la tentación de abrir todo lo posible las mandíbulas para atacar. Pero en sus mandíbulas está el papel doblado. Está amordazada, no puede siquiera morder. Lanza la punta de sus antenas hacia delante.

En su cabeza se produce una aceleración. Sus tres cerebros dialogan y cada uno quiere imponer su opinión.

—¡Huyamos!

—¡Que no cunda el pánico! No hemos hecho un viaje tan largo para nada.

—¡Nos van a aplastar!

—De cualquier modo, los Dedos están demasiado cerca para que nos dé tiempo a huir.

—Párate, está muerta de miedo —le conminó Laetitia Wells. La mano se detuvo. La hormiga retrocedió tres pasos y luego se quedó inmóvil.

—Ves, cuando me paro es cuando más miedo tiene.

Durante un instante, 103 espera una tregua pero los Dedos siguen avanzando. Si no hace nada, en unos pocos segundos, terminarán por tocarla. 103 ya ha podido comprobar lo que era un papirotazo de los Dedos. Se acuerda de dos actitudes ante lo desconocido: actuar o sufrir. ¡Y como no puede sufrir, actúa!

Formidable: ¡la hormiga acababa de subírsele a la mano! Jacques Méliés estaba encantado. Pero la hormiga avanzaba, corría sobre él, utilizaba su brazo como trampolín, saltaba y se subía al hombro de Laetitia Wells.

103 avanza con pasos prudentes. Aquí huele mejor que en el otro Dedo. Se toma su tiempo para analizar todo lo que ve y todo lo que siente. Si sale bien librada de esta aventura, más tarde le servirá para su feromona zoológica sobre los Dedos. Posarse sobre un Dedo resulta de lo más curioso. Es una superficie plana rosa claro, rayada de estrías, y a intervalos regulares se descubren en ella pequeños pozos llenos de un sudor de olor dulce.

103 da unos pasos sobre la redondez blanca del hombro de Laetitia Wells. Ésta no se mueve, tiene demasiado miedo de aplastar a la hormiga. El insecto escala el cuello, cuya textura satinada le encanta. Avanza por la boca y apoya todo el peso de sus patas sobre sus almohadillas de rosa oscuro. Se extravía un momento en la gruta de la nariz derecha de Laetitia que hace cuanto puede para no estornudar.

Sale de la nariz y se asoma por encima del globo del ojo izquierdo. Es húmedo y móvil. No se aventura en él por miedo a que se le queden pegadas las patas. Hace bien, porque una especie de gran membrana terminada por un cepillo negro recubre ya el globo del ojo.

103 prosigue el camino del cuello y luego se desliza entre los senos. Vaya, ¡hay pecas en las que tropieza! Luego, encantada por la textura fina de los senos, parte al asalto de un pezón cuya cima rosácea es tornasolada. Se detiene sobre ella para tomar algunas notas. Sabe que está sobre un Dedo y que el Dedo la autoriza a inspeccionarlo. Las giulikanianas tienen razón. Estos Dedos no son realmente agresivos. Desde la punta del seno tiene una vista espléndida del otro seno y el valle del vientre.

Desciende y admira aquella superficie clara, cálida, mullida.

—No te muevas, se está acercando a tu ombligo.

—Me gustaría no moverme, pero me hace cosquillas.

103 cae en el pozo del ombligo, vuelve a subir, galopa por los largos muslos, escala la rodilla, vuelve a bajar por el tobillo y escala el contrafuerte del pie.

Desde allí ve cinco pequeños Dedos obesos y atrofiados cuyos extremos están coloreados de rojo. Vuelve a subir por la pierna. Corre por la pantorrilla, se desliza sobre su piel blanca y lisa. Trota por aquel desierto tibio, rosado, de grano suave. Pasa por la rodilla y sube hacia la parte superior de los muslos.

181. Enciclopedia

SEIS:
La cifra seis es una buena cifra para construir una arquitectura. Seis es el número de la Creación. Dios creó el mundo en seis días y al séptimo descansó. Según Clemente de Alejandría, el Universo fue creado en seis direcciones diferentes: los cuatro puntos cardinales, el Cenit (el punto más alto) y el Nadir (el punto más bajo en relación al observador). En la India, la estrella de seis puntas, llamada Yantra, significa acto de amor, interpretación del Yoni y del Lingam. Para los hebreos, la estrella de David, también llamada de Salomón, representa la suma de todos los elementos del Universo. El triángulo que apunta hacia lo alto representa el fuego. El que apunta hacia abajo representa el agua.

En alquimia se considera que a cada punta de la estrella de seis brazos le corresponden un metal y un planeta. La punta superior es Luna-plata. Luego, de izquierda a derecha vienen: Venus-cobre, Mercurio-mercurio, Saturno-plomo, Júpiter-estaño, Marte-hierro. La hábil combinación de los seis elementos y de los seis planetas produce en su centro el Sol-oro.

En pintura, la estrella de seis puntas se emplea para mostrar todas las asociaciones posibles de colores. La unión de todos los tintes produce una luz blanca en el hexágono central.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

Sexto arcano

El imperio de los dedos

182. Más cerca todavía del final

103 sube hacia lo alto de los muslos pero cinco Dedos largos se acercan, aterrizan y le cortan el camino antes de que llegue a la ingle. La inspección ha terminado.

103 tiene miedo a ser aplastada. Pero no, los Dedos se quedan allí, colocados como si la esperasen para una cita. Decididamente las giulikanianas tenían razón, estos Dedos no son de mala pasta. Ella sigue viva. Se levanta sobre sus patas traseras y tiende su misiva hacia el cielo.

Laetitia Wells acercó despacio las largas uñas barnizadas del pulgar y del índice y, utilizándolas como una larga pinza, cogió el papel doblado.

103 vacila, luego abre ampliamente sus mandíbulas y entrega su preciosa carga.

¡Tantas hormigas muertas para este instante mágico!

Laetitia Wells depositó el papel en el hueco de su palma. Medía la cuarta parte de un sello, pero se distinguían unos pequeños caracteres inscritos en las dos caras de su superficie. Era tan diminuto que resultaba ilegible, pero de todos modos se reconocía una escritura humana.

—Creo que esta hormiga nos trae el correo —dijo Laetitia tratando de leer el diminuto papel.

Jacques Méliés fue a buscar su gruesa lupa luminosa.

—Con esto será más fácil descifrar la carta.

Depositaron a la hormiga en un pequeño frasco, se vistieron y luego se inclinaron con la lupa sobre el papelito.

—Tengo buena vista —afirmó Méliés—, pásame una pluma y anotaré las palabras que distinga, luego trataré de imaginar las que faltan.

183. Enciclopedia

TERMITA:
A veces hablo con sabios especialistas en termitas. Me dicen que mis hormigas son, desde luego, interesantes pero que no han conseguido la mitad de lo que han conseguido las termitas.

Es cierto.

Las termitas son los únicos insectos sociales, probablemente los únicos animales, que han creado una «sociedad perfecta». Las termitas se organizan en una monarquía absoluta en la que cada individuo se siente feliz de servir a su reina, en la que todas se comprenden y se ayudan entre sí, en la que nadie alimenta la menor ambición o la menor preocupación egoísta.

Es, ciertamente, en la sociedad termita donde la palabra «solidaridad» adquiere su sentido más fuerte. Tal vez porque la termita fue el primer animal que construyó ciudades, hace más de doscientos millones de años.

Sin embargo, en ese logro mismo reside su propia condena. Por definición, lo que es perfecto no puede ser mejorado. La ciudad termita ignora por tanto todo cuestionamiento, toda revolución, toda revuelta interna. Es un organismo puro y sano que funciona tan bien que no hay que hacer otra cosa que gozar de esa felicidad entre sus corredores labrados y construidos con un cemento extremadamente sólido.

En cambio, la hormiga vive en un sistema social mucho más anárquico. Avanza cometiendo errores y, en todo lo que emprende, empieza por cometer errores. Nunca está satisfecha con lo que posee, lo prueba todo, incluso arriesgando su vida.

El hormiguero no es un sistema estable sino una sociedad que tantea de forma permanente, probando todas las soluciones, incluso las más aberrantes, con riesgo a veces de su propia destrucción.

En mi opinión, ésas son otras tantas razones para interesarse más por las hormigas que por las termitas.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

184. Desciframiento

Tras varios minutos de desciframiento, Méliés consiguió una carta.

«Socorro. Somos diecisiete personas atrapadas bajo un hormiguero. La hormiga que os ha transmitido este mensaje es favorable a nuestra causa. Ella os indicará el camino para venir a salvarnos. Hay una gran losa de granito encima de nosotros, venid con picos y perforadoras. Deprisa. Jonathan Wells. »

Laetitia Wells se puso de pie.

—¡Jonathan! ¡Jonathan Wells! ¡Pero si es mi primo Jonathan el que pide ayuda!

BOOK: El día de las hormigas
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