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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (50 page)

BOOK: El día de las hormigas
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—¿Le conoces?

—Nunca le he visto pero, de cualquier modo, es mi primo. Se le creía muerto, desaparecido en la bodega de la calle de los Sybarites… ¿No te acuerdas del caso de la bodega de mi padre Edmond? ¡Él fue una de las primeras víctimas!

—Parece que está vivo, pero prisionero con todo un grupo de gentes debajo de un hormiguero.

Méliés examinó el papelito. Aquel mensaje era como una botella arrojada al mar. Había sido escrito por una mano temblorosa, tal vez por un agonizante. ¿Cuánto tiempo hacía que la hormiga transportaba aquella carta? Sabía que esos insectos caminan muy despacio.

Había otro asunto que le preocupaba. Evidentemente la carta había sido escrita en una hoja de tamaño normal, reducida luego múltiples veces mediante fotocopiadora. ¿Estaban, por tanto, lo bastante bien instalados allá abajo como para poseer una fotocopiadora y para tener, por consiguiente, electricidad?

—¿Crees que es cierto?

—¡No veo otra situación que pueda explicar que una hormiga ande de acá para allá con una carta!

—De todos modos, ha sido el azar el que ha impulsado a este insecto a llegar justo hasta tu casa. El bosque de Fontainebleau es grande, la ciudad de Fontainebleau mayor aún a escala de las hormigas, y esta mensajera ha conseguido, pese a todo, dar con tu casa situada en un cuarto piso… ¿No te parece algo fuerte?

—No, en ocasiones hay una posibilidad sobre un millón de que ciertas cosas se produzcan y aun así se producen.

—Pero ¿te imaginas a unas personas «acorraladas» debajo de un hormiguero, personas cuya vida depende de la buena voluntad de unas hormigas? Es imposible, ¡un hormiguero se destruye de un taconazo!

—Hablan de una losa gigante de granito que estaría bloqueándoles.

—Pero ¿cómo puede uno meterse debajo de un hormiguero? Hay que estar realmente chalado. ¡Es una broma!

—No. El enigma de la bodega misteriosa de mi padre que devoraba a quienes se aventuraban en ella era un misterio. Ahora el problema estriba en socorrer a los cautivos. No hay tiempo que perder y sólo hay un ser que puede ayudarnos.

—¿Quién?

Señaló el fraseo donde 103 se debatía.

—Ella. La carta dice que puede guiarnos hasta mi primo y sus compañeros.

Sacaron a la hormiga de su cárcel de cristal. No tenían a mano producto radiactivo alguno para marcarla. Por eso, Laetitia Wells untó con una gotita de su laca roja la frente del insecto para estar segura de distinguirla entre todas las demás hormigas.

—¡Vamos, preciosa, enséñanos el camino!

Contra toda esperanza, la hormiga no se movió.

—¿Crees que está muerta?

—No, sus antenas se agitan.

—Entonces ¿por qué no avanza?

Jacques Méliés la empujó con el Dedo.

Ninguna reacción. Sólo movimientos de antenas cada vez más nerviosos.

—Se diría que no tiene ganas de llevarnos —observó Laetitia Wells—. Sólo veo un modo de resolver este problema: hay que… hablarle.

—De acuerdo. Excelente ocasión para ver cómo funciona la máquina «Piedra de Roseta» del bueno de Arthur Ramírez.

185. Una tierra que construir

24 no sabe cómo abordar el problema. Crear una comunidad utópica entre especies es muy hermoso. Hacerlo con el apoyo de un vegetal y con la protección del agua es todavía mejor. Pero ¿cómo arreglárselas para que todo el mundo se entienda?

Las deístas pasan la mayor parte de su tiempo reproduciendo sus estatuas en forma de monolitos y pretenden disponer de un rincón para enterrar a sus muertos.

Las termitas han encontrado un grueso trozo de leña seca y permanecen encerradas. Las abejas instalan una mini colmena en las ramas del cornígero. En cuanto a las hormigas, acondicionan una sala que servirá de jardín para la cría de hongos.

Todo funciona normalmente; ¿por qué ha de preocuparse 24 por querer ordenarlo todo? Cada una hace lo que le place en su rincón, siempre que no moleste a las demás.

Por la noche, todos los miembros de la comunidad se reúnen en una celda de la cornígera y se cuentan historias de su mundo.

Es ese instante trivial, ese instante en el que todos los insectos de todas las especies tienden sus antenas para escuchar relatos olfativos de guerreras abejas o de arquitectas termitas, el principal lazo de unión de la comunidad.

La Comunidad de la Cornígera está unida por una suma de leyendas y de cuentos. De sagas olfativas. Sencillamente.

La religión de las deístas no es otra cosa que una historia más entre el resto de las historias. Y nadie se permitiría juzgarla verdadera o falsa, sólo importa un criterio: que permita soñar. Y el concepto de dios permite hacerlo…

24 propone reunir las más hermosas leyendas hormiga, abeja, termita o escarabajo en unas cubas semejantes a las de la Biblioteca química.

La noche azul marino aparece en un orificio-ojo de buey de la cornígera, iluminada por una luna llena y blanca.

Esa noche hace calor y los insectos deciden contarse sus historias en la playa.

Un insecto emite.

…el rey termita daba vueltas desde hacía dos ciclos alrededor de la cámara nupcial de su reina cuando, de pronto, los equipos de excavación del árbol señalaron que un coleóptero carcoma perturbaba las pulsiones eróticas de la soberana…

Otro.

…y entonces surge una avispa negra. Carga contra mí, con el aguijón por delante. Yo apenas tengo tiempo de…

Todas se estremecen con el mismo miedo retrospectivo de la abeja askoleína.

El perfume de los junquillos de alrededor y el vaivén del rumor apacible del agua acariciando la orilla las tranquilizan.

186. El juicio final

Arthur Ramírez les recibe calurosamente, ya se encontraba mejor. Les agradeció que no los hubieran denunciado a la Policía. La señora Ramírez no se hallaba en casa, había ido al programa «Trampa para pensar».

La periodista y el policía le explicaron que se había producido un hecho nuevo: por increíble que pudiera parecer, una hormiga había ido a llevarles un mensaje manuscrito.

Le mostraron la carta y Arthur Ramírez comprendió inmediatamente el problema. Se mesó los pelos de su barba blanca y luego aceptó poner en funcionamiento su máquina «Piedra de Roseta».

Los llevó al desván, puso en marcha varios ordenadores, iluminó los frascos de perfumes productores de feromonas y agitó unos tubos transparentes para evitar los posos.

Con mil precauciones, Laetitia sacó a 103 de su frasco y Arthur la instaló bajo una campana de cristal.

De aquella campana salían dos tubos: uno aspiraba las feromonas olorosas de la hormiga, el otro le transmitía las feromonas artificiales que traducían los mensajes humanos.

Ramírez se sentó delante de su mesa de mando, reguló varios botones, verificó unos testigos luminosos e hizo girar los potenciómetros. Todo estaba preparado. Sólo quedaba poner en marcha el programa que reproducía las palabras humanas como perfumes hormiga. Su diccionario francés-hormiga comprendía cien mil palabras y cien mil matices de feromonas.

El ingeniero se colocó delante del micrófono y articuló con cuidado.

Emisión:
Saludos.

Apretó un botón y la pantalla transformó la frase en fórmula química, transmitida inmediatamente a los frascos de perfumes, que se vaciaron según la dosis exacta del diccionario informático. Cada palabra con su olor específico.

La pequeña nube que contenía el mensaje fue propulsada a la tubería gracias a una burbuja de aire y llegó a la campana.

La hormiga agitó sus antenas.

Saludos.

Mensaje recibido.

Un fuelle limpió la campana de cualquier tufo parásito para que el mensaje de respuesta pudiera ser perfectamente captado.

Vibraron los tallos sensitivos.

La nube respuesta remontó el bulto transparente llegó hasta el espectrómetro de masa y hasta el cromatógrafo, que lo descompusieron molécula a molécula para obtener cada líquido correspondiente a una palabra.

Poco a poco en la pantalla del ordenador fue apareciendo una frase.

Y, de forma simultánea, un sintetizador vocal la pronunció.

Todos oyeron la respuesta de la hormiga.

Recepción:
¿Quiénes son ustedes? Comprendo mal sus feromonas.

Laetitia y Méliés estaban maravillados. ¡La máquina de Edmond Wells funcionaba de verdad!

Emisión:
Te encuentras en el interior de una máquina que puede servir para comunicarse a humanos y a hormigas. Gracias a ella podemos hablar y comprenderte cuando emites.

Recepción:
¿Humanos? ¿Qué es eso de humanos? ¿Una especie de Dedos?

Aparentemente, y resultaba una sorpresa, la hormiga apenas estaba impresionada por la máquina. Respondía sin problemas y parecía incluso conocer a aquellos a los que llamaba «Dedos». Por lo tanto, podía establecerse un diálogo. Arthur Ramírez cogió el micrófono.

Emisión:
Sí, nosotros somos la prolongación de los Dedos.

La respuesta sonó en el altavoz situado encima del aparato.

Recepción:
Entre nosotras os llamamos Dedos. Yo prefiero llamaros Dedos.

Emisión:
Como quieras.

Recepción:
¿Quiénes sois? No sois el doctor Livingstone, supongo…

Los tres se quedaron pasmados. ¿Cómo había podido oír hablar una hormiga del doctor Livingstone y de la frase famosa: «Es usted el doctor Livingstone, supongo»? Al principio creyeron que había un error de ajuste del traductor o un desajuste en el mecanismo del diccionario francés-hormiga. A ninguno se le ocurrió reírse o imaginar que tal vez estaban en presencia de una hormiga dotada de humor. Se preguntaron más bien quién sería aquel doctor Livingstone que las hormigas conocían.

Emisión:
No, no somos el «doctor Livingstone». Somos tres humanos. Tres Dedos. Nuestros nombres son Arthur, Laetitia y Jacques.

Recepción:
¿Cómo han aprendido a hablar el terrestre?

Laetitia cuchicheó.

—Debe querer decir que cómo sabemos hablar el lenguaje oloroso de las hormigas. Evidentemente creen ser los únicos verdaderos Terrestres de referencia…

Emisión:
Es un secreto que nos ha sido transmitido por azar. Y tú, ¿quién eres?

Recepción:
103.683, pero mis compañeras prefieren llamarme 103 a secas. Soy una asexuada de la casta de las soldados exploradoras. Vengo de Bel-o-kan, la ciudad más grande del mundo.

Emisión:
Y ¿por qué nos has traído este mensaje?

Recepción:
Los Dedos que viven debajo de nuestra ciudad nos han pedido transmitiros ese paquete. Han bautizado esta tarea con el nombre de «misión Mercurio». Como yo era la única que con anterioridad me había acercado a los Dedos, mis hermanas pensaron que también sería la única en poder realizarlo.

103 se guardó mucho de precisar que, además, era la principal guía de una cruzada que debía eliminar a todos los Dedos de la Tierra.

Los tres tenían preguntas que hacer individualmente a la locuaz hormiga, pero Arthur Ramírez siguió llevando las riendas de la conversación.

Emisión:
En la carta que nos has entregado, se dice que hay gentes, perdón, Dedos, atrapados debajo de tu ciudad y que sólo tú puedes guiarnos hasta ellos para que les ayudemos.

Recepción:
Es exacto.

Emisión:
Entonces, indícanos el camino y te seguiremos.

Recepción:
No.

Emisión:
¿Y por qué no?

Recepción:
Antes debo conoceros. En caso contrario, ¿cómo saber que puedo confiar en vosotros?

Los tres humanos quedaron tan sorprendidos que no supieron responder.

Sentían, desde luego, mucha simpatía, estima incluso, por las hormigas, pero, de ahí a oír a uno de aquellos animalejos decirles abiertamente «no», había un abismo. Aquel pequeño grumo negro descarado tenía bajo aquella campana, entre sus patas, la vida de diecisiete personas. ¡Podían aplastarla con un simple golpe de pulgar y se negaba a ayudarles con el pretexto de que no le habían sido presentados!

Emisión:
¿Por qué quieres conocernos?

Recepción:
Sois grandes y fuertes, pero ignoro si os guían las buenas intenciones. ¿Sois monstruos, como cree nuestra reina Chli-pu-ni? ¿O dioses omnipotentes, como piensa 23? ¿Sois peligrosos? ¿Sois inteligentes? ¿Sois bárbaros? ¿Sois muchos? ¿Dónde está vuestra tecnología? ¿Sabéis utilizar herramientas? Debo conoceros antes de decidir si merece o no merece la pena salvar a algunos de los vuestros.

Emisión:
¿Quieres que cada uno de nosotros tres te cuente su vida?

Recepción:
No es a vosotros tres a quienes deseo comprender y juzgar, sino al conjunto de vuestra especie.

Laetitia y Méliés se miraron. ¿Por dónde empezar? ¿Iban a verse obligados a contarle a aquella hormiga las civilizaciones de la Antigüedad, la época medieval, el Renacimiento, las guerras mundiales? En cuanto a Arthur, parecía encantarle aquella discusión.

Emisión:
Entonces, haznos preguntas. Nosotros te responderemos y te explicaremos nuestro mundo.

Recepción:
Sería demasiado fácil. Presentaríais vuestro mundo bajo su mejor aspecto, aunque sólo fuera para poder salvar a vuestros Dedos prisioneros de nuestra ciudad. Debéis encontrar un medio para informarme de manera más objetiva.

¡Qué cabezota era aquella 103! Ni siquiera Arthur sabía ya qué decir para convencerla de su buena fe. En cuanto a Méliés, bufaba. Volviéndose a Laetitia, declaró furioso.

—Muy bien. Vamos a salvar a tu tío y a sus compañeros sin la ayuda de esa hormiga pretenciosa. Arthur, ¿tiene usted un mapa del bosque de Fontainebleau?

Sí, tenía uno, pero el bosque de Fontainebleau contaba con diecisiete mil hectáreas y no eran hormigueros precisamente lo que faltaban en ellas. ¿Dónde buscar? ¿Del lado de Barbizon, bajo las rocas de Apremont, junto a la charca de Franchard, en las arenas de las alturas de la Solle?

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