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Authors: Agatha Christie

Tags: #policiaco, #Intriga

El hombre del traje color castaño (33 page)

BOOK: El hombre del traje color castaño
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Allí hicimos nuestros planes. Yo había de regresar a Inglaterra con Susana e instalarme en su casa de Londres hasta que me casara. Y... ¡compraríamos la canastilla en París! Susana disfrutaba enormemente preparando todos los detalles. Y yo también. No obstante, el porvenir me parecía singularmente irreal. Y a veces, sin saber por qué, me sentía completamente ahogada, como si me fuera imposible respirar.

Llegó la víspera del día en que debíamos embarcar. No pude conciliar el sueño. Me consumía la tristeza, sin saber por qué. Detestaba la idea, ¿sería lo mismo? ¿Volvería a ser lo mismo jamás?

Y entonces me sobresaltó un golpe autoritario dado en la persiana. Me puse de pie de un brinco. Enrique se encontraba fuera en el
stoep
.

—Vístete, Anita, y sal. Quiero hablar contigo.

Me eché algo de ropa encima y salí. El fresco aire de la noche, quieto y perfumado, rozábame el rostro con aterciopelada caricia. Enrique me condujo a un punto donde no pudiera oírsenos desde la casa. Tenía el rostro muy pálido y decidido y le centelleaban los ojos.

—Anita, ¿recuerdas que me dijiste una vez que a las mujeres les gustaba hacer las cosas que les disgustaban por amor al hombre a quien querían?

—Sí —contesté, preguntándome qué iba a ocurrir.

Me estrechó entre sus brazos.

—Ana vente conmigo... ahora... esta noche, volvamos a Rhodesia... a la isla. No puedo soportar todas estas estupideces. No puedo soportar la espera.

Me desasí un instante.

—¿Y mis vestidos de París? —me lamenté burlona.

—¡Al diablo con tus vestidos de París! No pienso dejarte marchar, ¿me has oído? Eres mía. Si te dejo marchar, pudiera perderte. Nunca estoy seguro de ti. Vas a venir conmigo ahora... esta noche... y al demonio los demás.

Me apretujó contra su pecho, besándome hasta dejarme casi sin aliento.

—No puedo pasarme por más tiempo sin ti, Ana. De veras que no. Odio el dinero. Que se lo lleve Race. Vamos.

—¿Mi cepillo de dientes? —murmuré.

—Te puedes comprar otro. Ya sé que soy un loco; pero por el amor de Dios, ¡vamos!

Echó a andar a grandes zancadas. Yo le seguí tan sumisa como la mujer
barotsi
a quien viera en la vecindad de las Cataratas. Sólo que yo no llevaba una sartén encima de la cabeza. Andaba él tan aprisa que me costaba la mar de trabajo seguirle.

—Enrique —dije, por fin, con voz humilde—, ¿vamos a recorrer a pie todo el camino hasta Rhodesia?

Se volvió él de pronto, y soltando una carcajada, me cogió en sus brazos.

—Estoy loco, nena mía, ya lo sé. Pero, ¡te quiero tanto!

—Somos un par de locos. Y, oh, Enrique no me lo has preguntado; pero ¡esto no es un sacrificio para mí! ¡
Quería
venir!

Capítulo XXXVI

Eso fue hace dos años. Seguimos viviendo en la isla. Ante mí, sobre la tosca mesa de madera, se encuentra la carta que Susana me escribió:

«Queridas Criaturas Perdidas en el Bosque. Queridos lunáticos Enamorados:

No me ha causado sorpresa, en absoluto. Mientras hablábamos de París y de vestidos, experimentaba la sensación de que nada de aquello era real, de que desaparecerías el día menos pensado como por ensalmo. Pero ¡sí que sois una pareja de lunáticos! La idea de renunciar a una fortuna enorme es un absurdo. El coronel Race quería discutir el asunto, pero le he convencido de que debe dejar que el tiempo discuta por y para Enrique. Nadie mejor que él para eso. Porque después de todo, las lunas de miel no duran eternamente. No estás aquí, Anita; conque puedo decir eso sin peligro de que te abalances sobre mí como un gato montés. El amor en la selva durará mucho tiempo; pero el día menos pensado empezarás a pensar de pronto en Park Lane
[9]
, en pieles suntuosas, en vestidos de París, en los últimos modelos de automóvil y de cochecitos de niño y en doncellas francesas, y en amas de cría y ayas.

Pero pasad vuestra luna de miel, queridos lunáticos, y que sea una luna de miel muy larga. Y pensad de vez en cuando en mí, que engordo entre tanta abundancia.

Vuestra querida amiga,

Susana Blair.»

«P.D.: Os envío un buen surtido de sartenes como regalo de boda y una enorme terrine de páté de foie gras, para que os acordéis de mí.»

Hay otra carta que también leo a veces. Llegó mucho tiempo después que la anterior e iba acompañada de un abultado paquete. Parecía haber sido escrita desde algún lugar de Bolivia.

«Mi querida Anita Beddingfeld:

No puedo resistir la tentación de escribirle, no tanto por el placer que me proporciona el escribir, como por la gran alegría que sé experimentará al recibir noticias mías. Nuestro amigo Race no fue tan listo como creía, ¿verdad?

Creo que la nombraré a usted mi albacea literaria. Le envió mi Diario. No hay en él nada que pudiera interesar a Race ni a ninguno de su cuadrilla; pero o mucho me equivoco, o encontrará usted en él algunas cosas que le resultarán divertidas. Haga el uso de él que crea más conveniente. Sugiero que lo emplee como base de un artículo para el
Daily Budget
titulado: «Criminales que he conocido». La única condición que pongo es que figure yo como personaje principal.

A estas horas no dudo que habrá dejado usted de ser Ana Beddingfeld para convertirse en lady Eardsley, reina de Park Lane. Me gustaría hacer constar que no le guardo a usted el menor rencor. Es muy duro, claro está, tener que empezar de nuevo la existencia cuando se tiene mi edad. Pero (se lo digo en confianza) tenía fondos de reserva cuidadosamente colocados, para hacer frente a semejante contingencia. Me han resultado muy útiles y estoy logrando establecer una serie de relaciones que han de servirme para mucho. Y a propósito, si alguna vez se cruza con ese amigo suyo tan gracioso que se llama Arturo Minks, tenga la bondad de decirle que no le he olvidado, ¿quiere? Eso le dará un buen susto.

En conjunto, creo haber dado pruebas de un espíritu muy cristiano y perdonador. Hasta para Pagett. Acerté a enterarme que había traído (mejor dicho, la señora Pagett y no él) una sexta criatura al mundo el otro día. Envié al recién nacido un tazón de plata y me declaré dispuesto en una postal a hacer de padrino suyo. ¡Me imagino la cara que Pagett habrá puesto al recibirlo! Estoy seguro de que se ha ido derecho a Scotland Yard con tazón y postal y una cara más seria que mandada hacer de encargo.

Bendita sea, ojos líquidos. Día llegará en que se dé cuenta del error que ha cometido al no casarse conmigo.

«Siempre suyo,

Eustace Pedler.»

Enrique se puso furioso. Es el único punto en que él y yo no estamos de acuerdo. Para él, sir Eustace era el hombre que había intentado asesinarme y a quien consideraba culpable de la muerte de su amigo. Los atentados que sir Eustace cometió contra mi vida me han extrañado siempre. Se salen del cuadro, como quien dice. Porque estoy segura de que siempre le inspiré un afecto sincero.

Pero siendo así, ¿por qué intentó matarme dos veces? Enrique dice que «porque es un canalla completo» y cree haber resuelto todo con afirmación semejante.

Susana se mostró muy perspicaz y más comprensiva. Discutí el asunto con ella y lo achacó a un «complejo de temor». Susana es muy aficionada al psicoanálisis. Me hizo ver que toda la ambición de sir Eustace en esta vida era gozar de la seguridad y de la mayor comodidad posible. Tenía un instinto de conservación muy acusado. Y el asesinato de Nadina eliminó en él ciertas inhibiciones. Sus actos no representaban los sentimientos que yo le inspiraba, sino que eran el resultado de lo mucho que temía por su seguridad personal. Creo que Susana tiene razón. En cuanto a Nadina, ésta era una de esas mujeres que merecen morir. Los hombres hacen toda suerte de cosas poco honrosas para poder enriquecerse, pero ninguna mujer debe de fingirse enamorada con fines interesados.

Me es muy fácil perdonarle a sir Eustace. Pero a Nadina no la perdonaré jamás. ¡Jamás, jamás, jamás!

El otro día me puse a desenvolver unas latas que iban envueltas en pedazos de un
Daily Budget
atrasado y me encontré de pronto con las palabras: «El hombre del traje color castaño». ¡Cuánto tiempo parecía haber transcurrido desde entonces! Había roto toda relación con el
Daily Budget
mucho tiempo antes, naturalmente. Me había divorciado de él mucho más pronto de lo que él se había divorciado de mí. Mi «Boda Romántica» fue objeto de mucha publicidad.

Mi hijo está tendido al sol, agitando las piernas. ¡Ese sí que es «un hombre de traje color castaño»! Lleva puesto lo menos posible, lo que constituye el mejor traje para África, y está más tostado que el café. Siempre está escarbando en el suelo. Yo creo que ha salido a papá. Tendrá la misma manía que él y la misma afición a la arcilla pleiocénica.

Susana me mandó un telegrama cuando nació:

«Felicitaciones y cariñosos saludos al recién llegado a la Isla de los Lunáticos. ¿Tiene la cabeza dolicocefálica o braquiefálica?»

«¡Platicefática!»

Notas

[1]
Nombre dado a una fase del período paleolítico. En ella, el hombre de la época cuaternaria usaba instrumentos de piedra tallada por una sola cara. Se deriva del francés mousterien, de Moustier, lugar de Francia en el departamento de Dordoña, famosa por la caverna en que fue hallado un yacimiento, el más clásico, de la época en cuestión. (N. del T.).

[2]
De Aurignac, pueblo francés del Alto Carona donde se han encontrado numerosos fósiles. Chellense viene de Chelles, pueblo francés también, del departamento del Sena y Mame, situado a la orilla del último de estos ríos. Se han encontrado en él fósiles de principios de la Edad Cuaternaria. Neanderthal es un valle de la cuenca del Dussel, afluente del Rhin, donde fue hallado el cráneo fósil llamado cráneo de Neanderthal, que tiene cierta analogía con el pitecántropo hallado en Java. (N. del T.)

[3]
El comentario de la señora Blair obedece a que «fría», en inglés, es «cold». Por consiguiente, para ella resulta más lógico que calda signifique cold, que no signifique hot (caliente). (N. del T.)

[4]
Famoso asesino inglés a quien cupo el dudoso honor de ser el primer criminal que fue arrestado gracias a la telegrafía inalámbrica, entonces en sus comienzos. (N. del T.)

[5]
Secret Service o Intelligence Service, Servicio de espionaje. (N. del T.)

[6]
Es costumbre en los trasatlánticos, como medio de distracción, que cada uno de los pasajeros dé una pequeña cantidad con la cual se hace lo que los jugadores llaman «plato». Cada uno de los que participan en el juego recibe un número, y, al cabo del día, aquel cuyo número corresponde con la cantidad de nudos o millas recorridas por el barco, se lleva el «plato». (N. del T.)

[7]
Contracción de Johannesburgo, empleado con preferencia al nombre completo. (N. del T.)

[8]
Uno de los diminutivos de Eduardo. (N. del T.)

[9]
Avenida londinense donde se alzan los palacios aristocráticos. (N. del T.)

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