El joven samurai: El camino de la espada (22 page)

BOOK: El joven samurai: El camino de la espada
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Jack salió de detrás de su refugio, corrió hasta el
bokken
del Equipo Escorpión y lo alzó por encima de la cabeza en un saludo de victoria.

—¡Declaro ganador al Equipo Fénix! —anunció Emi, sonriendo feliz a Jack.

El resto del Equipo Fénix se acercó corriendo y levantó a Jack por los aires entre los aplausos de todos los espectadores.

—¡Brillante! —gritó Yamato.

—¡Inspirado! —reconoció Tadashi, dándole a Jack una fuerte palmada en la espalda.

Sin embargo, la celebración fue interrumpida por las acusaciones del Equipo Escorpión.

—¡El
gaijin
hizo trampas!

—¡Jugó sin honor!

—No hay nada en las reglas que exija que se apunte con las bolas directamente a un oponente —declaró Tadashi por encima de los gritos—. No hay ninguna duda, hemos ganado nosotros.

Jack no puedo evitar sonreír mientras veía cómo sacaban a Kazuki e Hiroto de la nieve. Había derrotado al Equipo Escorpión.

Pero su sonrisa se desvaneció cuando un airado y avergonzado Kazuki gritó para que todos lo oyeran:

—¡
Gaijin
,me las vas a pagar con tu vida!

33
Mushin

—¡Te voy a matar! —rugió el samurái.

Jack no supo qué hacer. El súbito ataque lo había pillado desprevenido.

El
sensei
Hosokawa se había vuelto loco, sus ojos oscuros lo miraban implacables, decididos a matar. Lo atacaba directamente con una catana afilada como una cuchilla y Jack advirtió en un abrir y cerrar de ojos que iba a abrirlo como a un cerdo y que sus tripas se desparramarían por el suelo del
dojo.

Sólo unos cuantos momentos antes Jack estaba entrenando con Tadashi en el
Butokuden
en preparación para el Círculo, que sólo estaba ya a un mes de distancia. De repente, surgido de ninguna parte, Jack captó un destello de acero y giró sobre sus talones para ver al
sensei
Hosokawa atacarlo con la espada desenvainada.

El
sensei
golpeó con la velocidad del rayo, y la catana emitió un agudo silbido cuando cruzó el pecho de Jack y se dirigió a su estómago.

Jack, temblando, miró hacia abajo, temiendo lo que podría ver. Pero sus entrañas no estaban esparcidas por todo el suelo. Su vientre permanecía intacto. Estaba completamente ileso. Lo único que había cortado era su
obi.
El cinturón, cortado en dos, cayó al suelo en un derrotado montón.

—Estás muerto —declaró el
sensei
Hosokawa.

Jack se tragó la sorpresa, incapaz de responder. Poco a poco comprendió que este ataque había sido una implacable lección en artes marciales.

—Pensaste demasiado —continuó el
sensei
Hosokawa, envainando su espada—. Te permitiste asustarte y eso te hizo vacilar. Si vacilas en la batalla, mueres.

El
sensei
Hosokawa miró a sus dos estudiantes, asegurándose de que comprendían la advertencia.

—P-pero creí que te habías vuelto loco —tartamudeó Jack, recuperando la voz. Temblaba con una combinación de sorpresa y vergüenza por ser víctima de un engaño con la espada delante de su nuevo amigo Tadashi. Se sentía menospreciado—. ¡Pensé de verdad que ibas a matarme!

—No, pero la próxima vez el ataque podría ser real —respondió el
sensei
gravemente—. Los tres males del samurái son el miedo, la duda y la confusión. Acabas de mostrarlos los tres.

—¿Entonces no soy lo bastante bueno? ¿Es eso lo que me estás diciendo? —replicó Jack. Su frustración por su progreso salía ahora a la superficie—. ¿Lo seré alguna vez? Parece que siempre hay algo malo con mi técnica. ¿Por qué no mejoro?

—Dominar el Camino de la Espada es un sendero largo —explicó el
sensei
Hosokawa amablemente—. Apresurarte sólo precipita tu muerte.
Ichi-go, Ichi-e.
¿Has oído esa frase antes?

Jack asintió, recordando la caligrafía del tapiz del Salón de Té Dorado del
daimyo
Takatomi.

—Una oportunidad en una vida. Eso es todo lo que se obtiene en una lucha a espada. —El
sensei
Hosokawa miró a Jack a los ojos—. Quiero darte esa oportunidad.

Jack agachó la cabeza, avergonzado por su estallido cuando su maestro estaba solamente intentando ayudar.

—El Pasillo trataba del
fudoshin
—continuó el
sensei
Hosokawa—. Te pusieron a prueba para ver si podías controlar tu cuerpo y tu mente bajo la presión de una batalla imposible. Demostraste entonces que eras capaz de
fudoshin
, pero el miedo y la confusión durante mi ataque ahora te hacen vacilar. Debes aprender a mirar la muerte a la cara y reaccionar de inmediato. Sin miedo. Sin confusión. Sin vacilación. Sin duda.

—¿Pero cómo podía yo saber que ibas a atacarme? Me estaba concentrando en entrenarme con Tadashi.


Mushin
—declaró el
sensei
Hosokawa.


¿Mushin?


Mushin
significa poseer un estado de «ninguna mente».

El
sensei
Hosokawa empezó a caminar de un lado a otro como hacía siempre que impartía una clase.

—Cuando un samurái se enfrenta a un oponente, no debe importarle el oponente; no debe importarle él mismo; no debe importarle el movimiento de la espada de su enemigo. Un samurái que posee
mushin
no se basa en qué movimiento puede ser el siguiente. Actúa intuitivamente. El
mushin
es el conocimiento espontáneo de cada situación según ocurre.

—¿Pero cómo voy a saber qué va a pasar en una lucha? ¿Es que los samuráis tienen que ver el futuro?

El
sensei
Hosokawa se echó a reír, divertido por la sugerencia de Jack.

—No, Jack-kun, aunque pueda parecerlo. Tienes que entrenar tu mente para que sea como agua y fluya abiertamente hacia cualquier posibilidad. Éste es el estado mental ideal de un guerrero en combate, donde no esperas nada, pero estás preparado para todo.

—¿Y cómo consigo el
mushin?

—Primero debes practicar tus tajos muchos miles de veces, hasta que puedas realizarlos por instinto, sin pensamiento consciente ni vacilación. Hasta que tu espada se vuelva «ninguna espada».

Jack miró a Tadashi, que permanecía a su lado en silencio, absorbiendo todo lo que se decía. Se preguntó si Tadashi comprendería este concepto de «ninguna espada».

—No comprendo —admitió Jack, esperando no parecer estúpido—. ¿Cómo puede mi catana convertirse en «ninguna espada»? ¿Cómo puede dejar de existir?

—Tu objetivo es conseguir unidad entre tu espada y tú.

El
sensei
Hosokawa desenvainó rápidamente su catana y la mantuvo en alto.

—Cuando la espada exista solamente en tu corazón y tu mente —dijo el
sensei
Hosokawa, presionando la punta de su espada contra el pecho de Jack, exactamente donde estaba el corazón—, entonces se convertirá en «ninguna espada». Pues cuando golpees, no serás tú sino la espada en la mano de tu mente la que golpee.

Jack comprendió sólo un poco de lo que estaba diciendo su
sensei.
Advirtió que el maestro de esgrima le estaba enseñando grandes cosas, habilidades vitales que necesitaba, pero al mismo tiempo el
sensei
parecía estar atándole un brazo a la espalda. Si era digno del Círculo de Tres y este concepto de «ninguna espada» era tan importante, ¿por qué no le permitía el
sensei
Hosokawa entrenar con una hoja de verdad?

—Pero con todo respeto, si no me permites usar mi catana, ¿cómo puedo hacer que mi espada se convierta en «ninguna espada»?

El rostro del
sensei
Hosokawa se volvió de pronto duro como una piedra.

—Cuando empieces a comprender el
mushin
, entonces te permitiré entrenar con una espada.

Jack se aferró a este nuevo atisbo de esperanza. Ansioso por conseguir el entrenamiento «ninguna mente», preguntó:

—¿Cuánto tiempo tardaré en dominar el
mushin}
—Cinco años —respondió el
sensei
Hosokawa.

—¡Tanto! No puedo esperar cinco años —desesperó Jack—. ¿Y si me esfuerzo de veras?

—Entonces necesitarás diez años.

Mortificado por esta ilógica respuesta, Jack preguntó:

—Bueno, ¿y si dedico todo mi tiempo al
mushin}
—Entonces necesitarás veinte años.

34
Ganjitsu

La inmensa campana del templo, del tamaño de un peñasco, sonó por centésima octava vez, y su grave
dong
resonó en la noche. Espirales de humo de incienso se retorcían en el aire y las velas fluctuaban en todos los rincones del Salón del Buda como una celestial constelación de estrellas.

Jack esperaba en silencio con el resto de la escuela mientras el lento balance del largo martillo de madera del péndulo se detenía.

—¡BUENA SUERTE PARA EL AÑO NUEVO! —anunció Masamoto.

Vestido con una túnica ceremonial rojo llama de fénix, se hallaba de pie ante una gran estatua de bronce del Buda.

La
Niten Ichi Ryu
estaba celebrando el
Ganjitsu
, un festival que celebraba el comienzo del Año Nuevo. Jack había descubierto que los japoneses no lo celebraban el uno de enero como la mayoría de los países occidentales, sino según el calendario chino, varias semanas más tarde, en previsión de la llegada de la primavera.

Al
sensei
Yamada le tocó el honor de golpear la campana del templo por última vez para indicar la medianoche, y ahora se arrodilló ante el altar del Buda para impartir bendiciones sobre la escuela.

Vestidos con sus mejores kimonos, los estudiantes formaban una fila que se extendía por toda la sala como un dragón enjoyado. Jack llevaba el kimono de seda color burdeos que la madre de Akiko, Hiroko, le había regalado al salir de Toba. Llevaba el
kamon
del fénix de Masamoto, bordado con fino hilo dorado que captaba la luz cada vez que se movía. Sin embargo, no era nada comparado con el atuendo de Akiko. Ella tenía una orquídea púrpura en el pelo e iba vestida con un glorioso y chispeante kimono amarillo, verde y azul que parecía tejido con cientos de alas de mariposa.

—¿Por qué suena la campana exactamente ciento ocho veces? —preguntó Jack mientras esperaban en fila para recibir la primera bendición del año. Los rituales del budismo seguían siendo extraños para su forma de pensar cristiana.

Akiko no respondió. Cuando Jack miró, su atención estaba en otra parte, los ojos lejanos, y su rostro parecía más pálido que de costumbre.

—¿Te encuentras bien? —preguntó.

Akiko parpadeó y sus ojos volvieron a concentrarse.

—Sí, estoy bien.

Jack la estudió un instante más. Ella le devolvió la sonrisa en respuesta a su preocupación, pero sus ojos parecían llorosos.

A su lado, Yori pugnaba con las mangas de su kimono, que le quedaba demasiado grande para su diminuto cuerpo. Fue él quien respondió a la pregunta de Jack.

—Los budistas creen que el hombre sufre ciento ocho deseos o pecados. Con cada toque de la campana, se expulsa uno de estos pecados y se perdonan los males del año pasado.

«Qué forma tan curiosa de ser perdonado», pensó Jack, que había sido educado para creer que sólo Dios y sólo Cristo tenían el poder de perdonar los pecados. A pesar de su escepticismo, a Jack le parecía que podía seguir oyendo la campana resonando dentro de su cabeza.

Entonces advirtió que el
sensei
Yamadagolpeaba suavemente un gran cuenco de bronce mientras marcaba un ritmo hipnótico en un bloque de madera y cantaba en voz baja a cada estudiante. Parecía que el cuenco estaba cantando, y la nota rodaba y rodaba en un círculo sin fin.

Cuando le llegó su turno de ser bendecidos, Akiko susurró:

—Haz lo que yo haga.

Jack había pensado no participar en la ceremonia religiosa, pero comprendió que con la creciente animosidad hacia los cristianos y los extranjeros necesitaba llamar la atención lo menos posible. Mostrar su disposición a aceptar las creencias japonesas podría serle favorable. Además, como había dicho el
sensei
Yamada, las religiones eran «todas hilos de la misma alfombra, aunque de colores distintos».

Jack observó atentamente a Akiko colocar una gran urna llena de arena, coger una barra de incienso de una caja cercana y encenderla con una vela. Colocó el incienso entre el bosque de barras encendidas, y la urna pareció un enorme alfiletero humeante. Akiko inclinó dos veces la cabeza ante el Buda de bronce, dio dos palmadas más e hizo una última inclinación. El
sensei
Yamada llamó a Akiko. Ella se arrodilló ante él, inclinó la cabeza una vez más y, luego, le ofreció al monje una orquídea como regalo.

Jack advirtió de pronto que no había traído ningún regalo para ofrecérselo al Buda. Pero antes de poder hacer nada al respecto, fue su turno. Sin ninguna otra alternativa, Jack se acercó hasta la urna, una gran vaharada de incienso llenó su nariz, y repitió el ritual que había visto hacer a Akiko. Entonces se arrodilló e inclinó torpemente la cabeza ante el
sensei
Yamada.

—Lo siento,
sensei
—empezó a decir Jack, inclinándose de nuevo a modo de disculpa—, pero no he traído nada para ofrecer.

—No te preocupes, Jack-kun. Todavía no estás familiarizado con todas nuestras costumbres —dijo el viejo monje, sonriéndole serenamente—. El regalo más perfecto que se puede ofrecer es un corazón honrado y sincero. Para mí está claro que eso es lo que has traído al altar y a cambio te concederé mis bendiciones para el año.

El
sensei
Yamada empezó un canto budista que surgió de sus labios y fluyó cálido e hipnótico hasta los oídos de Jack:

Igual que la suave lluvia llena los arroyos, se vierte en los ríos y se une en los océanos…

Las suaves palabras se unieron al contrapunto de la caja cantora y Jack sintió que sus ojos empezaban a cerrarse…:

Asíque el poder de cada instante de tu bondad fluya para despertar y sanar a todos los seres…
:

Los oídos de Jack resonaban con cada latido del bloque de madera y empezó a vagar, todo su ser vibrando suavemente…:

Los que estáis ahora aquí, los que estuvieron antes, los que aún tienen que venir.
[ 6 ]

Abrió los ojos, la mente calmada y el corazón lleno de una alegría expansiva.

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