Read El joven samurai: El camino de la espada Online
Authors: Chris Bradford
—Para los cinco que continúan el viaje hacia delante, tengo este consejo. En un combate entre un cuerpo fuerte y una técnica fuerte, la técnica prevalecerá. En un combate entre una técnica fuerte y una mente fuerte, la mente prevalecerá porque encontrará el punto flaco en vuestro oponente. Mientras la mayoría de vosotros se acerca a esta comprensión, sólo un estudiante ha abrazado el conocimiento necesario para lograrlo.
[ 4 ]
Kazuki se permitió una sonrisa de satisfacción ante la inminente alabanza que consideraba merecida. Pero la sonrisa se convirtió en una mueca de incredulidad cuando Masamoto anunció:
—Yori, da un paso adelante. Te unirás a ellos en el Círculo.
Un murmullo de asombro se alzó en toda la escuela y todo el mundo buscó al muchachito. Los estudiantes más cercanos empujaron hacia delante al reacio Yori y éste se acercó al centro, tan sorprendido e indefenso como un corderillo recién nacido.
—Sigo sin poder creer que te golpeara mientras estabas inclinado, Jack —dijo Saburo al día siguiente, mientras se relajaban entre lecciones en el Jardín Zen del Sur. Se habían reunido en el porche de madera que daba al estanque y las piedras de adorno. El jardín estaba ahora cubierto de tanta nieve que parecía un paisaje en miniatura de nubes blancas y montañas de picos nevados.
Jack le dirigió a Saburo una sonrisa dolorida y se frotó el cuello donde lo había golpeado el
bokken.
—El
sensei
Hosokawa era la última parte del Pasillo —les recordó Akiko mientras jugaba a
ohajiki
con Kiku, haciendo saltar un guijarro en forma de moneda contra otro en el suelo, y diciendo luego que había salido fuera—. ¿Te inclinarías en mitad de un combate?
—No, pero tienes que admitir que fue bastante rastrero por su parte.
—Bueno, sigo sin comprender por qué Jack entró y yo no —murmuró Yamato, hurgando tristemente en la nieve con su
bokken
—. Si me lo preguntáis, es favoritismo, sólo porque es un
gaij…
—¡Yamato! —exclamó Akiko, mirando a su primo—. Jack llegó más lejos que ningún estudiante en la historia del Pasillo. Se merece haber entrado.
—Lo siento —dijo Yamato, ofreciendo a Jack una sonrisa de disculpa—. Sigo un poco molesto por todo esto.
Yamato apartó la chaqueta de su
gi
de entrenamiento para inspeccionar la masa de cardenales que se extendía por su costado derecho. Jack advirtió que debían de haberlo golpeado con muchísima fuerza durante el Pasillo. También reconoció que su amigo estaba muy dolorido por la vergüenza de haber fallado en las pruebas. Jack dejó pasar el insulto y esperó que su amistad no quedara estropeada por este giro de los acontecimientos.
—Apuesto a que eso duele —dijo Saburo, explorando con un dedo el costado de Yamato.
—¡Ayyy! —exclamó Yamato, apartando la mano de Saburo.
—Eres un bebé grande —se burló Saburo.
—¡Bueno, a ver si te gusta!
Yamato empezó a golpear a Saburo con los puños. Los demás se echaron a reír mientras Saburo retrocedía arrastrándose por el porche y llegaba a la nieve.
—¡Olvidas, Saburo, que tuve que sufrir todo ese dolor y entrenamiento para nada! —chilló Yamato, bajando del porche de un salto y agarrando un puñado de nieve antes de plantarla en la cara de Saburo.
—Déjalo en paz, Yamato —reprendió Akiko, preocupada porque la furia de Yamato consigo mismo se estaba volviendo desagradable.
—Para ti es fácil decirlo. Jack y tú estáis en el Círculo. ¡Pero yo no!
—No te olvides… de Yori —farfulló Saburo bajo la descarga continua de golpes y nieve.
—Es verdad. ¿Dónde está Yori? —preguntó Kiku rápidamente, tratando de distraer a Yamato de la escalada de la pelea.
Yamato detuvo su ataque.
—El geniecillo desagradecido está por allí.
Señaló el pino retorcido que había en el otro extremo del jardín, cuyo tronco estaba sujeto por un palo de madera.
Yori estaba sentado bajo una de sus ramas cubiertas de nieve, tirando abstraído de la cola de una grulla de
origami
, y haciendo que sus alas se menearan. A pesar de sus mejores esfuerzos por consolarlo, Yori no había dicho ni una sola palabra desde el sorprendente anuncio en el
Butokuden
el día anterior.
—No seas tan mal perdedor —le dijo Akiko a Yamato—. Yori no había participado y no quería.
—¿Entonces por qué debería hacerlo? Los
senseis
dijeron que solamente cinco estudiantes ingresarían en el Círculo. Hay muchos otros estudiantes que darían el brazo derecho por una plaza extra. Y yo soy uno de ellos —dijo Yamato, soltando a Saburo y quitándose la nieve del kimono con manotazos furiosos.
—Pero él pasó una prueba, Yamato. Y, lo siento, tú no lo hiciste.
—Lo sé —admitió Yamato, desplomándose en el porche—. Pero Yori ni siquiera fue evaluado en las pruebas físicas. ¿Cómo saben que está preparado?
—¿Lo estamos alguno de nosotros? —dijo Jack.
—Bueno, tú no. Tan sólo te aceptaron —se apresuró en recalcar Yamato.
—Sí. Por eso tengo que recibir formación extra por parte del
sensei
Kano —añadió Jack a modo de excusa.
—La necesitarás.
—Tienes razón. La necesitaré. Y necesitaré tu ayuda también, si estás dispuesto.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Yamato, volviéndose para mirar a Jack.
—El
sensei
Kano dijo que necesitaría un compañero de entrenamiento. Esperaba que fueras tú.
Yamato reflexionó antes de responder y Jack pensó que iba a negarse por orgullo.
—Vamos. Sería como nuestros antiguos días de entrenamiento en Toba —instó Jack.
Reconociendo el gesto por lo que era, su amigo consiguió mostrar una sonrisa medio sentida.
— Gracias, Jack. Claro que lo haré. ¡Sabes que nunca dejaría pasar una oportunidad para darte una paliza!
Más tarde, esa noche, Jack oyó a Yori llorar en su habitación. Como decidió que su amigo necesitaba compañía, llamó a su puerta.
—Pasa —dijo Yori.
Jack deslizó la
shoji
y entró. Apenas había espacio para que estuviera en pie, y mucho menos sentado, no sólo porque el dormitorio era muy pequeño, sino por el hecho de que la habitación de Yori estaba cubierta de grullas de
origami.
A pesar de esto, Yori seguía haciendo más, y había una ansiedad febril en su trabajo.
Jack despejó un espacio y se sentó junto a su amigo. Yori apenas le hizo caso, así que Jack decidió ayudarle en su tarea. Sin embargo, después de hacer su quinta grulla, ya no pudo contener su curiosidad.
—Yori, ¿por qué estás haciendo tantas grullas de papel? Has resuelto el
koan.
—
Senbazuru Orikata
—replicó Yori, hosco.
—¿Qué es eso?-preguntó Jack, arrugando el entrecejo con asombro.
—Según la leyenda —continuó Yori, picajoso porque lo distraía de su trabajo—, a todo el que haga mil grullas de
origami
una grulla le concederá su deseo.
—¿De verdad? ¿Y cuál va a ser tu deseo?
—¿No lo imaginas…?
A Jack le parecía que sí, pero como Yori no estaba de humor para hablar, dejó correr el asunto. Como la conversación murió, Jack se puso en pie para estirar las piernas y se acercó a la ventanita. Contempló el patio y vio cómo los copos de nieve flotaban a través de la noche. Si tuviera la paciencia para hacer mil grullas, Jack sabía cuál sería su deseo. El mismo deseo que había pedido al muñeco Daruma.
Pensó en Jess. ¿Qué estaría haciendo ahora su hermana pequeña? Esperaba que desayunando con la señora Winters. No quería pensar en la alternativa.
Como no quería empeorar el estado de ánimo con sus propios pensamientos melancólicos, Jack regresó a la tarea que les ocupaba. Cogió una hoja de papel para hacer otra grulla más.
El montón de papel
origami
se agotó pronto, y Yori le dio tranquilamente las gracias por su ayuda y dijo que conseguiría más al día siguiente. Aunque no pudo ofrecerle una sonrisa, parecía menos deprimido por su situación y había dejado de llorar, así que Jack se marchó y se fue a la cama. Al abrir la
shoji
de su habitación, se detuvo en seco.
Habían saqueado su cuarto.
El futón estaba desenrollado y abierto; su kimono ceremonial, el
gi
de entrenamiento y el
bokken
yacían tirados por el suelo; y el muñeco Daruma y el bonsái habían sido volcados: el arbolito yacía ahora de costado, sus raíces expuestas y la tierra desparramada por todas partes.
El primer pensamiento de Jack fue Kazuki. Era exactamente el tipo de acción que haría él o uno de los miembros de su Banda del Escorpión. Escrutó la habitación para ver si se habían llevado algo. Aliviado, encontró las espadas de Masamoto bajo el kimono ceremonial y vio el dibujo de su hermana bajo la maceta del bonsái, la caja
inro
tirada en un lado. Miró entonces debajo del futón y advirtió qué era lo que faltaba.
Jack salió corriendo al pasillo ahora desierto y llegó a la habitación de Kazuki y abrió su
shoji.
—¿Dónde está? —acusó.
—¿Dónde está qué? —replicó un indignado Kazuki, que estaba puliendo una brillante espada samurái negra y dorada que su padre le había regalado por haber sido aceptado en el Círculo.
—Sabes exactamente a qué me refiero. ¡Devuélvemelo!
Kazuki miró a Jack, el ojo izquierdo todavía hinchado y descolorido por el moratón recibido durante el Pasillo.
—¡Sal de mi habitación! —exigió—. ¿Qué clase de samurái crees que soy para ir a robarte nada? Puede que eso sea algo que haga un
gaijin
, pero nunca un japonés.
Entonces una sonrisa maliciosa se extendió por su rostro al ver la inquietud de Jack.
—Pero si descubres quién lo hizo, recuérdame que le dé las gracias.
Jack maldijo. A pesar de la arrogancia de Kazuki, al parecer no tenía nada que ver con el allanamiento. Tal vez había sido Hiroto, desquitándose de Jack por haberle derrotado en las pruebas. Jack miró el pasillo vacío y se detuvo.
Saliendo de su habitación había una figura vestida de blanco de la cabeza a los pies. Tenía en la mano el libro encuadernado en cuero.
—¡Alto! —gritó Jack.
Los oscuros ojos como guijarros de la espectral figura se clavaron en los suyos. Echó a correr por el pasillo tan silencioso como la nieve que caía y salió de la
Shishi-no-ma.
Jack corrió detrás. Pasó ante los sobresaltados estudiantes que se habían asomado a sus habitaciones para ver qué sucedía, y salió al frío aire nocturno.
Localizó a la figura que cruzaba corriendo el patio y la siguió.
—¡Devuélvemelo! —gritó Jack, ganando terreno al intruso.
La figura llegó al borde del patio y se lanzó hacia el muro de la escuela. Jack corrió tras el ladrón, y sus manos agarraron la parte inferior de una chaqueta blanca. Tiró con todas sus fuerzas, pero recibió una patada en el pecho por sus esfuerzos y cayó a la nieve. Aturdido momentáneamente, Jack sólo pudo ver cómo el intruso continuaba escalando el muro con la agilidad de un gato.
Entonces, sin mirar atrás, la figura vestida de blanco desapareció en la noche nevada.
—¿De verdad crees que era Ojo de Dragón? —preguntó Yamato mientras ayudaba a Jack a ordenar su habitación—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que se dejó ver.
Jack estaba alisando el dibujo de su hermana y quitándole la tierra del bonsái que le había caído encima. Como Jack habitualmente guardaba el dibujo escondido en su
inro
, quedaba claro que el intruso había llevado a cabo una búsqueda concienzuda en su habitación.
—Tenía que serlo, pero esta vez ha enviado a otra persona. ¡A menos que haya conseguido que le crezca otro ojo! —replicó Jack con sarcasmo, recordando los dos ojos oscuros que lo habían mirado a través de la rendija de la capucha del ninja.
—¿Pero quién ha oído hablar jamás de un ninja blanco? Debe de haber sido un disfraz. ¿Estás seguro de que no era uno de los miembros de la Banda del Escorpión de Kazuki gastándote una jugarreta? Quiero decir, los ninjas siempre van de negro.
—De noche sí —interrumpió Akiko, que apareció de repente en la puerta, vestida con un kimono de dormir de color rosa pétalo—. Pero con la nieve, destacarían como si fuera de día. Su
shinobi shozoku
es para camuflarse y ocultarse, así que visten de negro durante la noche, y de blanco en invierno y de verde en los bosques.
—¿Dónde has estado todo este tiempo? —preguntó Jack, irritado porque no estuvo allí para ayudar.
Ya era muy tarde y, aparte de Yamato y Akiko, los otros estudiantes habían acabado por aburrirse y se habían ido a dormir. Nadie más que Jack había visto al ninja blanco. A él no le importaba. No quería que la gente hiciera preguntas. Incluso le había dicho a Saburo que Hiroto había puesto patas arriba su habitación, para no tener que revelar la existencia del cuaderno de bitácora a otro de sus amigos.
—Me estaba dando un baño —respondió Akiko, contemplando asombrada la habitación desordenada—. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Han robado algo?
—Ojo de Dragón ha regresado —respondió Jack, recogiendo sus espadas—, y, sí, se han llevado algo.
—¡No será el cuaderno de bitácora!
Jack negó con la cabeza.
—No. El diccionario japonés del padre Lucius. El que me dio en Toba. El que debía entregarle al padre Bobadilla en Osaka cuando tenga oportunidad. Parece que no podré cumplir esa promesa.
—¿Para qué puede querer llevarse nadie un diccionario? —preguntó Yamato, frunciendo asombrado el ceño.
—No creo que estuvieran buscando el diccionario, ¿no? —preguntó Jack, recogiendo el muñeco Daruma y volviendo a colocarlo en el alféizar de la ventana junto al bonsái—. A simple vista, el libro del padre Lucius puede confundirse con el cuaderno de bitácora. Dejé el diccionario bajo el futón como señuelo. Quien se lo llevó no se habría dado cuenta de la diferencia a menos que mirara en su interior. Debí interrumpirlo en mitad del registro.
—¿Qué? ¿El ninja estuvo aquí dentro contigo? —preguntó un incrédulo Yamato—. ¿Por qué no lo viste?
—Debió de estar colgando sobre mi cabeza —contestó Jack, estremeciéndose—. Mira esas manchas de humedad en la pared sobre la puerta. Ahí es donde se derritió la nieve. El ninja debió de estar sujetándose entre la viga y el techo.