Read El joven samurai: El camino de la espada Online
Authors: Chris Bradford
Su maestro zen inclinó la cabeza para indicar que la bendición había terminado. Jack le dio las gracias y se levantó para marcharse, cuando por impulso dijo:
—Maestro, ¿puedo pedirte algo?
El viejo monje asintió. Recordando el acertijo de los años del
sensei
Hosokawa, Jack continuó:
—Tengo que dominar el
mushin
rápidamente, pero no comprendo cómo cuanto más me esfuerce más tardaré.
—La respuesta es refrenarse —respondió el
sensei
Yamada.
Jack miró a su maestro, aturdido por otra contradicción más.
—¿Pero eso no hará que tarde aún más?
El
sensei
Yamada negó con la cabeza.
—La impaciencia es un estorbo. Como con todas las cosas, si intentas tomar atajos, el destino final no será tan bueno y puede que incluso no se alcance.
A Jack le pareció comprender y el
sensei
Yamada sonrió, reconociendo en los ojos de Jack el brillo de la comprensión.
— Más prisa, menos velocidad samurái.
En el exterior, el patio estaba limpio de nieve y los primeros signos de la primavera podían verse en los capullos en flor de los cerezos. Jack, Akiko y los demás se dirigieron a la Sala de las Mariposas, donde las celebraciones del
Ganjitsu
continuarían hasta el amanecer.
Dentro de la
Cho-no-ma
habían dispuesto mesas con cuencos de sopa
ozoni
y platos llenos de pegajosos pasteles de arroz blanco llamados
mochi.
Varios grupos de estudiantes ya participaban en el festín. Un grupito se congregaba en el centro de la sala alrededor de dos chicas y reían con ganas mientras golpeaban un volante con plumas con unas palas de madera. Jack advirtió que la cara de una de las chicas estaba cubierta de grandes manchas negras.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Jack, sentándose en una mesa libre.
—
Hanetsuki
—respondió Akiko, sirviéndole a cada uno una taza de humeante
sencha
—. Si no golpeas el volante, marcan tu cara con tinta.
Un aplauso y más risas surgieron cuando la chica volvió a fallar el volante y tuvo que sufrir otra rociada de tinta.
—¿Puedo unirme a vosotros? —preguntó Tadashi, que traía un plato de pasteles de arroz.
Yamato y Saburo se corrieron en sus asientos para dejarle sitio junto a Jack.
—Toma, prueba esto —sugirió Tadashi, ofreciéndole a Jack un
mochi.
Jack mordió el pastel de arroz. Aunque estaba sabroso, también era muy empalagoso y le costó trabajo tragarlo. Tadashi se echó a reír y le dio una palmada en la espalda para impedir que se atragantara. Jack tomó varios sorbos de
sencha
para hacer bajar el pastel de arroz.
Tadashi ofreció los pasteles al resto de la mesa. Todos aceptaron, aunque Jack advirtió que Akiko no tocaba la comida. Entonces vio a Kazuki y su Banda del Escorpión sentados en la mesa de enfrente.
Kazuki miró a Jack, pero lo ignoró. Sus amigos empezaron a retirar los platos de la mesa, mientras que Kazuki colocaba una baraja de cartas sobre su superficie. Todos se acercaron mientras él seleccionaba una carta del mazo y leía su contenido al grupo. Inmediatamente, comenzó un frenesí de gestos y de gritos estentóreos de unos a otros.
—¿A qué están jugando? —preguntó Jack.
—A
Obake Karuta
—contestó Tadashi, terminando su sopa—. Una persona lee pistas y los otros tienen que emparejarlo con un personaje legendario o un monstruo de una de las cartas vueltas hacia arriba. El jugador que acumula más cartas al final del juego, gana.
—Jack, voy a enseñarte un juego que deberías probar —anunció Yamato, apurando su
sencha
—.
Fukuwarai.
—
¿Fuku-qué?
—repitió Jack.
Pero Yamato simplemente lo condujo a un lugar donde un grupo de estudiantes se congregaba en torno al dibujo de una cara colgada de la pared. Todos se reían de una chica con los ojos vendados que intentaba ponerle una boca a la cara. A juzgar por el sitio donde había colocado los ojos y la nariz, en la barbilla, no lo estaba haciendo muy bien.
—Vamos, Jack —animó Yamato después de que la chica colocara la boca en la frente de la cara—, prueba tú.
Yamato cogió a Jack, le vendó los ojos y le entregó la boca. Luego lo colocó a tres pasos delante de la cara en blanco antes de hacerle dar varias vueltas.
Completamente desorientado e incapaz de ver, Jack se preguntó cómo demonios iba a encontrar la cara, y mucho menos pegar la boca en el lugar correcto.
—No tiene ninguna posibilidad —oyó decir a Tadashi—. ¡Ni siquiera está mirando en la dirección adecuada!
Fue entonces cuando Jack recordó las palabras del maestro Kano: «Ver sólo con los ojos es no ver nada en absoluto». Usando las habilidades sensoras que le habían enseñado durante los dos últimos meses, Jack prestó atención a los susurros de la multitud, juzgando dónde estaba la cara de papel en relación con los cambios en el ruido de fondo. Se volvió hasta encontrar el punto en blanco entre la cháchara, y dedujo que ahora se encontraba ante la pared. Visualizó entonces mentalmente la cara, dio tres pasos confiados hacia adelante y pegó la boca.
—Buen trabajo, Jack. Ahora los ojos y la nariz.
Yamato lo hizo girar de nuevo, y después le entregó los otros rasgos. Una vez más Jack «escuchó» la cara, usando sus otros sentidos para juzgar adónde ir. Cuando terminó, un silencio aturdido llenó el aire. Entonces todo el mundo aplaudió.
—¿Cómo ha hecho eso? —le preguntó Tadashi a Yamato—. Tiene que haber hecho trampas. Jack, no podías ver, ¿no?
Negando con la cabeza, Jack se quitó la venda. Delante de él estaba el dibujo de una cara perfectamente proporcionada. El entrenamiento
chi sao
del
sensei
Kano funcionaba.
—La suerte del principiante —explicó Yamato, dándole a Jack un codazo cómplice. Regresaron a la mesa para reunirse con los demás. Akiko ya no se encontraba entre ellos.
—¿Dónde está Akiko? —preguntó Jack.
—Dijo que no se sentía muy bien y se fue a la cama —respondió Kiku—. Cree que es algo que ha bebido.
—¿Ha ido alguien a comprobar cómo está? —dijo Jack, recordando lo pálida que estaba durante la ceremonia y su falta de apetito.
Todos negaron con la cabeza. Preocupado, Jack se excusó y se dirigió a la Sala de los Leones.
Akiko no estaba en su habitación. Comprobó la casa de baños y los excusados. Tampoco estaba allí. Se preguntó si habría regresado a la fiesta. Jack estaba a punto de regresar a la Sala de las Mariposas cuando divisó a una figura solitaria que salía de la escuela por la puerta lateral.
Jack salió corriendo por la puerta y desembocó en medio de la fiesta.
Las calles de Kioto estaban llenas de gente de fiesta y cada templo rebosaba de fieles. Las entradas de todas las casas estaban decoradas con ramas de pino, troncos de bambú y matas de ciruelo como invitación a los espíritus protectores
toshigami
para que protegieran la casa, mientras que las puertas habían sido decoradas con cuerdas trenzadas adornadas con tiras de papel blanco para espantar a los espíritus malignos.
Jack divisó a Akiko avanzando por la calle. Aunque era consciente de la advertencia del monje de que debía respetar la intimidad de su amiga, ahora mismo le preocupaba más adonde se dirigía si estaba enferma. Jack se abrió paso entre la multitud y trató de alcanzar a Akiko, la siguió por un callejón, cruzó un mercado y llegó a un gran patio rodeado de árboles y repleto de gente. Un grupo de samuráis borrachos chocó con él y perdió de vista a Akiko entre la masa de fieles.
—¡Apártate de mi camino! —farfulló uno de los samuráis, agarrando a Jack por la solapa de su kimono.
El samurái se inclinó hacia delante; su aliento apestaba a sake.
—Un
gaijin
—le escupió a la cara—. ¿Qué estás haciendo aquí? Éste no es tu país.
—Más vale que lo dejes en paz —aconsejó otro de los miembros del grupo, señalando con un dedo tembloroso el
kamon
del fénix en el kimono de Jack—. Es de Masamoto. Ya sabes, el joven samurái
gaijin.
El borracho soltó a Jack como si sus ropas estuvieran ardiendo.
—Me alegraré cuando el
daimyo
Kamakura limpie Kioto, como está haciendo en Edo —rugió el samurái antes de perderse en la multitud con sus amigos.
El encuentro impresionó a Jack. Hasta ahora, no se había dado cuenta del peligro que corría al deambular solo por los callejones de Kioto. Estaba relativamente a salvo dentro de los terrenos de la escuela. Fuera, sólo lo protegía la reputación de Masamoto y no podía confiar en que todo el mundo reconociera el blasón familiar de su tutor. Tenía que encontrar a Akiko antes de meterse en más problemas.
Jack miró a su alrededor, nervioso, pero la mayoría de la gente estaba demasiado enfrascada en sus celebraciones para dirigirle más que una mirada de pasada. Entonces reconoció dónde estaba. Delante de él se encontraban los escalones de piedra y el tejado verde arqueado del Templo del Dragón Pacífico.
—¿Por qué me estás siguiendo?
Jack se dio media vuelta.
El rostro ceniciento de Akiko lo miraba en medio de la multitud.
—Kiku dijo que estabas enferma… —contestó Jack.
—Sé cuidar de mí misma, Jack. Sólo he bebido algo que no me ha sentado bien, eso es todo. —Ella lo estudió seriamente—. De todas formas, me has seguido antes, ¿verdad?
Jack asintió, sintiéndose como un delincuente pillado con las manos en la masa.
—Agradezco tu preocupación —continuó Akiko, aunque no había calidez ninguna en su voz—, pero si hubiera querido que supieras adónde iba, te lo habría dicho.
Jack advirtió que había perdido la confianza de Akiko.
—Y-yo… lo siento mucho, Akiko —tartamudeó—. No pretendía… Es que…
Las palabras le fallaron y se encontró mirándose los pies para evitar la mirada de Akiko.
—¿Es que qué? —insistió ella.
—Es que… te aprecio y me tenías preocupado.
Las palabras surgieron de su boca sin advertencia, y entonces sus sentimientos hacia ella brotaron.
—Desde que llegué, lo único que has hecho es cuidar de mí. Has sido mi única amiga verdadera. ¿Pero qué he hecho yo por ti a cambio? Lamento haberte seguido, pero estabas enferma y pensé que podrías necesitar mi ayuda. ¿No puedo cuidar de ti yo también a veces?
La frialdad en los ojos de Akiko se derritió y la helada distancia que se había interpuesto entre ellos se fundió.
—¿De verdad quieres saber adónde iba? —preguntó Akiko en voz baja.
—No, si no quieres decírmelo —respondió Jack, y se dio la vuelta para marcharse.
—Pero debería decírtelo. Tienes que saberlo —insistió Akiko, colocándole una mano en el brazo para impedirle que se fuera—. Hoy es el cumpleaños de mi hermano pequeño.
—¿Te refieres a Jiro? —dijo Jack, sorprendido, recordando al alegre niñito del que se había hecho amigo en Toba hacía más de un año.
—No, mi otro hermano. Kiyoshi —sus ojos se nublaron al mencionar el nombre—. Tristemente, ya no está con nosotros, así que iba al altar a rezar por él. Hoy cumpliría ocho años.
«La misma edad que Jess», pensó Jack, y sintió un retortijón de angustia en el corazón al recordar a su hermana.
—Lo he echado mucho de menos este año pasado —continuó Akiko—, así que he estado buscando apoyo espiritual en un sacerdote, uno de los monjes del Templo del Dragón Pacífico.
Jack se sintió ahora doblemente culpable. Ése era el verdadero motivo de sus misteriosas desapariciones. Estaba de luto por su hermano pequeño.
—Lo siento… no sabía…
— Tranquilo, Jack —interrumpió ella, indicándole con un gesto con la cabeza que le siguiera hasta las escalinatas del templo—. ¿Por qué no vienes conmigo al altar y haces una bendición por mi hermano? Luego podemos subir juntos al monte Hiei a tiempo para el
hatsuhinode.
Akiko se acurrucó junto a Jack para entrar en calor.
Estaban sentados juntos, al socaire de un muro del templo derruido al borde de
Enryuakuji
, contemplando K, que quedaba oculto por la bruma de la mañana en el valle. El frío aire de la montaña los hacía tiritar a ambos, pero por dentro Jack sentía un agradable calor.
Habían visitado el pequeño altar dentro del Templo del Dragón Pacífico. Akiko había hablado brevemente en privado con el monje y luego hicieron juntos sus ofrendas de paz y sus oraciones por Kiyoshi. Esta experiencia compartida permitió a Jack sentirse por primera vez incluido en la vida personal de Akiko. Era como si hubieran descorrido una cortina para revelar un delicado tapiz que, una vez visto, no se olvidaría nunca.
Con las excursiones nocturnas de Akiko explicadas ahora, Jack se sentía de nuevo cómodo con ella. El monje de las manos como cuchillos parecía una elección extraña para buscar en él consuelo, pero quién era él para cuestionar esa decisión. Jack seguía preguntándose por las inexplicables habilidades como trepadora de Akiko, pero tal vez le había dicho la verdad y siempre había sido buena en eso. Fuera cual fuese la explicación, Jack se contentaba con sentirse de nuevo cerca de Akiko.
Tras haber subido las empinadas pendientes del monte Hiei, ahora esperaban el
hatsuhinode
, el primer amanecer del año.
—El día de Año Nuevo es la llave para abrir el año —explicó Akiko, adormilada. Su aliento se nublaba en el aire helado—. Es una época de nuevos comienzos. Pensamos en el año pasado, enterramos lo malo y recordamos lo bueno, y luego formulamos nuestros propósitos para el año nuevo. Siempre prestamos especial atención a la primera vez que se hace algo, ya sea la primera visita a un templo, el primer amanecer o el primer sueño.
—¿Qué es tan importante de tu primer sueño? —preguntó Jack.
—Predice tu suerte para el año venidero.
Akiko miró a Jack con los ojos adormilados, y bostezó, acusando por fin el cansancio de estar despierta toda la noche. Su rostro, aunque todavía pálido, había perdido su mortal palidez tras la visita al monje, y su salud parecía estar regresando con la aparición de un nuevo día.
—Sueña bien esta noche —susurró.
Akiko se acercó más a él y pronto se quedó dormida sobre su hombro.
Jack permaneció sentado en silencio, escuchando el coro del amanecer, mientras los primeros rayos del sol de año nuevo empezaban a calentarlos a ambos.