El Libro de los Tres (10 page)

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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Novela, Fantástico, Juvenil

BOOK: El Libro de los Tres
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—Di la verdad —habló Taran—. Te escapaste cuando más te necesitábamos.

—El tajar y el matar son para los nobles señores, no para el pobre y debilucho Gurgi.

¡Oh, temibles silbidos de hojas! Gurgi corrió en busca de ayuda, poderoso señor.

—Pues no conseguiste encontrar ninguna —dijo enfadado Taran.

—¡Oh, tristeza! —gimió Gurgi—. No había ayuda para los valientes guerreros. Gurgi fue lejos, lejos, con grandes chillidos y quejidos.

—Estoy seguro de que lo hiciste —dijo Taran.

—¿Qué otra cosa podía hacer el infeliz Gurgi? Siente ver a grandes guerreros en apuros, ¡oh, lágrimas de miseria! Pero en la batalla, ¿qué habría para el pobre Gurgi excepto dolorosos degüellos y destripes?

—No fue algo muy valiente —dijo Eilonwy—, pero tampoco fue del todo estúpido. No veo la ventaja de que le hubiesen cortado en pedacitos, especialmente si, para empezar, no os era de gran ayuda.

—¡Oh, sabiduría de una noble dama! —gritó Gurgi, arrojándose a los pies de Eilonwy—. Si Gurgi no hubiese ido a buscar auxilio, ahora no estaría aquí para serviros. ¡Pero aquí está! ¡Sí, sí, el fiel Gurgi vuelve a los golpes y palizas del terrible guerrero!

—Sal de mi vista —dijo Taran—, o tendrás realmente algo de lo que lamentarte. Gurgi resopló.

—Gurgi se apresura a obedecer, poderoso señor. No dirá nada más, ni tan siquiera un susurro de lo que vio. No, no turbará los sueños de los poderosos héroes. Ved como se va, con adioses temerosos.

—Vuelve aquí de inmediato —le llamó Taran. El rostro de Gurgi se iluminó.

—¿Morder?

—Escúchame —di)o Taran—, apenas si tenemos para ir tirando, pero te daré una parte justa de lo que tenemos. Después de eso, tendrás que buscarte tu propio morder.

Gurgi asintió.

—Muchas más huestes marchan en el valle con lanzas afiladas… oh, muchas más. Gurgi vigila con tal cautela y astucia que no les pide ayuda. No, sólo le darían palizas dolorosas.

—¿Qué es esto, qué es esto? —inquirió Fflewddur—. ¿Una gran hueste? Me encantaría verles. Siempre me han gustado los desfiles y ese tipo de cosas.

—Los enemigos de la Casa de Don se están reuniendo —le explicó presurosamente Taran al bardo—. Gwydion y yo les vimos antes de ser capturados. Ahora, si Gurgi dice la verdad, han recibido refuerzos.

El bardo se levantó de un salto.

—¡Un Fflam jamás rehuye el peligro! ¡Cuanto más poderoso el enemigo, mayor la gloria! ¡Les buscaremos y caeremos sobre ellos! ¡Los bardos cantarán por siempre en alabanza nuestra!

Contagiado por el entusiasmo de Fflewddur, Taran aferró su espada. Luego meneó la cabeza, recordando las palabras de Gwydion en el bosque cerca de Caer Dallben.

—No… no… —dijo lentamente—, sería una locura pensar en atacarles. Los bardos cantarían acerca de nosotros —admitió, sonriéndole a Fflewddur—, pero no nos hallaríamos en situación de apreciarlo.

Fflewddur volvió a sentarse, decepcionado.

—Puedes hablar todo lo que quieras sobre bardos cantando en alabanza nuestra —dijo Eilonwy—. No estoy de humor para batallas. Me voy a dormir.

Y con tales palabras, se acurrucó en el suelo y se tapó la cabeza con la capa.

Todavía no convencido, Fflewddur se acomodó contra la raíz de un árbol para su turno de guardia. Gurgi se enroscó a los pies de Eilonwy. A pesar de que estaba exhausto, Taran siguió despierto. En su mente veía de nuevo al Rey con Cuernos y oía los gritos que salían de las jaulas en llamas.

De pronto, se incorporó. Lleno de dolor por su compañero, había olvidado lo que le había traído hasta aquí. Él había tenido como meta buscar a Hen Wen; Gwydion, avisar a los Hijos de Don. La cabeza le daba vueltas a Taran. Con su compañero seguramente muerto, ¿debía ahora intentar dirigirse hacia Caer Dathyl? Y, entonces, ¿qué sería de Hen Wen? Todo había dejado de ser sencillo. Anheló la paz de Caer Dallben, anheló incluso quitar los hierbajos del huerto y fabricar herraduras. Se removió inquieto, sin encontrar respuesta. Por último, su agotamiento le venció y se quedó dormido, sumergiéndose en un sueño lleno de pesadillas.

10. La espada Dyrnwyn

Ya era pleno día cuando Taran abrió los ojos. Gurgi estaba ya husmeando abriendo la alforja. Taran se levantó rápidamente y compartió con él tanto como se atrevió de las provisiones que les quedaban, guardando una pequeña cantidad como reserva, dado que no tenía ni idea de lo difícil que sería encontrar alimentos durante el viaje que se avecinaba. En el curso de su inquieta noche había llegado a una decisión, aunque se abstuvo de hablar de ella, inseguro aún de si había escogido sabiamente. Por el momento, se concentró en su escaso desayuno.

Gurgi, sentado con las piernas cruzadas, devoró su comida con tantas exclamaciones de placer y chasquidos de sus labios que, realmente, parecía estar comiendo el doble de lo que comía. Fflewddur engulló su escasa ración como si hiciese cinco días que no hubiese comido. Eilonwy estaba más interesada en la espada que había cogido del túmulo. La tenía sobre las rodillas y, con el ceño fruncido por la perplejidad, la punta de la lengua entre los labios, la muchacha estudiaba, llena de curiosidad el arma.

Al acercarse Taran, Eilonwy apartó la espada.

—Bueno —dijo Taran, riendo—, no hace falta que actúes como si te la fuese a robar. Aunque la empuñadura y el pomo estaban engastados con joyas, la vaina estaba maltrecha y descolorida, casi negra a causa de la antigüedad. Por todo ello, tenía el aspecto de pertenecer a un antiguo linaje y Taran sentía grandes ansias de sostenerla.

—Vamos —dijo—, permíteme ver la hoja.

—No me atrevo —exclamó Eilonwy, para gran sorpresa de Taran. Vio que su rostro era solemne y casi asustado—. Hay un símbolo de poder en la vaina —prosiguió Eilonwy—. He visto antes esta marca, en algunas de las cosas de Achren. Siempre significa algo prohibido. Por supuesto, todas las cosas de Achren son así, pero algunas son más prohibidas que otras.

«También hay otra inscripción —dijo Eilonwy, frunciendo nuevamente el ceño—. Pero está en la Vieja Escritura. —Dio una patada en el suelo—. ¡Oh, deseo que Achren hubiese acabado de enseñarme! Puedo entenderla casi por completo, pero no del todo, y no hay nada más irritante que quedarse a medias. Es como no terminar lo que has empezado a decir.

Fflewddur llegó justo en aquel momento y también él se fijó en la extraña arma.

—Procede de un túmulo, ¿eh? —El bardo meneó su erizada cabeza amarilla y lanzó un silbido—. Sugiero que nos libremos de ella inmediatamente. Nunca tuve mucha confianza en las cosas que se encuentran en los túmulos. Es mal asunto tener algo que ver con ellas. No puedes estar seguro de en qué otro lugar han estado y de quién las ha poseído.

—Si es un arma encantada… —empezó a decir Taran, más interesado que nunca por echarle mano a la espada—, ¿no deberíamos conservarla…?

—Oh, cállate —gritó Eilonwy—. No puedo oírme pensar. No veo de qué estáis hablando, si librarse de ella o no. Después de todo, es mía, ¿no? Yo la encontré y yo la transporté, y casi me quedé atrapada en ese sucio y viejo túnel por su culpa.

—Se supone que los bardos entienden de estas cosas —dijo Taran.

—Naturalmente —contestó Fflewddur, sonriendo lleno de confianza y acercando su larga nariz a la vaina—. Todas estas inscripciones se parecen mucho. Veo que ésta se encuentra más bien en la vaina que en la hoja. Dice…, algo así como «Temed mi Ira»… los sentimentalismos de costumbre.

En ese momento se oyó un sonoro tañido. Fflewddur pestañeó. Una de las cuerdas de su arpa se había partido.

—Perdonadme —dijo, y se fue a examinar su instrumento.

—No dice nada de eso —declaró Eilonwy—. Ahora puedo leer un poco de lo que dice. Aquí, empieza cerca de la empuñadura y sigue retorciéndose como la yedra. La estaba mirando por el extremo equivocado. Lo primero que dice es
Dyrnwyn
. No sé si es el nombre de la espada o el del rey. Oh, sí, ese es el nombre de la espada; aquí está de nuevo:

»Es solamente que se me prohíbe dejarte sostener la espada y todo eso.

ESGRIME ADYRNWYN, SÓLO TÚ DE SANGRE REAL, PARA GOBERNAR, PARA GOLPEAR AL…

»Una cosa u otra —prosiguió Eilonwy—. Está muy borroso; no puedo verlo. Las letras están prácticamente desgastadas por el roce. No, ¡qué extraño! No están gastadas; las han raspado. Debían de estar talladas muy hondo, porque sigue quedando un rastro. Pero no puedo leer el resto. Esta palabra parece como si pudiese ser muerte… —Se estremeció—. Eso no es muy alegre.

—Deja que la desenvaine —la apremió de nuevo Taran—. Puede que haya más en la hoja.

—No te la puedo dejar —dijo Eilonwy—. Ya te he explicado que hay un símbolo de poder y que estoy obligada por él… eso es elemental.

—Achren ya no puede imponerte más obligaciones.

—No es Achren —contestó Eilonwy—. Yo sólo dije que ella tenía objetos con la misma marca. Este encantamiento es mucho más fuerte que cualquiera de los que ella podía hacer, de eso estoy segura. No me atrevería a desenvainarla y tampoco voy a dejar que lo hagas tú. Además, dice
sólo sangre real
y no dice ni una palabra sobre Aprendices de Porquerizo.

—¿Cómo puedes saber que no tengo sangre real? —preguntó Taran, encrespándose—. No
nací
siendo Aprendiz de Porquerizo. Por lo que tú sabes, puede que mi padre fuese un rey. En
El Libro de los Tres
esas cosas ocurren a cada momento.

—Nunca he oído hablar de
El Libro de los Tres
—dijo Eilonwy—. Pero, en primer lugar, no creo que ser hijo de rey o incluso rey sea bastante. Sangre real no es más que un modo de traducirlo; en la Vieja Escritura no quería decir solamente tener parientes de la realeza…, ésos todo el mundo puede tenerlos. Quería decir…, oh, no sé cómo lo expresarías tú. Algo muy especial. Y me parece que, si lo posees, no te hace falta preguntarte si lo posees.

—Así que, por supuesto —dijo Taran, algo molesto por las observaciones de la muchacha, tú has llegado a la conclusión de que no soy… lo que sea
eso
.

—No quería ofenderte —se apresuró a decir Eilonwy—. Pienso que para ser Aprendiz de Porquerizo eres de lo más notable. Creo que eres la persona más agradable que he encontrado en mi vida.

—Entonces, ¿qué harás con eso?

—Conservarla, naturalmente. No voy a tirarla por un pozo, ¿verdad?

Taran lanzó un bufido.

—Serás un gran espectáculo…, una muchachita llevando una espada.

—No soy una muchachita —dijo Eilonwy, agitando su cabellera exasperada—. En los viejos tiempos, entre mi gente, las Doncellas de la Espada combatían al lado de los hombres.

—Ahora no estamos en los viejos tiempos —dijo Taran—. En vez de una espada, deberías llevar una muñeca.

Eilonwy, con un chillido de irritación, estaba alzando la mano para darle una bofetada a Taran justo cuando regresaba Fflewddur Fflam.

—Venga, venga —dijo el bardo—, nada de disputas; no sirven de nada —añadió mientras apretaba con una gran llave la clavija de madera que sostenía la cuerda del arpa recién arreglada.

Eilonwy volvió su irritación contra Fflewddur.

—Esa inscripción era muy importante. No decía nada sobre temer la ira de nadie. No la leíste nada bien. Menudo bardo eres, si no puedes entender lo que está escrito en una espada encantada.

—Bueno, veréis, la verdad del asunto —dijo Fflewddur, aclarándose la garganta y hablando con gran vacilación—, es ésta. Oficialmente no soy un bardo.

—No sabía que hubiese bardos
no
oficiales —hizo notar Eilonwy.

—Oh sí, ciertamente los hay —dijo Fflewddur—. Al menos en mi caso. También soy rey.

—¿Un rey? —dijo Taran—. Alteza… Hincó una rodilla en el suelo.

—Nada de eso, nada de eso —dijo Fflewddur—. Ya no me tomo esas molestias.

—¿Dónde está tu reino? —preguntó Eilonwy.

—A varios días de viaje, al este de Caer Dathyl —dijo Fflewddur—. Es un reino muy vasto…

En ese momento, Taran oyó otro tañido.

—Maldito trasto —dijo el bardo—. Ahí van dos cuerdas más. Como estaba diciendo… Sí, bueno, realmente es un reino más bien
pequeño
, hacia el norte, bastante aburrido y monótono. Así que lo dejé. Siempre me ha encantado viajar y ser un bardo… y me decidí a hacerlo.

—Creía que los bardos debían estudiar mucho —dijo Eilonwy—. Una persona no puede sencillamente decidir que…

—Sí, ése era uno de los problemas —dijo el antiguo rey—. Estudié; lo hice bastante bien en los exámenes…

Una pequeña cuerda en el extremo superior del arpa se partió con un agudo chasquido y se enroscó como un zarcillo de yedra.

—Lo hice bastante
mal
—prosiguió—, y el Consejo de Bardos no me admitió. La verdad es que estos días te exigen saber mucho. Volúmenes y volúmenes de poesías, cantos, música, cálculo de estaciones, historia; y toda clase de alfabetos que debes deletrear con los dedos, y señales secretas… a un hombre le es imposible meterse todo eso en la cabeza.

»El Consejo fue muy amable conmigo —siguió Fflewddur—. Taliesin, el Bardo Jefe en persona, me ofreció este arpa. Dijo que era exactamente lo que necesitaba. A veces me pregunto si realmente me estaba haciendo un favor. Es un arpa muy hermosa, pero tengo unos problemas tales con las cuerdas… La tiraría y me buscaría otra pero tiene un tono precioso; nunca encontraría uno tan bueno. Si esas detestables cuerdas…

—Parecen romperse con frecuencia… —empezó Eilonwy.

—Sí, así es —admitió Fflewddur, un tanto tímidamente—. He notado que normalmente eso sucede cuando… bueno, soy una persona bastante emotiva y a veces me dejo llevar. Puede que… esto, que reajuste ligeramente los hechos; puramente para el efecto dramático, ya me entendéis.

—Si dejaras de reajustar tanto los hechos —dijo Eilonwy—, quizá no tendrías esos problemas con el arpa.

—Sí, supongo que sí —dijo el bardo con un suspiro—. Lo intento pero es duro, muy duro. En tanto que rey coges esa costumbre. A veces creo que me paso más tiempo arreglando cuerdas que tocando. Pero así son las cosas. No se puede tener todo.

—¿Adonde viajabas cuando Achren te capturó? —preguntó Taran.

—A ningún sitio en particular —dijo Fflewddur—. Eso es una ventaja. No tienes que apresurarte para llegar a algún lugar. Sigues moviéndote y, sin enterarte, ya estás ahí. Por desgracia, en este caso el ahí era la mazmorra de Achren. No apreciaba mi música. Esa mujer carece de oído musical —añadió, estremeciéndose.

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